La abolición del Estado

Actualidad14 de julio de 2024
Schlattma-CC

La abolición del Estado fue siempre una consigna de los primeros anarquistas que se referenciaban en Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865) y sus discípulos Mijail Bakunin (1814-1876) y el príncipe Piotr Kropotkin (1842-1921). En el opúsculo La Anarquía, el italiano Errico Malatesta (1853-1932) se pregunta “¿por qué abdicar en manos de unos cuantos individuos nuestra propia libertad y nuestra propia iniciativa?”. Considera que la clase de propietarios, “por la superioridad de sus medios y la multiplicidad de intereses que abraza, llega siempre a someter más o menos abiertamente al poder político, o sea el gobierno, para hacer de él su gendarme”. De allí que considere que “el gobierno, o como se le llama, el Estado justiciero, moderador de las luchas sociales, administrador imparcial de los intereses públicos, es una mentira, una ilusión, una utopía jamás realizada y jamás realizable”.

La lectura de estos textos, escritos cuando todavía la democracia no se había asentado y no existía el Estado de bienestar, pecan de una cierta ingenuidad porque no ofrecen una alternativa más o menos convincente. Por ese motivo, no deja de producir perplejidad que esas tesis de los primeros anarquistas, que hicieron de la pobreza un dogma de fe, sean hoy retomadas por los hombres más enriquecidos del planeta, los magnates del Silicon Valley, que aborrecen de toda regulación estatal y quieren trasladar a los elegidos a otros planetas. 

Las tesis de Huerta de Soto

Jesús Huerta de Soto, catedrático de economía política de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, se ha convertido en el actual propagador de las tesis de aquellos abnegados anarquistas del siglo XIX. Javier Milei considera a Huerta de Soto como su mayor referencia intelectual y no por casualidad fue convocado a dar una conferencia el día en que el Presidente argentino recibió una medalla concedida por el Instituto Juan de Mariana en Madrid. Las tesis acerca del rol del Estado de Huerta del Soto han quedado fielmente reflejadas en una publicación del año 2007 titulada Liberalismo versus anarco-capitalismo, en la que, según el autor, explica “por qué el programa del liberalismo clásico es teórica y prácticamente imposible, y por qué el único sistema de cooperación social plenamente compatible con la naturaleza del ser humano es el anarco-capitalismo”.

Según Huerta de Soto, el programa del ideario liberal es teóricamente imposible en la medida en que acepta la existencia de un Estado (aunque sea mínimo) entendido como la agencia monopolista de la coacción institucional. Considera que el Estado no es necesario y que los servicios que hoy presta el Estado, como carreteras, hospitales, escuelas, orden público, etcétera, “pueden producirse con mucha más calidad y de forma más eficiente, barata, y conforme con las cambiantes y variadas necesidades de cada persona, a través del orden espontáneo del mercado, la creatividad empresarial”.

El profesor español se cuida de diseñar alternativas y justifica esa ausencia señalando que “no puede pretenderse que expongamos aquí con detalle cómo funcionaría la provisión privada de los que hoy se consideran como bienes públicos” porque “no pueden conocerse hoy las soluciones empresariales que un ejército de emprendedores daría a los problemas planteados si se les dejase hacerlo”. No obstante, la confianza en el orden espontáneo del mercado es absoluta y Huerta de Soto está convencido de que la empresarialidad creativa puede resolver cualquier dificultad.

Confrontando con la realidad

La tesis de la abolición del Estado para que sea reemplazado en su accionar por la iniciativa empresarial suena tan fantasiosa que es difícil imaginar cómo podría implementarse. Tomemos como ejemplo el caso de Estados Unidos, que gasta la friolera de 916.000 millones de dólares en gasto militar (37% del total internacional) para sostener 254 bases militares y alrededor de 173 tropas desplegadas en más de 70 países por todo el mundo, según datos recopilados en un informe del Conflict Management and Peace Science Journal. El profesor David Vine, de la American University de Washington, sostiene que en realidad las bases son alrededor de 800 porque el Pentágono no informa de todas sus instalaciones militares en el mundo. En cualquier caso, lo cierto es que este enorme aparato militar se sostiene en base a la recaudación de impuestos y algunas otras prebendas de la república imperial como es el señoraje sobre el dólar. Algunas de las inversiones en la industria militar alimentan una inmensa red de empresas privadas, pero sin un organismo coordinador con capacidad de recaudar impuestos parece imposible imaginar un despliegue semejante.

Por otra parte, debe tenerse presente que la existencia de un poderoso Estado de bienestar en los países europeos ha sido fruto de una decisión política tomada por el ordoliberalismo alemán al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Se buscaba el establecimiento de economías sociales de mercado basadas en la competencia y la libre iniciativa empresarial como elementos centrales, con un activo rol estatal en su regulación y en el acceso de todos los ciudadanos a ciertos bienes públicos como la salud, la educación y la seguridad social. Los pensadores de esta corriente habían tomado debida nota de que la concentración del poder económico en algunos monopolios había propiciado el ascenso del nazismo. Parece difícil que se pueda retroceder en este aspecto y la consolidación de la Unión Europea con un frondoso acervo comunitario basado en instituciones estables que garantizan la democracia, el Estado de derecho, los derechos humanos y el respeto y la protección de las minorías parece algo irreversible.

Finalmente, cabe argumentar que, como señala Hans Kelsen en su Teoría General del Estado (1926), “la persona del Estado es sólo una expresión hipostática para designar el sistema del orden jurídico de modo que Estado y Derecho son dos expresiones que denotan un mismo objeto… En suma, el Estado es la expresión conceptual de la unidad del orden jurídico”. Rechazando las tesis de que el Estado es el producto de una apropiación violenta como sostenía Frank Oppenheimer, autor seguido por los anarco-capitalistas, considera que el poder raramente se basa en la fuerza física y se apoya en un reconocimiento de los que a él se someten. De un modo intuitivo inmediatamente se percibe que lo opuesto al Estado, es decir al orden jurídico establecido en el espacio geográfico de una comunidad organizada, es la ley de la selva, la justicia por mano propia, la ley del más fuerte. De modo que las tesis que consideran al Estado “una organización criminal”, como sostiene Milei y los anarco-capitalistas, sólo puede entenderse como una excusa retórica de los que aspiran a eliminar los impuestos y diseñar una sociedad imaginaria en la que los leones disfruten de la compañía de las gacelas. 

El gradualismo de Popper

Las ensoñaciones de los anarco-capitalistas forman parte de un nutrido conjunto de distopías escritas a lo largo de la historia que permanecen cubiertas de polvo en los anaqueles de las bibliotecas. Sin embargo, cuando alguien que ocupa la Presidencia de la República las asume como potencialmente operativas, los riesgos de someter a un país a experimentos de ingeniería utópica son considerables. A estos delirios le caben las mismas críticas formuladas por Karl Popper al estalinismo soviético en su conocido ensayo La sociedad abierta y sus enemigos (Ed. Paidós) escrito en 1957, en el ardor de la guerra fría. Sostenía Popper que, para el ingeniero utopista, la reconstrucción de una sociedad es una enorme empresa que debe acarrear considerables perjuicios a mucha gente y durante un considerable espacio de tiempo. La idea de reconstruir la sociedad desde sus cimientos, provocando cambios de vasto alcance, cuyos resultados prácticos son muy difíciles de calcular, basado en la lucha por un ideal, es radicalmente opuesta al método gradualista que busca la aprobación y el acuerdo de un gran número de personas. “Consecuencia de ello será que el ingeniero utopista no tendrá otro remedio que hacerse sordo a las quejas y, en realidad, deberá convertir en parte de sus tareas ordinarias la supresión de las objeciones consideradas irrazonables. Pero junto a estas, se verá forzado a suprimir, invariablemente, también la crítica razonable”. Según Popper, la tentativa utópica de alcanzar un estado ideal, exige, por su carácter de gran empresa, un gobierno fuerte y centralizado, que puede derivar fácilmente en un régimen autoritario.

No habría que subestimar esos riesgos cuando frente al gobierno tenemos a un líder mesiánico, rodeado de cinco perros que lo asesoran gracias a la ayuda de una hermana médium, que considera que ha recibido una suerte de mandato bíblico proveniente de “las fuerzas del cielo” para erradicar el monstruoso Leviatán que nos atormenta.

 

Por Aleardo Laria Rajneri / El Cohete

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