El gobierno brasileño no descarta retirar el embajador en Buenos Aires si se acentúa el conflicto
Camboriu no fue, hasta ahora, un balneario de clase A. En Santa Catarina hay otros que ocupan el primer lugar. Pero ahora, aquella playa de edificios altos que tapan el sol, se ha convertido con sus cien mil habitantes, en una reserva de la extrema derecha brasileña. Hoy arribará Javier Milei al lugar, por la noche, para juntarse mañana con Jair Bolsonaro; el chileno José Antonio Kast y Gustavo Villatoro, ministro de Seguridad de El Salvador, en la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC).
Nada tendría que sorprender de esta opción del presidente argentino, que tiene una afinidad política con los ultras derechistas anterior a su llegada al cargo presidencial. A no ser por su “faltazo” a la cumbre del Mercosur este lunes 8 en Asunción. Estas acciones, en el actual contexto mundial, no ocurren por azar. Los mismos sectores, internacionales y en menor medida locales, que se mueven junto a la Casa Rosada, prefieren ver estancado al bloque regional (o quizás muerto). Argentina es miembro fundador de la alianza, que acaba de incorporar formalmente a Bolivia. Es más: la iniciativa nació de las primeras reuniones hacia fines de los 80 entre Raúl Alfonsín y el brasileño José Sarney.
Aquellas citas tuvieron en su época una misión: desatar los nudos que entorpecían las relaciones bilaterales entre las dos mayores economías del Cono Sur. Vale recordar que durante el lapso de convivencia las dictaduras militares, argentina y brasileña, que duró en un caso hasta 1983 y en el otro hasta 1985, se habló de desarrollo nuclear y de guerra.
Desde luego, después de 40 años de democracia, los discursos no son los mismos en ninguno de los dos gobiernos. Lula da Silva apuesta, de nuevo, por el desarrollo industrial autónomo, el aumento del consumo y la educación, como piedras vertebrales para renovar las energías productivas estancadas durante el bolsonarismo. Del lado argentino, en cambio, el proyecto de La Libertad Avanza es acabar con el Estado como forjador de políticas económicas y sociales; de modo de dar lugar al “anarco-capitalismo”.
Javier Milei mantendrá un encuentro con Jair Bolsonaro
Todo indica que las relaciones entre los dos socios mayores del Mercosur retornan, progresivamente, a los coincidentes períodos dictatoriales. Solo que ahora son las palabras agresivas las que aparecen en el escenario, y no la amenaza de un conflicto bélico.
Los improperios que lanzó Milei contra Lula, a quien caracterizó de “ladrón”, no se borran con el codo. De allí que el presidente brasileño haya exigido una disculpa como forma de retomar la normalidad de los vínculos. El argentino insistió en sus diatribas cuando, una semana y media atrás, insistió que la prisión del líder de Brasil, ocurrida entre 2018 y 2019, justificaba por sí misma la calificación.
El último paso del jefe de la Casa Rosa, que pondrá entre paréntesis la actividad del bloque sudamericano, es su anunciada ausencia de la cumbre del bloque sureño; para luego anticipar que participará de la conferencia de la extrema derecha latinoamericana este domingo.
En Itamaraty, la sede de la diplomacia de Brasil, advirtieron los peligros que se corren. Dejaron entrever que el presidente Lula podría tomar medidas más drásticas en relación al gobierno argentino, tales como retirar el embajador, “si es que se amplía el conflicto”. Vale mencionar que Milei cometió un desatino diplomático: no avisó a Brasilia de su ida a Camboriú.
En ese contexto se inscribe la mencionada cita de la CPAC. Allí participarán los ultraderechistas, que basaron parte de sus estrategias electorales en protestar arrebatadamente contra la corrupción de los políticos de sus respectivos países, y arengar contra el sistema democrático. Hoy optan por reunirse con el ex presidente brasileño, acusado formalmente el miércoles por la justicia de Brasil, de haber robado joyas que hoy deberían estar en el museo del Palacio del Planalto (la casa de gobierno).
La historia del hurto remite a un viaje realizado por el exmandatario a Arabia Saudita, un reino que le regaló collares de diamantes y un reloj de oro blanco rodeado de esas piedras preciosas a un costo de varios millones de dólares; todo a cambio de beneficios en el sector petrolero. Desde luego, en cualquier país normal, semejantes presentes son enviados de inmediato al Tesoro. Pero Bolsonaro argumentó, en su defensa, que el presente de las joyas era para él. No tuvo suerte. Dificultades que enfrentó en la aduana brasileña, hicieron que estallara el escándalo. La policía presentó acusaciones contra él y otras 10 personas, por el delito de apropiación de bienes públicos, lavado de dinero y asociación para cometer el robo.
Por Eleonora Gosman / Perfil