Liberación o dependencia: cómo sacarse de encima al FMI

Actualidad 26 de febrero de 2023
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Cuando Mauricio Macri decidió regresar al FMI, obtuvo un crédito recontra extraordinario e invitó a todos los argentinos a enamorarse de la entonces directora gerente del organismo, Cristine Lagarde, se tuvo inmediata conciencia de que un factor olvidado desde principios de 2006 había regresado para quedarse. Y para quedarse por mucho tiempo. Como ocurría desde la recuperación de la democracia y hasta que Néstor Kirchner se desembarazó de la tutela del Fondo cancelando el total adeudado, por entonces apenas un poco menos que 10 mil millones de dólares (9.810 para ser exactos), otra vez el FMI pasaría a ocupar el centro de la escena política y de los debates económicos. La historia de la dependencia regresaba, se repetía, pero esta vez con mucha más fuerza debido a la dimensión descomunal del nuevo endeudamiento, instrumentado voluntariamente para que la sujeción sea efectivamente de largo plazo.

Conviene no confundirse, la relación con el FMI no es una relación financiera, es una relación de poder, las finanzas, la deuda, son la herramienta. Tanto el imperialismo, la dominación entre países que implica diversos procesos de extracción del excedente “colonial”, como la explotación del hombre por el hombre, nunca dejaron de existir, solo cambiaron hacia formas de apariencia más legítima, sea el endeudamiento de largo plazo, que es el que nos ocupa, o un salario de subsistencia.

La maravilla de haberse sacado de encima al Fondo, un corto período de ilusión de “apenas” 12 años, quizá no fue lo suficientemente valorada. Fue una gran ruptura de la dependencia con el poder financiero global que potenció los grados de libertad de la política económica. Sin embargo, siempre hay un “pero”, el aumento de los grados de libertad no fue el fin de las restricciones porque el proceso “independentista” nunca se ompletó. Por un lado, no se utilizó el período con mayores grados de libertad para inducir la transformación de la estructura productiva, alejar así la crónica restricción de divisas y aportar a la reconstrucción de la moneda. Se destaca aquí que la falta de moneda es la explicación central de la mal llamada “fuga de divisas”. Dicho de otra manera, la fuga es un producto de la escasez y no al revés. Por otro, las blancas también juegan, el poder financiero global nunca estuvo dispuesto a dejar correr el mal ejemplo argentino. Al no haber transformado su estructura productiva la economía local volvió a experimentar la restricción externa a partir de 2011, cuando se combinaron crecimiento y necesidad de importar combustibles. Fue entonces cuando el poder financiero, que supo esperar, movió sus fichas a través de los fallos buitre en los tribunales de Nueva York, bloqueando así cualquier vía de financiamiento externo para el rojo de la cuenta corriente.

En el presente todo es mucho peor que entonces porque entre 2016 y 2017 ocurrió una toma de deuda desmesurada que devino en la más predicha de las crisis externas, la que se inició en marzo de 2018 y terminó con el citado regreso al FMI y la potenciación del endeudamiento y sus efectos de subordinación al poder financiero. En consecuencia, la actual administración nació ultra condicionada por esta “profundización de la dependencia”.

Aunque el proceso fue concomitante con las urgencias derivadas de la pandemia del Covid, la actual administración, como eje central de su gestión económica, debió abocarse a renegociar un endeudamiento que no tomó. Sin analizar aquí los detalles y formas de las renegociaciones, el principal logro de este proceso fue despejar el horizonte de vencimientos para el período de gobierno en curso. En contrapartida, quizá por su propia naturaleza y la dimensión del endeudamiento, no consiguió aquello que Martín Guzmán escribía cuando solo era el colaborador de un premio Nobel: no despejó la necesidad de futuras renegociaciones. En consecuencia, el presente está determinado por una restricción externa agravada tanto por una economía que crece, a pesar de los problemas inflacionarios que impiden la recuperación de ingresos de una parte de la población, como por la espada de Damocles de la futura reanudación de los pagos externos sin que esté garantizado el flujo de dólares para afrontarlos. El escenario resultante es el de una profunda fragilidad financiera que retroalimenta la inestabilidad política.

Las noticias económicas se centran en el movimiento de muy pocas variables. A saber, cuál es el nivel de reservas internacionales, si se cumplen las metas del programa de facilidades extendidas, si el staff del FMI aprueba los desvíos de las metas por causas contingentes como la sequía o la guerra, si a partir del “perdón” se producirán los desembolsos comprometidos de deuda nueva para pagar deuda vieja, etcétera. Sí, es exasperante. Sí, fue la lógica del devenir económico de los primeros veinte años de la recuperación democrática. Mientras tanto, en la coyuntura continúan los problemas para acumular reservas, lo que genera la necesidad de intervenir en el mercado cambiario para evitar que se disparen las cotizaciones y lo que, a la vez, dificulta acumular reservas. Es el círculo vicioso más conocido de la economía local. Y es esta fragilidad la que retroalimenta la dependencia con los acreedores. El juego de pinzas se completa con un dato duro: si el flujo de fondos del exterior se cortase se produciría una corrida cambiaria, con sus archiconocidas consecuencias. Esta amenaza constante se traduce en un margen de maniobra extraordinariamente limitado. Los grados de libertad de la política económica prácticamente no existen. De esto, precisamente, se trata la “dependencia”.

La pregunta, entonces, es cómo se resuelve la dependencia. La primera tentación es la vía voluntarista, creer que se puede romper con el poder financiero global desde un solo país. Creer que en un contexto de fragilidad financiera interna el deudor puede imponerle condiciones al acreedor. Hay que sincerarse, sería maravilloso hacerle pito catalán a un acreedor odioso de una deuda que la sociedad nunca disfrutó, pero no es así como funciona el mundo. Quizá la verdadera solución esté a la vista. Alcanza con volver la mirada a 2006 y a lo que ya hizo Néstor Kirchner. La solución anunciada a fines de 2005 por el entonces presidente no fue una ruptura fuera de regla con el organismo, sino sacárselo de encima de la única manera posible dadas las relaciones de poder globales: pagándole. Néstor no rompió con el FMI para redistribuir, sino que primero acumuló reservas y después le pagó al Fondo. Tuvo como punto de partida un default heredado con los acreedores privados y condiciones internacionales y regionales favorables, factores ambos que ayudaron en el proceso, no hay dos coyunturas iguales, pero la vía no fue romper con el organismo. No todos sus seguidores lo recuerdan.

La síntesis provisoria es que en el presente el camino hacia la liberación, que es también el de la soberanía, el crecimiento y la mejora de los ingresos de toda la población, consiste en impulsar los sectores estratégicos que permitan potenciar las exportaciones. Solo así se generarán las divisas que posibilitaran hacer frente a los compromisos externos y reducir los condicionamientos que hoy imponen de hecho los acreedores. Liberarse del yugo de la dependencia demanda dos cosas. La primera es transformar la estructura productiva para poder crecer y mejorar ingresos y la segunda es desendeudarse para tomar decisiones económicas sin pedir permiso ni perdón y sin esperar el visto bueno de ningún burócrata con sede en Washington. Es un camino largo y difícil, pero hasta hoy no se conoce ninguno mejor.

Por Claudio Scaletta

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