Y después, ¿Que economía?

Actualidad02 de noviembre de 2024
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El estado de situación del país generado por el actual gobierno es de tan extrema gravedad que cancela el futuro de los argentinos, a no ser que una coalición opositora logre gestarse en no demasiado tiempo, llegue a acordar una plataforma para frenarlo y luego lo derrote en elecciones. De ahí que algunos analistas políticos no vendidos al mileísmo se planteen el interrogante de cómo alcanzar semejante objetivo prioritario que por el momento no parece asomar ni por casualidad.

Sin restarle importancia a ese nudo gordiano —que si no lo resolvemos virtuosamente pronto estaremos, el 98% de la población, sufriendo entre las profundidades del horno—, quiero en estas líneas concentrar la mirada en el futuro económico-social no tan inmediato con el objetivo de imaginar días más felices para los argentinos y sobre todo en procura de un rumbo nacional y popular como ansiamos para nuestra nación.

Ciertamente, las posibilidades del país para desarrollarse dependerán de ciclópeos desafíos político/institucionales y organizativos (entre los cuales figuran algunos como deshacernos de la Ley de Entidades Financieras instaurada por la dictadura en 1977; que el Estado sea transformado para la reconstrucción de la Nación y recaude los impuestos necesarios para ello; lograr el imperio de una Justicia que no sea la que favorezca sólo a los poderosos; construir una sólida organización política federal con participación popular; establecer un ingreso universal básico), sin los cuales cualquier iniciativa transformadora quedará privada de las mínimas condiciones para prosperar, de manera que aquellos desafíos constituyen precondiciones necesarias para un desarrollo verdaderamente sustentable e inclusivo.

Apuntadas esas salvedades, me animo (para incitar a una lluvia de ideas) a plantear algunas cuestiones básicas acerca de los problemas de fondo del mal-desarrollo argentino de la pasada década, necesarias de ser discutidas cuanto antes (no solo entre especialistas, sino con la mayor participación de la sociedad) para ir acordando una estrategia de desarrollo que posibilite acertar mejor con el rumbo a seguir ni bien ello sea factible. Teniendo muy presente que a la sociedad hay que involucrarla no solo para votar y que ponga el cuerpo cuando es necesario, sino también en la participación para la construcción social del futuro desarrollo del país, que debe ser su futuro y no el de los cinco vivillos de siempre. Para que esto último se logre, será fundamental contar con una sólida organización política construida desde el último escalón social.

Ya desde antes del final del gobierno de Cristina Kirchner, la gobernabilidad económica argentina había sido jaqueada una y otra vez. Inclusive con Mauricio Macri, la voracidad de los poderosos se ensañó con él cuando vieron que podían rapiñar en el mercado de cambios, sin considerar que se trataba de un gobierno amigo. Más tarde, con el gobierno de Alberto Fernández, todos los intentos de estabilizar la economía sin ajustar los ingresos de los de abajo fracasaron uno tras otro cada vez más rápidamente, generando fastidio y cansancio en la población, que veía cómo el gobierno le prometía mejoras que se esfumaban al poco de ser anunciadas, sin solución de continuidad.

Una característica común a dichas situaciones de jaque al gobierno es la pulseada por el precio del dólar, moneda que en el país actúa como referencia de valor, moneda de cambio y (especialmente entre la población) como refugio de ahorro. A su vez, como es moneda de pago de las importaciones (como combustibles), la suba del precio de la divisa tiene un significativo impacto en las tarifas de transporte y servicios públicos (electricidad y gas) que inciden en correspondientes alzas inflacionarias. Por su parte, los grandes exportadores —cuyo poder de maniobra y presión para devaluar y conseguir así un mayor beneficio para sí— más temprano que tarde logran su objetivo, luego del cual se encarecen las importaciones, retroalimentando la inflación que en la pasada década ha sido fulminante. A título ilustrativo de semejante desatino, vale señalar que la cotización del dólar en dicha década se multiplicó 100 veces.

La conclusión que quiero destacar del párrafo anterior es que, uno tras otro, los sofisticados mecanismos pergeñados por los sucesivos ministros de Economía para que no se disparara el precio de la moneda extranjera fracasaron rotundamente. Ello evidenciaría la existencia en el funcionamiento de la economía argentina de poderosos agentes con comportamientos mezquinos y antisociales que provocan las recurrentes desestabilizaciones.

Por otra parte, ciertos complejos mecanismos que van más allá de nuestras fronteras coadyuvan a la crónica escasez de divisas en el país. Me refiero a que los grandes exportadores se llevan —mediante maniobras diversas, generalmente ilegales— la mayor parte de sus beneficios a guaridas fiscales en localidades del exterior, donde no pagan impuestos. Una causal adicional reside en que la globalización internacionalizó numerosas líneas productivas como la automotriz, caracterizada desde entonces por productos terminados que contienen partes y componentes locales junto con otros importados en variadas proporciones; siendo esta en Argentina inferior al 50% del valor total de cada auto terminado. Ese es el principal motivo por el cual el sector automotor argentino es grandemente deficitario en divisas, con el paradójico efecto (la aparente virtuosidad transmutada en maldad) de que, cuantos más autos se producen en el país, se abulta dicho déficit, lo que ayuda a estrangular la capacidad productiva de los demás sectores de la economía (industriales, comerciales y de servicios) que necesitan importar insumos, componentes y partes. Así es que, en algunos momentos, pacientes de la salud no podían hacerse estudios por falta de repuestos para equipos de diagnóstico por imágenes o no se podían producir aerosoles protectores del dengue porque requieren componentes importados.

Para mayor complejidad, en sectores como el automotor existen mecanismos de integración regional para el intercambio de vehículos terminados, partes y componentes mediante reglas de funcionamiento entre las terminales de los países (como con Brasil y México) que no se pueden cambiar de un día para otro, constituyendo ello rigideces que dificultan una eventual modificación.

En otro orden de cosas más de fondo, en camino hacia un proyecto de desarrollo nacional y popular, tal vez sea necesario discutir si se adopta un modelo (para simplificar, señalaré sólo casos extremos) en el que la mayoría de la población pueda consumir más bienes no-sofisticados antes que otro como el actual en el que apenas una pequeña minoría consume de todo, incluso bienes importados de lujo. Como consecuencia de esa decisión, si se adoptara el primer modelo, muy probablemente se producirían más viviendas, más ropa fabricada con materiales y manos argentinas, se fabricarían e importarían menos automóviles y se dejarían de importar bienes de lujo, requiriéndose en ese caso una menor cantidad de divisas al tiempo que se podrían satisfacer las necesidades populares básicas.

En tren de sintetizar adicionales asignaturas pendientes de envergadura para el futuro desarrollo, que no pueden ser soslayadas en estas líneas, señalo algunas de ellas:

  • Se requerirá transformar al Estado para lograr ejercer el control de las variables clave de la economía y del ambiente.
  • Habrá que encarar cómo superar el desempleo estructural crónico, vinculándolo con la adopción de tecnologías inapropiadas a nuestro país.
  • Relacionado con el futuro del empleo, es necesario ahondar en un concepto virtuoso como la economía de los cuidados personales y del entorno/ambiente así como en la capacitación requerida por esos cuidados.
  • Habrá que profundizar en la educación pública la necesidad de cuidar nuestro entorno, nuestro ambiente, la tierra, los cursos de agua, el aire, las montañas, los recursos naturales y los pueblos con todo su entorno sin una postura conservacionista a ultranza, pero tampoco de explotación arrasadora como sucede actualmente.

Considero que lo planteado, si bien puede parecer utópico en momentos como el presente del país desgarrado, es necesario y urgente para no reeditar rumbos desacertados, destinados a la frustración nacional y popular. Por lo tanto, me parece un deber ético insoslayable para con nuestro sufrido pueblo, así como para el futuro de todos los argentinos, para el cual tenemos que hacer punta los compatriotas que tuvimos la suerte de haber accedido a la educación pública y gratuita de calidad. Somos muchos los que disfrutamos de aquel privilegio para toda la vida que ahora nos debe convocar y movilizar para retribuirle a la Nación y a las generaciones del futuro lo que construyeron y legaron nuestros ancestros.

 

Por Horacio Feinstein / El Cohete

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