El arte de destruir

Actualidad - Internacional 25 de febrero de 2024
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Hay varios conflictos armados en desarrollo. Dos años de guerra Rusia-Ucrania, cinco meses del conflicto de Israel en la Franja de Gaza y su posterior derivación en los ataques de los hutíes contra barcos mercantes en el Mar Rojo, las constantes matanzas de congoleños del este por las bandas del M 23, integrada por tutsis provenientes de Ruanda, y otros conflictos en África, Medio Oriente y Asia. Sin embargo, el principal teatro de operaciones potenciales se encuentra en el estrecho de Taiwán, la excusa de Estados Unidos para presionar el cerco total contra China, la potencia emergente que por su meteórico avance económico amenaza la hegemonía mundial indisputada desde la disolución de la Unión Soviética.

Los especialistas en temas bélicos indican que Estados Unidos no puede llevar a cabo distintas guerras importantes al mismo tiempo, y esas guerras importantes sólo pueden ser tres: una ampliación del enfrentamiento OTAN/Estados Unidos contra Rusia, la ampliación del conflicto Israel-Palestinos en la Franja de Gaza a todo Oriente Medio incluido Irán, y un conflicto con China que es alimentado con provocaciones de Estados Unidos y sus aliados en Asia-Pacífico.

La guerra Rusia-Ucrania

A pesar de toda la propaganda estadounidense y su red de repetidoras mundiales, Ucrania está perdiendo la guerra y sólo el pulmotor de la OTAN y especialmente de Estados Unidos la mantiene en combate. La ofensiva del verano boreal (junio/agosto 2023) fue un total fracaso, con miles de soldados ucranianos muertos frente a una muy bien atrincherada fuerza rusa en las provincias predominantemente ruso-parlantes del este. Hay centenares de miles de muertos, heridos y mutilados ucranianos y rusos, con la diferencia de que la población rusa es muy superior y se pueden acabar los soldados ucranianos antes que sus oponentes. La ampliación de la ayuda estadounidense de 60.000 millones de dólares fue rechazada por la mayoría republicana en las cámaras del Congreso de Estados Unidos, y quedó para Volodímir Zelenski solo “el apoyo moral” del Presidente Joe Biden. Ante este contratiempo, la Unión Europea, con resistencias de Hungría, terminó por aprobar ayuda por 54.000 millones de dólares, con la doble presión del gobierno de Estados Unidos y las declaraciones del precandidato Donald Trump de que no apoyaría militarmente a los países europeos que no hagan su esfuerzo presupuestario para la guerra en Ucrania.

La reciente victoria rusa en Avdíivka es importante al alejar la artillería ucraniana de la ciudad de Donetsk. Tampoco hay que descartar que este avance ruso permita avances hacia Járkov y Odesa en el Mar Negro. Esta última es la llave del comercio marítimo de Ucrania. Hasta el momento, la guerra ha costado más de 200.000 millones de dólares a Europa y Estados Unidos, un barril sin fondo y sin triunfo a la vista, aunque la regla de las guerras es que no hay reglas y se acaban cuando uno de los bandos se retira o se da por vencido. Lo real es que —como indicó recientemente Rafael Poch—, “Ucrania pierde la guerra, pero Rusia no la gana”.

En la negativa estadounidense y en las declaraciones de Trump sobre el conflicto con Rusia está presente la necesidad de financiar el esfuerzo en Israel y potencialmente contra Irán en Medio Oriente, mientras su mirada estratégica sigue concentrada en China.

La guerra de Israel contra Hamás

El ataque deliberadamente terrorista de Hamás en Israel, con asesinatos y secuestro de civiles mantenidos como rehenes, siguió a una política de “genocidio en cuotas” que Israel practica desde hace muchas décadas de expulsión de centenas de miles de árabes de sus territorios históricos incluidas decenas de miles de muertos, antes, durante y luego de las varias Intifadas lanzadas por los desesperados parias palestinos, que responden con la ferocidad sin ley de los pueblos acorralados.

Israel nunca aceptó la Resolución 181 de 1947 de la ONU de crear dos Estados independientes, Israel y Palestina, en los territorios que habitaron por milenios, única solución duradera al largo conflicto. Por el contrario, en la etapa actual busca concretar su “solución final”: la expulsión total de la población palestina de la Franja de Gaza, previa acumulación de cientos de miles de muertos y mutilados, muchos más civiles que guerrilleros de Hamás. El mundo se dividió entre el apoyo a Israel de los gobiernos de Estados Unidos y la mayoría de los países europeos, y una creciente oposición de gobiernos del Tercer Mundo y de cientos de miles de europeos y estadounidenses que lo manifiestan en las calles. Esta oposición a Israel se hizo notoria con dos hechos: la condena de la Corte Internacional de la Haya y las declaraciones del Presidente Lula da Silva de Brasil.

En verdad, la declaración de la Corte Internacional ante el pedido del gobierno de Sudáfrica fue tramposa, pero tiene valor simbólico: “Tomar todas las medidas a su alcance para prevenir la comisión de un genocidio” como si este no se hubiese perpetrado en la presente ofensiva, sumado a todos los desiguales enfrentamientos previos. Que los jueces (entre ellos estadounidenses) hayan llegado a esta redacción de compromiso ya es un avance.

Es un larvado genocidio más religioso que étnico, ya que palestinos (árabes musulmanes) y judíos son poblaciones semitas. Es el aspecto religioso el que potencia el conflicto. Son 1.500 millones de musulmanes, con sólo alrededor de 350 a 450 millones de árabes viviendo en Medio Oriente y una diáspora no pequeña en Europa y también en otras latitudes, como la Argentina (sirios y libaneses) y Chile (palestinos). Son más los musulmanes no árabes. Varios países africanos, Turquía, Irán, Afganistán, Indonesia, Pakistán, Bangladesh, Bosnia, varias repúblicas ex soviéticas y minorías significativas en otros países como India y otros países islamizados en Oriente Medio y Asia.

El Presidente Lula dijo en una cumbre de la Unión Africana en Etiopía: “Lo que está sucediendo en la Franja de Gaza y con el pueblo palestino no existe en ningún otro momento histórico. De hecho, existió: cuando Hitler decidió matar a los judíos”. “No es una guerra entre soldados y soldados. Es una guerra entre un Ejército altamente preparado y mujeres y niños”. Más adelante, aclaró que “Brasil condena a Hamás, pero no puede dejar de condenar lo que Israel está haciendo en la Franja de Gaza”. Israel lo declaró persona non grata y Brasil llamó de retorno a su embajador en Tel Aviv.

La ampliación del conflicto se inició en noviembre con los ataques de rebeldes hutíes a barcos mercantes que puedan llevar mercaderías a Israel adentrándose en el Mar Rojo para llegar al canal de Suez. Por esta ruta pasa el 30% del comercio mundial de contenedores. Estados Unidos asegura que los iraníes apoyan a los hutíes, aunque los iraníes lo niegan. Las empresas navieras están cambiando sus rutas para evitar el Mar Rojo, con los consiguientes costos y demoras. No hace falta ser muy perspicaz para deducir las derivaciones potenciales de estos acontecimientos.

El conflicto Estados Unidos-China

Estados Unidos intenta cercar al país oriental por todos los medios a su alcance, habiendo iniciado una guerra comercial, luego ampliada a guerra tecnológica, un creciente cerco militar propio y de sus aliados en el Pacífico (300 bases militares sobre 800 están en Asia-Pacífico apuntando a China) para completarlo con su reconocido soft power, la formidable e inigualable máquina propagandística del gobierno y los medios de prensa privados y de comunicación de todo tipo, además de la presión diplomática sobre los gobiernos de todo el mundo.

La guerra comercial comenzó en 2018 con Trump imponiendo altos aranceles a las importaciones de acero y aluminio y se ha ido sofisticando durante el gobierno de Biden con la guerra tecnológica, prohibiendo la exportación de chips avanzados así como también los bienes de capital para su producción, sean estadounidenses o de otros países con partes estadounidenses. Cuanto más pequeño el chip, menos energía gasta, más información procesa y obtiene más velocidad de respuesta, cruciales en el campo de batalla.

Las prohibiciones van mucho más allá de la potencial utilización militar de los chips avanzados y sus equipos de producción, tal el caso —entre otros— de la reciente ofensiva contra las tecnologías incluidas en el auto eléctrico. El objetivo es doble: impedir el acceso a las tecnologías más sofisticadas y frenar el desarrollo económico chino en general. China se ha transformado en el principal fabricante internacional de automóviles (30 millones por año) y desde 2023 en el principal exportador, basado en su liderazgo mundial en automóviles eléctricos y su dominio absoluto en baterías de litio.

La ofensiva en el campo militar consiste en provocar incidentes con los vecinos de China, como las disputas sobre islas o aguas adyacentes que han desatado hace semanas entre China y Filipinas por los pequeños islotes Scarborough Shoal, con un enfrentamiento entre los guardacostas de los dos países. Mucho más serias han sido las provocaciones de Estados Unidos en Taiwán, con la visita hace más de un año de Nancy Pelosi, entonces líder de los representantes (diputados) del Congreso de Estados Unidos. Las declaraciones de Pelosi obligaron a China a hacer demostraciones de fuerza alrededor de la isla para disuadir al gobierno de declarar unilateralmente la independencia, a pesar de la existencia de un acuerdo (el comunicado conjunto de Mao Zedong y Richard Nixon de 1972) en el que Estados Unidos reconocía la pertenencia de Taiwán a China.

Se han ido sucediendo otras provocaciones, inclusive bajo el nuevo gobierno de la isla, que es continuidad política del anterior. Recientemente, una lancha patrullera de Taiwán persiguió a una lancha pesquera del continente, provocando su vuelco y la muerte de dos tripulantes. China respondió reteniendo por unas horas una pequeña embarcación comercial taiwanesa, ambos episodios en aguas cercanas a la también taiwanesa isla de Quemoi (Kinmen), casi pegada a China y a 180 kilómetros de Taiwán.

La semana pasada, los Estados Unidos hizo trascender que hay seis portaaviones (de un total de once operativos) que están desplegados o pueden desplegarse en la zona de conflicto potencial.

“El USS Abraham Lincoln, parte de la Flota del Pacífico de la Armada de los Estados Unidos, fue visto saliendo de su puerto base en San Diego, California, y navegaba hacia el Pacífico occidental el 5 de febrero, según el Fleet and Marine Tracker del Instituto Naval de los Estados Unidos. También se espera que el USS George Washington sea desplegado en la región para reemplazar al USS Ronald Reagan, que se trasladará desde Yokosuka, Japón, para mantenimiento en el astillero naval de Puget Sound en Washington. Además del USS Ronald Reagan, el USS Carl Vinson y el USS Theodore Roosevelt estaban estacionados en Guam y Hawaii, respectivamente”. Según los expertos consultados en el citado artículo de SCMP, este despliegue es para enviar una señal de disuasión a China, pero en realidad prepara el caldo para una mayor confrontación, que China busca evitar sin perder la cara en el intento.

Comprando problemas que no teníamos

Estos conflictos internacionales ayudan al lector a comprender su dinámica situación, y podrían interpretarse como hechos ajenos a nuestro país, con incidencia en el campo económico pero no en otras esferas. No es así.

En una sobreactuación que nos hace recordar a las “relaciones carnales” de los gobiernos de Carlos Menem, el Presidente Javier Milei se ha involucrado en el conflicto del Medio Oriente al declarar su apoyo al gobierno de derecha de Benjamín Netanyahu en Israel, y su decisión de mudar nuestra sede diplomática de Tel Aviv a Jerusalén. Ello ha sido repudiado en forma enfática por la conducción de Hamás, lo que nos hace temer una repetición de los actos de terrorismo en la Argentina que siguieron a las declaraciones y posición de Carlos Menem —él mismo un musulmán convertido al catolicismo para poder acceder a la presidencia— con respecto a Medio Oriente. ¡Como si no nos alcanzara con la crisis que deliberadamente ha producido en el país para beneficiar a pocos en detrimento de las mayorías y perder los pocos grados de soberanía que nos están quedando!

 

Por Jorge Molinero / El Cohete

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