Los robots componen, los robots escuchan: la disfuncionalidad humana ante la tecnología

Actualidad 11 de mayo de 2023
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Una vez más, la realidad supera a la ficción: Spotify da de baja más de diez mil canciones creadas algorítmicamente por una compañía, Boomy, ante las sospechas de que la propia compañía estaba generando escuchas artificiales mediante bots.

Son las llamadas streaming farms, compañías dedicadas a mantener miles de dispositivos supuestamente escuchando música para así lograr inflar las estadísticas de determinados artistas, algo que ya hemos visto anteriormente en estadísticas de páginas web (lo empecé a ver a mediados de los ’90 cuando hacía mi tesis sobre el uso de internet de determinados medios de comunicación), con vídeos en YouTube, con seguidores de cuentas de influencers de medio pelo, y con muchas cosas más. Fake it till you make it. Cada vez que surge algo que paga en función de estadísticas de acceso, surge una manera de manipularlas.

Impresionante: robots componiendo música, para que otros robots la escuchen y timen miserablemente a una compañía que paga en función del número de reproducciones de una canción determinada. No es una estafa, es lo siguiente: una desfachatez de tal nivel que lleva a plantearse hasta qué punto puede llegar la disfuncionalidad de algunos a la hora de explotar una tecnología. Cuando se habla de cómo la IA va a cambiar la industria de la música, se habla de muchos conceptos interesantes, pero no de semejantes estupideces.

Crear orejas artificiales para músicas artificiales es un argumento digno de Philip K. Dick y de si sueñan los androides con ovejas eléctricas, y me lleva a pensar en lo absurdo de seguir tratando a modo de «travesuras» comportamientos que son claramente delictivos, y que no se van a solucionar hasta que realmente sean tratados como lo que son. Un imbécil que descubre cómo utilizar una tecnología para timar a terceros debería ser no solo perseguido y puesto a disposición judicial sino además, excluido de la red durante un tiempo determinado, el equivalente electrónico de la privación de libertad que supone la cárcel.

Si los scammers de todo pelaje tuviesen que responder de verdad con una exclusión de la red por los delitos que cometen, veríamos cómo ese tipo de delitos comenzaban a reducirse. Lo que no parece de recibo es que la red como entorno represente una parte cada vez más importante de nuestras vidas, pero que los delitos y estafas que se cometen en ella tengan una consideración que, como mucho, lleva a que el estafado se defienda por sus propios medios. – como es el caso de Spotify con la exclusión de esas obras de su catálogo – pero no se meta en la cárcel por estafa a los espabilados que inventaron el esquema.

Es muy similar a lo que me ocurre todos los días en Twitter: que cada vez que publico un mensaje aparezcan dos tweets inmediatamente simulando una conversación sobre esquemas mediante criptomonedas para hacerse supuestamente rico prueba que, en algún sitio, hay unos sinvergüenzas intentando aprovecharse de mis seguidores para que alguno suficientemente incauto piense que ahí hay dinero fácil y haga clic en los enlaces correspondientes. La estafa esta ahí, a la vista de todo el mundo, me perjudica a mí, perjudica a los posibles afectados, y perjudica a Twitter. Pero lo único que Twitter puede hacer es cerrar cuentas y tratar de excluir de su red la actividad de la empresa que crea esos bots, cuando lo que realmente habría que hacer sería entrar con una patada en la puerta en la sede física de la compañía, apresar a sus fundadores y accionistas, y meterlos en la más negra de las mazmorras desde donde no puedan acceder a la red durante unos cuantos años.

Poner a un robot a crear música, y a miles de robots a hacer como que la escuchan. Es literalmente como aquella alegoría de la serpiente que devora su propia cola. Hay que ser muy, pero muy sinvergüenza.

Nota:https://www.enriquedans.com/

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