Descomposición social y amateurismo

Actualidad 27 de marzo de 2024
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En el imaginario político todavía se resiste a morir una de las categorías de análisis probablemente más perimidas, la de “burguesía nacional”, la idea de la existencia de una clase con intereses contradictorios a los del salario, pero comprometida con el “desarrollo nacional”. Una clase capitalista de otra época, la de la guerra fría y los estados benefactores, con la que el peronismo primigenio soñaba construir la armónica “comunidad organizada”. Un mundo feliz, pero cuyos actores principales hicieron mutis por el foro.

En el presente las burguesías locales son otra cosa, son una clase global cuyos integrantes son los nuevos “ciudadanos globales”, el mejor ejemplo de la mundialización de la economía del último medio siglo. Se trata de una evolución casi natural, en tanto los primeros “hombres de mundo” fueron los mercaderes y, un poco más cerca, los banqueros. Los ejércitos siempre llegaron como retaguardia para asegurar mercados. Pero no derivemos. En tiempos en que el poder económico y la producción mundial se concentran en algunos pocos miles de grandes firmas multinacionales, las clases que conducen estas empresas están más globalizadas que nunca. Las burguesías locales son, siguiendo la división de las clases por su función desarrollada por Antonio Gramsci, clases auxiliares de las hegemónicas de los países centrales. Salvo excepciones, las clases verdaderamente dominantes, las “hegemónicas”, las que conducen las matrices de las multinacionales, no habitan en la periferia.

En este esquema, los Estados nacionales mantienen una de sus características originales, son guardianes de los mercados y los negocios de sus empresas transnacionalizadas, desde Estados Unidos a China la economía mundial es una sola. Los proyectos de “desarrollo nacional” de los países centrales son los mismos que los de sus grandes empresas. La emergencia o surgimiento de una economía se hace evidente cuando sus empresas comienzan o ocupar lugares en el ránking de las primeras mil del planeta.

La primera conclusión preliminar, si se acepta el orden descripto, es que si un selenita desciende en su plato volador y le pregunta a cualquier habitante local “¿por qué en un país tan rico hay tanta pobreza?” o, mejor, “¿por qué no pueden estabilizar su economía como cualquiera de sus vecinos?” la respuesta “porque todos los políticos son corruptos” probablemente no sea la más descriptiva. Sin embargo, tampoco alcanzará con decir, como decíamos anteayer, que se debe a “la falta de proyecto nacional de su burguesía”, en tanto tal burguesía no existe.

La segunda conclusión preliminar es que no quedaría otra que hacer coincidir de alguna manera el proyecto de la clase dominante local (auxiliar de la hegemónica global) con el proyecto nacional, con un modelo de integración al mercado mundial. Si se mira a los vecinos, Chile y Perú lo lograron. El problema local, es que la forma en que se pretende integrarse al mercado mundial sigue sin resolverse. Por ahora el único factor ordenador es la integración de hecho, la de ser exportadores de materias primas y algunos servicios.  

Una respuesta más terrenal para el visitante selenita sería contarle que los grandes empresarios locales no ven su destino atado al destino nacional. Como se dijo son ciudadanos globales que participan en cadenas de valor globales. En consecuencia, sus anhelos se limitan a la libre movilidad de capitales y de mercancías, con reglas macroeconómicas estables y, si es posible, con seguridad jurídica. Para ellos el Estado sólo representa una traba y una carga que podrían reducirse al mínimo. Más Estado solo significaría más regulaciones y más impuestos. Parece lógico que comulguen naturalmente con quien asocia al Estado con una organización criminal.  

Si a este panorama se suma que el sector público viene de un proceso de degradación progresiva que lo enemistó también con las clases subalternas, el presente se vuelve más inteligible. Para estas clases subalternas, desde el pequeño comerciante hasta quien exporta servicios y los tiene que cobrar en negro, el Estado también se convirtió en un adversario sin contrapartidas que lo justifiquen. Para completar, el sector público también dejó de resolver las demandas básicas de los sectores más bajos. Milei es casi el producto lógico de este cóctel explosivo. 

El primer punto clave del nuevo escenario es que hoy gobierna alguien que se declara enemigo del Estado, no porque lo considere una traba para sus negocios, sino por dogma. El Estado local es conducido por alguien que cree que el Estado no debería existir y que “hacer política”, es decir lograr acuerdos entre sectores con intereses divergentes para avanzar en direcciones determinadas, es mala palabra. Conduce alguien que cree que el Estado no tiene que tener políticas de desarrollo, ni invertir en infraestructura o en capacidades tecnológicas. De nuevo, la sociedad no votó a quién propuso hacer un sector público más eficiente, sino a quién propuso eliminarlo. Hacia allá vamos. 

El segundo punto clave es que los principales integrantes de LLA, empezando por el propio presidente, se caracterizan por el más absoluto amateurismo en el manejo de la cosa pública. Esto, que sería una catástrofe para cualquier otro gobierno, parece ser irrelevante para una fuerza cuyo objetivo declarado es la destrucción del Estado y de la política misma, un gobierno donde el único trabajo consiste en desarmar la empresa para la que se trabaja.

Sin embargo, contra el lugar común, Argentina es un país con instituciones que todavía funcionan y son garantes de los tiempos políticos. Aunque Milei haya puesto en marcha un grave proceso de deterioro social que será progresivo, falta mucho tiempo para que la dinámica se traduzca en descontento generalizado. El escenario es adverso para los ansiosos. Al desempleo le resta mucho margen para crecer. Aunque los analistas centren sus apuestas en la capacidad de estabilización de la recesión, el pronóstico es que, con estabilización o no, se avanzará en la profundización de una sociedad dual y con exclusión creciente. Alcanza con ver la sumatoria de indicadores de actividad y el comportamiento esperado de los componentes de la demanda para lo que resta del año. La distopía no fue el triunfo electoral de Milei, sino la luz al final del túnel, el lugar al que lleva el camino del presente: la descomposición y el deterioro de los lazos sociales y de los restos de la contención pública. 

Mientras tanto, la efervescencia no llegó a la oposición. El documento de “diagnóstico y propuesta” emitido este viernes tras el congreso del PJ expresa la falta de rumbo, el estado de fragmentación y la ausencia de liderazgos. Tras la derrota, el partido sigue grogui y el camino de reconstrucción amenaza con ser largo. Quizá sean tiempos de revisitar las transformaciones en la “base material” y descubrir que la estructura social del presente se parece muy poco a la de mediados de los ’70 y menos todavía a la de los ’50. Quizá sean tiempos de revisar por qué se perdieron sucesivas elecciones y de analizar que las demandas sociales cambiaron tan radicalmente como la estructura en la que se apoyan. Es posible también darse cuenta que citar a Perón como verdad revelada para interpretar el presente solo entusiasma a los más mayorcitos.

Por Claudio Scaletta / El Destape

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