FMI y BRICS: no hay vuelta a Bretton Woods

Economía10 de noviembre de 2024
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Esta semana se celebra en Washington la reunión semestral del FMI y el Banco Mundial. Al mismo tiempo, el grupo BRICS+ (originalmente BRICS = Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica; con el + añadido, BRICs+ = más Egipto, Irán, Emiratos Árabes Unidos y Etiopía, ndr.) se reúne en Kazán, Rusia. La coincidencia de estas dos reuniones resume cómo va la economía mundial en este 2024.

Tras la II Guerra Mundial, el FMI y el Banco Mundial se convirtieron en los principales organismos de cooperación y actuación internacional en la economía mundial. Fueron instituciones surgidas del acuerdo de Bretton Woods de 1944, que fijó el futuro orden económico mundial que se establecería al final de la II Guerra Mundial. En aquel momento, el entonces presidente estadounidense Franklin Roosevelt pronunció estas proféticas palabras:

“El momento histórico en el que nos encontramos está lleno de promesas y de peligros. El mundo avanzará hacia la unidad y la prosperidad ampliamente compartida o se separará en bloques económicos necesariamente enfrentados”.

Roosevelt se refería a la división entre Estados Unidos y sus aliados y la Unión Soviética. Aquella Guerra Fría llegó a su fin con el colapso de esta última en 1990. Pero ahora, 35 años después, las palabras de Roosevelt tienen un nuevo contexto: entre EEUU y sus aliados y un bloque emergente de naciones del Sur Global.

El orden económico mundial acordado en Bretton Woods estableció a EE UU como la potencia económica hegemónica en el mundo. En 1945, era la mayor nación manufacturera del mundo, tenía el sector financiero más importante, las fuerzas militares más potentes y, además, dominaba el comercio y la inversión mundiales mediante el uso internacional del dólar.

John Maynard Keynes estuvo muy implicado en el acuerdo de Bretton Woods. Comentó que su “clarividente idea de una nueva institución para equilibrar más equitativamente los intereses de los países acreedores y deudores fue rechazada”. El biógrafo de Keynes, Robert Skidelsky, resumió el resultado. “Naturalmente, los estadounidenses se salieron con la suya debido a su poder económico. Gran Bretaña renunció a su derecho a controlar las monedas de su antiguo imperio, cuyas economías pasaron a estar bajo el control del dólar, no de la libra esterlina”. A cambio, “los británicos obtuvieron crédito para sobrevivir, pero con intereses”. Keynes dijo al parlamento británico que el acuerdo no era “una afirmación del poder estadounidense, sino un compromiso razonable entre dos grandes naciones con los mismos objetivos: restaurar una economía mundial liberal”. Por supuesto, el resto de naciones fueron ignoradas.

Estados Unidos y sus aliados en Europa han dominado el FMI y el Banco Mundial desde entonces, tanto en personal como en políticas. A pesar de algunas reformas menores en sus votaciones y toma de decisiones en los últimos 80 años, el FMI sigue estando dirigido por el G7, sin apenas dar voz a otros países. Hay un total de 24 puestos en el directorio del FMI, en el que el Reino Unido, EE UU, Francia, Alemania, Arabia Saudí, Japón y China tienen su propio puesto- y EE UU tiene el poder de vetar cualquier decisión importante.

En cuanto a la política económica, al FMI se le conoce, sobre todo, por la imposición de Programas de Ajuste Estructural. Los préstamos del FMI se concedían a países con dificultades económicas a condición de que aceptaran equilibrar sus déficits, reducir el gasto público, abrir sus mercados y privatizar sectores clave de la economía. La política más recomendada por el FMI sigue siendo recortar o congelar los salarios del sector público. Y el FMI sigue negándose a exigir impuestos progresivos sobre la renta y la riqueza de las personas y empresas más ricas. En 2024, 54 países padecerán la crisis de deuda y muchos gastarán más en el servicio de su deuda que en financiar la educación o la sanidad. Algunos de los peores casos se han destacado en este blog.

Los criterios del Banco Mundial para los préstamos y la ayuda a las naciones más pobres también se mantienen dentro de la visión económica dominante de que la inversión pública se realiza simplemente para animar al sector privado a asumir la tarea de la inversión y el desarrollo. Los economistas del Banco Mundial ignoran el papel de la inversión y la planificación estatales. En su lugar, el Banco quiere crear “mercados globalmente contestables, reducir las regulaciones de los mercados de factores y productos, abandonar a las empresas improductivas, reforzar la competencia, profundizar el mercado de capitales”.

Kristalina Georgieva acaba de ser reelegida para un segundo mandato al frente del FMI. Y ahora habla de políticas económicas inclusivas. Dice que quiere aumentar “la colaboración global y reducir la desigualdad económica”. El FMI afirma que ahora se preocupa por las consecuencias negativas de la austeridad fiscal, citando a menudo cómo el gasto social debe protegerse de los recortes mediante condiciones que estipulen mínimos de gasto. Sin embargo, un análisis de Oxfam de diecisiete programas recientes del FMI descubrió que por cada dólar que el FMI animaba a gastar en protección social a estos países, les decía que recortaran 4 dólares a través de medidas de austeridad. El análisis concluía que los pisos de gasto social eran “profundamente inadecuados, incoherentes, opacos y, en última instancia, fallidos.

Hasta hace poco, el FMI estimaba que un crecimiento más rápido dependía de una mayor productividad, de la libre circulación de capitales, de la globalización del comercio internacional y de la liberalización de los mercados, incluidos los laborales (lo que significaba debilitar los derechos laborales y los sindicatos). La desigualdad no entraba en juego. Esta era la fórmula neoliberal para el crecimiento económico. Pero la experiencia de la Gran Recesión de 2008-9 y la crisis pandémica de 2020 parecen haber dado una lección aleccionadora a la jerarquía económica del FMI. Ahora la economía mundial sufre un “crecimiento anémico”.

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Así que el FMI está preocupado. Georgieva afirmó que la razón por la que las principales economías están experimentando una ralentización y un bajo crecimiento del PIB real es la creciente desigualdad de la riqueza y los ingresos:

“Tenemos la obligación de corregir lo que ha sido más gravemente erróneo durante los últimos 100 años: la persistencia de una elevada desigualdad económica. Los estudios del FMI demuestran que una menor desigualdad de ingresos puede asociarse a un crecimiento mayor y más duradero”.

El cambio climático, el aumento de la desigualdad y la creciente fragmentacióngeopolítica también amenazan el orden económico mundial y la estabilidad del tejido social del capitalismo. Así que hay que hacer algo.

Durante la Larga Depresión de la década de 2010, la globalización se ha fragmentado a lo largo de líneas geopolíticas: en 2023 se impusieron unas 3.000 medidas restrictivas para el comercio, casi el triple que en 2019. Georgieva está preocupada:

“La fragmentación geoeconómica se está profundizando a medida que los países cambian los flujos comerciales y de capital. Los riesgos climáticos están aumentando y ya afectan a los resultados económicos, desde la productividad agrícola hasta la fiabilidad del transporte y la disponibilidad y el coste de los seguros. Estos riesgos pueden frenar a las regiones con mayor potencial demográfico, como el África subsahariana”.

Mientras tanto, el aumento de los tipos de interés y los costes del servicio de la deuda ejercen presión sobre los presupuestos públicos, dejando menos margen a los países para prestar servicios esenciales e invertir en las personas y las infraestructuras.

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Así pues, Georgieva quiere un nuevo enfoque para su nuevo mandato de cinco años. El anterior modelo neoliberal de crecimiento y prosperidad debe sustituirse por un “crecimiento integrador” que aspire a reducir las desigualdades y no sólo a aumentar el PIB real. Las cuestiones clave ahora deben ser “la inclusión, la sostenibilidad y la gobernanza mundial, con un bienvenido énfasis en la erradicación de la pobreza y el hambre”.

Pero, ¿pueden el FMI o el Banco Mundial cambiar realmente algo, aunque Georgieva quiera, cuando Estados Unidos y sus aliados controlan estas instituciones? Las condiciones de los préstamos del FMI apenas han cambiado. Puede que haya algún alivio de la deuda (es decir, alguna reestructuración de los préstamos existentes), pero no cancelaciones de deudas onerosas. En cuanto a los tipos de interés de estos préstamos, ¡el FMI impone de hecho penalizaciones adicionales ocultas a los países muy pobres que no pueden hacer frente a sus obligaciones de reembolso! Tras una creciente protesta contra estas penalizaciones, recientemente estas tasas se han reducido (no abolido), reduciendo así los costes para los deudores en (sólo) 1.200 millones de dólares anuales.

Christine Lagarde, directora del Banco Central Europeo (BCE), fue la anterior directora del FMI. La primavera pasada pronunció un importante discurso ante el Consejo de Relaciones Exteriores de Estados Unidos en Nueva York. Lagarde habló con nostalgia del periodo posterior a los años 90, tras el colapso de la Unión Soviética, que supuestamente anunciaba un nuevo periodo próspero de dominio mundial por parte de Estados Unidos y su “alianza de voluntarios”:

“En la época posterior a la Guerra Fría, el mundo se benefició de un entorno geopolítico notablemente favorable. Bajo el liderazgo hegemónico de Estados Unidos, florecieron las instituciones internacionales basadas en normas y se expandió el comercio mundial. Esto condujo a una profundización de las cadenas de valor mundiales y, con la incorporación de China a la economía mundial, a un aumento masivo de la oferta mundial de mano de obra”.

Eran los tiempos de la ola globalizadora del aumento del comercio y los flujos de capital; del dominio de las instituciones de Bretton Woods, como el FMI y el Banco Mundial, que dictaban las condiciones del crédito; y, sobre todo, de la expectativa de que China quedaría bajo el bloque imperialista tras su ingreso en la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001.

Sin embargo, no funcionó como se esperaba. La ola de globalización llegó a un abrupto final tras la Gran Recesión y China no se prestó a abrir su economía a las multinacionales occidentales. Eso obligó a Estados Unidos a cambiar su política hacia China de “compromiso” a “contención”, y cada vez con mayor intensidad en los últimos años. Y luego vino la renovada determinación de EEUU y sus satélites europeos de expandir su control hacia el este y asegurarse así de que Rusia fracasara en su intento de ejercer control sobre sus países fronterizos y debilitar permanentemente a Rusia como fuerza de oposición al bloque imperialista. Esto condujo a la invasión rusa de Ucrania.

Esto nos lleva al surgimiento del bloque de países BRICS. BRICS es el acrónimo de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, los miembros originales. Ahora, en Kazán, se celebrará la primera reunión del BRICS-plus con sus nuevos miembros: Irán, Egipto, Etiopía, EAU (y quizá Arabia Saudí).

Entre la izquierda se habla con mucho optimismo de que la aparición de los BRICS cambiará la relación de fuerzas económicas y políticas a escala mundial. Es cierto que las cinco naciones BRICS tienen ahora un PIB combinado mayor que el del G7 en términos de paridad de poder adquisitivo (una medida de lo que el PIB puede comprar internamente en bienes y servicios). Y si se añaden los nuevos miembros, la diferencia es aún mayor.

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Pero hay salvedades. En primer lugar, dentro de los BRICS, es China la que aporta la mayor parte del PIB de los BRICS (con el 17,6% del PIB mundial), seguida de lejos por la India (7%), mientras que Rusia (3,1%), Brasil (2,4%) y Sudáfrica (0,6%) representan en conjunto sólo el 6,1% del PIB mundial. Así pues, no se trata de un poder económico compartido a partes iguales dentro de los BRICS. Y cuando medimos el PIB por persona, los BRICS no están en ninguna parte. Incluso utilizando dólares internacionales ajustados a la PPA, el PIB per cápita de Estados Unidos asciende a 80.035 dólares, más del triple que el de China, que asciende a 23.382 dólares.

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El grupo BRICS+ seguirá siendo una fuerza económica mucho menor y más débil que el bloque imperialista del G7. Además, los BRICS+ son muy diversos en población, PIB per cápita, geografía y composición comercial. Y las élites dirigentes de estos países están a menudo enfrentadas (China contra India; Brasil contra Rusia, Irán contra Arabia Saudí). A diferencia del G7, que tiene objetivos económicos cada vez más homogéneos bajo el firme control hegemónico de EE UU, el grupo BRICS es dispar en riqueza e ingresos y sin ningún objetivo económico común, excepto quizá intentar alejarse del dominio económico de EE UU y, en particular, del dólar estadounidense.

E incluso ese objetivo va a ser difícil de alcanzar. Como he señalado en otros artículos, aunque se ha producido una disminución relativa del dominio económico de EE.UU. a nivel mundial y del dólar, este último sigue siendo la moneda más importante con diferencia para el comercio, la inversión y las reservas nacionales. Aproximadamente la mitad de todo el comercio mundial se factura en dólares y este porcentaje apenas ha variado. El dólar participó en casi el 90% de las transacciones mundiales de divisas, lo que la convierte en la moneda más negociada en el mercado de divisas. Aproximadamente la mitad de todos los préstamos transfronterizos, títulos de deuda internacionales y facturas comerciales están denominados en dólares estadounidenses, mientras que aproximadamente el 40% de los mensajes SWIFT y el 60% de las reservas mundiales de divisas están denominados en dólares.

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El yuan chino sigue ganando terreno gradualmente y la cuota del renminbi en el volumen mundial de divisas ha pasado de menos del 1% hace 20 años a más del 7% en la actualidad. Pero la moneda china sigue representando solo el 3% de las reservas mundiales de divisas, frente al 1% de 2017. Y China no parece haber cambiado la participación del dólar en sus reservas en los últimos diez años.

John Ross razonó de la misma manera en su excelente análisis de la desdolarización:

“En resumen, los países/empresas/instituciones que participan en la desdolarización sufren, o corren el riesgo de sufrir, costes y riesgos significativos. Por el contrario, no hay ganancias inmediatas equivalentes por abandonar el dólar. Por lo tanto, la gran mayoría de los países/empresas/instituciones no se desdolarizarán a menos que se vean obligados a ello. El dólar, por tanto, no puede ser sustituido como unidad monetaria internacional sin un cambio total de la situación internacional global para el que todavía no existen las condiciones internacionales objetivas”.

Además, las instituciones multilaterales que podrían ser una alternativa a los actuales FMI y Banco Mundial (controlados por las economías imperialistas) son todavía minúsculas y débiles. Por ejemplo, existe el Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS, creado en 2015 en Shanghái. El NBD está dirigido por la ex presidenta izquierdista de Brasil Dilma. Hay mucho ruido sobre que el NBD puede proporcionar un polo alternativo de crédito a las instituciones imperialistas del FMI y el Banco Mundial. Pero hay un largo camino por recorrer para lograrlo. Un ex funcionario del Banco de la Reserva de Sudáfrica (SARB) comentó: “la idea de que las iniciativas de los Brics, de las que la más destacada hasta ahora ha sido el NBD, suplantarán a las instituciones financieras multilaterales dominadas por Occidente es una quimera”.

Y como dijo recientemente Patrick Bond

“El habla como la izquierda, actúa como la derecha del papel de los BRICS en las finanzas globales se ve no sólo en su vigoroso apoyo financiero al Fondo Monetario Internacional durante la década de 2010, sino más recientemente en la decisión del Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS -supuestamente una alternativa al Banco Mundial- de declarar la congelación de su cartera rusa a principios de marzo, ya que de lo contrario no habría conservado su calificación crediticia occidental de AA+”.

Y Rusia es accionista del 20% del NBD.

El BRICS es un grupo variopinto de naciones con gobiernos que no tienen ninguna perspectiva internacionalista, sobre todo ninguna basada en el internacionalismo de la clase obrera, dirigidos como están muchos de ellos por regímenes autocráticos donde los trabajadores y trabajadoras tienen poco o nada que decir; o por gobiernos todavía fuertemente ligados a los intereses del bloque imperialista.

Volvamos a Bretton Woods y a la profecía de Roosevelt. Muchos keynesianos modernos sostienen que el acuerdo de Bretton Woods fue uno de los grandes éxitos de la política keynesiana a la hora de conseguir el tipo de cooperación global que la economía mundial necesita para salir de su actual depresión. Lo que se necesita, dicen, es que las principales economías del mundo se reúnan para elaborar un nuevo acuerdo sobre comercio y divisas con normas que garanticen que todos los países trabajan por el bien mundial. Dos keynesianos del partido demócrata de Estados Unidos consideraron recientemente que “nunca ha estado tan clara una visión del mundo diferente. Así lo revela una mirada a cualquiera de los problemas de nuestra era, desde el clima a la desigualdad o la exclusión social... Diseñar un nuevo marco económico mundial requiere un debate a escala global”.

En efecto, pero ¿es realmente posible en un mundo controlado por un bloque imperialista dirigido por un régimen cada vez más proteccionista y militarista (con Trump en el horizonte) teniendo enfrente una amalgama de gobiernos que a menudo explotan y reprimen a su propio pueblo? En tal situación, las esperanzas de un nuevo orden mundial coordinado en el dinero, el comercio y las finanzas globales quedan descartadas. En el siglo XXI no se va a producir un nuevo y justo Bretton Woods, sino todo lo contrario.

Volviendo a Lagarde: “el factor más importante que influye en el uso internacional de las divisas es la fortaleza de las bases”. Es decir, por un lado, la tendencia al debilitamiento de las economías del bloque imperialista, que se enfrentan a un crecimiento muy lento y a caídas durante el resto de esta década; y por otro, la continua expansión de China e incluso de la India. Esto significa que el fuerte dominio militar y financiero de EE UU y sus aliados se sostiene sobre una productividad, inversión y rentabilidad relativamente pobres. Es una receta para la fragmentación y el conflicto mundiales. 

Por Michael Roberts * Economista marxista británico, que ha trabajado 30 años en la City londinense como analista económico y publica el blog The Next Recession. / Sin Permiso

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