El litio y el hacha

Actualidad 30 de mayo de 2023
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Los investigadores estiman que 100 segundos después del Big Bang se habría formado parte de los núcleos del litio que hoy habitan los salares de América del Sur. Pasaron 13.800 millones de años y un chasquido de dedos hasta que el presidente de Chile, Gabriel Boric, se paró ante una cámara y anunció la nacionalización del litio chileno.

Todo el tiempo del mundo está en los dos pestañeos que realizó Boric con la transmisión ya iniciada, a las nueve de la noche del 20 de abril, mudo y casi sin expresión en el rostro, antes de forzar una sonrisa y comenzar a hablarle a la nación. Evocó la “chilenización del cobre”, en 1956 por parte del centrista Eduardo Frei Montalva, y la posterior nacionalización, en 1971, durante el gobierno del socialista Salvador Allende. “El sueldo de Chile”, lo llamó Allende (entusiasmado con la unanimidad de los sectores parlamentarios del momento).

Con esta medida, y con la aprobación de la jornada laboral de 40 horas semanales, Boric recuperaba terreno “de izquierda”. Venía de retroceder bastante. Por ejemplo, con la aprobación de una norma de gatillo fácil empujada por la instalación en el país de un discurso de inseguridad pública, y rechazada por el Partido Comunista y el Frente Amplio, núcleo duro del apoyo original del presidente. En el capítulo minero, su más reciente paso en falso fue la extensión de la explotación en el yacimiento de cobre de Los Bronces, el 17 de abril, a pesar de la recomendación en contrario del Servicio de Evaluación Ambiental que había sido dictada el 2 de mayo de 2022.

Evo Morales siempre ha afirmado que su derrocamiento de 2019 fue “un golpe por el litio”.

La presentación de la Estrategia Nacional del Litio puede ser vista, es verdad, como un gesto de tono allendista. Pero, al mismo tiempo, el actual gobierno quiso blindarla con una historia de consensos que trascendiera el acento de izquierda y la situara en una necesaria política de Estado. De país serio dispuesto a jugar en la cancha grande. El campeón de los conservadores de fines de la Guerra Fría, el entonces presidente de Estados Unidos Ronald Reagan (1981-1989), tenía como ideólogo al inefable William Niskanen. Un economista con rostro de vendedor de autos usados de Oregon que puso ciertas obviedades en negro sobre blanco al hacer alguna de las contribuciones centrales de la Teoría de la elección pública (Public choice theory). Un ministro no se comporta de manera distinta de un actor económico, escribió Niskanen, aunque su “negocio” sea político: si el empresario quiere aumentar ganancias, el burócrata quiere maximizar su presupuesto. Así, los gobernantes de los países centrales (y algunos del margen petrolero del Golfo Pérsico) entendieron que no es necesario tener hoces y martillos en el ropero para saber que un manejo nacional de los recursos naturales es vital para implementar sus políticas, aunque estas sean conservadoras. Por algo lo que Estados Unidos hace con los recursos propios, como la inteligencia artificial, es lo opuesto a lo que predica para los demás, aunque termine llegando por la vía privada a confusas maniobras de apropiación pública… para sí mismo.

Por esto último es que el Triángulo del litio (Argentina, Bolivia y Chile), dueño de las mayores reservas mundiales por destrozo de ese mineral estratégico para las baterías de teléfonos y automóviles, tiene que andar con pies de plomo y ojo de viajero. Duerme siempre en la esquina entre dos paredes, le escribió a su hija en uno de sus poemas el ruso Joseph Brodsky, porque ahí es más difícil que alguien llegue con un hacha sin que le veas a tiempo.

“Daremos un golpe de Estado a quien queramos”, escribió en Twitter Elon Musk, multimillonario fabricante de los autos eléctricos Tesla. Alguien a quien, si en vez de ser un estadounidense nacido en Sudáfrica fuera ruso, Occidente calificaría de “oligarca”. Su mensaje en la red social de los 140 caracteres, que aún no había comprado, terminaba con tres palabras: “Deal with it!”. La frase fue traducida por la prensa española como “lidiad con eso” y por la argentina con un tajante “banquenselá”.

La bravuconada pareció darle la razón a Evo Morales que siempre ha afirmado que su derrocamiento de 2019 fue “un golpe por el litio”. El 12 de noviembre de ese año Janine Áñez, a la cabeza de un alzamiento contra Morales, entró al Palacio de gobierno de La Paz muñida de una Biblia y pisoteando los atributos simbólicos del poder indígena. Reconocida al otro día por Estados Unidos y por varios de sus socios, su mandato no llegó a durar un año y desde el 10 de junio de 2022 cumple una condena de diez años por la causa “Golpe de Estado II”.

A pesar de las dificultades que tiene el Movimiento al Socialismo (MAS) para conciliar dos oficialismos, el histórico de Morales y el del actual presidente Luis Arce (ambos enfrentados en rencillas de poder que ni siquiera el exvicepresidente Álvaro García Linares parece poder conjurar), los dos líderes están de acuerdo en considerar que la asonada de Áñez estuvo motivada por los recursos naturales e incubada por Washington. Es decir, una típica cruzada democrática.

“Algo tuvieron que ver [los golpes de Bolivia en 2019 y de Brasil contra Dilma Rousseff en 2016] con estas materias primas”, dijo el periodista inglés Andy Robinson, que recorrió el continente para escribir Oro, petróleo y aguacates. Las nuevas venas abiertas de América Latina (Arpa, 2020). Su punto de partida, como señala de forma explícita, fue el célebre libro del uruguayo Eduardo Galeano. Ese donde aún hoy puede leerse que “los latinoamericanos somos pobres porque es rico el suelo que pisamos”. El extractivismo es uno de los villanos de la obra de Galeano. Una mirada socioeconómica y ambiental que luego tiene una línea de continuidad con el trabajo de artistas conceptuales como Tomás Saraceno, que con Aeroceno  visibilizó el modo en que la explotación del litio afecta el espacio ancestral de las comunidades kollas en Jujuy, Argentina. Por no hablar del enfoque de la doctora en Sociología por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París Maristella Svampa, quien alertó sobre una especie de cíclico El Dorado que encanta a la región de tanto en tanto, haciéndola pensar que un mineral mágico (oro, plata, petróleo, litio) será su salvación, cuando en verdad nada cambiará en el fondo de las estructuras sociales si no hay una apropiación transformadora de esos recursos.

Sí, habrá que recordar la advertencia de Brodsky, el poeta ruso, y dormir en la esquina entre dos paredes.

Por Roberto López Belloso * Le Monde Diplomatique

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