Hablemos sobre meritocracia: ¿qué es y por qué no funciona?

Actualidad 21 de marzo de 2023
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En tiempos recientes, se ha hablado mucho sobre la mentira o el mito de la meritocracia para analizar las desigualdades.. Sin embargo, los textos que discuten de forma teórica e histórica el significado de este concepto aún son escasos. La crítica a la noción de meritocracia ha permitido desmentir la idea de que cualquier persona puede lograr todo lo que se proponga si trabaja lo suficientemente fuerte para conseguirlo. En otras palabras, pareciera que el éxito que puede llegar a tener cierto individuo está más relacionado con los privilegios que tuvo durante su desarrollo personal que con su propio mérito. De acuerdo con este abordaje podríamos argumentar que, en efecto, la meritocracia es un mito. Pero… ¿A qué nos referimos realmente cuando utilizamos esta palabra?

Para analizar las rupturas y continuidades en el uso de un concepto a lo largo de la historia, podemos apoyarnos de la metodología que emplea Michel Foucault en su arqueología del saber. Foucault (2017, [1969]) desarrolló cuatro reglas de formación para el análisis histórico de los discursos: la de los objetos, las modalidades enunciativas, los conceptos y las estrategias. Estos cuatro pilares conforman las bases de su análisis arqueológico.

En este contexto, Foucault (2017, [1969]) plantea que, si bien es posible utilizar el mismo término para hablar de cierto concepto dentro de un discurso, el significado de éste es disperso, por lo que se modifica conforme a la posición que ocupa dentro de una formación discursiva. Es decir, el significado de un concepto puede ser diferente en un enunciado y en otro.

Por ejemplo, al hablar del concepto “locura” en determinada época, su significado variará dependiendo del sujeto que incorpora dicho término en su discurso. En otras palabras, la significación de la locura dentro del discurso psiquiátrico será diferente al significado que se le asigna en el discurso religioso. Un ejemplo similar sería que la definición que se le asigna a la palabra “meritocracia” cuando se incorpora en el discurso de las clases dominantes, es diferente a la significación que adopta la palabra en los estudios sobre desigualdades. Estos significados son temporales y se modifican a lo largo de la historia. Cabe entonces preguntarnos: ¿cuáles son las diferentes definiciones que se le han asignado al concepto de meritocracia?

Podemos encontrar antecedentes de la crítica a la meritocracia en el libro Economía y sociedad de Max Weber, publicado originalmente en 1992. En dicho texto, el autor menciona que los grupos dominantes tienden a justificar la legitimidad de sus privilegios al considerarlos resultado de su propio mérito (Weber, 2014: 988). No obstante, el primero en acuñar el concepto de meritocracia fue Michael Young en su libro The Rise of Meritocracy, publicado en 1958.

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Es este sentido, es conveniente mencionar que el libro de Young (1958) no tenía como objetivo analizar una realidad concreta sino que más bien se trata de un texto de ficción. Young (1958) escribe sobre una sociedad futurista en la que el mérito se ha convertido en la causa central de las desigualdades. Bajo este escenario, los individuos pueden ganarse un lugar dentro de la élite mediante su esfuerzo y dedicación, mientras que las personas que menos se esfuerzan están condenadas a la pobreza.

A partir de este texto, es posible entender a la meritocracia como un sistema social en el que la influencia y la riqueza de una persona está determinada por su talento e inteligencia. Sin embargo, no olvidemos que esta definición fue pensada en un escenario ficcional, por lo que la cosa se complica cuando tratamos de adaptar este concepto a la realidad.

Uno de los primeros autores en acuñar la noción de meritocracia para el estudio de la sociedad fue Richard Herrnstein (1973) quien, en su libro I.Q. in The Meritocracy, propuso una nueva interpretación de este concepto. De acuerdo con Herrnstein (1973), la inteligencia de una persona está determinada por sus genes. Asimismo, el autor menciona que uno de los principales requisitos para obtener un cargo importante es contar con un coeficiente intelectual alto. Por tanto, para Herrnstein (1973) la meritocracia es hereditaria y el éxito que puede llegar a tener una persona puede predecirse al analizar la inteligencia de sus padres y el lugar que ocupan en la escala social. Como era de esperarse, la visión de Herrnstein fue tachada de fascista y racista por sus contemporáneos.

Posteriormente, en 2004 Stephen J. McNamee y Robert K. Miller publicaron su libro The Meritocracy Myth, en donde propusieron una definición más cercana a la que se utiliza en la actualidad en los estudios sobre desigualdades. McNamee y Miller (2004) realizan una crítica a la idea del sueño americano. En contraste con los países europeos que eran gobernados por aristocracias hereditarias, la ilusión del sueño americano sostenía que en los Estados Unidos los individuos podrían lograr lo que se propusieran mediante su esfuerzo. Por tanto, los autores argumentan que la idea de la meritocracia está asociada a la noción del sueño americano, dado que se creía que el éxito profesional de las personas dependía de sus habilidades y talento. Sin embargo, McNamee y Miller (2004) mencionan que en el caso de los Estados Unidos la distribución de la riqueza está más basada en la herencia que en el mérito.

Inspirado en McNamee y Miller (2004), Christopher Hayes (2012) argumenta que el objetivo de avanzar a una sociedad basada en el mérito promovida por el sueño americano fue corrompido por las élites estadunidenses, quienes terminaron reproduciendo las desigualdades de las sociedades europeas. Asimismo, Hayes (2012) menciona que la implementación de exámenes para entrar a las universidades en los Estados Unidos implicó un avance a favor de la meritocracia. No obstante, este proceso de admisión termina favoreciendo a los hijos de las élites, dado que son ellos quienes tienen la posibilidad de pagar cursos para la preparación del examen de ingreso a la universidad.

Algo similar podríamos decir del examen de admisión a las universidades públicas en nuestro país. Si bien es un proceso en el que todos los jóvenes que terminaron el bachillerato pueden concursar, es probable que aquellos aspirantes que tengan la posibilidad de pagar un curso para preparase para el examen tengan más posibilidades de quedarse en la universidad de su elección.

El concepto de meritocracia que se usa en la actualidad está ligado a la idea de que todos los individuos pueden alcanzar una movilidad social ascendente si se lo proponen. Es decir, se asume que las personas pueden incrementar sus ingresos y ascender en la escala social a través de su talento y esfuerzo. Esta definición de meritocracia resulta problemática dado que está basada en una estructura individualista y excluyente que mantiene a las personas en un estado de competencia perpetua con los demás (Littler, 2017).

Asimismo, la noción de meritocracia no toma en consideración que el poder alcanzar una movilidad social ascendente es más difícil para algunas personas. Por un lado, los individuos de mayores ingresos tienden a subestimar los privilegios con los que nacieron, justificando su éxito profesional como resultado de su propio esfuerzo. Por otro lado, la creencia en la meritocracia también está muy presente en las mentalidades de las personas de bajos ingresos. Lo que resulta paradójico al considerar que rara vez pueden alcanzar una movilidad social ascendente.

Desafortunadamente, la mentira de la meritocracia se ha vuelto más evidente durante la pandemia, dado que millones de personas han perdido su trabajo por razones ajenas a su voluntad. En otras palabras, el mérito y el talento de este grupo de individuos no los previno de sufrir una movilidad descendente. 

Hoy más que nunca es necesario romper con la creencia en la meritocracia, para hablar sobre la creciente desigualdad de ingresos en nuestro país. También es importante repensar la definición de dicho concepto y no olvidar que originalmente la noción de meritocracia apareció en un texto de ficción. Por tanto, aludir a este concepto para analizar nuestra sociedad no hace más que oscurecer los problemas de desigualdad a los que nos enfrentamos.

Por Giovanni Villavicencio * Nexos

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