Milei, utopía y realidad

Actualidad23 de abril de 2024
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Con la Revolución de Mayo de 1989 floreció entre los jóvenes occidentales el anarquismo. La consigna fue: “seamos realistas, pidamos lo imposible”. Empezó la crisis del Partido Comunista especialmente en Francia, en donde los sindicatos, vinculados a uno de los Partidos Comunistas más importantes de Occidente, perdieron la iniciativa. Su poderosa maquinaria se esfumó en una sociedad en la que la revuelta está encabezada actualmente por chalecos amarillos y jóvenes que usan celulares.

Con el auge del anarquismo, se produjo una bibliografía que reivindicaba la locura como la mejor instancia para producir un pensamiento revolucionario. En los 60 se editó por primera vez “El nuevo mundo amoroso” de Charles Fourier, quien estuvo escondido por sus concepciones excesivamente subversivas acerca de la sexualidad. David Cooper lideró un pensamiento que mezcló el psicoanálisis con la Revolución. Sus libros, “Sanity, Madness and the Family”, y “La muerte de la familia”, cuestionaron los axiomas de un comunismo que demostró su obsolescencia con la invasión a Checoslovaquia.

Uno de los personajes icónicos de la utopia anarquista psicodélica fue el profesor de Harvard Timothy Leary, apóstol del LSD, calificado por Richard Nixon como “el hombre más peligroso de América”. Leary fue amigo de intelectuales contestatarios del momento como: Allen Ginsberg, Jack Kerouac, Neal Cassidy, Aldous Huxley, Arthur Koestler. 

En 1969 se candidateó para enfrentar a Ronald Reagan, quien se había postulado para la gobernación de California. Sus amigos, John Lennon y Yoko Ono compusieron una canción para la campaña, inspirada en su eslógan “Come Together, Join The Party”, que después formó parte del disco Abbey Road. Leary no tenía un programa para desarrollar California, no estaba interesado en las instituciones. Hacía política desde la utopía. Si hubiese sido un candidato con posibilidades de gobernar, Los Beatles no lo habrían ayudado. Quienes tienen esa posición no pretenden gobernar.

En esos años, la realidad se ampliaba desde muchas perspectivas. Empezaba a caducar el siglo de las ideologías, que colapsaría en 1990 con el fin de los países del socialismo real. Hemos llegado a una etapa en la que vivimos “El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial” del que habló Samuel Huntington. Mientras escribo este artículo sigo con otra computadora las últimas noticias del enfrentamiento de Israel con el islam. Sería ridículo reducir esa guerra a un conflicto entre ayatolas de izquierda, que gobiernan un país teocrático y la derecha capitalista.

Es anacrónico suponer que el mundo se divide entre zurdos y anarcocapitalistas. Lo que queda de la izquierda marxista, agoniza en un escombro que flota en el Mar de los Sargazos, que no tiene plata ni para dar de comer a la población, menos para intervenir en otros países. En el otro lado, si Argentina pretende relacionarse solamente con países anarcocapitalistas, quedará aislada.  No hay en el mundo otro país con un presidente de esa ideología. No lo son tampoco Trump o Netanyahu líderes de los países con que quiere aliarse el gobierno de Milei.

La política orientada por ideologías coherentes perdió sentido, porque la realidad se expandió más allá de lo que existía en el Siglo de las Luces. La Revolución Tecnológica puso a disposición de todos, artefactos como el celular, que nos permiten llevar en el bolsillo más información que la que hubo en todas las bibliotecas de la historia de la humanidad.

La realidad.

Si un grupo revolucionario llega al poder y quiere hacer una transformación que se mantenga en el tiempo, tiene que conjugar su utopía con la realidad. No se trata de abandonar las ideas que les alientan, sino de situarse en el mundo que les tocó vivir. Alguien sin experiencia puede plantear que terminará en una semana con lo ñoquis del país, que puede quitar todos los subsidios a los servicios en tres días, o que puede tomar medidas que terminen con la inflación en pocas horas. Son ideas que cabrían muy bien en el discurso de Timothy Leary, porque no pretendía gobernar nada, sino que se preparaba para escribir “Last Trip” para burlarse con su propia muerte.  

En las elecciones posteriores a la pandemia han ganado casi todas las elecciones candidatos que estaban fuera del sistema. Mucha gente tiene una posición semejante a la de los jóvenes que llenaron Woodstock: están radicalmente en contra del establishment. El mejor candidato es el que contradice más la historia reciente de su país. La gran mayoría de jóvenes latinoamericanos quiere que todo cambie, y ha perdido la fe en su país. Quiere emigrar entre un 80% y un 60% de jovenes de toda la región. Quieren que cambie todo, pero no quieren quedarse.

Milei ganó las elecciones porque representa ese volátil sentimiento de cambio radical, que influye tanto en las elecciones contemporáneas. Su comportamiento es propio de un tiempo en el que las viejas formas de comunicar de la política están obsoletas aquí y en el mundo. De hecho, es el presidente argentino que más ha sido conocido en el extranjero, es un dirigente con proyección mundial.

Viajo todo el tiempo. No hay país en el que no me pregunten con interés acerca de quién es Milei, y puedo decir que la actitud de quienes lo hacen es casi siempre positiva. Les interesa el personaje, y también también elementos de su vida privada que sus adversarios han empleado para combatirlo. Probablemente Conan sea uno de los personajes argentinos más conocidos del mundo.

La imagen de Milei es agradable, no porque ataca a todo el que se mueve, sin porque tiene gestos humanos que le permiten empatizar con la gente de esta época. Su lenguaje corporal, su ropa, la permanente exhibición de sus sentimientos, su desapego de la política, su autenticidad, le han colocado en un sitio excepcional. Le han permitido también que, hasta aquí,  aproximadamente la mitad de la población siga apoyando su proyecto.

Es necesario sin embargo reflexionar sobre algunos aspectos de su éxito. Algunos creen que se debe a su agresividad y a una comunicación inquisitorial, en la que sus voceros encuentran negociados en todos lado, celebran el cierre de instituciones, el despido de miles de trabajadores del Estado, la mano dura en contra de los que participaron de las ventajas del antiguo establecimiento. Esto puede ser parte del éxito, pero no es todo, ni que va a durar mucho tiempo. Los que disfrutan linchando a los “malos” luego esconden la cara.

El mensaje exitoso de Milei ha sido de esperanza, no de exterminio. Le ha ido bien gritando “Viva la libertad carajo”, no habría sido igual si gritaba “Viva el encierro”. Una cosa es que la mayoría de la población esté en contra de la corrupción, de la política, de los poderosos, de los ricos, y otra que quiera volver a los viejos valores. No es verdad que quieran sufrir, trabajar, ahorrar, prohibir la alegría, el sueño. Esa propuesta salió tercera en las elecciones.

Soportan por un rato ajustarse los cinturones, porque creen que después vendrá la fiesta. Esperan que Milei los lleve a vivir mejor. A la gran mayoría no le importa que el país pague o no, la deuda al Fondo Monetario, ni lo que significa el movimiento Jabad Lubavitch al que adhiere Milei. Lo que mantiene a su base es la esperanza, no la caza de brujas.

Sin embargo, la comunicación del Gobierno está centrada completamente en la persecución. Sería genial que la gente sienta, no solo que está dejando en el desempleo a decenas de miles de argentinos, sino que esta transformación va a permitir que todos vivamos mejor.  Es decir que, en la nueva sociedad, van a tener espacio todos, incluidos los que ahora reciben sueldo del Estado sin trabajar.

La oferta de campaña fue que haría el mayor ajuste de la historia, pero que lo pagaría la “casta”, o sea los políticos. Cuando el ciudadano de clase media y de clase baja siente que son ellos quienes están pagando el ajuste, sienten que hubo algo de mentira en el mensaje y lo pueden soportar solo por poco tiempo.

La realidad se impone pronto sobre la utopía. Cantando “Come together” nos divertimos muchos intelectuales cuestionadores, que teníamos un buen equipo de sonido y no teníamos hambre. Leary, difundiendo el LSD habría arruinado California. Reagan fue un gobernador que administró el Estado tan bien, que fue elegido presidente dos veces y es recordado como uno de los mejores presidentes de la Unión. Tuvo pocos sueños, armó un equipo contactando a los más preparados en todas la áreas del Estado y administró bien.   

Milei no puede convertirse en un político acartonado para cambiar el país. Sería su fin. Pero necesita conectarse con una realidad en la que debe anidar su utopía.

Como en Francia el PC y los sindicatos, en Argentina el peronismo y la CGT cumplieron su ciclo histórico, no volverán a tener vigencia si no cambian de una manera radical. Igualmente los partidos y líderes políticos necesitan trabajar para aproximarse al siglo XXI. Están muy obsoletos. Las viejas costumbres tienen que ser superadas por la Inteligencia Artificial y la computación cuántica. No van a resucitar si tratan de enfrentar el avance tecnológico comprando cientos de maquinas de escribir para reemplazar a sus computadoras. Casi todo lo que tuvo vigencia hace veinte años, ha caducado.

Quedan bastantes cosas con las que el Gobierno debe tener cuidado. El país es un enorme bosque seco que se puede incendiar con cualquier chispa. No es la más peligrosa la movilización de sindicatos que usan camiones para llevar a sus afiliados a gritar consignas.

Lo que puede desatar el desastre es la protesta juvenil. Así voló por los aires De Gaulle, así colapsó el sistema chileno con la suba del pasaje del subte, que ni siquiera afectaba a los estudiantes que iniciaron la protesta.

En muchos aspectos el gobierno de Milei es un modelo que impacta no solo en el país, sino en el mundo, pero hay que tener cuidado, vivimos en un planeta en el que la realidad virtual es más importante que la física y eso es difícil de analizar y entender.

Por Jaime Duran Barba * Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino. / Perfil

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