¿Cómo llegamos hasta acá?

Actualidad 30 de abril de 2024
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¿Por qué Milei ganó las elecciones? La respuesta, que atravesó durante las primeras semanas a muchos colegas, militantes, amigos y amigas, fue la negación: “No lo puedo creer, me despierto y pienso que fue solo una pesadilla”. Para nuestra sorpresa, varios empezamos a compartir que teníamos esa misma sensación. Incluso, al ver televisado el acto de asunción del nuevo presidente, sentimos que era una película. Pero pasaron los días y, lentamente, por cierto, lo fuimos asumiendo.

Era real, había que explicarlo. Rápidamente, casi desde el sentido común, surgieron varias líneas de respuestas: el “castigo” al gobierno, sobre todo de los sectores juveniles por el “encierro” durante la pandemia; el cansancio frente a la “casta política” que denunciaba Milei; la respuesta ante la promesa incumplida del Frente de Todos de recuperar el retroceso salarial generado durante el macrismo, o la reacción frente a la alta inflación y la sensación de “que cualquier cambio será mejor que continuar en esta situación, ya que peor no podemos estar”. Todos estos factores resultan innegables para dibujar una explicación del triunfo de Milei y de la derrota de Unión por la Patria. Sin embargo, consideramos que no alcanzan para dar cuenta del fenómeno. 

Hay que lograr comprender cómo Milei pudo instalarse como la opción para derrotar al oficialismo. Es decir, por qué las mayorías no optaron por candidatos un poco más moderados en sus ideas y actitudes. Y, principalmente, cómo pudieron votar por alguien con una propuesta tan extrema, que enarbolaba un discurso muy agresivo, prometía un feroz ajuste económico y acabar con la justicia social de forma explícita. Considerando, además, que el peronismo presentó un candidato moderado, Sergio Massa, de reconocida capacidad de diálogo con casi toda la oposición política y el empresariado, y que proponía un gobierno de “unidad nacional”.

Para elaborar una explicación hemos explorado una serie de elementos ideológicos que muestran que las transformaciones en la sociedad argentina han sido más profundas que un mero descontento con las políticas gubernamentales frente a la pandemia o una situación de alta inflación. Nos adentramos en las disputas sobre la hegemonía, sobre cómo se modifican las maneras de pensar acerca de qué es lo deseable y lo posible, y cómo estas cuestiones se articulan en torno a los proyectos políticos en lucha, con los distintos modelos de sociedad que proponen. Nos hemos basado, esencialmente, en una serie de quince encuestas que efectuamos desde comienzos de 2021 hasta fines de 2023. No han sido simples sondeos de opinión sobre la intención de voto o la imagen de los candidatos, como los que habitualmente se difunden en los medios de comunicación, sino que abordamos cuestiones ideológicas y actitudinales, recuperando una tradición iniciada por Erich Fromm y Theodor Adorno (figuras claves de la Escuela de Frankfurt) en sus investigaciones de las décadas de 1930 y 1940.

Un proceso largo

Nuestro estudio concluye que el triunfo de Milei fue la resultante de la combinación de dos grandes procesos, que interactuaron entre sí en la larga coyuntura de casi cinco meses de dinámica electoral. Por un lado, fue posible por una serie de transformaciones ideológicas de mediano y largo plazo en la sociedad argentina que favorecieron la adhesión entusiasta de algunos y el apoyo resignado de otros a un proyecto tan ultraneoliberal y autoritario al que, un par de años antes, le hubiera sido imposible conseguir el voto de la mayoría. Y, por otro, su victoria fue consecuencia de la forma en que se desenvolvió la disputa política y la dinámica de las alianzas entre las fuerzas que impulsaban estos distintos proyectos a lo largo de las sucesivas instancias electorales (elecciones primarias, generales y balotaje). Por una cuestión de espacio, aquí simplemente recapitularemos la intersección entre estos dos procesos.

En primer lugar, en las elecciones primarias de agosto se visualizó que la sumatoria de las dos fuerzas neoliberales concitaba la adhesión de casi seis de cada diez ciudadanos. El proyecto neoliberal se había logrado recuperar de su fracaso durante la presidencia de Macri. El gobierno de Alberto Fernández había sido incapaz de generar una sanción política (o incluso legal) al macrismo por el desastre en que sus políticas habían dejado al país (en particular por su desmedido endeudamiento). El mismo fracaso económico de la gestión de Fernández permitió la reinstalación de la opción neoliberal. Esta perspectiva, con un discurso que descuidaba por completo la cuestión de la igualdad social y económica, logró una importante capacidad interpelativa: una parte sustancial de la ciudadanía pasó a tolerar altos niveles de desigualdad (en nuestros sondeos seis de cada diez encuestados aceptaba, en algún grado, que un empresario ganase 100 veces más que un obrero o un empleado suyo). Pero, además, la recuperación neoliberal sucedió porque se combinaron tres estrategias que interpelaron con éxito a diferentes tipos de subjetividades políticas: la consensualista de Horacio Rodríguez Larreta (que evaluaba que el fracaso de la experiencia macrista se debía a la falta de diálogo), la autocrítica del gradualismo que formularon Macri y Patricia Bullrich proponiendo avanzar de forma rápida y sin dudar en reprimir la protesta social, y la de un neoliberalismo “salvaje” impulsado por Milei. La principal duda que instalaron las elecciones primarias fue si estas tres vertientes confluirían electoralmente.

El mismo fracaso económico de la gestión de Fernández permitió la reinstalación de la opción neoliberal.
 
En particular, en la interna de Juntos por el Cambio, Bullrich se impuso holgadamente sobre Rodríguez Larreta, a pesar de que este último tenía muchos más recursos y apoyos de la dirigencia de todos los partidos integrantes de la coalición. La clave de esta victoria fue la fuerte asociación que existía entre neoliberalismo y conservadurismo. Hemos podido medir que casi todos aquellos que sostenían ideas neoliberales poseían actitudes conservadoras, cuando no autoritarias. Una simbiosis que representaba Bullrich con su estilo duro y su consigna “si no es todo, es nada”.

La reacción neoconservadora se venía gestando desde hacía varios años, a pesar de que muchos pensaban que las ideas progresistas estaban muy arraigadas y que existía un fuerte consenso democrático. Paulatinamente, el discurso reaccionario cobró legitimidad en la arena pública. Así, por ejemplo, entre otras cuestiones, hemos podido medir la crítica a las leyes que protegían a grupos específicos porque “se olvidaban de gente como yo”: el 44% de los encuestados sostenía esta reprobación .También observamos la extensión de la crítica a la necesidad de cuidar las formas de hablar para no ofender a los demás (36% reprobaban tener que ser “políticamente correctos” y 27% compartía parcialmente esta idea, mientras que solo 9% adhería a la idea de que estaba bien pues “mucha gente se sentía discriminada y la pasaba muy mal”). Esto no sólo permitió que se pudieran decir cosas muy irracionales y faltas de toda compasión hacia el otro, sino que también instaló un discurso del odio que promovía la estigmatización de determinados sectores y, directa o indirectamente, su eliminación: desde “los planeros” y “los negros” hasta “los kirchneristas”. La escasa reacción del conjunto de la dirigencia ante el intento de asesinato de la vicepresidenta y su banalización en redes sociales e, incluso, en importantes medios de comunicación, fue un síntoma de la instauración de este clima de violencia simbólica que podía trasladarse al plano de los hechos y también promover el apoyo a opciones político-electorales extremas.

Bronca, jóvenes, casta

Este giro hacia el autoritarismo y las posiciones conservadoras de parte de la base electoral neoliberal no solo permitió el triunfo de Bullrich en la interna de Juntos por el Cambio, sino que al mismo tiempo posibilitó a Milei alcanzar la primera posición en las elecciones primarias. Logró este triunfo parcial a pesar de que, en los meses previos, el candidato libertario había sido cuestionado y minimizado por la mayoría de los comunicadores de los medios concentrados (incluso por muchos que lo habían impulsado anteriormente) para fortalecer las chances de los candidatos de Juntos por el Cambio. La vinculación de Milei con el sector juvenil a través de las redes sociales le permitió mantenerse relativamente inmune a las críticas mediáticas.

El libertario se había instalado no solo como un candidato capaz de canalizar la bronca por las sucesivas frustraciones generadas por el resto de la dirigencia política, sino que también consiguió que un importante sector de la ciudadanía empezara a compartir algunas de sus propuestas más extremas, como “acabar con la justicia social” (apoyada por el 34% de las personas), o su diagnóstico de que el problema de la economía argentina eran los elevados gastos estatales y la alta emisión monetaria (compartido por el 54%). Esto llevaba a que mucha gente acordara con reducir drásticamente al Estado y despedir a muchos de los empleados públicos (idea apoyada por el 37%). Un discurso simple, claro y repetitivo que asentó algunas ideas como verdades.

La reacción neoconservadora se venía gestando desde hacía varios años, a pesar de que muchos pensaban que las ideas progresistas estaban muy arraigadas y que existía un fuerte consenso democrático.
 
Por su parte, Unión por la Patria quedó en tercer lugar en las elecciones primarias y, por un momento, pareció que su suerte estaba sellada por completo, con una derrota segura en las elecciones generales. Sin embargo, Sergio Massa logró una espectacular remontada y estuvo a solo tres puntos porcentuales de convertirse en presidente en octubre. Este sorprendente ascenso fue posible por una combinación de, por un lado, la activación de la militancia kirchnerista y de un amplio campo progresista preocupado ante un eventual triunfo de Milei y, por otro lado, por las medidas económicas en favor de los sectores populares y las clases medias que concretó el mismo Massa en su calidad de ministro de Economía (recién pudo hacerlo desde fines de agosto, cuando el Fondo Monetario Internacional le aprobó, demoradamente, el desembolso que evitó caer en cesación de pagos).

En las elecciones generales de octubre Bullrich ni siquiera pudo mantener el caudal obtenido por los dos candidatos de Juntos por el Cambio en las primarias. De modo que Milei quedó instalado como contrincante de Massa para el balotaje (a pesar de que no logró incrementar en nada el porcentaje de votos que había obtenido en las primarias, pues sufrió una fuga de votantes que no compartían sus ideas y que lo habían elegido solo para canalizar su bronca). Desde Unión por la Patria se creyó que era el mejor escenario para conseguir la victoria.

Sin embargo, la alianza que Macri realizó con Milei, a la que sumó a Bullrich, logró que la candidatura del libertario obtuviera el apoyo, a los pocos días, del 80% de los votantes de Juntos por el Cambio. Es que la audaz jugada de Macri, acompañada por los medios concentrados, descolocó al resto de la dirigencia de Juntos por el Cambio que, si bien en general no apoyó a Milei, tampoco se inclinó por Massa; dejando la indicación de Macri y de Bullrich como única sugerencia electoral clara para quienes se sentían cerca de esta fuerza política.

El principal recurso de Massa para ganar adhesiones, su convocatoria a un gobierno de “unidad nacional”, no logró ser verosímil, pues ningún dirigente opositor se sumó al llamado. Tampoco funcionó la apelación al “miedo” a la que recurrió la militancia y diversos sectores del progresismo. Verificamos que muy pocos de los ciudadanos y ciudadanas que votaron a Bullrich o a Juan Schiaretti en octubre sentían un miedo tan grande ante el posible triunfo del libertario como para reorientar su voto hacia Massa. Incluso buena parte de quienes admitían que Milei les parecía un peligro, lo votaban. Ocurre que, si bien la reacción conservadora no había ganado a la mayoría de la ciudadanía, sí había logrado que solo una minoría mantuviera posiciones progresistas tan sólidas como para horrorizarse ante una eventual llegada a la presidencia de alguien como Milei.

Massa tampoco pudo atraer a un sector de la ciudadanía con ideas nacional-populares moderadas (o progresistas moderadas) pero que mostraba cierta confusión ideológica en términos de cómo pensaba la dinámica social, pues consideraba que una minoría formada por piqueteros, feministas, la izquierda, los kirchneristas o los “políticos corruptos” se imponía a la mayoría de la sociedad. Por lo tanto, fueron interpelados exitosamente por Bullrich y Milei, y luego por este último en el balotaje, con sus propuestas de reprimir a estas minorías “izquierdistas”. El apoyo a Massa de la enorme mayoría de los sindicatos, la activación del aparato del Partido Justicialista y la militancia, e incluso de figuras de la sociedad civil, no lograron incrementar en el balotaje más que en un pequeño porcentaje el resultado alcanzado por Unión por la Patria en las elecciones generales. Se puso en evidencia la fragilidad de las mediaciones políticas y sociales.

Otros dos elementos configuraron el triunfo de La Libertad Avanza. Por un lado, el éxito en la demonización del kirchnerismo, que logró que más de la mitad de la ciudadanía pensara que había que acabar con esta fuerza política para que el país saliera adelante; también la imposición de perspectivas históricas muy críticas del peronismo y laudatorias o justificadoras de la última dictadura y del menemismo (encontramos una relación extremadamente fuerte entre las visiones del pasado y el voto actual). Y, por otro lado, Milei contó con la disposición al sacrificio de amplios sectores de la ciudadanía, en términos de aceptar un deterioro de su propia situación económica para lograr el crecimiento de la economía; aunque también operaran elementos de negación que hacían pensar a muchos que Milei no concretaría todo lo prometido, a pesar de la enorme determinación que su enunciación trasmitía.

Queda planteado el interrogante de en qué medida los votantes de Milei mantendrán esta aceptación del “sacrificio” y su fuerte adhesión a un conjunto de ideas y propuestas neoliberales cuando las políticas del gobierno erosionen sus ingresos reales en forma notoria. Al mismo tiempo, como reverso del avance neoliberal y neoconservador que brindó el apoyo a Milei, todos nuestros relevamientos mostraron que las bases electorales de Unión por la Patria presentaban una notoria coherencia en el plano ideológico en línea con los planteos nacional-populares y progresistas. Por eso, más allá de las crisis y la perplejidad que, por arriba y por debajo, ha generado la derrota, consideramos que la disputa política continúa abierta.

Por Javier Balsa * Profesor titular de la UNQ, investigador independiente del CONICET. / Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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