La clase media no va al paraíso

Actualidad 15 de febrero de 2024
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Los nombres más pesados de la oposición permanecen en silencio, aunque es difícil saber que tan activos. La “casta política”, el gran éxito discursivo del nuevo presidente, está lejos de ser la culpable de todos los males, pero efectivamente existe. Desde el oficialismo, donde “casta” no es la casta que profusamente integra y disfruta su gobierno, la imaginan conspirando en defensa de sus privilegios.

A la ex vicepresidente, según dicen quienes hablan con ella, le gusta el estilo del nuevo presidente, al que describe nada menos que como “kirchnerista”, presuntamente porque siempre redobla la apuesta. Presenta además un notable contraste con la impotencia permanente del gobierno saliente. Efectivamente el mileismo no se cansa de cantar envido con cuatro. Y de repetir la jugada a pesar de ir perdiendo, algo bien distinto a irse permanentemente al mazo. En el camino derriba mitos, como el que reza que no se puede gobernar sin construir consensos transpartidarios o sin el acompañamiento de “los gobernadores”.

Está bien que Javier Milei se dé el lujo de renegar de estas formas de la construcción política mientas puede, es decir mientras todavía dura el consenso social del reciente triunfo electoral, mientras se agota su luna de miel. Las encuestas señalan que su imagen pública sigue positiva, aunque ya es evidente el inicio de un deterioro mucho más rápido que el de todos sus antecesores. Su pico de popularidad fue en diciembre.

Pero regresemos a la construcción de consensos. Acumular poder político territorial es importante cuando el proyecto político que se impulsa es relativamente antagónico al poder económico. El mileismo, en cambio, es sin mediaciones el proyecto del poder económico más concentrado y, en consecuencia, suma los consensos elementales: el de las entidades empresarias más poderosas, incluidas sus terminales mediáticas, el de la embajada estadounidense y todo lo que ello representa, y el de la gran coalición antiperonista de facto que cruza todos los puntos cardinales de la política local. Es una sumatoria impresionante.

Milei no se está enfrentando con “los gobernadores”, sino que está haciendo un segundo ensayo de ordenamiento y conducción de su novel coalición para quedarse sólo con los más sumisos. Está construyendo poder. En el plano más concreto lo que en algún momento fue el cambiemismo lo acompaña sin deserciones. Con él están todo el PRO y el radicalismo residual y ni siquiera le faltan los apoyos de los sedicentes peronistas que acompañaron al macrismo para facilitar la vuelta al orden global de la sujeción por deudas y el regreso al redil del FMI, hablamos de los Randazzo, los Pichetto y las Camaño. Sin nombrar a otros que también imaginamos. Todos ellos no saben ya que más señales dar para decir que quieren apoyar sus reformas. Los “peros” no se dan solo en el marco de la natural herramienta del toma y daca, que el propio oficialismo convalidó repartiendo cargos a gobernadores, esos que hoy reemplaza, sino por el límite de hasta donde se guardan las formas. Nunca es fácil acompañar a un “revolucionario”… comillas, comillas.

Al mejor estilo tuitero, el mileismo intentó esta semana transformar la torpe derrota legislativa de su proyecto ómnibus (“les gusta perder”, como señaló el viejo más zorro del Congreso) en una presunta jugada maestra para “exponer a la casta” y a “la mugre de la política”. Muy bien jugado, pero estos espejitos de colores para reforzar la relación con su núcleo duro demandan algo más: una buena hoja de ruta. Quiza tenga razón la ex vicepresidente, el mileismo se volvió kirchnerista, comenzó a hablarle solamente a su núcleo duro, sin tener clara su hoja de ruta. La conclusión preliminar es evidente, está condenado al éxito, a que su experimento salga bien. Si así no sucede se esfumará a la velocidad de la luz. 

¿Pero qué significa que el experimento salga bien? La respuesta inmediata y evidente sería “que logre estabilizar la macroeconomía”. ¿Es esta la dirección de avance? ¿Cuál es el plan para lograrlo? En este corto lapso de gobierno, demasiado corto para una evaluación más profunda, lo único que se provocó es un shock inflacionario, un proceso en principio inevitable cuando se quieren acomodar precios relativos. El problema es si con esto alcanza. En 2023, cuando se hablaba del futuro de la economía, se decía que en 2024 las condiciones serían favorables porque comenzarían a ponerse en marcha los motores generadores de divisas, la clave para estabilizar, desde la recuperación de los ingresos por exportaciones agropecuarias a la maduración de algunas inversiones energéticas y mineras, sectores que además demandan la continuidad del flujo inversor. Las divisas del agro probablemente aumenten después de un año de sequía aunque compensarán un poco a la baja los precios internacionales. Energía y minería harán su aporte pero la expansión demandará que el ajuste pase socialmente, es decir que se alcance una estabilidad sustentable para que las inversiones aumenten.

En concreto, el nuevo gobierno podría contar con las condiciones objetivas para estabilizar, todo lo contrario de lo que le sucedió al gobierno anterior en 2022-23, pero el problema está en su concepción del ajuste. Si el único plan es dolarizar no se está yendo a ninguna parte. La pérdida de herramientas de la política económica no es un logro per se. Es evidente que el primer paso, el súper ajuste fiscal, se está ejecutando sin gradualismos. Ello comenzó a provocar una fuerte recesión, es decir una caída de la demanda, incluida la demanda de importaciones. Se ahorrarán dólares, se acumularán divisas en el BCRA y se seguirán licuando los compromisos en pesos del sector público. Los salarios y jubilaciones seguirán contrayéndose. La liberalización de mercados monopólicos profundizará los aumentos de precios de muchos servicios, salud y educación entre ellos. Y en paralelo el ajuste deteriorará la provisión pública de estos mismos servicios. Habrá nuevos ganadores y perdedores, es decir un nuevo orden social si finalmente se convalida la nueva redistribución. Al final del proceso la clase media será mucho más chica. Que el camino resulte transitable dependerá de factores que aun no están asegurados: que la inflación registre un freno significativo más o menos pronto, a partir de abril mayo, y que los nuevos perdedores acepten su nueva realidad. Si ambas cosas no suceden se asistirá a un notable aumento de la inestabilidad y la conflictividad social. Será el tiempo en que la reconstrucción de consensos políticos resultará, ahora sí, inevitable.-

Por Claudio Scaletta / El Destape

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