Inteligencia artificial y futuro
Mi columna en Invertia de esta semana se titula «El hombre que entrenaba a las máquinas», e intenta explicar la posición de los que se dedican a entrenar las máquinas que, con el tiempo, van a ser capaces de sustituir precisamente aquello que ellos hacen, a modo de quintacolumnistas o colaboracionistas con el enemigo.
Periodistas, escritores y creadores de contenido de todo tipo en todo el mundo se dedican – nos dedicamos, dado que etiqueto todos mis textos con una licencia que permite abiertamente su uso para el entrenamiento de algoritmos – a entrenar algoritmos, en muchos casos con completo conocimiento de causa y confiando en que esos algoritmos serán capaces, en algún momento, de llevar a cabo tareas similares a muchas de las que hacemos hoy en día.
Pero una cosa es contribuir los textos y artículos que hacemos para otros fines, y otra ser contratado específicamente, por horas y en remoto, para escribir textos que sirvan de modelo de respuesta adecuada a preguntas habituales que se harán a los algoritmos, no con la idea de que sean utilizados, sino de que sirvan para su entrenamiento, al tiempo que colaboran para corregir a las máquinas cuando incurren en el uso de correlaciones poco significativas y producen eso que algunos han denominado «alucinaciones».
Ninguno de los autores seleccionados para trabajar de esa manera, que por cierto, cobran más que los que trabajan para periódicos o revistas «de las de toda la vida» – verán o reconocerán jamás esos textos reproducidos en ningún sitio, aunque posiblemente sean, no de manera literal, parte de esas respuestas. Lo que los algoritmos hacen no es tomar información y reproducirla, ni simplemente recombinar: no, aprenden a relacionar conceptos y a formular respuestas adecuadas, y a hacerlo mejor que muchas personas.
Compañías sin ánimo de lucro como Common Crawl o LAION trabajan para recolectar enormes colecciones de textos o de imágenes que puedan ser utilizadas para el entrenamiento de algoritmos, y lo hacen sin ningún tipo de remordimiento ni de temor por el futuro que esos desarrollos van a generar. Estamos ante una decisión importante: defender nuestro territorio como humanos y negarnos a aceptar que las máquinas pueden producir trabajos iguales o, en muchos casos, mejores que lo que producimos nosotros, o colaborar con quienes producen esas máquinas para que alcancen un buen nivel lo antes posible.
Yo lo tengo claro desde hace muchos años, antes incluso de empezar a colaborar con mi primera compañía de inteligencia artificial: si va a tener lugar una disrupción, quiero estar en el lado de los que la producen, no del lado de los que la sufren. Estoy perfectamente dispuesto a pasar un tiempo en el que la mayoría de la sociedad tenderá a etiquetar como «de segunda clase» los productos y servicios generados por máquinas, para posteriormente ver cómo terminan reconociendo que esos productos o servicios son objetivamente mejores y de calidad más contrastada.
Y veremos precisamente eso: profesionales que se dedican a «defender su territorio», que ignoran los cambios y que esperan, simplemente, llegar a jubilarse antes de que esos cambios les afecten, y otros que colaboran abiertamente esperando aprender a desenvolverse en una sociedad en la que el significado del trabajo cambiará y se redefinirá, y con él, muchas de las estructuras sociales y económicas que conocemos.
Nota:https://www.enriquedans.com/