¡Viva la desigualdad, carajo!

Actualidad 17 de febrero de 2024
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Imaginemos que tiene usted una embarcación de recreo con cerveza fresca y vodka helado en la heladera. Que ha echado el ancla en medio del océano para tomar un aperitivo con las personas con las que comparte la travesía. De vez en cuando, se cruza con un velero lleno de gente guapa y se saludan alegremente agitando las manos en el aire. En esto, pasa junto a su barco un “cayuco negrero” que se ha salvado de que el mar se lo trague. A usted y a sus amigos se les ha estropeado el aperitivo. Lo más probable es que rechacen comerse esa lubina a la brasa recién pescada que quizá se haya alimentado de los cuerpos de miles de migrantes náufragos. El vodka ya no sabe igual, Es momento de marchar, pero antes, claro está, hay que inmortalizar la escena (como hace el hombre de blanco en la foto) para enseñarles a los nietos de cuanta carne desechable navega a la deriva por el mundo. 

Asombra que el planeta esté tan bien y tan mal ordenado al mismo tiempo. Miles de semáforos están ahora mismo apagándose y encendiéndose en todo el mundo perfectamente sincronizados con las necesidades de cada ciudad, de cada esquina. Yo preferiría que no hubiera guerras ni hambre ni clases sociales a que los semáforos funcionaran. Pero no se puede tener todo lo que se desea. El sistema tiene sus prioridades. 

Es un misterio que los seres humanos, pareciéndonos tanto, seamos a la vez tan desiguales. La causa y el efecto es un sistema de dominación sostenido en el deseo, en el control, en la imagen y el consumo. Un individualismo neoliberal y posmoderno -desarrollos degradados del ilustrado y liberal- que confluyen en una misma visión de “libertad”, ajena a todo imperativo social, centrada en la autosatisfacción de los deseos y en la mercadotecnia del yo. Un modelo hedonista, cuyo superego es la pantalla del celular que le permite bucear en una realidad sustitutiva como individuo propietario renuente a toda imposición social.

El apremio civilizador de los grandes principios que declarábamos con carácter universal cede ante los datos de la realidad. La persistencia en el tiempo de tanta pobreza avergüenza y degrada moralmente a la sociedad que la consiente. La crisis moral de nuestro tiempo celebra con talante festivo la quiebra de los vínculos sociales, y sustituye la dimensión política por lo subjetivo, el derecho por el deseo, la revuelta por la transgresión. En una sociedad donde la confianza entre los ciudadanos se ha perdido hasta ser casi inexistente florece la crispación, el envenenamiento de la convivencia, la cínica manipulación de nuestros miedos, nuestras ansiedades y nuestros prejuicios. Es así, como se echa mano con tanta ligereza de la palabra “libertad”, sabiendo que la libertad es un concepto. El ansia de libertad forma parte de lo humano y sabemos, sin ninguna duda, que la privación de libertad envilece. Tenemos, por tanto, un concepto esencial, que, a diferencia de otros, como la belleza o la felicidad, sólo existe como resultado de una transacción. La libertad nunca es completa. En ocasiones, la libertad del individuo, la responsabilidad del individuo, y el “hacer” colectivo del individuo, colisionan. Sin embargo, el pensamiento neoliberal tiende a privilegiar la libertad desde una perspectiva económica, desregularizada y alejada del control del Estado y de los derechos colectivos, haciéndonos creer que las sociedades pueden progresar retrocediendo. Así se persigue la “idea trasnochada” de aplicar “un castigo fiscal a los ricos”, mientras los expertos y los organismos especializados en desigualdad sostienen lo contrario. “El instrumento más adecuado para ello consiste en la “utopía útil” de un moderado “impuesto anual y progresivo sobre el capital”, como concluye Thomas Piketty en su afamado libro, “El Capital del siglo XXI”. Entre el 1% para más de un millón de euros y del 2% por encima de cinco millones. Oxfam subraya la urgencia de “trasladar la carga tributaria del trabajo y el consumo hacia la riqueza y el capital y recuperar un gravamen sobre la riqueza” (“Una economía al servicio del 1%”). La OCDE, como es lógico, considera que el impuesto progresivo “constituye el más directo y poderoso instrumento para la redistribución de la riqueza”; aumentando sus tipos marginales y eliminando las deducciones que en su mayoría benefician a las grandes fortunas.

Ahí afuera hay una vida que supura, con las puertas y las voluntades abiertas. Un inmenso territorio por defender contra la mezquindad y las formas de humanidad opresoras del tiempo presente, pero también un elogio del aquí y ahora y su resistencia. Una defensa sin retórica de los valores que hacen la vida digna de ser vivida, con generosidad y compromiso, con sereno radicalismo que transforme el Estado social en una realidad saludable y gozosa.

Hay algo de poesía triste en estos tiempos perplejos y descarnados, de historia colectiva y de intrahistoria personal, de ansia de infinitud y de conciencia de caducidad. Somos a duras penas lo que somos. Somos brazos, culpas, miedos, cincelados de pequeñas conquistas cotidianas que vamos a necesitar para sostener la lenta reconstrucción de un mañana resquebrajado. Todo duele hasta que deja de doler.

La solidaridad solo puede ser incondicional y, precisamente, en tanto incondicional, solo puede darse como acto poético. La justicia distributiva, la verdadera, no se describe ni se imagina, ni se narra ni se concluye, se conquista. Nuestro pasado es el mañana.

 

Por José Luis Lanao * Periodista. Ex Jugador de Vélez Sarsfield, clubes de España, y Campeón Mundial Juvenil Tokio 1979. / La Tecla Eñe

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