Estado de malestar
“Es más fácil imaginar el fin del mundo,
que el fin del capitalismo”
Fredic Jameson
Transcurridos unos días desde las elecciones al Parlamento Europeo y de las elecciones adelantadas en Reino Unido y Francia, tal vez resulte útil intentar una aproximación a la realidad del continente que aun hoy, y después de siglos de colonialismo y genocidios a domicilio, se sigue considerando a sí mismo como el “Faro Civilizatorio de la Humanidad” y que pretende seguir influyendo, de manera manifiesta, en América Latina.
Desde los tiempos del Virreinato, la fascinación por las ideas europeas y la utopía de copiar la Revolución Francesa ha sido un gran debate aun dentro de las filas patriotas, entre aquellos que creían que había que hacer una Revolución “a la francesa” y aquellos que creían que liberar a nuestro continente implicaba una serie de acuerdos con “los enemigos de nuestros enemigos” para fortalecer nuestra posición emancipatoria. Tal vez Mariano Moreno y José de San Martín hayan sido los rostros más visibles de aquellos debates. El aporte de cada uno de ellos a la liberación del continente, en términos fácticos y prácticos, nos da una idea, también, del éxito de cada estrategia en términos concretos.
Párrafo aparte para el patético presente de la tumba de José de San Martín, nunca reconocido en su real dimensión y homenajeado como sí lo es Artigas ocupando la centralidad de la Plaza Principal de Montevideo. San Martín aún permanece “escondido” dentro de la Catedral de Buenos Aires, que no sólo conspiró contra la emancipación americana como brazo colonizador del Reino de España, sino que estuvo presente en todas las conspiraciones contra el movimiento popular argentino desde aquellos años. Tal vez la “ignorancia belgraniana” de algunos gobiernos, al suponer un rol menor de San Martín, ha hecho que aún no tenga el homenaje que merece. El propio Belgrano, rescatado por San Martín de su fracaso en el Ejército del Norte, no estaría de acuerdo con semejante estupidez.
Años después, la invasión Franco-Británica explicitaría el rol que “la gran Europa” asignaba a nuestras pampas y la decisión de San Martín de entregar su sable a Juan Manuel de Rosas dejaría aún más explicita su opinión sobre los “civilizadores europeos”.
Ya en el Siglo XX haría su aparición el peronismo, propiciando una independencia de los factores de poder e influencia internacionales de la época, y planteando lo que debiera haber sido, y no fue, una dimensión estratégica y definitiva de nuestra política exterior: la Tercera Posición y el Nacionalismo Popular.
Terecra Posición Justicialista
Europa odiaba y odia al peronismo desde siempre, como a cada cosa que amenaza su hegemonía política ideológica, y lo descalifica tildándolo de autoritario. Los mismos que mataron millones de personas en el África, los mismos que destruyeron Argelia, los mismos que condenaron a la servidumbre a la India, los mismos que masacracron y violaron mujeres y niños a lo largo de toda América Latina, nos dicen que el peronismo es autoritario y el “populismo” una amenaza para la comunidad. Esto sucede con el oportunista aporte de algunos compañeros, que en su vocación de seminaristas europeos con gastos pagos, nos dicen que la actualización del peronismo es el Progresismo de Agenda 2030, explicitando una vocación de sometimiento euro centrista notable.
En este estado de cosas transcurrieron las elecciones recientes en Europa, con dos banqueros al frente de los gobiernos del Reino Unido y Francia en esta nueva política de “países gobernados por sus dueños” que nos trajo el neoliberalismo globalizador post derrumbe del Muro de Berlín. Desde entonces, las corporaciones transnacionales y el Departamento de Estado decidieron que ante el final de la “amenaza comunista” era posible desinvertir en derechos sociales ante la desaparición de la amenaza de cambios indeseables.
La alternativa a la de “países gobernados por sus dueños” puesta en práctica en estos años recientes parece ser el nuevo “internacionalismo financiero progresista”, heredero impostor del viejo internacionalismo obrero de la izquierda europea y que tiene en el Pardito Socialista Europeo a su máximo articulador institucional.
Mientras tanto, las grandes corporaciones transnacionales han construido la opción de la ultraderecha para “ahorrar aún más”, ya que ni siquiera les resulta soportable la existencia de Estados, impuestos y salarios en relación de dependencia, los tres grandes enemigos de esta instancia de la globalización. Como en nuestra infancia nos citaban a monstruos de todo tipo para disciplinarnos, hoy aparece la ultraderecha, creada por ellos mismos, para generar “acuerdos democráticos” que nos libren de ese “peligro” y que en realidad significan asumir como permanente la actual injusticia social ante la posibilidad de “estar aun peor”. La deriva conservadora de la otrora portadora del cambio es sencillamente aberrante. El triunfo cultural de esta derecha financiera, claramente peor que la vieja derecha política -sólo comparar a Jacques Chirac con Enmanuel Macron debiera permitirnos entender de lo que hablamos- parece de dimensiones gigantescas.
Jeremy Corbyn y Jean-Luc Mélenchon.
En este panorama sólo merecen destacarse por su coherencia y valentía muy pocos dirigentes realmente populares. Jeremy Corbyn en Reino Unido, Jean-Luc Mélenchon en Francia y Sahra Wagenknecht en Alemania, quien en su excelente libro “Los engreídos, un contraprograma en favor del civismo y de la cohesión social”, cuestiona severamente lo que ella considera la deriva por la que ha discurrido la que se auto denomina izquierda europea y parte también de la latinoamericana.
El caso de Corbyn nos da una idea clara de lo que significa esta “nueva izquierda europea”, brazo político en el continente del Partido Demócrata de Estados Unidos y de la Banca Internacional. Un poco de números de la elección reciente en Reino Unido nos permite ver que la supuesta “perdida de representatividad” del Laborismo en la era Corbyn fue sólo una mentira para desplazarlo de la Jefatura Laborista en Reino Unido, por no someterse al Departamento de Estado y a las políticas de su aliado estratégico, el genocida israelí Benjamín Netanyahu. De hecho, Starmer obtuvo sólo un 1,6% más que Corbyn en 2019, un 33% de los votos, muy muy lejos del 40% de Corbyn en 2017. La «gran elección» se debió al desastre Tory de Rishi Sunak, a la aceptación de Starmer para expulsar a Corbyn y aceptar ser un «obediente» Prime Minister del Departamento de Estado en el Reino Unido, y a un sistema electoral de circunscripciones uninominales, que distorsionan de manera notable la relación de bancas obtenidas con respecto a votos cosechados. El sistema electoral de Francia, aún peor que el de Reino Unido y armado en la Quinta República con ballotage uninominal al solo efecto de que el entonces poderoso Partido Comunista Francés no se hiciera con el gobierno, fue el factótum principal, junto al acuerdo explícito entre el Nuevo Frente Popular y el macronismo, con el que se evitó la mayoría parlamentaria de la fuerza de Marine Le Pen, que de todos modos fue la más votada aún en el ballotage con casi el 34% de los votos por delante del Nuevo Frente Popular que obtuvo el 28%. Toda la “izquierda”, a la que llamarla así es sólo por un gesto de comprensión condescendiente, tiene 182 diputados de 577 escaños. Cerca de un tercio contra el 67% de las bancas que ocuparan el macronismo y la fuerza de Le Pen. A esto hay que agregar que todas las fuerzas del Nuevo Frente Popular que no pertenecen a la Francia Insumisa de Mélenchon, ven con más agrado un acuerdo “republicano” con Macron -que seguirá en la Presidencia hasta 2027- que apoyar a la candidata a primera ministra de Mélenchon, ya que ni siquiera es él mismo el candidato de la Francia Insumisa, si no la electa a la Asamblea Nacional Clémence Guetté, elegida en el segundo distrito electoral de Val-de-Marne.​
América Latina debe dejar de mirarse en el “espejo europeo”. El progresismo de neoliberales de pretensión ecológica y multicultural no es una opción a considerar en nuestros países para el triunfo de gobiernos populares. El “viejo populismo latinoamericano de Perón, Cárdenas y Vargas es mucho más importante en nuestra historia y presente. El progresismo euro centrista ha castrado el potencial transformador del populismo latinoamericano. Mientras el populismo surgió cuando ya existían las condiciones para sustituir a la oligarquía terrateniente por la burguesía industrial y una nueva clase obrera que impulsara el régimen de acumulación por sustitución de importaciones, el progresismo emerge como “delegación” cuando se ha iniciado el declive del régimen neoliberal global, pero aún, no se ha debilitado el poder del capital financiero y corporativo con base en el hemisferio norte, ni se vislumbra su sustitución por otro sector. Esto lleva a una incapacidad del progresismo para impulsar cambios estructurales. Esto es lo que padecen los sectores populares europeos y lo que debemos evitar en América Latina.
Nuestra historia, nuestras ideas y nuestras tradiciones son las que nos sacaran de este laberinto, no la admiración absurda de lo que sucede en Europa, que de elogiable no tiene nada.
El Nacionalismo Popular sigue siendo nuestra llave. Lo otro es una moda oportunista colonial.
Por Marcelo Brignoni * Analista político / La Tecl@ Eñe