Correlaciones

Actualidad 19 de enero de 2024
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Hace más de 30 días que un fenómeno político-cultural viene desarrollándose en nuestro país. Algo parecido a ese potente agobio que caracteriza la llegada del verano, el cual atravesamos y nos atraviesa. Pero no son las fuerzas del cielo sino las primeras acciones de un gobierno que encarna el goce perverso, ese “esperen que hay más” dicho por el Presidente luego del discurso de asunción dado de espaldas al Congreso y del anuncio del mega DNU. El shock económico luego del golpe electoral que sumió en la confusión a gran parte de nuestro pueblo y que instala un preocupante clima autoritario represivo. Dentro de la batalla cultural que Milei ha emprendido en su convicción de reformular las bases democráticas con las que los argentinos hemos convivido durante los últimos 40 años, se inscribe el ataque –no muy percibido– a la memoria, o a las memorias. Hay disputa y tensión entre esas memorias y el negacionismo con el que desde las gerencias técnico-financieras del nuevo gobierno se intenta definirlas como antigüedades que no encajan con el país de la reconversión alberdiana –a quien el Presidente cita mal, o por lo menos parcialmente, y desde la ignorancia–. Ese pasado, la memoria que no es melancolía, es un obstáculo –nos dicen– para el progreso, pero, además, una construcción engañosa. Las formas, esas manifestaciones de la simulación que el capitalismo financiero intenta ofrecer reprimiendo sus impulsos primarios. Una genealogía de la estirpe político-militar-comunicacional con deseos de una Europa blanca y civilizada enclavada en sus territorios. El error literario que encendió un mundo contradictorio entre el Martín Fierro y el Facundo. Allí el fallo narrativo que puso al gaucho como símbolo negativo de una Nación de estancieros, militares-políticos y patrones para quienes el gaucho era un ser degradado, materia descartable y gasto inaceptable; un detrito que obturaba la reconversión de la Nación. Milei no pasó por el Facundo, pero el pobre de hoy es, para él, el gaucho de ayer.

La memoria, entonces, es también conflicto: ser una mera recordación del pasado o volverse acto y potencia reveladora.

Esa memoria del terror, la que exige Justicia, es la modulación válida que construye un puente entre el dolor y la acción. Esa memoria es la que intentaron desarticular leyes como las de Obediencia Debida y Punto Final y los indultos. Esa memoria que abre es la que permitió la investigación sobre las complicidades civiles con la dictadura genocida de 1976. Es la memoria que define el punto cúlmine de los procesos represivos en la Argentina: el Estado anula todo vestigio de andamiaje legal y es él mismo el que asesina y desaparece seres humanos. Es la memoria que da testimonio del plan económico organizado por Jorge Rafael Videla y José Martínez de Hoz, por el cual en el país no debe existir más un alto nivel de ocupación y empleo, con leyes laborales y salarios dignos, con trabajadores organizados y sujetos con conciencia de clase. Es la memoria que pone en evidencia la verdadera finalidad de la muerte y la represión: el poder y el dinero en posesión de una casta privilegiada. En definitiva, memoria de clase.

Antes de asumir la presidencia de la república, Javier Milei dio claras señales sobre qué significa para él la memoria hasta aquí descripta: negó la cifra abierta de nuestra democracia, los 30.000 detenidos desaparecidos, y sostuvo que esa cifra “no puede ser considerada parte de un consenso de la democracia” porque, para Milei, “mentir el número es grave” y es “una aberración”. Pero fue más allá y arrojó una cifra exacta, 8.753, que justificó con uno de sus falaces argumentos: “Hay cuatro estimaciones de cifras y yo tomé la más alta de todas para que no haya cuestionamiento de ningún tipo”.

Con la asunción del Presidente de extrema derecha que se autodefine anarco-capitalista, la memoria del acto y la potencia se ven seriamente amenazadas. Supone que quienes defienden los derechos humanos vinculados a Memoria, Verdad y Justicia, los restringen sólo a ese campo de acción, circunscribiendo los derechos humanos al “pasado”, situación que, por un lado, demuestra el desconocimiento de la labor que los organismos de derechos humanos realizan en torno a hechos vinculados a la marginalidad y la pobreza, y por otro, opera junto a los medios comerciales de comunicación sobre el sentido común en detrimento de las memorias relacionadas al terrorismo de Estado y al genocidio social y económico.

¿Por qué ese doble ariete que Milei ha desplegado en torno a las memorias colectivas? –que tiene su antecedente en el gobierno de Macri y “el curro de los derechos humanos”, dicho que su secretario de esa área Claudio Avruj argumentó un poco más sofisticadamente al decir que los derechos humanos debían ser “más amplios y contener otros derechos como los de quienes sufren la inseguridad”. Hay una continuidad histórica que lo explica, aunque con matices. La dictadura no fue sólo militar. Uno de los logros que estableció la batalla lingüística fue la de definir con precisión, como lo hiciera Rodolfo Walsh en su Carta abierta de un escritor a la Junta Militar, que la dictadura fue cívico-militar. Otro foco de conflicto para el poder económico-comunicacional que con fiereza ha decidido sofocar.

Para contextualizar, aunque el término sea insuficiente por ambiguo, la memoria que vehiculizó la puesta en marcha de los juicios por delitos de lesa humanidad, y que hace más de 30 años se transformó en acto, es la que Milei (y Macri) desea derribar, si fuera posible, también por un DNU.

 
Ocurrida la conmemoración de los 40 años de la recuperación democrática, que pasó desapercibida por el tsunami autoritario que provocó el triunfo de Milei, es necesario insistir en la correspondencia política, económica e ideológica entre el programa de la última dictadura, el del gobierno de Mauricio Macri y el del actual. La matriz de concentración económica, brutal transferencia de riqueza de los sectores populares a las grandes empresas del poder financiero-empresarial, inflación espiralizada como producto de una mega-devaluación, que es la más impresionante de los últimos 50 años y cuyo resultado es el aumento incontenible y no controlado en los precios de la canasta familiar y de los medicamentos, junto a la liberalización total del mercado y la destrucción de la industria argentina, consolida esa correlación histórica que plantea un panorama de crisis que no dista demasiado en lo económico y social con el grave genocidio social y económico que la dictadura cívico militar nos legó.

La memoria no es un patrimonio conquistado, y la historia económica y social comparada así lo demuestra.

 

Por Conrado Yasenza * El autor es periodista, director/editor de La Tecl@ Eñe y docente en UNDAV.
 

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