Del problema del delito a la inseguridad como problema

Actualidad11/08/2023
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Pocos temas en la sociedad argentina preocupan tanto como la inseguridad. El temor a ser víctima de un delito representa una inquietud cotidiana y un malestar permanente, y como tal, lidera las encuestas de problemas que aquejan a los argentinos, siempre de la mano de los económicos. Pero la inseguridad es una preocupación y un concepto relativamente joven: se construyó en los últimos 30 años, al calor del clima de una época en la que el delito adquirió nuevas aristas. Un breve recorrido por el surgimiento de la inseguridad como problema en la sociedad argentina muestra, por tanto, los modos en que la percepción del delito se fueron aggiornando junto a la vida democrática. Así como también revela la productividad de la inseguridad y los riesgos que entraña, sobre todo al considerar los rasgos punitivos y antidemocráticos que promueve el miedo al delito.

La inseguridad en Argentina: un desafío persistente

Con la vuelta de la democracia, distintos problemas sociales se reconfiguran en un nuevo entramado social. Así, el delito sufre un proceso de cambio paulatino durante fines de los años 80 y principios de los 90. Secuestros clandestinos y crímenes comandados por ex represores de la última dictadura militar contribuyeron a generar un escenario de temor e incertidumbre. Progresivamente, el limite entre el delito unido y la herencia de la dictadura se va desdibujando y adquiere nuevos matices vinculados con la cuestión social. En esta etapa, con el retorno de la democracia y al compás de las políticas neoliberales de los años 90 que profundizaron los niveles de pobreza y de desigualdad, los hechos delictuosos experimentan un crecimiento sostenido. Este alza y el clima de época colaboraron, como advierte Gabriel Kessler, con la construcción particular de la inseguridad como una categoría de descripción y comprensión de la realidad.

Luego de ese pico la tendencia fue descendente, aunque nunca por debajo de los niveles que se alcanzaron veinte años atrás. Junto con el incremento de los índices de delito y del deterioro de la cuestión social, creció también la preocupación de la población en torno a este problema. En los últimos quince años, se suma además una paradoja particular: el temor al delito no se relaciona directamente con la victimización. Los estudios muestran que aunque las tasas de delito disminuyan y la situación social mejore, el temor persiste.

Hubo además otros elementos que lograron convertir la inseguridad como eje central de la agenda pública. En efecto, la problemática atravesó “con éxito” una serie de pasos que son clave en la constitución de un problema público y que redundaron en que actualmente sea un tema estable y “maduro” entre los tópicos de tematización nacional. Dos escándalos de gran resonancia mediática lo catapultaron a las grandes esferas de la visibilidad pública: la noticia de la participación de algunos policías en el atentado contra la Asociación de Mutuales Judías de la Argentina (AMIA), y el caso Cabezas, en enero de 1997.

Luego de estos casos, la inseguridad se convirtió en uno de los ejes de la campaña electoral y la agenda política y mediática contribuyó a su centralidad en la opinión pública. En efecto, en los medios de comunicación se produjo un incremento cuantitativo en la cobertura del delito: creció  su frecuencia en las notas de tapa, al tiempo que ganó protagonismo en los programas televisivos. Asimismo, comenzaron a registrarse acciones colectivas motivadas específicamente por la inseguridad, que llegaron a su máxima expresión y visibilidad en el año 2004, a partir del “caso Blumberg” cuando el joven Axel Blumberg fue secuestrado y asesinado. Ante la muerte de su hijo, Juan Carlos Blumberg convocó a manifestaciones que alcanzaron gran magnitud y repercusión mediática, y que en poco tiempo desembocaron en la transformación de una serie de artículos del Código Penal y del Código Procesal Penal de la Nación que, entre otras cosas, tendieron hacia un endurecimiento de los castigos.

Así, de la mano del afianzamiento democrático, se configura un nuevo contexto que presenta  a la inseguridad como un tema paradojal: si bien es representada con rasgos de omnipotencia e imprevisibilidad, que hacen que en apariencia sea imposible de detener, es planteada, a la vez, como un problema que necesita una solución urgente por parte de las autoridades. Y en este escenario, cobran peso dos actores claves: las víctimas y los victimarios. La dimensión del drama centrada en la víctima y su sufrimiento dota de una fuerte carga emotiva a la percepción sobre el delito. Estas narraciones –principalmente mediáticas– presentan construcciones valorativas en espejo sobre los protagonistas, víctimas (y sus familiares) y los victimarios, así como las valoraciones sobre los hechos ocurridos. Es decir, el mismo movimiento que coloca a las víctimas en el centro de la escena, posibilita simultáneamente otra operación hegemónica del género policial: la configuración del joven varón y pobre como victimario. Figura estereotipada que aparece como natural y esencializada y refuerza imaginarios sociales en torno a la inseguridad. A la vez, esta operación conduce a reforzar los prejuicios sociales sobre la peligrosidad de ciertos sectores históricamente vulnerabilizados, invisibilizados o desplazados al terreno de su representación policializada. 

En esta construcción relacional operan y se refuerzan imágenes y estereotipos sobre lo normal y lo patológico. Así como en la década del 40 el temor se centraba en el “cabecita negra”, y en su invasión en la sociedad, podemos decir que el joven varón y pobre del conurbano bonaerense constituye hoy una figura digna de temor. Se configura  un otro peligroso, y un escenario binario (nosotros/ellos) que está lejos de conformar una sociedad más igualitaria.

En los últimos quince años, se suma además una paradoja particular: el temor al delito no se relaciona directamente con la victimización. Los estudios muestran que aunque las tasas de delito disminuyan y la situación social mejore, el temor persiste.

Seguridad, divino tesoro 

La consolidación de la inseguridad como un tema “maduro” de la agenda pública, política y mediática impacta, a su vez y de distintos modos, en las experiencias cotidianas de las personas: prácticas preventivas y elusivas, incorporación de dispositivos de seguridad, rejas y cambios en la forma de moverse por el entramado urbano dan cuenta de una nueva postal urbana. Así, la sensibilidad del tema se traduce en experiencias comunes que muestran los modos en que las distintas generaciones, especialmente los jóvenes, han adoptado este fenómeno como parte de su vida cotidiana.

Es común entre los ciudadanos la comparación entre un presente inseguro y un pasado de tranquilidad. Los más jóvenes, en particular, han aprendido a convivir con la inseguridad como una característica inherente de la sociedad actual. Aunque es un tema controversial que despierta debates sobre sus causas, consecuencias y posibles soluciones, forma parte de los problemas que más preocupan a la sociedad, junto con la pobreza y la inflación.

La inseguridad no solo redunda en nuevos modos de habitar y moverse en el espacio urbano, sino que también entraña una vida activa y significativa en los espacios locales, con relativa independencia de aquello que se discute en el plano nacional. En los barrios, partidos, municipios y comunas, se despliega un entramado variable de acciones vecinales de diversa índole, iniciativas de políticas locales en participación ciudadana (que se caracterizan por su gran heterogeneidad de diseños a lo largo del territorio nacional) y fuerzas de seguridad. Ciertamente, la preocupación por el delito promueve alianzas, discusiones y acciones entre los vecinos, incluso muchos se relacionan activamente con funcionarios locales y fuerzas de seguridad en sus territorios. Por ejemplo, arman grupos de WhatsApp, orquestan reuniones vecinales para tratar el problema, patrullan las calles, vigilan a quienes se les presentan como sospechosos, elaboran petitorios y juntan firmas, en suma, despliegan una fuerte actividad en torno al tema.

El mismo movimiento que coloca a las víctimas en el centro de la escena, posibilita simultáneamente otra operación hegemónica del género policial: la configuración del joven varón y pobre como victimario. 

Relativamente invisible en la esfera pública, la actividad vecinal implica un gran esfuerzo de los residentes, pocas veces reconocido por las autoridades y en muchas oportunidades utilizado como canal para resolver cuestiones extra securitarias que no se encuentran amparadas por otras áreas del Estado. En suma, en los territorios el problema de la seguridad no necesariamente tiene potencial individualizante, sino que puede servir para canalizar dinámicas que dan cuenta de una intensa vida colectiva.

Ahora bien, así como la inseguridad como problema asentado puede entrañar una rica vida barrial, y las estrategias de participación ciudadana en seguridad gozan de un carácter cívico y democratizante, otras aristas resultan desalentadoras. Sin dudas, en estos espacios de participación se canalizan y favorecen ciertas demandas y modos de pensar la seguridad en detrimento de otras. En ese sentido, debemos reflexionar sobre quienes no acceden o son convocados a participar de estas políticas. En general se trata de sectores subalternos que no tienen lugar en estos espacios, de modo tal que se amplifican ciertas posturas en torno a la seguridad (en general asociadas a los sectores sociales mejor posicionados en los barrios) y no otras. Así, nos preguntamos si en el ejercicio democrático que estos espacios suponen se cumple en virtud de estos sectores ausentes.

Los bordes de la inseguridad en democracia

La inseguridad es una preocupación ya incorporada tanto en la agenda pública, que la retoma con sus vaivenes, y de la vida cotidiana, cuya presencia, por el contrario, es más bien estable. Como tal, el problema entraña una dimensión productiva: “activa” dinámicas de todo tipo en ambas esferas. Es necesario abordar este desafío persistente de manera inclusiva, democrática y buscando soluciones integrales que no perpetúen prejuicios ni desigualdades sociales. En el marco de los 40 años de democracia, debemos seguir trabajando para construir una sociedad más justa e igualitaria, donde la seguridad sea un bien para todos.

 Por Violeta Dikenstein y Brenda Focás/ Le Monde Diplomatique

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