No trate de entender

Actualidad 04 de enero de 2024
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Supongo que usted, igual que muchas y muchos, está tratando de comprender lo que sucede en estos momentos en el país. O ¿cuál es la traducción de “libertad” desde la mirada de Javier Milei, Patricia Bullrich, Toto Caputo o del vocero Manuel Adorni? Me imagino sus peripecias escuchando a vecinas y vecinos, indagando en Google, buscando autores, recurriendo a textos e interpretaciones de diferente origen, dialogando. Si quiere aceptar un consejo de este simple cronista: no pierda el tiempo, no lo siga intentando. Porque en realidad todos, absolutamente todos, los criterios y las categorías hasta ahora utilizadas para leer la política y, en particular, los modos de relacionarse en sociedad en la Argentina, han sido tirados al tacho de los residuos. Comenzando por los mecanismos de convivencia democrática que este país construyó (no sin sacrificio) a lo largo de los últimos cuarenta años. De eso se trata la presunta revolución libertaria (“refundacional” pretenden) del macrimileismo. 

Solo dejando de lado cualquier pretensión de comprender con algún criterio racional y más allá de todo alineamiento político ideológico que no sea el “mileismo”, se puede aceptar que el asesor presidencial Federico Sturzenegger tenga la osadía de expresar su decepción porque los ciudadanos se quejan “porque se les da más libertad”. Solo desde la lógica sesgada (y perversa) de quienes siguen pergeñando más y más normas para destruir las bases de la institucionalidad y la convivencia se puede seguir argumentando que más libertad se traduzca, lisa y llanamente, en menos derechos para la enorme mayoría y más prebendas y privilegios para los poderosos, empresas y grupos corporativos que le dictan al gobierno de LLA las vergonzosas normas que ni los liberales más acérrimos quieren admitir como válidas.

Entonces, no trate de entender. Por lo menos con las categorías básicas de la política y la convivencia democrática. Porque le dirán que esto no es un golpe de estado. Pero, como bien lo afirmó el colega Luis Bruschtein en estas mismas páginas, estamos frente a un golpe de estado por otros métodos. Porque se pretenden cambiar no solo las bases de la democracia reciente, sino porque se violan los principios constitucionales esenciales. Y tampoco hay que comerse el cuento de que esto que se está ensayando es “nuevo” y es “revolucionario”. Todo es viejo, repetido y fracasado. Tan falso y carente de sentido como afirmar que una reunión de tres o más personas en un espacio público equivale a una “manifestación” que debe contar con permiso del Ministerio de Seguridad. Solo una mente antidemocrática y autoritaria lo puede concebir de ese modo. Lo mismo que para “promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad” no haya otro camino que la decisión unipersonal y autoritaria y eliminando la división de poderes. Tan anacrónico como el título del nuevo superministerio de “Capital humano” que transforma todos los derechos sociales en una mercancía. La formalidad democrática se vuelve insubstancial cuando está vaciada de los derechos que debe amparar.

Ni siquiera vale la pena discutir si Milei cree sinceramente en lo que está proponiendo. Es posible que así sea, aunque ello no le adjudique razón alguna. “No la ven” o “son coimeros” afirma el Presidente que no dialoga, que no acepta interlocución sino con periodistas adictos, y que solo se expresa por las redes. Él afirma que hay un único camino, él propone, advierte, amenaza, que si no se acepta seremos responsables –tal como le dijo a los legisladores- de “una catástrofe social de proporciones bíblicas". Apocalíptica frase para descargar toda responsabilidad.

Lo que sí está claro es que el presidente libertario demostró (demasiado) rápidamente que carece de la sensibilidad política elemental que requiere la gestión de gobierno. Y para compensarlo desprecia, cancela la escucha, confunde autoridad con autoritarismo y amenaza. El convencimiento y la búsqueda de acuerdos, base esencial de la vida política, ha sido suplantado por el amedrentamiento, la amenaza y la instalación de un clima de miedo social. Pretendiendo además convertir el sufrimiento (que supuestamente todas y todos nos “merecemos”) como un valor que nos permitirá acceder a la libertad prometida y que algún lejano día llegará. La incertidumbre acerca del futuro inmediato y mediato es la síntesis perfecta del miedo y el sufrimiento. Lamentablemente, si nos inoculamos con ese mal, estaremos condenados a la parálisis.

 
Pero gran parte de la sociedad argentina si bien está sorprendida, desolada, también está vacunada contra el totalitarismo. “La patria no se vende” gritó a coro la multitud reunida en la plaza de los Tribunales y le recordó a Milei su parentesco con la dictadura. A los cortesanos no les importó. No quisieron resignar sus vacaciones porque para ellos no hay “necesidad y urgencia” cuando los derechos populares son avasallados. Quizás porque entienden que quienes se reunieron el pasado miércoles son apenas argentinos preocupados por el bien común y no entran en la categoría de “argentinos de bien” entronizada por LLA y de la que los supremos también se sienten parte integral.

Se anuncia un paro general con movilización para el 24 de enero. No por simple coincidencia ese mismo día está prevista la votación en Diputados de la así denominada “ley ómnibus” (aunque se parezca más a un tren fantasma). Será una prueba para todos. Hay quienes creen que el paro debería haber sido antes. Acuden a la experiencia y desconfían de las negociaciones destinadas a echar por tierra la medida. El gobierno ya dejó trascender que está dispuesto –ahora sí- a dialogar con la dirigencia sindical. Pero las centrales obreras también saben que la protesta en la que tienen un rol estratégico, ya los desborda. Lisa y llanamente porque las demandas provienen del conjunto de la sociedad dada la cantidad de derechos avasallados. No alcanzaría entonces con cerrar acuerdos con la dirigencia sindical. 

El plazo dado también puede ser una señal de inteligencia táctica. Es verano, tiempo de vacaciones y así como la jugada del gobierno es a todo o nada, hay que organizar una respuesta que tenga contundencia en adhesiones, en cobertura nacional y capaz de contener las demandas. Es una tarea que exige armado político, tiempo, logística.

Probablemente lo más importante sea encaminar una propuesta que sea expresión o, por lo menos, semilla fecunda de acuerdos multipartidarios y multisectoriales que, en defensa de los derechos democráticos y fundamentales, supere la estructuras, los aparatos, los límites de lo propio y de lo formal para atender la petición ciudadana, en defensa de la democracia, con oído atento a las demandas populares y demostrando que el pueblo sabe de qué trata cuando se atropellan los logros conseguidos con luchas, con sacrificios y en base a la justicia social. Para esto también hay memoria social y política de que la aprender y reservas a las que echar mano.

  

Por Washington Uranga / P12

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