Sin Estado ni piedad

Actualidad25 de octubre de 2024
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A mediados del siglo pasado, el sociólogo Charles Wright Mills se hizo una pregunta, ya clásica: en qué época anterior tantos individuos habían estado expuestos a tantos cambios conmovedores y permanentes como los que suceden en la actualidad. Sostenía que para entender ese rasgo del presente se necesitaba una cualidad, que llamó “imaginación sociológica”, capaz de vincular las circunstancias biográficas con las transformaciones sociales y económicas, que suceden sin que la gente las perciba en su profundidad y consecuencias. Esa historia acelerada es ahora la historia mundial, que la incipiente globalización empezaba a mostrar hace setenta años.

Procurando emplear la imaginación de Mills, analizaremos ciertos cambios actuales de resultados impredecibles. Interpretamos que el factor que los impulsa es la acentuación impresionante de lo que el sociólogo Anthony Giddens llamó en 1990 “un mundo desbocado”, utilizando la metáfora del Juggernaut, la fuerza que nada puede detener. Según Giddens, ese mundo es muy diferente al vaticinado por la Ilustración. La pregunta del sociólogo es por qué la razón ilustrada no produjo una civilización controlable y predecible. Dependemos de frágiles equilibrios y de fronteras que se franquean sin prejuicios a una velocidad alucinante.

Expondremos dos casos sintomáticos extraídos de la crónica periodística. El primero, que ya es un tópico, alude a la IA; el segundo, a métodos cada vez más poderosos de manipulación que están lesionando la concepción liberal de la política. Existe un hilo conductor entre los dos casos: la capacidad del capital financiero y de las grandes corporaciones tecnológicas para reproducir e incrementar sus ganancias con desprecio por la democracia, a la que no tienen inconveniente en dañar en sus fundamentos. Estos no son signos abstractos; aunque no los percibamos, afectan nuestras vidas, como enseñaba Wright Mills.

En un suceso que recuerda la saga de los físicos arrepentidos por la bomba atómica, uno de los recientes premios Nobel de esa disciplina, Geoffrey Hinton, volvió a advertir, desde su nuevo estatus, que la IA, que con sus investigaciones contribuyó decisivamente a desarrollar, podría salirse de control porque no existe experiencia de dispositivos más inteligentes que los seres humanos. Si bien reconoce que traerá progresos notables en la atención médica, conjetura que existe alta probabilidad de que en poco tiempo intente tomar el control de nuestras vidas. Lo angustia que ya no pueda distinguirse la verdad ante infinitas imágenes, voces y textos trastocados por la tecnología.

Pero hay más: a Hinton lo aflige también la combinación entre chatbots más inteligentes que los humanos y los malos actores. “Esto permitirá a los líderes autoritarios manipular a sus electores”, le dijo a la BBC enseguida de recibir el premio. Afirmó que, si bien Google, la empresa en la que trabajaba, fue inicialmente sensata, ahora se desató una guerra con Microsoft que podría ser imparable. Explica que las empresas permiten a los sistemas de IA no solo generar su propio código sino ejecutarlo por su cuenta, lo que es perturbador porque los procesadores, al cabo de infinitos análisis de datos, muestran comportamientos impredecibles. Pareciera temer que las computadoras asumieran el control, una pesadilla que anticipó Stanley Kubrick hace más de cincuenta años.

En febrero pasado, lejos de las preocupaciones de un Premio Nobel acongojado, Katie Porter, una representante que se aprestaba a competir en una primaria por el cargo de senadora de California, se enteró de que era el objetivo de una vasta conspiración tecnopolítica, según cuenta The New Yorker en una edición reciente. Porter se había hecho conocida por denunciar en los medios casos de avaricia corporativa. A tres semanas de la elección supo que un ignoto grupo, llamado Fairshake, acababa de invertir 10 millones de dólares en espacios para lanzar una campaña ofensiva contra su candidatura. Porter quedó estupefacta, los atacantes habían gastado un tercio de lo que ella recaudó durante años para financiar su campaña.

Detrás de la operación estaban tres poderosas empresas ligadas al negocio de las criptomonedas. La acusaron de matona y mentirosa y de que había aceptado sobornos. La maniobra dio resultado: Porter, que marchaba bien en los sondeos, perdió la elección. Luego se supo que a los organizadores de la campaña negativa no les interesaba la candidata, sino advertir a la clase política sobre el poder financiero de Silicon Valley, mostrando que sus líderes son capaces de emplear el salvajismo político para proteger sus intereses. “Es un mensaje simple”, dijo, según New Yorker, un allegado a Fairshake: “Si eres procriptomonedas te ayudaremos, y si eres anti, te destrozaremos”.

El periodista Charles Duhigg, ganador de un Pulitzer y autor del artículo, que tituló “Silicon Valley, el nuevo monstruo del lobby”, escribe: “A medida que la industria tecnológica se ha convertido en la fuerza económica dominante del planeta, una camarilla de especialistas le ha enseñado a Silicon Valley cómo jugar el juego de la política. Su objetivo es ayudar a los líderes tecnológicos a volverse tan poderosos en Washington y en las legislaturas estatales como lo son en Wall Street. Es probable que en las próximas décadas estos esfuerzos afecten todo, desde las carreras presidenciales hasta qué partido controla el Congreso y cómo se regulan las leyes antimonopolio y la IA”. Duhigg suma su advertencia a la de Hinton.

En un mundo fuera de control, interesan las magnitudes antes que las cualidades. La rentabilidad, más que las personas y la salud del planeta. La lógica del capital financiero y de las corporaciones desata una carrera imparable, como el Juggernaut, en la que compiten rezagados los Estados nacionales. El progreso, medido por estadísticas, es una noción ingenua o evasiva ante este hecho arrasador.

En la aldea, donde resuenan los ecos del drama global, un partido de fanáticos procura erigir sobre el disgusto un régimen sin Estado y sin piedad. Poseen una camarilla de expertos en manipulación y adoran el mercado como si fuera una deidad. “Te destrozaré” es una señal de esta movida, cuyos colosos son los Musk y los Trump, celebridades de una época agresiva y desenfrenada.

Falta conocer la capacidad de legitimación de esta ideología. Si seduce a las clases medias con estabilidad y consumo, desentendiéndose de los excluidos, probablemente se consolidará. Siempre fue así. La incógnita, sin embargo, es si eso alcanzará para fundar la nueva Argentina que con tanta arrogancia prometieron.

Por Eduardo Fidanza * Sociólogo. / Perfil

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