Lenguaje autoritario y polarización política

Actualidad30/07/2023
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En septiembre de 2022, el Departamento de Política y Gobierno de la Universidad de Maryland y la Escuela de Información comenzaron un proceso de contratación conjunta de profesores en el área de Ciencias Sociales computacionales. Fue así como tuve la oportunidad de conocer a Ashique KhudaBukhsh, profesor del Instituto de Tecnología de Rochester, que vino a presentar su trabajo a nuestro laboratorio.

Ashique trabaja con una tecnología emergente coloquialmente conocida como transformers, un nuevo tipo de red neuronal que desde hace años revoluciona el análisis del lenguaje natural computacional y que está a la base de desarrollos como ChatGPT, entre otros. En el área de “traducción”, estos transformers han mejorado exponencialmente la calidad de programas como Google Translate, los cuales son utilizados por millones de usuarios para traducir sus textos a distintos idiomas. Los transformers también son usados para traducir páginas o mensajes en redes sociales en tiempo real, para producir subtitulados, transferir voz a texto y otras aplicaciones diferentes. 

El trabajo de Ashique va más allá de los usos tradicionales de un “traductor”, abriendo la pregunta de cuál es la frontera entre distintos lenguajes y qué textos deben ser considerados una familia lingüística distinta. ¿Dónde empieza y dónde termina una lengua? El español es distinto del catalán y del inglés, pero, ¿qué tan distintos son, por ejemplo, el español que usamos en la política y el que usamos en el arte o en el fútbol?

Este cambio de perspectiva es de fundamental importancia en la investigación social de fenómenos como la polarización. A fin de cuentas, la pregunta que subyace al proceso de polarización es si los votantes de distintos partidos siguen hablando el mismo idioma. ¿Cuán distintos son el español de la derecha, del centro o de la izquierda?

Castellano, cordobés, porteño, cambiemos

Los diputados de Córdoba hablan con palabras, símbolos y entonaciones que los distinguen de los diputados de la Ciudad de Buenos Aires, tanto por los localismos que utilizan como por los intereses sustantivos de los votantes de cada distrito. La distancia entre el español-cordobés y el español-porteño es menor que la distancia entre, por decir algo, el español-cordobés y el inglés-Maryland. Dados estos distintos usos del lenguaje, podemos predecir, con mayor o menor precisión, si una legisladora pertenece a la provincia de Córdoba o a la Ciudad de Buenos Aires, en qué partido milita y, en muchos casos, otra gran cantidad de características políticas y socio-demográficas.

En computación, el proceso de traducir un documento describe la transformación de una secuencia de texto de un lenguaje a otro. Los idiomas están representados por una colección de textos (un corpus), que tienen distinta probabilidad de ser considerados como estadísticamente similares. Las computadoras estiman, a partir de la frecuencia de utilización de una palabra cerca de otra, si se volverá a recurrir a ella, conformando de este modo un lenguaje. Así, todo texto de un universo lingüístico, incluido el universo lingüístico de Juntos por el Cambio, puede ser traducido a otro universo lingüístico, como por ejemplo el de Unión por la Patria.

La novedosa idea de Ashique fue utilizar estas redes neuronales para traducir el inglés- The New York Times al inglés-Fox News. La traducción de un lenguaje político a otro no sólo indica cuáles términos son utilizados por cada grupo sino, más importante aun, nos permite entender cuál es la distancia lingüística entre demócratas (que leen The New York Times) y republicanos (que miran Fox). Los investigadores encontraron que las personas en lados opuestos de la división política a menudo usan diferentes palabras para expresar ideas similares (1). Ashique muestra que los demócratas dirán “calentamiento global” mientras que los republicanos usarán “cambio climático”, expresiones que se alinean con las interpretaciones de cada partido sobre la cuestión medioambiental y la necesidad o no de abordar el tema, que para la mayoría de los republicanos no es necesario. Pero este proceso de traducción también incluye insultos, apodos y un vasto conjunto de metáforas que son específicas de cada grupo.

En 1983 comenzó un período de transformación del discurso de la política argentina, que se consolidó a partir del informe de la CONADEP y del Juicio a las Juntas

En Argentina, la frase que en el español-Juntos por el Cambio dice “el gobierno de Alberto Fernández es el peor de la historia”, probablemente sería traducida al español-Unión por la Patria como “el gobierno de Mauricio Macri es el peor de la historia”. Esto no es muy distinto que traducir la frase “me encanta la palta” en Argentina por su equivalente “me encanta el aguacate” en México.

Por supuesto, estos usos del lenguaje (o familias de lenguajes) pueden no ser suficientemente distintos. Muchas veces no podemos predecir diferencias significativas entre distintos grupos de textos. En ese caso, estamos todos realmente hablando el mismo idioma. El español-Juntos por el Cambio posiblemente no es distinto del español-Unión por la Patria cuando hablamos de fútbol. Si leemos una publicación de Facebook de un votante opositor posiblemente podamos “predecir” su familia lingüística cuando habla de política, pero no cuando habla de fútbol. El hecho de que distintos individuos puedan hablar el mismo lenguaje y entenderse cuando hablan de fútbol, pero no cuando hablan de política, abre interrogantes acerca de si estas diferencias realmente califican como distintos idiomas. Sin embargo, tanto para los transformers como para ChatGPT, las diferencias entre los distintos lenguajes son un problema de grado y no de cualidad.

Español-autoritario vs. español-democrático

Cuando interpretamos la polarización como un problema lingüístico, asumimos que la distancia entre los usos del lenguaje de los distintos actores políticos es mayor. Así como las diferencias en preferencias políticas se agigantan, la capacidad para entender al otro disminuye, literalmente. Una mayor polarización implica una mayor distancia lingüística entre nuestra selección de palabras, símbolos y significados. En lugar de que ambos interlocutores hablen español, uno de ellos habla español y el otro, en cambio, catalán.

Lo mismo ocurre con la creación o recuperación de términos que remiten a períodos anteriores a la transición democrática de 1983. En esta campaña electoral, vimos un inesperado crecimiento de la intención de voto por Javier Milei, y paralelamente la expansión de términos castrenses, metáforas bélicas y giros idiomáticos que no habíamos escuchado en varias décadas. En 1983 comenzó un período de transformación del discurso de la política argentina, que se consolidó a partir del informe de la CONADEP y del Juicio a las Juntas. Desapareció, por ejemplo, el “algo habrán hecho”, una de las frases más emblemáticas del viejo lenguaje autoritario, y desaparecieron de la política una gran cantidad de términos asociados con el “orden”, la “guerra” y la “patria”. En esta campaña electoral, ya sea por motivos instrumentales, es decir, para capturar el voto emergente de la derecha libertaria, o por un cambio de agenda real de los candidatos, muchos de estos términos han regresado.

En Estados Unidos es común que los políticos exporten palabras y anécdotas vistiendo los ropajes de sus viejas carreras profesionales para comunicar a los votantes que son dirigentes competentes. Deportistas, astronautas y artistas, intentan capitalizar políticamente sus éxitos profesionales anotando “tochdowns”, “explorando el futuro” e invistiendo a la política de logros personales que no vienen de la política. Lo mismo sucede con ex policías y militares que “protegen”, “ponen el cuerpo” o son “comandantes” en la lucha contra el crimen o la corrupción. Estos profesionales de la guerra están sobrerrepresentados en el Partido Republicano y, al igual que Patricia Bullrich, recurren a menudo a frases como “¡Ustedes saben que conmigo en seguridad no se jode!”. Esta bukelización del discurso político, dura contra el crimen y poco preocupada por los derechos adquiridos, ha visto un renacer político en América Latina, Argentina incluida.

En el caso del peronismo, pocas decisiones generaron tanta disonancia entre sus votantes como la de registrar a sus candidatos bajo la etiqueta de Unión por la Patria. Un número no menor de militantes peronistas cuestionó el uso del término “patria”, optando en las redes sociales por el hashtag #unionportodos. Y es que resulta imposible para todos aquellos que participamos del proceso de democratización en 1983 escuchar la palabra “patria” sin sentir un cierto malestar. La asociación del término con la dictadura y su reivindicación por parte de sectores nacionalistas de extrema derecha hacen que esta palabra sea difícil de rehabilitar en el peronismo en general y el kirchnerismo en particular.

Pocos días después de que fuera registrada la fórmula peronista como Unión por la Patria, Luis Bruschtein publicó en Página/12 una nota en la que trató de reinterpretar el término “patria” en forma positiva (2). “Los términos ‘Unión’ y ‘Patria’ han sido bastardeados infinidad de veces. Sobre todo ‘Patria’, usado por la dictadura para cometer todo tipo de fechorías contra el pueblo.” Bruschtein buscaba muy hábilmente explicar cómo este término podía ser recuperado y transformado, desasociarlo de su pasado militar y conservador. A lo largo de la nota queda claro, sin embargo, que el propio autor tenía dificultades para explicar por qué era necesario traer de regreso ese término y, más aun, darle un lugar tan central en la coalición.

Argentina, 1983

El trabajo de Ashique KhudaBukhsh borra las fronteras entre los distintos lenguajes, mostrando que conjuntos de textos en un mismo idioma pueden no pertenecer a la misma familia y que, a su vez, conjuntos de textos en otros idiomas pueden no ser tan distintos entre sí. Las diferencias entre dos corpus de texto son de grado y no de cualidad, entre idiomas formalmente reconocidos y también al interior de estos idiomas. Estas diferencias son observadas no sólo entre grupos de textos que son contemporáneos sino también a lo largo del tiempo. El español-Argentina 1983 es distinto al español-Argentina 2023, y los ciclos de expansión o recesión democrática dejan su impronta en este proceso de traducción. Es por eso que la reintroducción de términos de un español-autoritario, como sucede en la actual campaña electoral, suena a viejo.

ChatGPT nota en su descripción que las diferencias lingüísticas no son necesariamente reconocidas como lenguajes distintos (Figura 1). El español, como lenguaje, excede la mera diferencia numérica entre los distintos conjuntos de textos, ya que involucra también tradiciones histórico-culturales, así como el reconocimiento recíproco de comunidades que se consideran distintas entre sí no sólo por su uso del lenguaje. Desde el punto de vista computacional, sin embargo, todo conjunto de textos tiene diferencias numéricas que pueden ser cuantificadas.

La minimización de las improntas autoritarias que caracterizaron al lenguaje político argentino a principios de los años 80 es constitutiva de nuestra identidad democrática actual. Desaparecieron de nuestro universo referencias bélicas y castrenses, la noción de los oponentes políticos como enemigos y formas de incivilidad democrática que habían sido frecuentes durante los gobiernos militares del siglo XX.

Pero nuestra democracia es capaz de comenzar a hablar un nuevo lenguaje, esta vez no democrático. Así como una mayor polarización implica un mayor distanciamiento entre los lenguajes que utilizan demócratas y republicanos, la “autocratización del lenguaje” describe nuevas formas de violencia política que son habilitadas por los actores sociales y se vuelven más frecuentes en la discusión pública. Estas formas de recesión democrática pueden ser descriptas como un cambio en la probabilidad de que términos autoritarios sean insertados por un traductor cuando debe predecir cuál es la próxima palabra a utilizar. En lingüística computacional, cada palabra importa porque todas ellas condicionan la siguiente predicción. Y cada una de estas predicciones puede ser más o menos democrática.

 

Por Ernesto Calvo * Profesor de la Universidad de Maryland. / Le Monde diplomatique, 

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