Más democracia, más Universidad

Actualidad 24 de abril de 2024
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La matrícula de las universidades públicas argentinas no ha dejado de crecer desde la vuelta a la democracia: si en 1983 nuestro país contaba con 400.000 estudiantes, en la actualidad son alrededor de 2 millones. Y si tomamos los diez años que van del 2006 al 2015, encontramos un tramo especialmente importante en esta curva de crecimiento: en ese tiempo, la cantidad de estudiantes aumentó en un 19,7% y la de inscriptos en un 27%. Una primera explicación de estas cifras es que, en ese decenio, la oferta de educación superior se terminó de capilarizar a lo largo y a lo ancho de todo el territorio nacional. Es así que, con la apertura de las casas de altos estudios de Río Negro, Chaco Austral, Villa Mercedes (San Luis) y Tierra del Fuego, cada provincia pasó a tener al menos una alta casa de estudios. En ese período, además, se crearon otras 14. Como resultado, el sistema engloba hoy a 57 universidades nacionales.

Esta expansión territorial permitió a las nuevas universidades, por un lado, captar una matrícula “tradicional”: aquellos jóvenes de sectores medios y altos provenientes de familias cuyos integrantes ya habían experimentado la vida universitaria pero que debían movilizarse lejos de sus hogares para estudiar en los grandes centros urbanos (en la Universidad de Buenos Aires o en la Universidad de La Plata, como casos emblemáticos). Estos largos y costosos traslados (tanto a nivel económico como afectivo), eran, en más de una ocasión, motivo de abandono. Universidades como las de Rafaela o Avellaneda, además de combatir estas tendencias, pusieron en marcha un proceso de desconcentración de los profesionales egresados, que ahora pueden dar clases, investigar y cursar posgrados sin necesidad de mudarse a las grandes urbes

Los nuevos estudiantes

Sin embargo, el aumento en la cantidad de cursantes y de inscriptos entre 2006 y 2015 no fue motorizado solo a través de la ampliación de vacantes para estos sectores sino, fundamentalmente, acercando la universidad a nuevos perfiles de estudiantes universitarios: egresados y egresadas del Plan FinEs, madres jóvenes de barrios humildes, maestras, adultos que habían postergado sus estudios por trabajo, mujeres adultas que trabajan en el marco del programa Ellas Hacen, entre muchos otros. Pero sobre todo, jóvenes de sectores populares que están dando un gran salto respecto de sus madres y padres, porque son la primera generación de universitarios en sus casas y porque muchos, además, son la primera generación de egresados del secundario. En este sentido, el 95% de los estudiantes que comenzó en 2011 en la Universidad Nacional Arturo Jauretche (UNAJ), ubicada en Florencio Varela (PBA), provenía de hogares cuyos integrantes nunca habían pisado la universidad. Y todavía en 2015, un 40% de ellos vivía en calles de tierra.

Esta parece ser la marca distintiva de las nueve universidades nacionales creadas entre 2007 y 2009, pero se vuelve muy palpable en el conurbano bonaerense. Allí abrieron sus puertas las universidades de José C. Paz, Avellaneda, Del Oeste (Merlo), Florencio Varela y Moreno. En esta última, la inscripción online de la primera camada requirió de la apertura de un aula de informática, porque el 40% de los estudiantes no tenía computadora en su casa. Este fenómeno se extiende también al resto de las universidades emplazadas en el mayor cordón poblacional del país, permeando a las de La Matanza, Quilmes, San Martín, General Sarmiento, Tres de Febrero y Lanús, todas ellas creadas a lo largo de los años noventa, e incluso a la más antigua, la de Lomas de Zamora (UNLZ), creada en 1972.

El 95% de los estudiantes que comenzó en 2011 en la Universidad Nacional Arturo Jauretche (UNAJ) provenía de hogares cuyos integrantes nunca habían pisado la universidad.

La matrícula de todas estas universidades, emplazadas en diferentes partidos del Gran Buenos Aires, creció, entre 2008 y 2015, en un 39%. Este crecimiento estuvo traccionado en forma muy intensa por bonaerenses del segundo quintil de menores ingresos: si en 2008 estudiaban 31.827 jóvenes provenienes de este estrato, ya en 2015 lo hacían 61.020, acumulando una variación porcentual total del 95%. Pero no puede dejar de notarse que la cantidad de estudiantes de los sectores medios y altos de la región (la matrícula “tradicional”), aún con menor intensidad, también aumentó, otorgando al fenómeno un carácter transversal.

No alcanza con abrir las puertas

Para que los jóvenes de los sectores populares cuyos abuelos y abuelas, padres y madres, hermanos y hermanas no habían podido cursar estudios superiores (e incluso no habían podido imaginarlo como horizonte de posibilidad) puedan hacerlo, las universidades debieron hacer algo más que abrir sus puertas: debieron “reinventarse” y trabajar con la hipótesis de que sus estudiantes no tienen por qué conocer cómo es la vida universitaria.

La puesta en práctica de dispositivos institucionales, de hecho, comienza antes, con el objetivo de que la universidad aparezca como una posibilidad real y favorecer la inscripción. Por ejemplo, con equipos de trabajo (como el de la Dirección de Bienestar Estudiantil de la Universidad Nacional del Oeste, ubicada en San Antonio de Padua) que visitan escuelas medias para acercar la universidad a los estudiantes de quinto año y romper algunos de los prejuicios que portan los propios chicos y sus familias (entre otros, que la universidad es paga, que es muy difícil, que no se puede estudiar y trabajar). Becas internas (otorgadas por las propias universidades), cursos introductorios o de nivelación, tutorías, oferta académica variada (con carreras como Enfermería o Diseño de Marcas y Envases que tienen buena salida laboral en el ámbito local), modalidades virtuales o semipresenciales, talleres complementarios, gabinetes informáticos (no todos los estudiantes cuentan con computadoras y buena conexión), asesoramiento para acceder a las becas el Estado nacional, llamados telefónicos y correos electrónicos a aquellos estudiantes que acumulan faltas, horarios de cursada compatibles con el mundo de trabajo, son algunas de las estrategias que estas instituciones ponen en juego para que estos jóvenes puedan inscribirse en una trayectoria universitaria, sin desertar en el primer o el segundo año (teniendo en cuenta que es en esa etapa en la que se concentran los mayores problemas de deserción). Todas ellas requieren, por supuesto, de imaginación pedagógica, pero también de recursos presupuestarios (por estos recursos, y no solo por reclamos salariales para sus trabajadores docentes y no docentes, se vienen movilizando las universidades en los últimos años).

Sin embargo, la permanencia a lo largo del tiempo de estos estudiantes (que las universidades agrupan e identifican como una población en “riesgo académico”) depende no sólo de cuestiones relacionadas al capital cultural o académico (como las que intentan trabajar la mayoría de estas estrategias) sino también de otras, más relacionadas al contexto económico- social: por ejemplo, el valor del boleto del transporte público (hay tarifa social para los beneficiarios del plan PROGRESAR) o de los materiales para estudiar (ya en 2017 muchos estudiantes de los primeros años comenzaron a leer directamente en la pantalla de sus celulares por el alto costo de las fotocopias); e incluso la capacidad de ahorro mensual de sus padres (porque si esta se ve afectada negativamente, pierden su ayuda económica o porque deben salir a buscar empleo, lo que complica el proyecto familiar de enviar un hijo a la universidad).

La heterogeneización de la educación superior no estuvo exenta de críticas que volvieron a poner sobre la mesa la idea de que la masividad y la calidad son mutuamente excluyentes. Estas críticas, sin embargo, nunca incluyeron como blanco a las universidades de Buenos Aires, Córdoba y La Plata (las tres muy prestigiosas y a la vez masivas), lo cual revela muy rápidamente un prejuicio de clase.
 Este artículo forma parte de «El Atlas de la educación» realizado junto a la Universidad Pedagógica Nacional en 2019.

Por Julián Mónaco * Licenciado en Comunicación e integrante del equipo editorial de UNIPE. /  Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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