¿Puede funcionar la apelación al odio?

Actualidad 08 de marzo de 2024
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El triunfo electoral de Javier Milei fue posible por la configuración de una “nueva derecha” que, aprovechando tanto los déficits y problemas estructurales de los años previos (alta inflación, destrucción salarial sostenida, aumento de la inseguridad, crecimiento del narcotráfico) como los límites simbólicos y de proyectos de los progresismos realmente existentes, logró articular de modo exitoso tres corrientes. La primera es el profundo sentimiento anti-político que tenía su genealogía ya en los años previos a la crisis del 2001; la segunda, la propuesta anarco-capitalista de valorización de la libertad absoluta por sobre cualquier estructura solidaria comunitaria; la tercera, la apelación neofascista a la fragmentación social a través de la irradiación capilar del odio y la utilización de técnicas proyectivas que buscan “otros” a los que responsabilizar por nuestros sufrimientos.

Lo que se va descubriendo con rapidez es que una estrategia exitosa para construir una fuerza de oposición no necesariamente alcanza para la legitimación de un gobierno. Las soluciones mágicas proclamadas a los gritos en escenarios enardecidos y los alegatos que prometían terminar con “la casta” se enfrentan ahora a una realidad en la que los representantes políticos son los miembros del propio gobierno y “la casta” que debería pagar el ajuste sólo parecen ser los trabajadores, los jubilados y los desocupados.
En este marco, la única herramienta medianamente consistente de sostén de la legitimidad de un gobierno de este tipo es la tercera: su carácter neofascista. A medida que se va descascarando el huevo de la serpiente de las “nuevas derechas”, queda al descubierto su verdadera piel: la apelación a horizontalizar el odio y a la fragmentación social y política que ello genera. De allí que insistamos desde hace años en la necesidad de comprender el rol del neofascismo en estas nuevas configuraciones políticas. Veremos sin embargo que, en casos como el argentino, esta deriva tiene características peculiares y también algunos límites. 

Las lógicas del fascismo clásico

En la primera mitad del siglo XX, el fascismo, encarnado en experiencias como la italiana y la alemana, fue una potente herramienta política que logró impactar en la subjetividad de los sectores populares a través de su capacidad proyectiva, capaz de desviar horizontalmente el malestar generado por la opresión de clase. El fascismo buscaba construir a los sindicatos, los intelectuales, los profesionales, los comunistas o determinados grupos étnicos (judíos, eslavos y gitanos, entre otros) como los responsables del sufrimiento de las grandes mayorías, invisibilizando de este modo a los verdaderos beneficiarios de los procesos de opresión (las fracciones dominantes del capital concentrado nacional o transnacional). Ya antes del surgimiento del fascismo, Friedrich Engels había caracterizado a este uso proyectivo del odio (en su caso se refería al antisemitismo) como “el socialismo de los imbéciles”, precisamente por su capacidad para transferir la indignación hacia un foco fragmentador del campo popular.

El neofascismo neoliberal es menos sustentable que los fascismos del siglo XX o que sus émulos nacionalistas del siglo XXI.

Sin embargo, en el ejercicio del poder, los fascismos europeos tuvieron que articular estas técnicas proyectivas con cierta capacidad de redistribuir parte de lo arrancado a los grupos estigmatizados como herramienta de construcción de consenso. Por ejemplo, el gobierno nazi le permitió a la sociedad alemana apropiarse de los bienes muebles o inmuebles expropiados a judíos y gitanos. Y los regímenes fascistas desarrollaron políticas económicas nacionalistas y proteccionistas. Además de acusar a los inmigrantes, a los miembros de grupos minoritarios o a sectores muy puntuales de la estructura económica (intelectuales, científicos, profesionales) de las crisis y los “males sociales”, se buscaba simultáneamente reactivar la economía a través de la industria armamentista y la movilización militar.

El carácter anti-nacionalista y neoliberal del gobierno de Milei impone límites importantes para estos usos neofascistas de técnicas proyectivas, en tanto no existe voluntad de redistribuir lo apropiado a los sectores estigmatizados, a punto tal que la redistribución de los ingresos y la justicia social son denunciadas por el gobierno como una “aberración”. Tampoco defiende la producción nacional (al contrario, legitima su destrucción si “no es capaz de competir por bienes de mejor calidad a mejor precio”) ni pretende una defensa de la soberanía sobre los recursos territoriales (por el contrario, el programa oficial tiende a la entrega a manos privadas de las empresas estatales e incluso propone la liberación de la venta de tierras a extranjeros).

Resulta entonces que, aunque puede funcionar un extremo de la ecuación, el otro queda irresuelto. La transferencia de la responsabilidad por el propio sufrimiento hacia “otros negativizados” (sea los militantes kirchneristas o de izquierda, el conjunto de los representantes políticos opuestos al gobierno, figuras del espectáculo como Lali Espósito o María Becerra, investigadores del CONICET, profesores o docentes, personal de Aerolíneas Argentinas o de los servicios de trenes, camiones o colectivos, empleados del Banco Nación, beneficiarios de planes sociales o el INADI, entre otros) no genera ningún beneficio ni mejora visible. Cuando los supuestos “ñoquis”, “comunistas” y “planeros” se sumergen en la pobreza y en la miseria, pero el resto de las fracciones sociales se ve en la misma situación, el mecanismo comienza a mostrar sus límites.
Es por ello precisamente que, como señalamos, el fascismo se articulaba históricamente con formas nacionalistas y proteccionistas: desplegaba una estrategia de redistribución que, en lugar de apropiar renta de los sectores privilegiados, lograba redistribuirla entre los sectores sumergidos, fragmentándolos. Este neofascismo neoliberal es menos sustentable que los fascismos originales del siglo XX o que algunos de sus émulos nacionalistas y proteccionistas del siglo XXI, sea la Hungría de Viktor Orbán o el nacionalismo hindú de Narendra Modi.

La apelación al odio en la Argentina actual

El gobierno de Milei intenta consolidar su legitimidad mediante una profusa construcción de enemigos, prolongando la estrategia iniciada en la campaña electoral. La designación de Patricia Bullrich en el Ministerio de Seguridad y la estigmatización de cualquier manifestación de protesta se acompañó de un discurso inaugural “de espaldas” al Congreso Nacional, el ataque permanente a la oposición pero también a cualquier aliado no dispuesto a avalar todas las medidas oficiales (sea Carolina Píparo, Ricardo López Murphy, Maximiliano Pullaro o Martín Llaryora, por mencionar figuras bastante cercanas al gobierno, rápidamente calificadas como “traidores”), además de las agresiones (o el acompañamiento en redes sociales) al conjunto de gobernadores de las distintas provincias del país, entre muchos otros.

¿Puede funcionar esta estrategia? Algunos analistas, siguiendo interpretaciones clásicas, tienden a señalar la inviabilidad del gobierno si continúa en la tesitura de negarse a negociar con otras formaciones políticas. Siendo claramente minoritario en ambas Cámaras, la estrategia de insulto permanente y falta de diálogo llevaría a una paralización política e incluso a la posibilidad de la destitución del Presidente. La duda es qué pasaría ante un conflicto de poderes en los dos escenarios fundamentales en los que se libraría: la movilización en las calles y el alineamiento del Poder Judicial, que sería el encargado de resolver un potencial conflicto entre el Ejecutivo y el Legislativo. Aquí aparecen las alternativas “a la peruana”, sea en la versión de Alberto Fujimori (el gobierno disolviendo el Congreso) o en la de Pedro Castillo (el Legislativo destituyendo al Presidente).

Otros analistas, más fascinados por la capacidad de interpelación de estas nuevas derechas a los sectores populares, ven solidez en el gobierno y un rédito posible de su enfrentamiento con el conjunto de la estructura política, en tanto modalidad de relación más directa con su base social. La pregunta que surge ante estas miradas es cuál sería la capacidad de movilización que requiere una estrategia de este tipo, algo que todavía no se ha visto emerger masivamente en las calles y que no se resuelve sólo en las redes sociales. Al igual que en las otras perspectivas, cabe preguntar si la incidencia del macrismo en el Poder Judicial será suficiente, en un contexto de conflicto de poderes, para inclinarlo hacia una legitimación de un eventual avance sobre el Congreso, algo que sería difícil sin un importante apoyo social capaz de enfrentar la movilización opositora que esto generaría.

Sea de un modo o de otro, lo que parece claro es que, sin logros económicos visibles en el corto plazo, la ilusión “anarco-capitalista” de los “beneficios de la libertad” no podrá sostenerse, y entonces el carácter neofascista cobrará aun mayor protagonismo, como comienza a observarse con el paso de las semanas y el aumento de la cantidad y la virulencia de los ataques presidenciales.

Otra pregunta válida es si la deriva neofascista será directamente asumida por Milei (lo que requeriría un giro importante desde su visión cosmopolita, pro-norteamericana y anti-nacional) o si, por el contrario, podría asumirla con mayor coherencia su vicepresidenta, Victoria Villarruel, en alianza con el macrismo, en caso de que Milei sea desplazado. Por sus relaciones con los militares retirados que participaron en la última dictadura y en la Guerra de Malvinas y por sus lazos con un nacionalismo (tanto peronista como antiperonista) que desde hace décadas viene esperando revancha, estas fuerzas podrían tener mayor experiencia de movilización que los jóvenes libertarios y, sobre todo, mayor capacidad de utilizar las técnicas proyectivas con eficacia. Al profundizar el ataque contra las fracciones estigmatizadas podrían articular las persecuciones con una redistribución de lo expropiado entre los “argentinos de bien”, en sintonía con su discurso paranoico nacionalista. 

Las crisis y sus salidas

La crisis económica se ha agravado rápidamente desde la asunción de Milei, devorando las primeras semanas de legitimidad, aunque es difícil estimar en qué medida por la vertiginosidad de los hechos. Quienes imaginan una rápida caída se basan en la analogía con el 2001. Pero hay diferencias, tanto por el carácter de la crisis económica como por el proceso previo de acumulación política de luchas populares que atravesó toda la segunda mitad de la década del 90 y que fue la condición de posibilidad del ciclo kirchnerista (siempre ignorado o negado por el propio kirchnerismo). Ese proceso de acumulación hoy se encuentra ausente, por lo que el malestar no genera automáticamente ninguna rebelión (puede incluso llevar a un voto de derecha, como ocurrió con Milei).

Toda rebelión popular, aun cuando estalle de manera espontánea, requiere una acumulación política previa capaz de direccionar sus reclamos, algo que hoy no se observa en el horizonte, dada la crisis de los progresismos y de las izquierdas en los propios modos con los que buscan explicar una realidad social que ni se corresponde con la situación del presente ni logra interpelar a las grandes mayorías. El nivel de deslegitimación sufrido por el kirchnerismo y la incapacidad de otras fuerzas de izquierda para ocupar ese lugar encuentra su origen en cuestiones como las esencializaciones identitarias, la transformación de un proyecto de “defensa de minorías” que abandonó a las “mayorías”, los falsos igualitarismos, la falta de registro y de propuestas que den cuenta de las transformaciones en el plano de la seguridad, la incapacidad para enfrentar (tanto en lo material como en lo simbólico) las presiones de los poderes concentrados, la subestimación de la importancia del mérito o el esfuerzo como valores sociales, la justificación implícita de la corrupción en el ejercicio de la función pública y la falta de austeridad de los representantes políticos, entre muchas otras cuestiones (1). La derrota actual no es sólo política sino también resultado de una profunda derrota cultural.

Pero la crisis, tarde o temprano, tendrá que encontrar algún giro. Con Milei o sin Milei, el riesgo neofascista asoma con creciente fuerza como alternativa en el horizonte, por mucho que algunos analistas insistan en que para animarse a utilizar el término es necesario un alemán de brazo en alto y bigotes. Frente a este peligro, resulta imprescindible que las fuerzas populares lleven a cabo una crítica y una reformulación profunda de los modos de representación de la realidad, de sus prácticas políticas y de sus formas de construcción organizativa. Crítica que, por su urgencia, deberá convivir con la implementación de nuevas formas de resistencia, con la movilización en las calles y con las alianzas necesarias con otros sectores democráticos para constituir un frente anti-fascista que intente impedir que sea éste el giro que asuma la posible crisis del experimento “anarco-capitalista”.

1. Pueden consultarse muchos de estos temas en Daniel Feierstein, La construcción del enano fascista. Los usos del odio como estrategia política en Argentina, Buenos Aires, Clave Intelectual, 2023 (cuya primera edición fue publicada en 2019, cuando todo esto apenas existía de modo incipiente).

Por Daniel Feierstein * Investigador del CONICET y profesor UNTREF/UBA. / Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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