Argentina: el neoliberalismo como catástrofe

Actualidad 19 de enero de 2024
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La experiencia que se está realizando en la Argentina, entre sus distintas singularidades, nos impone una pregunta: ¿Hasta dónde en un sujeto político intervienen sus marcas subjetivas? Un gobernante no se reduce a las responsabilidades de la gestión solo desde un punto de vista técnico; en la misma interviene una ideología que siempre está --en mayor o menor medida, unas veces más velada, otras veces más a la vista-- impregnada por huellas fantasmáticas inconscientes.

En el caso del libertario ultraderechista que gobierna el país, estas huellas son evidentes: él mismo se encargó de manifestar, sin ningún ambage, en sus diferentes comparecencias públicas, cómo se situaba en el tablero político; daba cuenta de sí mismo como un elegido por fuerzas que no emanaban del mundo terrenal sino de una misión mesiánica destinada a extirpar el mal de la Argentina. Por ello, más que un presidente, se presenta como un redentor que pretende salvar a la Nación de distintos fenómenos malignos que atraviesan su historia. De este modo, como suele ocurrir con  los que combaten el mal, se trata de destruir hasta la última de sus raíces sin tener en cuenta a millones de seres humanos que caerán bajo su mandato sádico de destrucción. Dado que tiene la certeza de que la Historia lo considerará un genio, su plan no parece modificable por dialéctica política alguna.Tal como lo he aseverado en artículos anteriores en este diario, el neoliberalismo, bajo su faz de ultraderechas, tiende al estado de Excepción; es en la marcha del capitalismo financiero en donde se confirma una férrea contradicción entre su despliegue ilimitado y lo que hasta ahora hemos denominado democracia. 

Capitalismo y Democracia ya no constituyen un par estable y garantizado ni siquiera en el Occidente hegemónico; es lógico que en este escenario el laboratorio argentino sea observado internacionalmente.

En la Argentina se están presentando de forma acelerada elementos, que, si bien estaban presentes en otras experiencias ultraneoliberales, ahora adquieren un matiz catastrófico que demanda un análisis nuevo. El neoliberalismo, a pesar de todos sus excesos, aspira a una cierta racionalidad gubernamental; por ello, no es frecuente que nos encontremos con países como Argentina, con una constitución compleja de su cultura política, que puedan sostener la experiencia de cumplimentarlo de un modo absoluto donde las mediaciones políticas se cancelen y ningún dato de la realidad sea tenido en cuenta.

En la Argentina se está intentando poner en marcha un plan abstracto, metafísico, del cual el pueblo es rehén. De allí que, en este caso, el experimento se excede a sí mismo; aunque encuentre la forma de desarrollar un simulacro de gobernabilidad, la catástrofe que va a producir no podrá ser integrada fácilmente.

De este modo el mundo observará como hasta el propio mercado implosiona cuando el Estado se retira en su agenda social y se incorpora a la agenda del mercado.

Los argentinos padeceremos un tiempo histórico donde se pondrá a prueba con qué recursos socio simbólicos cuenta la nación para que una nueva fuerza política, aunque proceda de la tradición –el peronismo–, aunque no se defina como de izquierda, se pueda hacer cargo del desastre producido por la derecha argentina en su etapa mesiánica.

Por Jorge Alemán / P12

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