La vez que un inodoro hundió a un poderoso submarino nazi: una tecnología de avanzada, un gas tóxico y un final inevitable

Historia 05 de mayo de 2023
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En el segundo volumen de sus memorias bélicas publicadas en 1949, en el capítulo 30 que tituló “Peligro del océano”, Winston Churchill escribió: “Lo único que realmente me asustó durante la guerra fue el peligro de los submarinos”. Había atribuido el desenlace de la Segunda Guerra Mundial a la Batalla del Atlántico, el enfrentamiento sobre y debajo de las aguas del océano que determinó las aspiraciones de cada contendiente entre septiembre de 1939 y mayo de 1945. Había significado, a su vez, el ingreso de Gran Bretaña a la guerra: el 3 de septiembre del ‘39 se involucraron en el conflicto cuando el submarino nazi U-30 hundió por error el transatlántico británico SS Athenia. El capitán Fritz Julius había confundido la fisonomía oscura de la embarcación con un navío militar. El primer barco hundido de la Segunda Guerra Mundial fue la obra de un malentendido que acabó con la vida de 122 personas, desató un juego de posicionamientos diplomáticos y libró, en definitiva, la disputa naval.

La Royal Navy británica era la flota marítima más poderosa del mundo a comienzos de la década del cuarenta. La Kriegsmarine, la marina del Tercer Reich, carecía de una flota de superficie y un arma submarina capaz de amedrentar la supremacía británica. Adolf Hitler, canciller del régimen desde 1933, debió decidir para entonces cómo edificar una armada marina de fuste: un plan ambicioso, costoso y largoplacista de una flota de superficie con portaaviones, cruceros de batalla, barcos blindados y acorazados o un proyecto alternativo -más expeditivo, económico e inmediato- que suponía la construcción de sumergibles destinados a asfixiar el auxilio del tráfico marítimo a la isla.

Se llamó “Plan Z” y comprendía el desarrollo de la primera opción: una flota para vencer a la Royal Navy en los enfrentamientos navales. La estrategia contó con el beneplácito de las conquistas de Francia y Noruega, que le permitieron a las tropas nazis disponer bases avanzadas y ganar territorialidad en las costas del Mar del Norte. Con el conflicto bélico en auge, Hitler comprendió que la ganancia no estaba sobre sino debajo del océano. “Desde mediados de 1942 hasta mayo de 1943, los submarinos infligieron pérdidas devastadoras a la navegación aliada -escribió el profesor de historia en la Universidad de Dalhousie en Halifax, Nueva Escocia, Christopher M. Bell-. En octubre de 1942, un mes en el que el peaje en el transporte marítimo superó las 600.000 toneladas, Churchill informó al Gabinete de Guerra Británico: ‘Actualmente, a pesar de las pérdidas de submarinos, la ofensiva de bombarderos debería tener el primer lugar en nuestro esfuerzo aéreo’”.

Se impartió una nueva doctrina de guerra submarina. El almirante nazi Karl Dönitz convenció al Führer de promover la construcción de submarinos. Soltó al mar cerca de novecientos sumergibles: los U-Boots despedazaron el suministro británico desde las profundidades. “4.786 mercantes aliados fueron hundidos por Alemania a lo largo de la guerra, amenazando muy seriamente las líneas comerciales aliadas”, reparó el historiador, escritor y economista Fernando Calvo González-Regueral. Más de la mitad de los buques fueron hundidos por la acción de submarinos alemanes. “La implicación es que millones de toneladas de barcos mercantes y miles de vidas podrían haberse salvado si Churchill no hubiera priorizado la ofensiva de bombarderos sobre la guerra de los submarinos”, analizó Christopher M. Bell, un catedrático especializado en las guerras modernas y en la vida y obra de Winston Churchill.

La Segunda Guerra Mundial empezó a terminar cuando las fuerzas aliadas perfeccionaron sus instrumentos de navegación. Los radares, sonares y sensores eran ya capaces de detectar la ubicación de los sumergibles de la Kriegsmarine. Se sucedieron Normandía, el desembarco, el Día D del 6 de junio de 1944, la liberación de Francia, el principio de la caída del Tercer Reich: la evidencia de un final inevitable. La reacción nazi eran apenas espasmos erráticos. En esa coyuntura de desenlace anunciado, se esconde la historia mínima y bizarra de un submarino que yace en el piso del océano Atlántico por el mal funcionamiento de un inodoro.

El U-1206 fue construido en Gdansk, ciudad portuaria polaca en las orillas del Báltico. Entró en servicio en marzo de 1944. Fue nave de adiestramiento en la octava unidad operativa de combate de submarinos en la Kriegsmarine y en la flotilla número once. Lucía en la torreta un escudo negro con una cigüeña blanca de pico y patas verdes. Era un sumergible serie VIIC, una máquina de avanzada, equipada con ingeniería de vanguardia y diseñada con la última tecnología.

El éxito de los submarinos nazis en la contienda marítima había cultivado la valoración y la épica de aquellos soldados. Eran jóvenes -marineros, maquinistas, radiofonistas o torpedistas- “que convivían en un espacio angosto y atestado de maquinaria, provisiones y armamento”, aportó el periodista e historiador Carlos Juric. Se habían curado de claustrofobia. Eran tenaces, aventureros, inmunes al hedor y las pestilencias. Pasaban semanas durmiendo en literas o hamacas, en espacios que ni siquiera disponían de camas para todos. No había luz natural, no había privacidad, no tenían lugar ni para ropa de repuesto. Debían eliminar el salitre del cuerpo con una colonia de limón llamada Kolibri. Las máquinas desprendían ruidos y calores al límite de la tolerancia humana. La atmósfera emanaba un perfume que se nutría del aroma de la comida, de la transpiración, de los químicos, de la humedad. Y de las heces.

Karl-Adolf Schlitt era su capitán. Tenía 27 años y había ascendido al rango de kapitänleutnant (teniente) tras un año de entrenamiento en la fuerza de submarinos y trayectoria por los acorazados Scharnhorst y Tirpitz, y el crucero Admiral Scheer. El U-1206 zarpó de Kiel, Alemania, el 28 de marzo de 1945 bajo el comando de Schlitt. Faltaban días para la capitulación del Reich. Navegó hasta la península de Karljohasvern, en Noruega, donde se mantuvo a resguardo en la base naval de Horten. Volvió a partir el 2 de abril hacia el puerto Kristiansand, capital de la provincia de Agder. Era su primera patrulla de combate: un esfuerzo desesperado por alterar el rumbo de una guerra ya signada.

Hay crónicas que citan una tripulación de cuarenta integrantes. Otras hablan de al menos cincuenta personas a bordo del submarino. No son las únicas controversias que rodean el naufragio del U-1206, que además de presumir una velocidad aumentada a 18,6 nudos, maniobrabilidad de buceo mejorada, un cañón de cubierta reemplazado por un tubo respirador y una capacidad de desplazar casi 1100 toneladas, de una innovación única: un inodoro de alta presión para aguas profundas. Los submarinos soviéticos, británicos y estadounidenses destinaban sus aguas residuales en tanques sépticos: eso redundaba en espacio y peso, una condición costosa para los submarinos.

La ingeniería alemana había trabajado en una solución: un sistema de sanitarios de alta tecnología que permitiera descargar los desechos humanos directamente en el mar. Esto le permitía a los submarinos ganar espacio de almacenamiento, adquirir mayor ligereza y, fundamentalmente, prescindir de brotar a la superficie para liberarse de los desperdicios. La emersión comprendía una amenaza: podía develar su posición ante las fuerzas enemigas. La innovación de los U-Boot garantizaba la invisibilidad. Era un inodoro que se valía de un mecanismo compuesto por válvulas, cámaras, una esclusa de aire presurizado, y que empleaba aire comprimido para expulsar los residuos. El sistema era tan sofisticado que había un tripulante entrenado y autorizado para su manipulación.

Algo no salió bien en el U-1206 con esta tecnología de vanguardia. El mito, tal vez sazonado por la naturaleza peculiar del hecho, le asigna responsabilidad a la emergencia fisiológica del capitán Schlitt, y al mal uso del manual de instrucciones del inodoro. Otra versión de los hechos, más verosímil, narra que mientras el submarino se encontraba cerca de la superficie sufrió una avería en el sistema de carga de las baterías. El teniente decidió sumergir el submarino a casi cien metros de profundidad para reparar el desperfecto sin riesgo a ser descubierto. En esa abrupta inmersión, la presión de las profundidades del Mar del Norte provocó que por el canal de descarga del inodoro penetrara al interior del submarino un torrente de agua salada y fecal.

Los tripulantes pudieron controlar la filtración: emplearon todas las reservas de aire comprimido de la nave para detener la inundación. Lo que no consiguieron evitar fue que el agua afectara las baterías y concibiera una reacción química. El gas de cloro, mortalmente tóxico, comenzó a invadir los compartimientos del submarino. Schlitt estaba ante una encrucijada: sin reservas de aire, sin propulsión, sin posibilidad de permanecer sumergidos en las profundidades del océano ni de escapar de territorio hostil, con una sustancia tóxica infiltrándose, decidió emerger y exponerse en las costas británicas a riesgo de ser identificado por las fuerzas aliadas. Se liberó de los 16 torpedos y los tanques de lastre para contribuir a una rápida flotabilidad.

El resultado fue paradójico. El inodoro que debía mantenerlo escondido en el fondo del mar obligó su emersión. Fueron avistados por la aviación aliada. Antes de evacuar en botes, Schlitt ordenó que se destruyeran secretos nazis y que se procediera al rito del hundimiento. No hay unanimidad en el relato: todos coinciden en que al menos tres tripulantes murieron. No se sabe si intoxicados, ahogados, atacados por la marejada o asesinados por las ráfagas de los aviones de la RAF. El resto sobrevivió. Ninguno logró escapar de la captura. Fueron declarados prisioneros de guerra.

“Estaba en la sala de máquinas cuando, en la parte delantera del barco, hubo una fuga de agua. Lo que aprendí es que un mecánico había tratado de reparar el respiradero externo. El ingeniero que estaba en la sala de control en ese momento logró que el bote flotara y saliera a la superficie, a pesar de las graves inundaciones. Mientras tanto, las baterías estaban cubiertas con agua de mar. El gas de cloro comenzó a llenar el submarino. Éramos incapaces de bucear o movernos. En ese momento nos descubrieron aviones y patrullas británicas. Dejé quese hundiera”, explicó el capitán Karl-Adolf Schlitt, según consignó el medio escocés The Scotsman.

El hundimiento ocurrió el 14 de abril de 1945: había servido a la Kriegsmarine unos pocos días sin contabilizar ataque alguno. Dos semanas después, la madrugada del 29 de abril, Adolf Hitler se casó con Eva Broun. A las tres de la tarde del día siguiente, ambos se suicidaron en el sótano de su imperio, en el búnker de cancillería. Karl-Adolf Schlitt murió a los noventa años, el 7 de abril de 2009. Había sido trasladado en tren a Londres para ser interrogado, había quedado detenido en un campo de prisioneros y había recuperado su libertad, recién en 1948, había estudiado derecho y ejercido la política en el distrito alemán de Ostholstein, antes de recibir jubilarse. Una versión difundida por uno de los marineros sugiere una verdad alternativa de la epopeya: el inodoro no supuso un accidente sino un enroscado plan ideado por el capitán para rendirse sin ser considerados desertores en el epílogo de una guerra perdida.

El pecio del submarino fue hallado a setenta metros de profundidad por un cuerpo de la compañía británica British Petroleum mientras inspeccionaba un oleoducto de Forties Oil Field, en la década del setenta. En mayo de 2012, sesenta años después de su hundimiento, un equipo de buzos exploró los suelos marítimos de la costa de Cruden Bay en Aberdeenshire, la esquina noreste de Escocia. 86 metros mar abajo yacían los restos del U-1206, el submarino hundido por culpa de un inodoro.

Nota:infobae.com

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