Resulta curioso ver cómo los llamados asistentes domésticos o altavoces inteligentes, en su momento lanzados originalmente por Amazon con su Echo – que todos conocemos como Alexa – y seguidos posteriormente por Google con su Google Assistant, así como por otras marcas más, se han convertido en una categoría completamente estancada en sus funcionalidades precisamente coincidiendo con el momento de más auge de una tecnología, la inteligencia artificial, que debería ser capaz de proponer nuevas funcionalidades para ellas.

Son muchos los que se preguntan qué ocurrió con un tipo de dispositivos que parecían destinados a convertirse en el centro de los ecosistemas digitales, pero que generan a todos aquellos que tienen uno en casa la misma sensación: hacen prácticamente lo mismo que hacían en el momento de adquirirlos. Mientras muchos se preguntan qué pasó, otros directamente hablan de un fallo colosal en la estrategia que permitió que toda una división de negocio se tradujese en más de diez mil millones en pérdidas y en un problema para toda la compañía, sin un modelo de negocio definido.

Tras plantear numerosos despidos, la compañía afirmó que seguía comprometida con desarrollo del dispositivo y que estaba preparando un modelo masivo de lenguaje, un LLM mejorado especializado en el tipo de preguntas más habituales, que daría origen a una nueva «Alexa Plus» o «Remarkable Alexa» de pago por suscripción que ya estaba siendo probada con algunos cientos de consumidores.

El problema, no obstante, sigue siendo el mismo: por el momento, únicamente Google parece estar siendo capaz de plantear algoritmos generativos capaces de correr de manera mayoritariamente autónoma en un dispositivo pequeño, con su modelo Gemini Nano incorporado a su smartphone Pixel 8 Pro, lo que parece la única manera de asegurar un consumo de recursos razonablemente contenido. Mientras este tipo de modelos no corran en el mismo dispositivo, estamos hablando del mismo esquema que todos conocemos: consultas enviadas a la nube, procesadas en ella y ahora, además, convertidas en prompts para un algoritmo generativo, lo que implica unos costes unitarios sensiblemente más elevados que la mera consulta a una base de datos.

A día de hoy, los asistentes domésticos sirven para hacerles preguntas ocasionales y, sobre todo, como hub para la automatización de funciones domésticas, pero poco más. Dotarlos de inteligencia y ponerlos a la altura de unos algoritmos generativos que los usuarios ya manejan de manera cotidiana exige o bien dispositivos más potentes o algoritmos más ligeros, y sobre todo, un modelo de negocio razonable que no los convierta en una fuente de pérdidas para las compañías. Y dado que hasta ahora, la compra de un dispositivo era simplemente eso, la compra de un dispositivo sin más obligaciones, convertirlos en un esquema de dispositivo + suscripción para proporcionarle funcionalidades avanzadas podría, lógicamente, generar algunas resistencias.

El camino, por otro lado, no tiene demasiado retorno: mantenerse en la categoría con asistentes «tontos» o con funcionalidades muy escasas no tiene mucho sentido, y esperar a que sean otras compañías los que lleguen con planteamientos más avanzados y consignen a tus dispositivos a un cajón o al Punto Limpio, lógicamente tampoco. Aparentemente, nos dirigimos a un entorno en el que los asistentes generativos se convertirán en prácticamente ubicuos, incorporados a casi todas las categorías de productos de electrónica personal. ¿Cuál es el valor de ese parque enorme de dispositivos, que siguen funcionando pero carecen de capacidades generativas on device? ¿Deben las compañías simplemente poner en el mercado nuevas versiones mejoradas de los dispositivos y que conllevan un pago por suscripción, y dejar que sean los usuarios los que decidan?

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