Los idus de marzo
En el calendario del imperio romano, los idus designaban el día 15 de cada mes. El año comenzaba en el mes de marzo y en su día 15 se cancelaban deudas y se realizaban importantes festividades religiosas. Sin embargo, a partir del año 44 A. C. los idus de marzo irían a impregnarse con un nuevo simbolismo: el de la traición, la muerte y la destrucción social. Por ese entonces, el brutal asesinato del emperador Julio César por un grupo de dirigentes políticos liderado por un confidente desencadenó una intensa lucha fratricida que potenció la desintegración del imperio romano.
En los tiempos que corren, los idus de marzo constituyen la metáfora de un cambio de época. Hoy, la crisis sistémica de la estructura de poder global empuja al planeta al borde de un abismo. En su agonía, el poder global desnuda su vulnerabilidad e ilumina a los monstruos que lo constituyen. También muestra la necesidad imperiosa de encontrar una salida a la crisis. Herido de muerte por conflictos que él mismo ha engendrado y no puede resolver, el poder global se embarca en una creciente escalada coercitiva de tipo militar, económica, política y simbólica. Esta dinámica, lejos de resolver sus problemas, potencia su fragilidad tanto en el centro como en la periferia del capitalismo global monopólico y abre las puertas a una oportunidad única: la de construir una “nueva época” basada en valores e instituciones opuestos a los que hoy dominan al mundo.
La traición y las luchas por intereses mezquinos cada vez más fragmentados impregnan por estos días la civilización occidental. La contracara de estos fenómenos reside en la identificación cada vez más profunda de un puñado de enormes corporaciones multinacionales con la suma de los poderes del Estado estadounidense. Desde hace varias décadas, este núcleo del poder global maximiza ganancias en todos los órdenes de la vida social, impulsando una estrategia de “demolición controlada” centrada en el viejo principio de “dividir para reinar”. El poder global impulsa así conflictos estériles que deshilachan a las sociedades en miles de fragmentos antagónicos y bloquean la posibilidad de un verdadero cambio social. Sabe que cuando el “sálvese quien pueda” rige los destinos de los individuos, las pasiones atávicas dominadas por el odio y el miedo levantan una densa neblina que al oscurecer el entendimiento y la comprensión de las causas de los problemas impide actuar sobre la realidad. Este “sálvese quien pueda” genera así las condiciones para la reproducción del status quo. Sin embargo, a la larga, esta dinámica termina transformando a la demolición controlada en descontrol social, y la violencia resultante desnuda las raíces del poder global. Así, y como ha ocurrido en otros momentos en la historia de la humanidad, la escalada coercitiva de índole militar, económica, política y simbólica es la antítesis de la búsqueda de consenso para resolver la crisis y termina erosionando la legitimidad de las instituciones y de los valores existentes.
Hoy el mundo unipolar es amenazado por una crisis sistémica y por la progresiva emergencia de otro mundo, un mundo multipolar regido por la búsqueda de un desarrollo más acorde con los intereses específicos de las naciones. En este contexto, los rugidos del poder global ventilan su impotencia y muestran que solo con reflexión, análisis crítico y una creciente organización basada en nuevos valores, centrados en la cooperación y la solidaridad, se podrá construir una nueva época donde los valores comunitarios sustituyan los intereses de los monopolios y ocupen un rol central en la vida de las naciones.
Demolición controlada: hacia un nuevo mercantilismo
En el Foro Económico Mundial reunido el año pasado en Davos, Katherine Chi Tai, representante comercial del gobierno estadounidense, sostuvo que el gobierno del Presidente Biden busca construir “un nuevo orden económico". Tres meses después, Jake Sullivan, secretario de Seguridad Nacional, profundizaba este concepto aludiendo a la creación de un Nuevo Consenso de Washington para sustituir al paradigma de la globalización, vigente desde los ‘70 y basado en el imperio del libre mercado. El nuevo consenso se basará en una mayor intervención estatal en áreas claves de la economía norteamericana y de países aliados e incondicionales a las políticas de este país.
Según Sullivan, la promoción del libre mercado resultó en una globalización basada en la salida de capitales norteamericanos hacia otras regiones del mundo en busca de salarios más bajos. Esto derivó en un “vaciamiento” de la economía estadounidense a partir de la pérdida de cadenas de abastecimientos, industrias y empleos. Estos fenómenos sentaron las bases para un aumento de la desigualdad económica y un crecimiento del descontento social tanto a nivel doméstico como global. Para Sullivan, este paradigma globalizador no impidió que, amparada en la utilización de fuertes subsidios estatales, la economía china emergiera como una potencia mundial, desafiando así la hegemonía mundial estadounidense. Para corregir esta situación, el gobierno de Biden propone impulsar una fuerte intervención del Estado en determinadas áreas de la economía con el objetivo de desarrollar cadenas de abastecimiento y acumulación de recursos estratégicos tanto en el propio país como en países aliados. Esta política es acompañada por un bloqueo creciente del comercio con China en áreas que el gobierno estadounidense considera de importancia estratégica. Así, a pesar del antagonismo de Biden y del partido demócrata con Trump y las políticas seguidas durante su último gobierno, el nuevo paradigma comparte los objetivos postulados por este tanto en el pasado como en el presente: recuperar la grandeza estadounidense perdida (MAGA) sustituyendo el modelo globalizador por un fuerte impulso a las inversiones locales junto con fuertes controles al comercio con China.
Así, por distintas vías, los vientos del mercantilismo soplan con fuerza en el centro del poder mundial. Más allá de los partidos políticos, hay un cambio de paradigma estadounidense de enorme significación para los países periféricos. Este sustituye a las cadenas de valor global (offshoring) tradicionalmente dominadas por corporaciones multinacionales norteamericanas por cadenas más cortas, de índole estratégica y ubicadas al interior del área de influencia directa estadounidense (nearshoring). Esto implica, entre otras cosas, una creciente presión política, económica y militar sobre los países y regiones de la periferia que tienen recursos naturales de importancia estratégica para el crecimiento de la producción de Estados Unidos y para el mantenimiento de su complejo industrial militar. Entre estos recursos, se destacan las energías fósiles, las tierras raras, el litio y otros minerales y metales indispensables al desarrollo tecnológico en la era de la conquista del espacio.
Monopolios y control de la economía norteamericana y global
Esta propuesta mercantilista no surge en el vacío. Se da en un contexto marcado por la enorme injerencia de un puñado de corporaciones multinacionales tanto sobre la economía global como sobre la norteamericana, una injerencia cada vez más opaca y difícil de regular. Un estudio reciente analiza este fenómeno en un área central al bienestar de la población mundial: el de la alimentación. A través de décadas de fusiones y adquisiciones, un puñado de agronegocios ha expandido su control e influencia a lo largo de toda la cadena de abastecimientos de alimentos, amasando en el proceso enormes ganancias y control de la información. Al mismo tiempo, estos agronegocios han potenciado sus rentas y ganancias extraordinarias a partir de una creciente actividad financiera en ámbitos totalmente carentes de regulación. Estos fenómenos han permitido maximizar ganancias y rentas, obteniendo al mismo tiempo absoluto control sobre el conjunto del sistema alimentario mundial. La espesa trama de relaciones corporativas intra grupo y entre agronegocios oscurece la visibilidad de este fenómeno y la posibilidad de controlarlo, ya sea a nivel gubernamental como internacional. Al mismo tiempo, esta trama de relaciones opacas e interconectadas incide sobre los precios de los alimentos y permite que la inflación en este rubro se transforme en una norma, con el consiguiente impacto sobre el bienestar de la población mundial.
Una pauta semejante aparece en el comportamiento de enormes monopolios y oligopolios que operan en el sistema de alimentación estadounidense.
Estudios recientes muestran la enorme concentración de poder económico en el área de los agronegocios y la producción y comercio de alimentos, fenómeno que ha dado lugar a una volatilidad creciente en el precio de los alimentos gravitando poderosamente sobre la inflación general. En los últimos cuatro años los precios de los alimentos crecieron un 25% y hoy son la principal fuente de la inflación de Estados Unidos.
La formación monopólica y oligopólica de los precios se reproduce en otras áreas de la economía de ese país y muestra el vaciamiento conceptual del paradigma neoliberal: postulando la libertad de mercado ha dado lugar a una brutal concentración económica con la consiguiente capacidad de formar precios y maximizar ganancias en mercados cautivos. Este poder de los monopolios cada vez más opaco a las regulaciones se derrama en el ámbito político estadounidense a través de su enorme incidencia en la financiación de las campañas electorales, tanto a nivel local como federal. En este mundo cada vez más complejo, el petróleo y el gas continúan siendo la llave esencial del crecimiento económico mundial y del mantenimiento de la actual estructura de poder global.
Geopolítica, guerra y petróleo
De ahí la creciente escalada militar norteamericana en el Medio Oriente desde el atentado de Hamás en Israel el 7 de octubre pasado. La posterior invasión de Israel a Gaza ha desatado un proceso que muestra la relevancia que tiene el control de los recursos de la región para el mantenimiento de la hegemonía mundial estadounidense. Al mismo tiempo, este conflicto expone la creciente fragilidad de esta hegemonía y de la paz mundial.
Varias guerras en la región amenazan con desbordar en una guerra de gran envergadura y exponen a la luz del día la crisis de hegemonía mundial de Estados Unidos y la vulnerabilidad política de un gobierno que, en vísperas de elecciones, ha quedado encerrado en una escalada militar que potencia el conflicto a muy corto plazo [1].
La economía de Israel [2], principal aliado estadounidense en la región, ya se resiente por el bloqueo marítimo a sus puertos ejercido por los hutíes en el Mar Rojo. El poderío de la fuerza naval estadounidense concentrada en la región no ha logrado mitigar este bloqueo, incluso a pesar de la campaña de bombardeos sistemáticos en toda la región del Yemen. La situación puede tornarse más peligrosa si los hutíes cumplen con su amenaza de destruir los cables de comunicación global de Internet que yacen en el fondo del Mar Rojo. Por su parte, grupos de resistencia iraquí y sirios, apoyados por Irán, pero actuando con relativa independencia de este país, han incrementado sus ataques a las bases militares de los Estados Unidos en Siria e Irak, en represalia por la ocupación israelí de Gaza. Estas bases estadounidenses violan la soberanía del país y contravienen toda la legislación internacional existente. Su objetivo es controlar el territorio que concentra la riqueza energética y alimenticia de Siria para “incrementar el poder geopolítico de los Estados Unidos en la región”. Asimismo, han dado lugar a un intenso tráfico ilegal de petróleo que se complementa con el mantenimiento de bases militares estadounidenses en Irak [3]. En enero del 2020, el gobierno de Irak pidió su evacuación, y Trump dejó en claro que el objetivo de estas es el control de su país sobre el petróleo de la región [4]. En los últimos tiempos, en respuesta a los atentados contra estas bases, el gobierno estadounidense bombardeó masivamente posiciones de milicias que supuestamente estaban comandadas por Irán. Esto fue seguido esta semana por el uso de drones para asesinar al jefe de una de ellas, que forma parte del ejército de Irak y que había decretado un cese de operaciones momentáneo [5]. Esto ocurre al tiempo que el gobierno de Israel, cada vez más dependiente de la financiación y armamento estadounidense y jaqueado por su incapacidad para “destruir” a Hamás, intensifica los bombardeos de la población de Gaza, rechaza la política de los dos Estados sellada en los Acuerdos de Oslo y exige la consolidación del “gran Israel, desde el río hasta el mar”. Es decir: reclama todo el territorio de Palestina.
Del muro de los lamentos a las fuerzas del cielo
La profundidad de la crisis económica y política argentina crece al calor del brutal ajuste desatado sobre los sectores populares por el plan Caputo. A esto se suma la actuación frívola y violenta de un Presidente convencido de que tiene impunidad celestial para decir una cosa y hacer lo contrario; para vaciar conceptos y principios; para falsear promesas de campaña; para escrachar, amedrentar y hasta insinuar la eliminación de los diputados y dirigentes políticos que no cumplan a rajatabla con lo que manda; para tirar por la borda a funcionarios propios porque sus cónyuges en el Congreso no votaron lo que les ordenó; para gobernar a través de twits, retwits y una oficina de prensa asentada en una oscura trama de bots, que buscan disciplinar inculcando violencia, miedo y odio.
Este circo no surge de la nada. Actúa como una cortina de humo buscando ocultar la brutal arremetida de los dueños de la casta política: un pequeño grupo de corporaciones de origen local y extranjero apresuradas en repartirse rápidamente el poder político, los activos del país y sus recursos naturales. La ley Ómnibus fue hecha a medida de estos intereses y defendida a ultranza por todas las organizaciones que nuclean este sector, destacándose especialmente la verba patriótica de la AMCHAM, la entidad que expresa los intereses de las corporaciones de Estados Unidos en el país. A su vez, la titular del FMI no solo respaldó totalmente a Caputo y “su decisión de abordar (…) problemas con más ambición que la que hemos visto en años anteriores”, sino que aceptó que se eliminara de la ley el plan fiscal. Sabe que este se concreta todos los días, sin intervención del Congreso y al calor de la devaluación, el ajuste de tarifas, los aumentos de combustibles y una brutal restricción del gasto público basado en la eliminación de recursos transferidos a las provincias, a los jubilados y pensionados, a los planes sociales y a los empleados públicos.
Tanto el FMI como los grupos empresariales saben que las privatizaciones de empresas públicas constituyen el verdadero corazón de la ley Ómnibus. Esa bonanza permitiría concretar la extranjerización de los activos y recursos del país y otorgaría los recursos necesarios para la dolarización del país, el verdadero objetivo del poder global. La brutal licuación de activos y pasivos ya ocurrida acorta los tiempos de esta dolarización. Milei la anuncia para mediados de año y el FMI la insinúa aplaudiendo la “pronta eliminación de los tipos de cambios múltiples”. Caputo, sin embargo, se apresta a concretar la privatización del Banco Nación utilizando el DNU que otorga plenos poderes de emergencia al Presidente.
Así, mientras Milei se abraza a las fuerzas del cielo, jura fidelidad a ultranza a Netanyahu, invita al país a Larry Fink, CEO del principal fondo de inversión del mundo, y se prepara para participar a fin de mes en un importante cónclave del partido republicano en los Estados unidos, los idus de marzo se anuncian en el horizonte. Mientras tanto, Caputo busca provocar un shock que paralice la protesta social en circunstancias en las que aumenta la recesión y el desempleo. De ahí la virulencia del relato y el nuevo protocolo de seguridad que posibilita el uso de armas de fuego en la represión. Paradójicamente, esta ofensiva desnuda la debilidad del gobierno y muestra que la protesta ocurrida en los últimos tiempos en la calle y de abajo hacia arriba permite cambiar la relación de fuerza. También muestra la necesidad imperiosa de un programa que trascienda las reivindicaciones inmediatas y apunte a un verdadero cambio social en el país.
[1] Tambien muestra, como hemos visto en otras notas, la capacidad que este conflicto tiene de afectar la economía global a partir de una disrupción del comercio y la producción del petróleo y del gas, la incidencia de este fenomeno sobre los precios internacionales de estos productos y sobre la inflación internacional, la deuda global, la deuda estadounidense y el propio rol del dólar como moneda internacional de reserva.
[2] Israel enfrenta a Hamás en Gaza, a la guerrilla islámica y palestina en Cisjordania y a Hezbolla en la frontera norte, al tiempo que bombardea Siria y concreta atentados específicos contra enviados iraníes en este país.
[3] Que se mantienen desde que terminó la invasión estadounidense que puso fin al régimen de Saddam Hussein a pesar de los reiterados pedidos de Irak de evacuación de las tropas de Estados Unidos.
[4] Además, amenazo con expropiar el producto de las exportaciones de petróleo que, hasta la fecha se encuentran depositadas en la Reserva Federal.
[5] Este atentado, ocurrido en un área intensamente urbanizada, detono manifestaciones callejeras y una fuerte reacción del gobierno iraquí, que amenazó nuevamente con poner fin a la presencia estadounidense en el país.
Por Mónica Peralta Ramos / El Cohete