Peronismo, política y relato

Actualidad 02 de abril de 2023
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¿Cuál es el “verdadero” peronismo y cuál es una desviación perniciosa del legado de Perón? Es una discusión prolongada en la historia nuestra desde 1955, como lo revela el texto que, al respecto, publicara Carlos Altamirano en 1992 con el título “El peronismo verdadero”. Se refiere a la larga saga histórica y política posterior al golpe que derrocó a Perón en 1955. El desdoblamiento entre algo que podría llamarse el peronismo “empírico” o el peronismo realmente existente y un peronismo ideal, sostenido en el recorte de lo que sus seguidores concebían como la “esencia” del movimiento. El peronismo verdadero era el arma crítica que un sector del movimiento -habitualmente situado en su ala izquierda- esgrimía contra los “burócratas” y “traidores” que circunstancialmente dirigían al movimiento en los largos años de exilio de su jefe.

Muchas de las páginas mejores del movimiento en esos 16 años fueron escritas por quienes se rebelaban contra las prácticas conciliadoras en el terreno político y sindical que adulteraban su sentido histórico. No es secundario que el calificativo más utilizado por los peronistas críticos fuera el de “burocracia” para colocar a la conducción en el lugar de la resignación y adaptación a los tiempos de los gobiernos de facto o de seudo legalidad electoral que se sucedieron entre 1955 y 1983 (con el brevísimo paréntesis entre 1973 y el golpe militar de 1976). La palabra burocracia tenía (y tiene) una eficacia político-práctica muy importante: designa a quienes circulan por la política en busca de cargos estatales, político-partidarios o representativos de sectores sociales, sin demasiada preocupación por el tipo de proyectos políticos que pudieran sostener esas organizaciones y esos cargos. Hablando en términos weberianos, se trataría del predominio de la política como profesión por sobre la política como vocación. En términos de Eva Perón serían los honores (y, sobre todo, los beneficios de la función pública por encima del “puesto de lucha”.

El problema del peronismo “verdadero”, siempre fiel a sus ideas y a su programa, en lucha contra el peronismo que se aferra a las posiciones de poder estatales y sectoriales adquiere en estos días una notable actualidad. Y lo que operó en esa inesperada reactualización fue y es la experiencia kirchnerista. Los años de Néstor y Cristina trajeron al centro de la vida política a una tradición y a una generación. No fue -como pretenden algunos- el uso de una máscara. Tampoco fue una decisión previamente deliberada ni un plan estricto preparado en los años posdictatoriales (los tiempos de la renovación peronista, que paradójicamente alcanzaría su éxito mayor durante el menemismo). Esa idea de la preparación minuciosa y prolongada de un acontecimiento político no suele explicar ningún acontecimiento real, por lo menos en términos de exclusividad. El kirchnerismo (antes de que se lo llamara así) fue un cruce de circunstancias. Y como tal, un hecho aleatorio, es decir que no estaba dictado por ninguna determinación histórica. Fue el cruce entre la (hasta ahora) más explosiva crisis social y política, la de la quiebra de la “primera alianza” en diciembre de 2001 y la aparición de una nueva generación en la política argentina. No es que exista la “astucia de la historia” que proclamaba Hegel: lo que existen son los hombres y mujeres “astutos”, que “leen” correctamente una situación histórica y van construyendo un modo de moverse en ella. No es una astucia que se desentiende necesariamente de valores y de sueños. Por el contrario, dialoga con los valores y los sueños sin quitar los ojos ni un minuto de la realidad.

La experiencia del kirchnerismo en el gobierno abarcó doce años de gobierno. Y se cerró con Cristina presidenta dirigiéndose a una de las más numerosas plazas de mayo de las que se tenga memoria y recibiendo el agradecimiento y el apoyo de cientos de miles de hombres y mujeres. Habían fracasado antes muchos y muy intensos operativos destinados a que la experiencia terminara en las llamas del incendio político y social, que era la condición ideal de la restauración neoliberal. Eso no ocurrió, pero el proceso que se abrió adquirió unas características muy complejas. Fueron las del gobierno de Macri y su desmoronamiento, después del híper-destructivo proceso de restauración del dominio de los grandes grupos económicos que terminó con una Argentina endeudada, empobrecida y debilitada en sus recursos estatales. Una época que sigue siendo la actual, sin que esto presuponga una irresponsable equiparación del actual gobierno con el del hoy “retirado” ex presidente.

Pero la cuestión del peronismo “verdadero” y su relación con el peronismo “histórico” no ha desaparecido, aunque han cambiado las formas de los discursos de unos y otros. Indudablemente, la emergencia de las figuras y las experiencias de Néstor y Cristina han creado un campo nuevo. La tradición del peronismo “histórico” ha dejado de ser la añoranza de tiempos lejanos elevados a la condición de un mito fundante de la condición nacional y popular a ser la reivindicación de un proceso político presente en la experiencia de millones de argentinos y argentinas. Una de los dos protagonistas de esa experiencia histórica popular de gobierno está entre nosotros. Y es nada menos que la vicepresidenta de la Nación. Entonces no hay que apelar a la memoria de añejos sobrevivientes del mito fundacional: la memoria está presente. Esa circunstancia tiene un enorme valor, constituye un punto de apoyo inmejorable para la recuperación de posiciones de poder estatal. Pero ha sido, a la vez, la condición de reaparición de un modo del discurso que por momentos se aleja de la política y se deja encerrar en el espacio de la “ideología”. Es decir, se reemplaza la política, con su inevitable carga de contingencia, de aleatoriedad y de contradicción interna por una forma de relato ideológico, que supuestamente tiene preparadas las recetas para enfrentar cualquier contingencia política. ¿Qué significa esto? Que existe el peligro de constituir una suerte de policía del pensamiento político. Existe la amenaza de que el “relato” deje de ser una guía que provea de puntos de vista conceptuales a la experiencia política presente para convertirse en un mecanismo repetitivo de consignas y de caracterizaciones cerradas. Un dogma siempre dispuesto a sancionar las “desviaciones” a utilizar frases (en este caso de Néstor o de Cristina) en condiciones muy diferentes a la actual para sostener las posiciones propias y descalificar las ajenas.

Lo más curioso es que la líder de este movimiento no para de complejizar la mirada. De poner en el horizonte la ruta de un acuerdo nacional (imprescindible y a la vez irrealizable aquí y ahora). Es decir que Cristina “no es cristinista”, igual que el Perón que volvió del exilio decía a los cuatro vientos que él ya no era “peronista”. Esa sabiduría política de los grandes líderes está siempre amenazada por la memoria y por el amor: por la memoria de tiempos que eran mejores no por pertenecer al pasado sino, como dice Cristina, por los números. Especialmente por los números de la distribución de la renta entre los poderosos y los más débiles. Esta pasión política (tan lejana a la “pasión” de los planificadores de un segundo tiempo enviado al arcón de lo inservible a causa de las encuestas) es un activo popular argentino. Debe ser cultivada y desarrollada no desde la adoración mística ni del ocultamiento de las novedades políticas, incluidas las tan “perversas” relaciones de fuerza sino desde la política, desde el aquí y el ahora.

No se sabe cuál será el camino de la política popular en los azarosos y riesgosos tiempos en los que entramos. Pero el esfuerzo de poner la búsqueda de la política, de la que más convenga al campo popular, aunque transgreda aspectos de la “mitología kirchnerista,” es lo que puede salvarnos, en términos inmediatos, de una nueva restauración de derecha en cualquiera de sus formas. Y lo que en términos históricos puede habilitarnos a emancipar el pensamiento político -la estrategia y la táctica- de dogmatismos que, como la historia lo demuestra, son el camino infalible para el fracaso.

Por Edgardo Mocca * El Destape

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