La " última cena" de los idiotas

Actualidad01 de septiembre de 2024
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Observé la foto. Resume la intencionalidad de una escenificación. Se trata de la representación de una pintura de Leonardo, “La Última Cena”, en la que Jesús aparece rodeado de sus apóstoles. El momento captado por el maestro era aquel en el que Cristo aseguraba que uno de los presentes le traicionaría. Esta puesta en escena no necesita de un Judas, porque nadie va a ser crucificado, a excepción, claro está, de nuestro pueblo, que al término de la velada ya le habían triplicado los precios, anulados los subsidios, y metido al horno, a fuego lento, sazonado con gas pimienta.

La imagen no escandaliza a nadie, aunque, en fin, parecen todos culpables. Tal vez hayan cenado, o se dispongan a cenar, en esa magnífica mesa de Patrimonio Nacional. Es decir, del patrimonio del Estado. Es decir, del patrimonio de todos nosotros, incluidos aquellos que esta noche no van a cenar. En la foto lo único que representa al Estado es la mesa, aunque, seguramente, ya ha sido privatizada, junto al vaso de agua que se encuentra a la derecha de Milei. Obsérvelo. Es la metáfora de lo que quieren hacer con nosotros: reducirnos a la mínima visibilidad.

Sin duda, este es un gobierno de idiotas. No lo digo yo: lo dice la etimología de la palabra. Un idiota es aquella persona que se desentiende de lo común. La palabra idiota viene del griego (idiotes) que significa exactamente eso: persona que sólo se ocupa de lo suyo, que se desentiende de lo público, es decir, de lo que nos pertenece a todos. La democracia no es solamente el hecho de que gobierne la mayoría después de hacer el recuento de votos, es el Estado social, el hecho de que quienes no poseen la riqueza cuenten en la vida pública y tengan el modo de hacerlo.   

Con una retórica que haría sonrojar al mismísimo Paulo Coelho, los doce apóstoles y su Cristo descendido del madero, no paran de evangelizar a base de un “anarco-capitalismo-ultraliberal” (que no se le embote el cerebro, el neoliberalismo salvaje de siempre) entendido como modelo económico de libre mercado desregularizado, de reducción del Estado, de flexibilización laboral y de una visión del individuo renuente a toda imposición social. Una fiesta celebrada por la posmodernidad que quiebra vínculos sociales y sustituye la dimensión política de lo colectivo por lo subjetivo. Un yo enorme cincelado por una libertad ajena a los imperativos sociales, alimentada por la autosatisfacción de los deseos y la mercadotecnia de un superego hedonista que bucea en una inducida realidad sustitutiva. Lo único que este individualismo “darwiniano” legitima es trabajar a favor “de lo mío”. Mediante este reduccionismo irracional todos los proyectos colectivos que aspiran a una sociedad no fundada en torno a la desigualdad y la explotación, quedan redefinidos como vehículos sospechosos de volverse corruptos e incapacitados.

El dogma del individualismo reaccionario niega la utilización de la política para todo cambio social. Creen, con fanatismo religioso, en la disciplina del mercado, ya que el mercado se disciplina naturalmente. Este delirio construido por la economía neoclásica de que el mercado se autorregula solo -a pesar del desequilibrio constante entre recursos disponibles y recursos ocupados- constituye una de las grandes lacras y mayor lastre del capitalismo. Marx fue el primero que se refirió a la sobreproducción para dar cuenta de las crisis. El afán de beneficio lleva a aumentar la producción hasta mucho más allá de la capacidad de compra, no de consumo, con lo que se hace patente la paradoja de que sean invendibles mercancías y servicios. La crisis bancaria global de 2007, que le llevó a Sarkozy a manifestar que había que “refundar el capitalismo”, se edificó, claro está, sobre las impagables hipotecas “subprime” estadounidenses, pero tomó forma de tsunami financiero global cuando la sobreproducción de estos productos tóxicos inundó el flujo sanguíneo de los canales de liquidez de los bancos de inversión y comerciales. Avaricia y sobreabundancia catapultó la crisis. 

Desde las taxonomías oficiosas que intentan explicar la realidad nacen esas libertades liberales que liberan tan poco. El capitalismo financiero especulativo está a la vanguardia de esas libertades. El gran “sueño húmedo” de Milei es pertenecer a ese grupo de caimanes, hoy instalados en el bullicioso Midtown de Manhattan (BlackRock); en las verdes praderas de Valley Forge en Pensilvania (Vanguard) y en la sugerente Boston (State Street). Las “big three” (como las llaman) disponen del 25% de los derechos de voto del S&P 500, considerado el índice más representativo del mercado global. Las tres grandes acaparan -según The Atlantic- entre un 80% y el 90% del negocio. Rob Kapito y Larry Fink fundaron BlackRock en 1988. Hoy su gestora administra activos en todo el mundo valorados en 9,45 billones de dólares. El académico Jhon Coates, profesor de derecho en Harvard, asegura que pronto un puñado de profesionales (no gestoras, sino individuos) tendrán “prácticamente el poder absoluto sobre la mayoría de las compañías cotizadas de Estados Unidos”. Como dice un amigo, “¿Cuándo cae el meteorito”?

Los humanos sabemos gestionar, en ocasiones, la escasez, pero no la abundancia. Por eso hay que garantizar un sistema tributario más equitativo, progresivo y justo. Este gobierno de “idiotas” ya se asoma al abismo. Es tiempo de ponerse a pensar en sentar las bases para desandar el camino transitado, para redefinir una reforma estructural que asegure la sostenibilidad de las finanzas públicas de manera que pueda responder a la financiación del Estado social. Es cierto. Nadie asoma la cabeza. Tal vez no sea tanto el miedo al futuro, sino el miedo a la incapacidad de pensar futuros mejores que el presente que tenemos. Sin duda los hay. Claro que los hay. Pero la gente acaba secuestrada por sus miedos. Como la luna, nosotros también tenemos nuestra cara oculta. Esperando el porvenir, y el porvenir que no llega en este país sujeto con alambre. A lo lejos se escucha a una madre con su bebe de días, chillar: “¡Dónde está el pan que dijeron que traía bajo el brazo!”

 

Por José Luis Lanao * Periodista. Ex Jugador de Vélez Sarsfield, clubs de España, y Campeón Mundial Juvenil Tokio 1979. / La Tecl@ Eñw

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