Reflexiones de la vida diaria: "Alguien que arregle esto"

Actualidad 22 de febrero de 2024
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No sé si Murphy tenía leyes relativas a las crisis económicas, pero si hay un mal momento para que algo se rompa o se descomponga, es en medio de una crisis económica.

Porque son épocas en las que rezás para que no se te queme ni una bombita de luz, que no se corte el elástico de la bombacha o el calzoncillo y hasta para que no se te acabe el aerosol del desodorante, porque todo es muy difícil de reemplazar.

Y las cosas no entienden de buenos o malos momentos. O si. Porque más allá de crisis económicas, las computadoras se cuelgan en el peor momento, las impresoras no imprimen cuando más las necesitás y hasta el canario te pide que lo lleves al veterinario esa mañana que tenés que elegir entre el canario y tu laburo.

Ni siquiera hace falta que algo se rompa para sufrir. Basta con que se descomponga o se falsee o que simplemente, se descuajeringue.

Por ejemplo, las perillas del gas de la cocina. Si una perilla se sale y se pierde, se usa otra perilla, que se va sacando y poniendo según la necesidad de prender o apagar determinada hornalla. Lo mismo ocurre si se rompen 3 de las cuatro perillas. Incluso si se rompen las 4.

Uno agarra una pinza, una pico de loro, o se rompe los dedos con un repasador, pero no se arreglan. Y uno, sabe dónde hay un negocio que vende perillas, porque pasa todos los días por esa ferretería que se llama “el Mundo de la Perilla”, pero no. No vas a sacar la única que te queda, corriendo el riesgo de perderla. La cocina queda así. Para siempre. No se arregla.

Otro problema sin solución: hongos en el techo del baño. Vos los ves comenzar a aparecer. Primero una manchita negra, otra, y luego otra y otra. Y ya tenés un cielorraso lleno de estrellitas negras. Y te decís: “tengo que hacer algo con este techo”. Pero te lo decís en el momento en que estás desnudo en la bañadera. Y cuando uno está desnudo en la bañadera su prioridad número uno es no resbalar, evitar desnucarse y por último secarse. Y lo dejás para después. Después… es nunca. A menos que tengas que vender el depto. Ahí si. tal vez no. 

Otro caso: el botón del encendido de la estufa de tiro balanceado deja de encender, porque por alguna razón deja de producir la chispa necesaria, y eso no se arregla nunca más. Al principio no podés creer que no funcione y en lugar de presionar una vez, presionás varias veces para ver si prende. Después de la vigesimoquinta vez, a veces, prende. Ya cuando hacés “clank, clank, clank” cincuenta veces, abandonás. Pero no llamás al gasista. No. Buscás la caja de fósforos. ¿Arreglarla? ¡Ni soñarlo!

Suerte parecida corren los picaportes. A veces se solucionan con un simple clavito. Pero otras no. Y en eso caso no está claro a quién recurrir. De hecho, si vivís en un edificio o en una cuadra donde hay edificios, le preguntás al portero en cuestión si sabe arreglar picaportes. Y le decís “ah, perfecto. Un día de estos lo hacemos”. Minga. No lo hacés más. Le das a la manija que queda suelta hasta que la manija no dé más, en cuyo caso la reemplazás por un destornillador o un tenedor viejo. Pero arreglarse... Nunca.

El depósito del baño es otro asunto delicado: cuando comienza a fallar vos ya sabés el final de la historia: dejarás de tener botón, para vivir en un baño con un tanque de agua expuesto al aire libre en el que te mojarás la mano cada vez que tengas que tirar la cadena. Y será realmente molesto tener que mojarte las manos, pero cualquier cosa es mejor que llamar a alguien que lo arregle. Salvo que desborde. O no corte. O sea: salvo que desborde, o no corte, y tengas medidor de agua. Ahí si. No tenés más remedio. Pero si no tenés medidor de agua, siempre se puede solucionar todo con un secador y un trapo de piso. Que no es ninguna solución. Porque esas cosas, no tienen arreglo.

Quedan para estudiar los casos de las puertas de las alacenas de la cocina que no cierran, o chingan, o se hincharon por la humedad, las persianas que ni suben ni bajan o la cinta de la persian que se va deshilachando día a día, la tapa del horno que cierra mal, el farolito de la luz de giro del auto, la radio am/fm del auto, el tapizado de las sillas del living y los 27 adornos traídos de distintos viajes que han sufrido todo tipo de decapitaciones y mutilaciones, pero que no hay gotita que los pegue.

Y esas son las cosas que no se arreglan. Tu pareja, tu familia, o tus relaciones, ya son otro precio.

Por Adrian Stoppelman / Telam

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