Neurociencia del egoísmo social

Actualidad13 de mayo de 2024
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"El egoísmo no consiste en vivir según nuestros deseos sino en exigir que los demás vivan según los nuestros"

Oscar Wilde

En situaciones extremas como guerras, hambrunas y pandemias se revela la verdadera naturaleza de las personas. Se prioriza la supervivencia individual y/o tribal por encima del bienestar colectivo, evidenciando la prevalencia del egoísmo en la sociedad. La ética, como estudio de la conducta moral, se enfrenta al desafío de comprender las bases tanto biológicas como neurales del comportamiento humano.

El egoísmo puede pensarse como uno de los instintos de supervivencia. Es posible que algunos grupos que socialmente no hayan incorporado esta conducta, en forma moderada, preventivamente no hayan sobrevivido. Quizá el sedentarismo generó una transformación del sentimiento de propiedad y previamente haya sido la base de la conducta tribal , altruista con los propios y egoísta con los ajenos.

En ese marco, la neurociencia exploró las raíces genéticas y biológicas de la conducta moral, encontrando que los factores tanto individuales como socioculturales influyen en nuestras decisiones éticas. Áreas específicas del cerebro, como la corteza prefrontal y la amígdala, desempeñan un papel crucial en la regulación de la empatía y en la toma de decisiones morales.

La serotonina y la oxitocina, neurotransmisores asociados con la empatía y la solidaridad, afectan nuestras interacciones sociales. Por otro lado, trastornos como la personalidad antisocial están vinculados con la disminución de la empatía y con la función prefrontal, lo que lleva a comportamientos egoístas y narcisistas. 

Un interesante estudio de la Universidad de Lausana plantea que cuanto más influencia tienen las personas menos éticas son sus decisiones. En una investigación en la que se utilizó un procedimiento denominado "el juego del dictador" se evaluó la toma de decisiones en diferentes situaciones de control sobre los demás. De este modo, en las dinámicas de poder se arriesga más ante la duda y se abusa de terceros, ya que se detenta más sensación de asertividad y una menor necesidad de escrúpulos.

Es decir, cuando nos sentimos poderosos somos más arriesgados. Muchos son los trabajos que observaron que los sujetos se tornan más motivados, quiebran las normas, se arriesgan más y se interesan menos por el otro ante un estímulo de poder. Se plantea así: "Haz lo que yo digo pero no lo que yo hago" (utilizando una doble vara). 

Pero, ¿hasta dónde puede prolongarse nuestro beneficio por encima del perjuicio de los demás? Existe un conocido y conflictivo estudio psicológico, conducido y por Stanley Milgram en la década de 1960, que tenía como objetivo estudiar la disposición de las personas a obedecer órdenes autoritarias que involucraban ocasionarle dolor a otras personas. En el experimento, los participantes, que recibían una recompensa económica en el comienzo del estudio creían que estaban administrando descargas eléctricas a un sujeto en otra habitación cada vez que esta respondía incorrectamente a una pregunta, aunque en realidad no se administraba ninguna descarga y la "víctima" era un actor. Esta dinámica consistía en simular una tortura eléctrica sobre falsos probandos hasta la posibilidad de hacerle daño ficticio. Pero el agresor prefería obedecer la orden por cada shock eléctrico y no sabía que era una prueba falsa. El sorprendente resultado fue que el 60% de los participantes estuvo dispuesto a administrar el nivel máximo de descarga cuando una autoridad requirió, incluso cuando esto parecía generar un dolor extremo o potencialmente letal en otro ser humano. 

Codicia y empatía

La codicia, caracterizada por un deseo insaciable de poder y riqueza, conduce tanto a la indiferencia hacia los demás como a la corrupción. Los estudios sugieren que el poder puede desencadenar comportamientos egoístas al disminuir la sensibilidad ante el castigo y aumentar la propensión a tomar riesgos.

La empatía, fundamental para comprender las experiencias y emociones de los demás, puede verse comprometida por diversas influencias externas. La manipulación de la empatía puede conducir a la polarización social y al odio hacia grupos específicos. 

El estudio del egoísmo como instinto revela la complejidad de las motivaciones humanas y su impacto en la sociedad, por lo que comprender estas dinámicas resulta crucial para promover una convivencia más justa y solidaria.

La empatía es una función compleja que implica aspectos tanto cognitivos como emocionales. Sin embargo, en ciertas circunstancias, la empatía puede tener un impacto negativo en la sociedad. Por ejemplo, en situaciones de conflicto, cuando puede llevar a una mayor polarización social y al rechazo de grupos diferentes. Algunos estudios sugieren que la empatía puede ser manipulada para generar sentimientos de odio hacia ciertos grupos, lo que contribuye a la propagación de ideologías extremistas y posturas discriminatorias. Esta "empatía inversa" puede llevar a la exclusión y marginalización de individuos y hasta de comunidades enteras. 

La empatía, aunque esencial para comprender las experiencias de los demás, también puede evidenciar limitaciones y efectos adversos. La investigación en neurociencia nos ayuda a comprender mucho mejor estas complejas interacciones y a desarrollar estrategias para fomentar una empatía saludable y constructiva en la sociedad.

El egoísmo puede tener su base en la empatía negativa y la codicia innata como fenómeno instintivo de autopreservación, aunque, como en todo instinto, su expresión desmedida puede ser bastante peligrosa.

Por Luis Ignacio Brusco (Buenos Aires, Argentina, 10 de octubre de 1964) es un neurólogo, psiquiatra, investigador y educador argentino especializado en neurociencia, con doctorados en medicina y filosofía.[1]​Actualmente se desempeña como Decano de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Buenos Aires. / BaeNegocio

 
  
 

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