Domados y organizados
En la foto penumbrosa de la Casa Histórica de Tucumán la única que sonríe de oreja a oreja es Karina Milei. Y, aparentemente contento, el sanjuanino Marcelo Orrego. Los otros diecisiete gobernadores que firmaron el Pacto de Mayo pasada la medianoche helada del 9 de julio miran en direcciones distintas. Bocas fruncidas. Ojos resignados. Están allí, en representación de las dos cámaras del Congreso, Martín Menem y Bartolomé Abdala. Javier Milei aguanta la respiración para escondar la papada. Disfruta. Los tiene a todos ahí, con la rienda corta. Está aprendiendo a gobernar.
Un rato antes de la foto estaban dispuestos en dos filas contra las paredes laterales del pequeño salón. Uno por vez, siguiendo el orden alfabético de sus provincias, los gobernadores desfilaron hacia la mesita donde los esperaba el Presidente para firmar el acuerdo libertario de diez puntos. Ahí sí no se aguantaron las risitas, entre cómplices y nerviosas.
No ha pasado tanto tiempo. Fue en enero que los gobernadores patagónicos firmaron un duro documento contra la primera versión de la Ley Ómnibus. En marzo los diez gobernadores de la envalentonada Liga de del Norte Grande atacaban en bloque el ajuste ultraortodoxo del presidente. Desde Chubut, Nacho Torres amenazaba con cortar el suministro de petróleo y decía que todos los gobernadores estaban “hartos de la soberbia y la lógica patoteril”. Desde Roma, al lado del Papa Francisco, el santiagueño Zamora decía que el ajuste de Milei era “un error gravísimo y de una gran ignorancia en términos técnicos”. Y esta noche están todos juntos. Bueno, todos no. Hay cinco renegados que faltan. Pero no importa. La foto queda y Milei crece.
Llegó al gobierno con un puñado de influencers, cosplayers y gamers montado en el descontento social y empujado por algunas fortunas interesadas. Empoderó a algunos marginales y resucitados de la política para que lo ayudaran a gestionar un Estado que desconocía y odiaba a la vez. Demoró seis meses en aprobar su Ley Bases y ahora logró lo más difícil: domar a los gobernadores, viejos o jóvenes zorros que mueven los resortes de la política subnacional y condicionan cualquier proyecto de país. Entonces, dos preguntas: ¿Cómo lo hizo? ¿Qué va a poder hacer ahora?
Divide y reinarás
La función de Guillermo Francos no cambió mucho entre sus meses como ministro del Interior y el tiempo que lleva como jefe de Gabinete. Se pasó estos meses haciendo el acting de la construcción de consenso. Con sus cejas peludas y la cara apenas arrugada sobre el cráneo fuerte, casi siempre de traje gris, Francos es el único hombre del gabinete que parece un veterano de la política. Un septuagenario erguido de voz cavernosa y gestos mesurados, que habla entre la risa cansada y el reto. Impone una mezcla de autoridad y confianza.
Se ha sentado en decenas de mesas a negociar con los jefes de las provincias. O a hacerse el que negocia, porque en el entorno de los gobernadores coinciden en algo: más que un buen negociador, Francos es apenas un viejo peronista que puede sentarse a hablar con cualquiera y fingir gestión. Es más un mensajero que lleva y trae entre los gobernadores y quienes deciden qué se hace con la plata para las provincias: Karina y Toto Caputo. Pero fue Francos, con las instrucciones de arriba, el encargado de ir ganándose a los dieciocho, uno por uno.
Los diez gobernadores de Juntos Por el Cambio estaban de su lado, desde el principio, gracias a la alianza que se dio en la segunda vuelta de las elecciones. Por eso, después del primer encuentro federal del 19 de diciembre se mostró en conferencia de prensa con tres peronistas de gamas diferentes: el catamarqueño Jalil, el salteño Sáenz y el cordobés Llaryora. Al frente de la segunda provincia más grande del país, y debutando en su gobierno, Llaryora se convirtió rápidamente en un aliado clave. En la apertura de sesiones legislativas del 1 de marzo en el Congreso asintió confiado con la cabeza cuando Milei reveló su estrategia del Pacto de Mayo durante el discurso.
Pero el tiempo no le alcanzó a Francos para seducir suficientes gobernadores hasta el 25 de mayo. Y frustrada la firma en Córdoba, entró en escena otro aliado clave. Osvaldo Jaldo llevaba años tratando de soltarse. Desde que asumió como gobernador interino en septiembre de 2021, cuando Manzur asumió como jefe de Gabinete de Alberto Fernández, se peleó y se amigó con su antecesor, ganó las elecciones en 2023 y ni bien pudo se lo sacó de encima. Jaldo es un dirigente del interior provincial que casi no tenía vínculos en Buenos Aires. En Tucumán se lo atribuyen a su miedo a viajar en avión y a que hacía todo bajo la sombra de Manzur, hasta que cobró vuelo propio. Y allí lo esperaba Francos. Se reunieron a solas el 4 de enero y a partir de ahí empezaron a construir. A fin de mes, tres diputados nacionales que responden al gobernador se escindieron del bloque del PJ para armar el Bloque Independencia y sumaron votos clave para aprobar la Ley Bases.
En Tucumán, Jaldo tiene la presión del sector citrícola-azucarero y de grandes empresas como el Grupo Lucci, vinculados a la Fundación Federalismo y Libertad, un potente think tank de la derecha.
Con todo, el tucumano se convirtió en una pieza clave del armado libertario. Francos le prometió apoyo político y fondos para las obras públicas paradas. La más importante: una cárcel en Benjamín Paz que esperan inaugurar como obra emblemática de la gestión en diciembre.
Con la misma promesa de reactivar obras y fondos, Francos se fue ganando incluso a los más críticos.
A Nacho Torres, que había liderado el levantamiento de los patagónicos en enero, le prometió activar el envío de obras frenadas. Puntualmente hablaron de la doble vía entre Comodoro Rivadavia y Caleta Olivia, detenida hace años porque se la habían adjudicado a Cristóbal López. Es una obra fundamental para el gobierno de Chubut.
El bloque de diez gobernadores del norte, que había amagado a convertirse en un polo de poder a tener en cuenta, se disgregó a fuerza del manejo de la billetera. Más de la mitad de las provincias no pueden pagar sueldos si no reciben el anticipo de coparticipación, manejado discrecionalmente por Toto Caputo. La Liga del Norte Grande se reunió por última vez en marzo con la presencia de Francos, que estuvo allí como quien firma un acta de defunción.
El salteño Gustavo Sáenz jugó su ficha para arrimarse a los libertarios y empujó por otro lado la firma del Pacto de Güemes. El 20 de junio recibió en Salta a la vicepresidenta, Victoria Villarruel, en un acto donde también estuvieron Jaldo, Zamora, Jalil y el jujeño Carlos Sadir. El documento ponía un orden de prioridades de obras que los gobernadores marcaban como necesarias. Y cerraba: “Quienes aquí adherimos no lo hacemos en nombre de ningún partido o sector político. Lo hacemos por Salta y por el País”.
Entre marzo y julio Francos mantuvo decenas de reuniones con casi todos los gobernadores. La mayoría en solitario. Alguna que otra en grupos. Uno de los últimos fue Zamora, el 2 de julio, a quién le prometió reactivar la autopista Santiago-Termas-Tucumán, clave para el turismo en la región. El santiagueño no confirmó su firma en el Pacto de Mayo hasta unas pocas horas antes de la reunión en Tucumán.
Al final, Francos conquistó a 18 de 24. Nada mal.
Los seis indomables
Atrás quedaron Kicillof, Ziliotto, Quintela, Melella, Insfrán. Si se permite la figura futbolera, una línea de cinco dura, a la que igual le va a costar aguantar los pelotazos del libertarianismo recargado que ahora va a poder empujar el gobierno de Milei. A ellos se les sumó, anoche, el santacruceño Vidal que sorpresivamente se bajó de la firma.
De todo ese grupo el gobernador de Buenos Aires es el único que parece tener espalda económica. Sostiene la obra pública y las políticas de salud y educación con fondos provinciales mientras intenta jugadas horizontales. En mayo se mostró con Nacho Torres en Chubut, a quien le entregó quince ambulancias en comodato para las prestaciones de salud locales, y con Pullaro en Santa Fe, para firmar un acuerdo contra el avance del crimen organizado. Un rato antes de la firma de la reunión de gobernadores en Tucumán, twitteó: “El único pacto que aceptamos en la provincia de Buenos Aires es el que defiende el federalismo, la industria, el trabajo y los recursos nacionales”.
Habrá que ver cómo sigue el vínculo con el resto de las provincias. Uno de sus aliados clave será el pampeano Sergio Ziliotto. Juntos lanzaron en junio un programa de cooperación recíproca.
Ziliotto se reunió con Francos una sola vez. El gobernador intentó, sin éxito, llegar a otros interlocutores. En siete meses consiguió solo una reunión de la secretaria de Ambiente de la Nación con la ministra de Producción de La Pampa. No logró respuesta a su reclamo por sesenta obras públicas paralizadas que terminaron con el despido de mil trabajadores del sector y las empresas constructoras amenazando con ir a la Justicia. Cada vez que habla de Milei, Zillioto insiste en que es un Presidente que gobierna sin respetar la Constitución.
El riojano Ricardo Quintela es más dramático: varias veces ha hablado del “genocidio social” que está cometiendo Milei. La situación en su provincia es todavía más delicada y ha sido la primera en lanzar una cuasimoneda para paliar la crisis económica: los chachos.
En Tierra del Fuego, Milei ninguneó a Gustavo Melella cuando fue en abril a recibir a Laura Richardson, la jefa del Comando Sur de Estados Unidos. Ahí el gobernador terminó de definir su posición. Hoy intenta controlar una crisis que en su provincia se agrava día a día.
Con Insfran no hay punto posible de contacto. El formoseño, gobernador hace 36 años y reelecto siete veces, es casi un animal mitológico. Un ser incomprensible e insondable para el libertario. Un sentimiento mutuo. Cuando ganó Milei, Insfran dijo que el pueblo argentino había “votado a su propio verdugo”.
El santacruceño Claudio Vidal, que había confirmado su presencia y su firma, pegó el faltazo a último momento. En el entorno de Milei y Francos se lo atribuyeron a la ola polar que azota a Santa Cruz. El gobernador twitteó desde la Patagonia: “No es tiempo de fiestas ni de grandes actos”.
En Tucumán también hubo un conato de resistencia popular. En la Plaza San Martín, a diez cuadras de la Casa Histórica, había empezado a armarse un festival en contra del Pacto de Mayo con el nombre “Ite al pingo Milei”. Un tucumanismo que podría traducirse en “Retírese, señor Presidente”. Una versión local del “Milei culiadazo” que se desplegó en las pancartas del 25 de mayo en Córdoba.
Pero Tucumán no es Córdoba.
Córdoba será conservadora y clerical, pero tiene la mística de la Reforma Universitaria y el Cordobazo. Tucumán se siente la vanguardia cultural del NOA, pero tiene la herencia bussista y una sociedad que mayoritariamente banca el palo y la represión.
Cuando estaban armando el escenario para el festival, Jaldo mandó a la policía a aplicar el protocolo antipiquetes, con cachiporra y gas pimienta. El operativo terminó con cuatro detenidos. Los liberaron horas después y les iniciaron causas por resistencia y atentado a la autoridad.
El Pacto
Más o menos convencidos o más o menos forzados, al final la mayoría de los gobernadores aceptaron los diez puntos del acuerdo para la Argentina que se viene. Fueron, firmaron, posaron para la foto.
Además de los seis indomables, brillaron por su ausencia los jueces de la Corte, que rechazaron la invitación. El ex presidente Macri, para no perder centralidad en la escena y en plena interna del PRO con Patricia Bullrich, viajó desde el verano londinense al frío tucumano. Pero lo despintaron.
¿Cómo leer ahora el Pacto más allá de la ceremonia de anoche? Desde Tierra del Fuego, el gobernador Melella dijo que se trataba de “títulos vacíos”. Sin embargo, puede hacerse un ensayo de interpretación.
Uno. La inviolabilidad de la propiedad privada. Ante todo, no joder a los que tienen guita.
Dos. El equilibrio fiscal innegociable. Lo que más le importa al gobierno, aún si los números cierran con la gente afuera.
Tres. La reducción del gasto público a niveles históricos, en torno al 25% del Producto Bruto Interno. Legitimar la motosierra.
Cuatro. Una educación inicial, primaria y secundaria útil y moderna, con alfabetización plena y sin abandono escolar. Un misterio. Inexplicable cómo lo harán recortando un cuarto del gasto público, salvo que sea exclusivamente para quienes puedan pagarla.
Cinco. Una reforma tributaria que reduzca la presión impositiva, simplifique la vida de los argentinos y promueva el comercio. Aquí por “argentinos” se puede leer empresarios, emprendedores o traders. Orcos, ratas o parásitos, abstenerse. En materia fiscal las señales que ha dado el gobierno han sido liberar de impuestos a los ricos y apretar al resto.
Seis. La rediscusión de la coparticipación federal de impuestos para terminar con el modelo extorsivo actual que padecen las provincias. Casi una ironía, con ese modelo fue que convencieron a los gobernadores de firmar.
Siete. El compromiso de las provincias argentinas de avanzar en la explotación de los recursos naturales del país. Entrega. Ya lo estaban haciendo muchas provincias y con el RIGI será en beneficio casi exclusivo del capital extranjero.
Ocho. Una reforma laboral moderna que promueva el trabajo formal. Flexibilización. Más ajuste y desigualdad.
Nueve. Una reforma previsional que le dé sostenibilidad al sistema y respete a quienes aportaron. Misterio número dos. Hasta aquí el déficit cero se ha sostenido en gran parte gracias al recorte a los jubilados.
Diez. La apertura al comercio internacional, de manera que la Argentina vuelva a ser protagonista del mercado global. Otra vez, hay que ver quiénes somos Argentina, y pensar en comerciar con quién y en qué condiciones.
Para Melella podrán ser títulos vacíos, pero los diez puntos tienen una dirección bien clara. Decíamos que Milei está aprendiendo a gobernar. Y gobierna para poner en marcha su proyecto de país: una autopista para los negocios donde gane el más fuerte, sin lugar para los débiles.
El Día de la Independencia deja una foto incómoda en la que brillan y el bizarro desfile nocturno en el que los gobernadores depusieron las armas frente al Presidente. Y dieciocho provincias legitimando formalmente el proyecto libertario.
Por Ernesto Picco y Arte Francesca Cantore / Anfibia