Qué tiene en la cabeza
Las broncas, berrinches, escraches y pataletas presidenciales escalaron cuando, a mediados de abril, empezó a instalarse el debate sobre un tema central: el plan económico de Javier Milei. El Presidente volvió a perder el control. Casi diariamente disparaba: “son chantas, hacen extrapolaciones absolutamente idiotas, son un poquito arrogantes, deshonestos intelectualmente, pifiadores seriales, son cuadrados, son fanáticos, son fanáticamente arrogantes, caraduras, liberticidas, miopes, ignorantes, se les va a tener que cae la cara de vergüenza, las ridiculeces que dicen”.
En esos días, el politólogo Jaime Duran Barba había escrito: “Normalmente trato de usar números para acercarme a la realidad, superando prejuicios. Los precios están descontrolados, com- parados con los de otros países en los que vivo. El paquete de medicamentos que compro periódicamente cuesta en la Argentina 775 dólares norteamericanos, en Ecuador, 323 y en México, 221”. Casi al mismo tiempo, la escritora y periodista Josefina Licitra publicó en la red social X: “Estoy en Italia. Caja de diez cápsulas de café, 3 euros. Tallarines Di Cecco, 2 euros. Campera de varón de pluma en tienda de marca, 40 euros. Busqué repuesto para una Mont Blanc que no puedo usar porque en Argentina está a 180 mil pesos: acá, 8 euros. Creo que nos están cagando”. Las redes se colmaron de anécdotas similares.
El primero que se animó a sugerir que el rey, tal vez, estaba desnudo fue Mariano Fernández, profesor del Centro de Estudios Macroeconómicos de Argentina (CEMA), que supo ser un gran amigo de Milei.
Fernández escribió en La Nación:
—“La caída de los tipos de cambio financieros (dólar MEP, CCL) respondería a un movimiento transitorio de capitales que, aprovechando que la regla cambiaria es insuficiente (devaluación mensual del 2%), obtienen ganancias de bajo riesgo en dólares. Cuando perciban que el programa muestra signos de debilidad, procederán a dolarizar sus carteras e invertir el flujo de capitales refugiándose en activos externos”.
—“Pese a que muchos economistas quieren disfrazar el cambio de precios relativos como una oportunidad, la realidad es diferente. La apreciación cambiaria, como se dijo, no es fruto de una entrada de capitales permanentes (inversión), sino que es el resultado de mantener el cepo y brindar condiciones de bajo riesgo para hacer rápidamente ganancias en dólares”.
Fernández no solo marcaba un problema macroeconómico. También señalaba que había gente haciendo grandes negocios gracias al esquema diseñado por el Gobierno.
Otros economistas de la ortodoxia, como Carlos Rodríguez, eran más duros aún: “Javier Milei dijo siempre: si hacemos lo mismo de siempre, obtendremos los mismos resultados de siempre. Pero quiere reponer el impuesto a las ganancias, mantiene el cepo, propone subir retenciones, prorrogó Bienes Personales con la misma base por todo su mandato, subió el impuesto PAIS, licuó ingresos… ¡Hace lo mismo de siempre!”. Rodríguez había sido jefe del equipo de economistas del libertario durante la campaña electoral.
La intervención más influyente fue la de Domingo Cavallo, el ministro de Economía que en 1991 diseñó un plan antiinflacionario exitoso. Milei lo ponderaba habitualmente. Aquella historia de los años noventa terminó muy mal en 2001, con la peor crisis económica que se haya registrado en el país. También en ese momento Cavallo era ministro. Luego de aquel estallido, debió atravesar un largo período de ostracismo, durante el cual intentó defender lo que había hecho. En los últimos tiempos, de la mano del fenómeno Milei, Cavallo lentamente había vuelto a transformarse en una referencia para numerosas empresas, economistas y periodistas.
El exministro consideraba que el ritmo de devaluación del 2% mensual debía corregirse. “Si el ritmo del crawling peg activo no se ajustara a un ritmo más cercano a la tasa de inflación, los costos de producción en dólares tenderían a aumentar hacia niveles que desalentarían las actividades de exportación y las sustitutivas de importaciones, poniendo en peligro el superávit comercial, luego de que se agoten las divisas generadas por la cosecha gruesa y los stocks de insumos importados”.
A partir de ahí, las discusiones se volvieron cada vez más ácidas.
Milei sostenía que el Gobierno había logrado un superávit fiscal en tiempo récord. Sus críticos marcaban que había sido logrado mediante métodos que no eran sostenibles en el tiempo. El Presidente explicaba que el Gobierno compraba reservas como nunca. Los críticos señalaban que, en realidad, lo que hacía era posponer los pagos de importaciones, y así incrementaba la deuda en dólares. Además, le recriminaban haber producido una recesión de dimensiones inéditas, una situación completamente incoherente con sus promesas de campaña y su perspectiva ideológica. Milei intervenía en algunos precios, para apurar el descenso de la inflación, aumentaba impuestos sobre el sector privado, mantenía el control de cambios, con lo cual regulaba un precio que definía muchos otros.
Los economistas que le planteaban objeciones eran cercanos a él. No solo Cavallo o Rodríguez. Miguel Ángel Broda, que había sido su jefe años atrás, decía: “El Gobierno está enamorado de la tasa de inflación, pensando que tiene un plan de estabilización. La inflación está bajando, y va a seguir bajando. Pero un programa exitoso es ir a un dígito de inflación anual. Mi impresión es que se va a estabilizar en un número de 4 o 5 por mes, que es altísimo”. También sostenía: “No deberíamos mantener el ajuste del dólar al 2% mensual. Aun con la baja de la tasa de inflación, que va a seguir en mayo y junio, sobre todo si se demoran infelizmente los ajustes de las tarifas, vamos a tener en octubre el mismo tipo de cambio real que tuvimos el 12 de diciembre, que devaluamos un 118%. Eso no es lo mejor para Argentina. Hay muy buenos economistas que dicen que tenemos que tener el dólar que tuvo Néstor Kirchner de 2003 a 2007. Eso es: 1.500 pesos”.
Cavallo agregaba: “El Gobierno va a tener que ocuparse de algo en lo que todavía no se ocupó, que es la economía real, qué pasa con el empleo, con los salarios… Tiene que haber paritarias mensuales”.
John Micklethwait, uno de los editores con más experiencia de la agencia Bloomberg, le preguntó a Milei si no correspondía acelerar el ritmo de devaluación.
—No, porque no tiene ningún sentido hacer eso. Eso lo dicen también algunos economistas locales, que están completamente equivocados. La pregunta es: ¿por qué tengo que hacer saltar el tipo de cambio hoy si el tipo de cambio libre coincide con el oficial? ¿Qué tipo de estupidez es esa de que tengo que hacer saltar el tipo de cambio si el tipo de cambio está alineado con el del mer- cado? A los economistas les cuesta salir de ciertos modelos mentales que traen en la cabeza. Es como decimos nosotros: no la ven. Milei, además, imitaba y se burlaba de sus colegas en los actos públicos. Carlos Melconian, un reconocido economista que había preparado el plan económico de Patricia Bullrich, se levantó y se retiró de un acto público ante un stand up hiriente del Presidente. Milei se burló de él porque había dicho que la dolarización era imposible en las condiciones actuales. La burla era absurda porque las medidas del Presidente confirmaban ese diagnóstico. Sin embargo, igual lo ridiculizaba frente a todo el país. Demasiado pronto para saber quién tenía razón.
A mediados de abril, Milei viajó a Bariloche y se reunió con los hombres más ricos del país en el hotel Llao Llao, uno de los más exclusivos, antiguos y bellos de la Argentina. En los últimos años, había sido adquirido por Eduardo Elsztain, el empresario que pertenecía a la comunidad Jabad-Lubavitch y era un interlocutor habitual del Presidente.
“Hoy es el cumpleaños del Rebe”, les dijo. Solo unos pocos podían saber que se refería al rabino enterrado en la tumba neoyorquina que había visitado, al que algunos miembros de su comunidad consideraban un enviado de Dios. Luego apeló a una parábola bíblica: “Además, estamos entrando en Pésaj, cuando se recuerda la salida de Egipto. Pero esto es muy interesante, porque después de las diez plagas que caen sobre Egipto y todo lo que pasó, Moisés lleva al pueblo hasta el Mar Rojo y le piden que lo abra. Moisés golpea el báculo y le dicen ‘abrilo’. Y les dice ‘que se manden’. ‘No, no, que lo abra y entramos’. Y les dice ‘no, tienen que tener fe, tienen que mandarse, tienen que entrar y cruzar’. Y el agua no se abría, y del otro lado estaban los egipcios, o sea, la esclavitud, que se los venían a llevar puestos. Y ahí, cuando el príncipe heredero se lanza y cree y confía, se abren las aguas y ahí se da la liberación final. ¿Qué quiere decir eso? Muchachos, en algún momento van a tener que poner las pelotas, van a tener que invertir, se van a tener que jugar para que se abran las aguas y seamos libres. ¡Viva la libertad, carajo!”.
La inflación había sido de 25 puntos en diciembre, de 20 en enero, de 13 en febrero. En marzo había bajado a 11 puntos. Los distintos cálculos aproximados de pobreza marcaban que había subido alrededor de un 10%, un récord en tan corto período. La imagen social de Milei seguía alta. Era un hecho mágico. El Presidente seguía encandilando a la población, incluidos sus seguidores más pobres.
A la discusión sobre el plan económico se sumó otro episodio inesperado. El 23 de abril, al menos un millón de personas salió a la calle para protestar contra el Gobierno. Fue una de las manifestaciones más imponentes de la historia argentina. Como había hecho con las provincias, con los hospitales, con los jubilados, con la obra pública, e incluso con la asistencia a enfermos oncológicos, el Gobierno había decidido reducir al mínimo los envíos de dinero a la universidad pública de todo el país. Milei justificaba la medida con el argumento fiscal, pero además ponía en duda la propia existencia de esa universidad. Sostenía que allí se adoctrinaba a los estudiantes y que se financiaba con impuestos que pagaba toda la sociedad “a punta de pistola”.
El Gobierno podía haber impulsado la discusión acerca de si el gasto universitario se aplicaba de manera eficiente, si había derroche o corrupción, si correspondía cobrar un arancel a los estu- diantes que habían asistido a colegios privados en la secundaria. En lugar de hacer eso, planificó un ataque frontal, sin dar espacio a una negociación. Los docentes anticipaban que en pocos meses deberían cerrar algunas facultades, lo que ponía en riesgo el proyecto de vida de cientos de miles de jóvenes, y frustraba a sus familias.
La presión subió a tal punto que ese 23 de abril las calles y plazas del país recibieron a una multitud inédita en defensa de uno de los logros históricos de la sociedad argentina. Unos días después, el Gobierno decidió abrir una negociación y se comprometió a enviar, paulatinamente, parte de los fondos que había recortado.
Lo ocurrido con las universidades reflejaba un hecho nuevo: ante un límite, Milei pataleaba, se enfurecía, insultaba, pero también negociaba.
Luego de la derrota parlamentaria de enero, el Presidente había iniciado una extenuante negociación con los diputados de la oposición, a los que había tratado de ratas, para aprobar la ley ómnibus. Hacia fines de abril, logró que la Cámara de Diputados la aprobara luego de conceder dos tercios de su contenido. Era una ley mucho más pequeña. El corazón de lo aprobado consistía en un régimen de incentivos para grandes inversiones, donde la Argentina concedía a las inversiones extranjeras condiciones mucho más favorables que a cualquier empresa local o ya instalada en el país: pagarían un 10% menos de impuesto a las ganancias que el resto, podrían liquidar fuera del país todas las divisas producto de la exportación, no se les imponía ninguna obligación de comprar insumos a proveedores locales –algo típico de estos regímenes en otros países–, y se les garantizaba estabilidad fiscal por treinta años. En el área fiscal, además, se eliminaba el régimen de monotributo social, que permitía a los trabajadores más pobres realizar un aporte más bajo que el resto a cambio de recibir, por ejemplo, cobertura de salud. Al mismo tiempo, se reducía casi a cero el impuesto a la riqueza. Se eliminaban las sanciones a los empleadores que no regularizaran a las empleadas domésticas y se permitía un blanqueo de capitales ocultos, con mínimas condiciones y las tasas más generosas de la historia.
Ese era el sesgo del Gobierno que había ganado las elecciones. Esta vez, de todos modos, la ley se había aprobado en Diputados bajo las normas de la democracia. Milei perdía cuando se ponía extremo y daba algunos pasos cuando negociaba. Era capaz, además, de utilizar todos los recursos al mismo tiempo: presionar, insultar, escrachar, negociar, ser rígido, ser flexible. Por momentos, parecía menos irracional de lo que era, o –quién sabe– menos irracional de lo que parecía. ¿Era loco? ¿Se hacía el loco para después negociar? ¿Eran dos Milei distintos? En todo caso, sería muy necio no admitir que se trata de una personalidad compleja.
La inflación de abril fue del 8,8%. Seguía bajando. Milei se volvió a burlar de los economistas que lo criticaban. “Ayer conocimos la tasa de inflación. Fue 8,8. Pero nosotros estamos recomponiendo precios relativos. Está ocurriendo. Lo que pasa es que, para los que le pifiaron, es más fácil decir que no hay plan de estabilización. Si no hay plan de estabilización, ¿qué creen? ¿Que baja de casualidad la inflación?”. A quienes lo criticaban porque su plan imponía demasiadas regulaciones, les decía: “Hay algunos utópicos que son completamente imbéciles y estúpidos. Me piden que vaya derecho, cuando a veces, si vas derecho, te matás. Sos idiota, sos un completo idiota… La mayoría de los economistas son una manga de brutos que no entienden nada”. Sus mediciones de imagen resistían sin dificultad.
A mediados de mayo el Presidente viajó a España para participar de una convención del partido ultraderechista Vox y desató otro escándalo.
Milei apareció en un estadio con diez mil personas que lo recibieron como a un rock star: “¡¡Libertad, libertad!!”, le gritaban. Vox representaba uno de los tantos partidos que cuestionaban el orden vigente en los países democráticos tradicionales, por su pasividad ante el ingreso de inmigrantes, pero también por su progresiva tolerancia a conductas individuales que reprochaban con mayor o menor franqueza: el divorcio, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la interrupción legal del embarazo. Milei se abrazaba a los religiosos ortodoxos en Israel, a Donald Trump en los Estados Unidos y, ahora, a la derecha radical europea. En el mismo congreso de Vox, el secretario de Culto de Milei, Francisco Sánchez, cuestionó, precisamente, que en la Argentina se hubiera aprobado una ley de divorcio vincular y otra que permitía casarse legalmente a dos personas del mismo sexo.
Milei desplegó allí su discurso anticomunista clásico. “Mi tarea histórica es ser un humilde divulgador de las ideas de la libertad. Estoy convencido de que hoy más que nunca estas ideas y valores necesitan ser defendidos del asedio del maldito y cancerígeno socialismo. Nunca se olviden de que los malditos socialistas asesinaron a 150 millones de seres humanos”.
Así explicó su programa: “¿Saben qué es lo mejor para los trabajadores? Que pacten contrato libremente con sus empleadores. ¿Saben qué es lo mejor para las mujeres? Dejar de tratarlas como víctimas que necesitan cuidados especiales. Yo me pregunto: ¿acaso los socialistas consideran a las mujeres como seres inferiores para estar otorgándoles privilegios? ¿Saben qué es lo mejor para el planeta? Dejar que el mercado encuentre, como ha hecho siempre, las mejores soluciones. ¿Saben qué es lo mejor para los niños? Un padre y una madre que los conocen mucho mejor que cualquier burócrata. ¿Y saben cómo se logra esto? Retirando al Estado parasitario de la vida de las personas y dejando que los ciudadanos sean libres”.
Luego explicó: “En la Argentina estamos haciendo el ajuste más grande y abrupto de la historia humana, y para el espanto de todo el zurderío, la sociedad nos sigue apoyando. Llora la izquierda local e internacional”.
En medio de ese discurso, sugirió que la mujer del presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, era corrupta y él la encubría.
Fue ovacionado.
Su magia invadía España.
El gobierno español retiró a su embajador en la Argentina.
“Pedrito, te tengo al borde del nocaut”, se burló Milei. Otra vez el mundo hablaba de él.
Unos pocos partidarios empezaban a enfadarse, a plantear dudas, a alejarse. Un ejemplo interesante de esas reacciones fue un editorial de Jaime Bayly, quien había entrevistado a Milei antes de las elecciones y había apoyado explícitamente su candidatura. A medida que el libertario avanzaba en sus primeros meses de gobierno, Bayly empezó a fastidiarse. Primero, reaccionó frente a expresiones homofóbicas de distintos personajes vinculados a Milei.
Cuando Milei hizo lo que hizo en España, Bayly dijo:
—“Milei se asoció al club de la extrema derecha europea. Ese club no es precisamente una reunión de liberales. Qué ocurrencia. Vox y los partidos de extrema derecha no son liberales, son fuertemente antiliberales, conservadores, por lo general conservadores religiosos”.
—“Entiendo que Milei se pelee con Díaz-Canel, con Ortega o con Maduro. Pero España no es una dictadura. España tiene un presidente socialista, que es democrático, que ha sido elegido por el pueblo. La economía española marcha bastante bien. O sea, tampoco es verdad que, si la derecha no gobierna, la economía se va al carajo, como dice Milei. En los países más exitosos de Europa, no siempre gobierna la derecha. Pienso en Alemania, pienso en Francia, pienso en los países escandinavos. Allí muy a menudo gobiernan los socialdemócratas y lo hacen bien, y son países felices, donde la clase media vive bien y nadie se quiere ir del país”.
—“Milei se va al extremo de Vox, unos señores que a mí no me caen demasiado simpáticos. Y que no son liberales. Mentira que sean liberales. Mentira. Están contra el aborto, están contra los inmigrantes, están contra las minorías sexuales y un largo etcétera ominoso”.
—“Milei tiene que entender que, en la vida, hay que celebrar la diversidad. No todos pueden ser de extrema derecha. No, no. Hay gente de derecha más moderada, hay gente de centro estimable, hay gente de izquierda pero que es democrática, que es honorable, que es decente, y hay gente de izquierda que, cuando llega al poder, gobierna bien. Ustedes dirán: ¿quién?, ¿quién? Chile, después de Pinochet, tuvo treinta años de gobiernos de izquierda y esos gobiernos de izquierda hicieron un trabajo formidable. A ver, ¿quién más?, ¿quién más? Felipe González fue presidente del gobierno español casi dos décadas, y gobernó muy sabiamente. Entonces, es una idiotez decir que, si no gobierna la extrema derecha, la economía española va a terminar como la venezolana o como la cubana. No, no seamos tan burdos, no seamos tan ignorantes. Y sobre todo, tan maniqueos. Si no estás conmigo, estás contra mí. Y entonces te insulto, insulto a tu esposa y me voy después de haber arrojado salivazos a todo el mundo”.
En esos días aparecieron datos estremecedores sobre la evolución del plan económico de Milei. El Banco Central reportó la baja de 275 mil cuentas sueldo. Ese recuento ha sido siempre un reflejo bastante aproximado de lo que ocurre con el empleo en el país, salvo por un detalle: no incluye el empleo en negro. O sea que las personas que habrían perdido el trabajo seguramente eran muchas más. Se trataba de una caída que casi no registraba antecedentes, por fuera de períodos de crisis extremas, como las de 1989 y 2001, o de la pandemia. En este caso, lo único que había ocurrido era que Javier Milei y Luis Caputo habían puesto en marcha su plan de gobierno.
Ese dato se complementaba con otro igualmente inquietante. El Indec informó que en el tercer mes del año la economía se había achicado más de un 8%. Tres cuartas partes de la caída se habían producido desde los anuncios del cambio de régimen económico posteriores al 10 de diciembre. Los números habrían sido peores de no haberse computado la evolución del sector agropecuario, cuyo crecimiento respecto del año anterior se debía, simplemente, a un factor climático: no había sequía.
Por Ernesto Tenembaum / Perfil