La paradoja de la educación en tecnología

Recursos Humanos 16 de abril de 2023
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Hace ya muchos años que sabemos perfectamente que un porcentaje muy elevado de las personas que pasan por el sistema educativo van a pasarse buena parte de su vida trabajando con un ordenador o un dispositivo similar, como un smartphone, y en la mayor parte de los casos, con ambos. Y sin embargo, tenemos evidencias clarísimas de que la cultura de ciberseguridad en el promedio de nuestra sociedad es desastrosa, por no decir inexistente.

La mayor parte de los usuarios no solo desconocen los principios más básicos de la ciberseguridad, sino que mantienen sus dispositivos en una situación que perjudica gravemente su rendimiento profesional, cuando no directamente su nivel cultural. Problemas como la desinformación y las fake news, el spam, las estafas, la suplantación de identidad o el robo de información están enormemente generalizados: de hecho, lo difícil es encontrar usuarios que mantengan hábitos que les permitan mantener sus dispositivos en un razonable estado de higiene.

En la práctica, la ciberseguridad – entendida de una manera amplia, incluyendo cuestiones como la gestión de la privacidad, la desinformación y otras relacionadas – es, a pesar de su carácter de evolución constante y de casi «carrera armamentística», relativamente sencilla. Pero eso solo es así cuando no se intenta enseñar como conocimiento específico y vertical, sino que se deriva del desarrollo de una cultura de ciberseguridad, planteada y utilizada de manera cotidiana, horizontalmente. Cuando se habla de «enseñar ciberseguridad en la escuela» o de convertirla en un «requisito para la graduación», se suele identificar la idea con el planteamiento de cursos específicos dedicados a diversos aspectos de la tecnología, cuando la realidad es que la tecnología debería estar incorporada de manera natural a todas las disciplinas que un alumno ve a lo largo de su educación.

¿Cómo debemos plantear la incorporación de la tecnología a la educación? Muy sencillo: incorporando tecnología a la educación, y haciéndolo metodológicamente, utilizando la tecnología fácilmente disponible. En el Reino Unido, por ejemplo, uno de cada cinco niños entre los tres y los cuatro años tienen su propio smartphone, que aprenden a utilizar prácticamente por su cuenta y con muy escasa supervisión gracias a un diseño cada vez más intuitivo. La incorporación de la tecnología a edades tan tempranas incumple incluso las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, pero eso no importa: para los padres, lo importante es tener herramientas con las que poder mantener a sus hijos entretenidos.

Sin embargo, a pesar de que los smartphones y los ordenadores están presentes en la vida de nuestros hijos desde la más tierna infancia, resulta que cuando llegan a la escuela, se encuentran con una ausencia prácticamente total de educación con respecto a su uso, más allá de algún curso para que aprendan a usar un proceso de textos, un programa de presentaciones y una hoja de cálculo. En muchas instituciones, incluso se aboga por prohibir los dispositivos: «no, eso aquí no se enseña, apréndelo por tu cuenta». Y es precisamente esa dejación de responsabilidad la responsable del problema: si aprendes única y exclusivamente por tu cuenta, o con los consejos de otros niños de tu edad… ¿realmente esperamos que se desarrolle una cultura de ciberseguridad o de uso mínimamente responsable?

Con los años que llevamos desde que la tecnología evolucionó para rebajar sus barreras de entrada y convertirse en lo que es ahora, hay una cosa que deberíamos tener extraordinariamente clara: lo que NO funciona. Prohibir los smartphones en los colegios es una irresponsabilidad social. Hacer desaparecer artificialmente la tecnología de los entornos educativos es absurdo, y condena a la sociedad a aprender algo tan fundamental como el uso de la tecnología completamente por su cuenta. Simplemente no tiene sentido, es peligroso, y de hecho, es responsable de que tengamos sociedades cada vez más desinformadas, más ignorantes, más torpes y más víctimas de ciberestafas y ciberdelitos de todo tipo.

Si alguien de verdad creía que la situación iba a mejorar con la llegada de generaciones que se calificaban como «nativos digitales», buena suerte. Los nativos digitales no existen, y su uso de dispositivos no es más que el saber lanzar unas pocas apps y hacer cuatro tonterías en ellas. En términos de cultura de ciberseguridad o de uso responsable, están tan mal como siempre, o peor debido a una falsa sensación de confianza. Son tan susceptibles de estar inundados de spam, de tener sus dispositivos llenos de basura y de trackers, de caer en una ciberestafa o en un phishing, de tener contraseñas absurdamente simples o de tragarse una noticia falsa como sus padres. Y lo son, simplemente, porque el sistema educativo ha renunciado a enseñarles. A lo mejor, es el momento de plantearse que prohibir los smartphones en los colegios es una soberana barbaridad, y de plantearse poner cargadores en los pupitres e integrar el smartphone en todas y cada una de las asignaturas por las que un niño pasa en su educación.

Constantes reformas del sistema educativo, pero ninguna se preocupa de lo verdaderamente relevante: preparar a las personas para moverse bien en el ecosistema en el que les ha tocado vivir. ¿No va siendo hora de abandonar el tremendismo, de dejar de pensar que la tecnología es peligrosísima, y de reflexionar sobre estos temas?

Nota:https://www.enriquedans.com/

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