El cerebro político intuye antes de razonar

Actualidad 18 de mayo de 2023
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La decisión de elegir un candidato implica muchas veces procesos emocionales que finalmente son moldeados por la razón. Existe una permanente lucha entre el proceso de incertidumbre y la toma de decisión de las personas. Decidir podría ser considerado como la función cognitiva final, consecuencia del conjunto de múltiples actividades, tanto intelectuales como emocionales e instintivas, que intervienen en la conducta humana; es decir, toda decisión es un proceso multicausal, consciente e inconsciente.

Las encuestas preelectorales deberían diferenciar los grupos de indecisos, pues son los más complejos y muchas veces representan la mayoría, además de ser decisivos electoralmente. ASí, resulta difícil manejar los tres grupos electorales sin conocer los mecanismos intervinientes, ya que, por ejemplo, querer convencer a alguien con sus creencias arraigadas producirá generalmente un proceso inverso, desembocando en un mayor convencimiento de la idea que se quiera modificar.

La toma de decisión plantea varias cuestiones ambientales que la estimulan positiva y negativamente. Estas cuestiones son generadas a partir de lo individual, social y cultural de los sistemas de creencias. Asimismo, en lo temporal habrá tres tipos de decisiones. A largo plazo, con una persona convencida de sus creencias y que difícilmente cambiará su voto. A mediano plazo, conformado por un pool de indecisos que podrían convertirse entre los meses previos hasta en los días anteriores a una elección. Por último, a corto plazo, que decidirán en la fila o incluso dentro del cuarto oscuro.

Habrá entonces indecisos días antes de la elección (mediatos) o incluso el mismo día (inmediatos). Esto no es menor, ya que el ganador de una elección ajustada puede depender del manejo correcto de la masa de indecisos.

En cierto modo, tanto las ideas como la subjetividad y las perspectivas a futuro de las personas se basan en lo que creen. Sean ideas políticas, un candidato, una religión o un tratamiento médico, como sucede en el sistema de placebo.

Estos tres tipos de electores se generan en mecanismos de diferentes partes del cerebro.

  • Los de largo plazo en los sistemas de creencias (activa la amígdala cerebral y corteza prefrontal) o también del rechazo a las creencias de otros (activa la corteza de la ínsula).
  • Los indecisos de mediano plazo lo serán con un mecanismo mixto de convencimiento e influencia entre el largo plazo y lo inmediato.
  • Pero los indecisos de plazo inmediato utilizarán actividades mucho menos racionales: primitivas-instintivas o basadas en las funciones ejecutivas (atención y velocidad de funcionamiento), en las creencias repentinas (escucha reciente, un partido de fútbol) y en la emoción generada el mismo día de la votación. De ahí la importancia de la intervención sobre este grupo el mismo día de una elección.

Toda resolución provoca incertidumbre, pues nunca tendremos el total de información sobre las variables que condicionan un evento. Además, muchas veces, se deben tomar conductas rápidamente y no habrá certezas absolutas acerca de su posible asertividad.

Nuestro pensamiento tendrá así dos sesgos importantes, como sostiene el investigador, psicólogo y filósofo Joachim Funke, de la Universidad de Heidelberg, sobre la "resolución de problemas". El "sesgo de confirmación", con el cual valoramos como más certero lo que se adecua a nuestro pensamiento previo, y la "ley de pequeños números", que se da cuando sacamos en forma apresurada e inductiva conclusiones generales con muy pocos datos. Un defecto muy común, por cierto.

Sin embargo, existe otro sesgo numérico inverso que es cuando existe abundante y heterogénea información específica con gran dispersión de temas que se ofrecen en muy poca unidad de tiempo a nuestro cerebro. Esta "dispersión cognitiva" dificulta la toma de una posición específica sobre las contradicciones, especialmente aquellas que contengan términos que coincidan con el pensamiento de la persona receptora, pues será menos crítica. Su cognición, muy frecuentemente, tratará con amabilidad la noticia más por la familiaridad emocional que por la razón, quedando de este modo mucha población desprotegida.

También se plantea que la posverdad interviene en el "razonamiento motivado", cuyo funcionamiento se asemeja al de los sistemas de creencias. Es decir, se trata de ideas que tienen algo de razón pero que contienen componentes emocionales, como la identificación partidaria, religiosa o de otro tipo y la política, deportiva o ecológica.

Los sistemas de creencias producen una expectativa de confianza e impactan sobre la función emocional, racional y corporal de las personas. Se generan sobre alguna idea; es decir, creer en algo o, por el contrario, la idea negativa. Por ejemplo, no creer que un medicamento será efectivo. Este sistema puede originarse sobre algo visible o también sobre cuestiones no observables y funciona especialmente a través de la amígdala, que abre la emoción inconsciente, y del lóbulo prefrontal, que permite concientizar las creencias.

El cerebro del homo sapiens evalúa sus decisiones en forma global y predictiva, protegiendo el grupo, que quizá sea uno de los principios ocultos de la democracia. Algunas variables serán bastante certeras y otras no tanto. Nuestro cerebro las analiza y las integra. Así tomamos conductas, integrando métodos innatos estadísticos de información cognitiva. Recolectando miles de posibilidades se llevan a cabo conclusiones que nos conducen a tomar decisiones.

Muchas veces tomar conductas es difícil, pero el cerebro, utilizando el denominado sistema bayesiano (Teorema de Bayes), evalúa riesgos beneficios y aprovecha lo aprendido; es decir, se ayuda de la subjetividad.

Bayes fue un matemático inglés que elaboró un teorema de probabilidad que incorpora criterios aprendidos y evalúa la mayor cantidad de información para predecir un resultado. Un especie de estadística subjetiva, que varios neurocientíficos platean cercana a la manera de trabajar el cerebro humano. Nuestro sistema intuitivo estadístico se conjuga con el sistema racional y permite decidir entre diferentes posibilidades.

Se sugiere que la capacidad matemática es innata y que posiblemente habría precedido el lenguaje verbal dentro del proceso evolutivo. Cuando el homo sapiens necesitó contar sus pasos, sus presas, su espacio y su tiempo para desarrollar actividades, también precisó simbolizar la matemática y transformarla en lenguaje. Esto se habría tornado necesario para intentar alcanzar un entendimiento con los otros.

Existirían mecanismos nerviosos preparatorios que intervienen en lo que sentimos o al movernos, aún antes de darnos cuenta, pero luego queda tiempo consciente que permite mantener la autodeterminación, una situación clave para sustentar el libre albedrío y así poder elegir entre opciones y contar con autonomía para decidir.

Existe una permanente discusión, desde la filosofía, el derecho, la neurociencia y la psicología, sobre el libre albedrío. En neurología cognitiva esto podría denominarse como la capacidad y libertad cognitiva de tomar decisiones.

Estas últimas pueden ser, entonces, de corto plazo, como cuando elegimos rápidamente una salida en la rotonda de una ruta; a mediano plazo, como cuando decidimos una comida en un restaurante, o a largo plazo, cuando determinamos, por ejemplo, casarnos o comprar una propiedad. Cuando votamos se puede utilizar cualquiera de ellas, dependiendo siempre de cuánto tiempo antes decidamos.

Por Ignacio Brusco / neurólogo, psiquiatra, investigador y educador argentino especializado en neurociencia, con doctorados en medicina y ffilosofía Es investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina) (CONICET) y profesor titular del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Preside la Asociación Neuropsiquiátrica Argentina (ANA) y dirige Fundación HHumanas * BaeNegocios

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