Choques en la globalización y una guerra

Actualidad 14 de febrero de 2023
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Cambio de marcha

Durante la segunda década del siglo XXI la crisis financiera y la ralentización económica del capitalismo global neoliberal financiarizado provocó en las economías occidentales un desigual “estancamiento secular” en los EE. UU y en la UE y una “crisis orgánica” social y política. Lo cual no comportó la emergencia de una alternativa de izquierda a la reproducción del sistema, por el contrario, los bucles neoliberales y neoconservadores reafirmaron su amplia hegemonía. Sin solución de continuidad, la irrupción de la pandemia del COVID-19 desencadenó una grave y extensa crisis de salud pública de alcance mundial que realimentó la crisis económica y social en los años veinte y veintiuno.

Después de varias olas víricas y de la masiva generalización de la vacunación en los países occidentales desarrollados, a medida que el año veintiuno avanzaba, los efectos víricos tornaban más leves. Cuando “parecía” que se podría encarar la reactivación económica estimulada por la gran liquidez aportada al sistema por los bancos centrales y los estados, con tipos de interés entorno cero y, el ahorro que, mientras tanto, al no poder gastarlo, se había acumulado en las cuentas de grandes segmentos de las “clases medias” y de sectores de mayor renta de los países desarrollados, supuestamente, se decía, estaban en disposición de estimular la recuperación económica, incrementando el consumo y la inversión, al tiempo que se auguraba el rápido retorno a la “normalización” social y política.

No obstante, la invasión militar de Ucrania por Rusia el 24 de febrero del veintidós desbordó el “cuadro” de la larga y estancada guerra del Dombas y provocó el enfrentamiento Rusia/Ucrania (-la OTAN) que trastocó por completo la esperada reactivación económica y la normalización social y política e incrementó la tensión político-militar hasta extremos difíciles de determinar. En los países occidentales, de inmediato, siguió una recesión y una rápida subida de la inflación, llegando al finalizar el verano a superar el diez por ciento de media. La respuesta de los bancos centrales fue la subida rápida de los tipos de interés, mientras ponían a disposición de Ucrania, a través de la OTAN, EE. UU y la UE, una inmensa cantidad de recursos económicos y militares, y activaban sucesivos paquetes de sanciones económicas contra Rusia. Entre tanto, los gravísimos acontecimientos ocurridos en la guerra entre las partes, han precipitado un fuerte enfrentamiento económico, político, tecnológico y militar.

Con anterioridad, paso a paso, se había ido gestado una disonancia en el sentido estratégico que occidente había otorgado a la dinámica de la globalización económica y al orden mundial, ambos dirigidos por los Estados Unidos, acompañados por el mundo anglosajón y por la Unión Europea, y la nueva realidad que estaba tomando forma en la vasta área euroasiática, en China, Rusia, la India, Kazajistán, Kirguistán, Turkmenistán, Uzbekistán, Pakistán, Irán o Turquía, con sus ondas resonando cada vez más fuerte en Indonesia, Vietnam, incluso en Arabia Saudita… Lentamente, se había desarrollado una dinámica divergente entre dichas áreas que en los últimos años de la pasada década emergía como una realidad que pugnaba por reconfigurar la globalización y el orden mundial.

De pronto, espoleadas por la guerra de Ucrania, jugando de catalizador, aparecían más y más tensiones y se adoptaban decisiones que polarizaban las posiciones; entre Ucrania y Rusia, entre Rusia y Estados Unidos, entre Rusia y la Unión Europea, entre Rusia y el Reino Unido, entre Rusia y Polonia, entre Estados Unidos y China, entre China y Taiwán, entre Corea del Norte y Corea del Sur, entre Armenia y Azerbaiyán, entre Polonia y Alemania, entre Turquía y Grecia, entre Turquía y el Kurdistán sirio, entre Italia y Francia, entre la UE y Hungría, entre Irán y occidente, entre Serbia y Kosovo, entre Israel y los palestinos … Las relaciones económicas y políticas en la globalización y el orden mundial establecido en el que se asentaban, entraban en una vía de colisión geoeconómica y geoestratégica dibujándose colateralmente dos bloques; uno más definido, el occidental, que se ha reagrupado y disciplinado en torno a EE.UU. aunque con muchas contradicciones internas; y otro más extenso y en crecimiento cuya articulación es, no obstante, más difusa e inmadura, cuyos anclajes se vinculan trasversalmente en torno a Rusia, China y la India...

Dada la conjunción de problemas y de conflictos en torno a la globalización económica y a la guerra, respectivamente, los acontecimientos se han precipitado con gran rapidez activando conflictos y cambios largamente gestados. Sus dinámicas han adquirido dimensión global sin que pueda adivinarse aún que “sentido” van a tomar. Las acciones de los distintos agentes que intervienen en la misma y las graves consecuencias y contradicciones asociadas, generan movimientos tectónicos y anticipan cambios estructurales.

Estamos experimentando una crisis y un cambio en la conformación de la globalización y en el orden mundial que hemos conocido hasta ahora. No se trata tanto de una desglobalización, sino de una crisis y de un cambio en la globalización y en las relaciones de poder mundial. Los criterios hasta ahora disponibles en las narrativas hegemónicas occidentales para caracterizarlos han sido sobrepasados, no son suficientemente comprensivos para interpretar el conjunto cambiante de la realidad global, económica, social, cultural, tecnológica y política. Es preciso articular nuevas intuiciones en torno a dicho acontecer, a sus cambios, a los conflictos y a sus consecuencias, elaborarlas, contrastarlas y proponer respuestas.

La complejidad, la extensión y la proyección de las dinámicas tectónicas en movimiento entre áreas geoeconómicas y geoestratégicas y la intensidad y la peligrosidad de los conflictos que se han activado aconsejan acudir a la que Aristóteles consideraba la principal virtud de la política, la prudencia, e institucionalizar principios de precaución promoviendo acuerdos multilaterales de contención. No se trata de que estemos en condiciones de solucionar las disonancias y los conflictos en juego, con múltiples escenarios posibles, cuyo alcance es difícil de delimitar. Estas “soluciones”, si se dan, serán fruto de un proceso largo, incierto y peligroso. Se trata de pautar y acomodar los movimientos de las distintas partes para que no entren en una vía de colisión irreversible y de establecer foros en los cuales se puedan tratar los antagonismos y acordar compromisos que aminoren y neutralicen el enfrentamiento.

Sin la construcción por las partes enfrentadas de tales pautas, acomodos, foros y compromisos de contención, focos calientes como la guerra de Ucrania o la potencial guerra de Taiwán, entre otras, no tienen una solución pacífica hasta que un bando gane la guerra al otro, lo que, dada la escalada que significaría y la capacidad de destrucción masiva de cada uno de los contendientes, se antoja catastrófico para todos. Ambos bandos son conscientes de tal posibilidad, no obstante, parecen impelidos al enfrentamiento de poder hasta que uno de los contendientes desfallezca, si esta dinámica se impone el riesgo de conflagración nuclear no se puede, ni se debe, descartar.

Choques en la globalización y el orden mundial

La globalización económica se basó y se articuló geopolíticamente sobre la relación de fuerzas internacional resultante de la implosión de la Unión Soviética y, en consecuencia, en la existencia de una única gran superpotencia global, los Estados Unidos de América, que impuso y gestionó un orden mundial norteamericano en las tres décadas que siguieron. La estructura social de acumulación del capitalismo global neoliberal financiarizado hegemonizada por Estados Unidos que se expandió se asentaba sobre dicho orden mundial unipolar, diseñado al comenzar los años noventa.

Tal estadio del poder económico y geoestratégico, con el paso del tiempo y con la emergencia, sedimentación e institucionalización de múltiples cambios sociales, económicos, demográficos, políticos y culturales, se ha deteriorado y desplazado, y ha sido cuestionado en múltiples episodios por la emergencia de potencias macrorregionales cuya proyección global es cada vez más intensa y extensa. En particular, por dos nuevos gigantes económicos y demográficos, China e India, y por una Rusia que reclama su papel, además de por Irán, Indonesia, Brasil, Arabia, Turquía… que pretenden un lugar en el diseño, la influencia y la proyección en los cambios en las relaciones geoeconómicas y geopolíticas globales. Las pugnas y las demandas de otras relaciones económicas globales y de un nuevo orden mundial multipolar son cada vez más fuertes, y hasta imparables.

Con la extensa área euroasiática en plena reafirmación y crecimiento, con la guerra de Ucrania como catalizador, los Estados Unidos han respondido pretendiendo reafirmar su dominación y su hegemonía geoestratégica unipolar y su liderazgo geoeconómico global, para lo cual, han unificado, tensado y comprometido en pleno al bloque occidental anglo-europeo contra Rusia y contra China, activando y reforzando a la OTAN; implicándola plenamente en la “conflagración hibrida” contra Rusia y China; ejerciendo de sostén militar y retaguardia económica de Ucrania en la guerra, e implementado una ingente batería de sanciones económicas occidentales contra Rusia, mientras, por otra parte; han incrementado la hostilidad contra China activando la tensión militar entre China/Taiwa-(Estados Unidos), y aumentando las sanciones económicas contra China, en particular, en el terreno de las tecnologías de futuro, forzando a sus aliados occidentales a un agresivo bloqueo que muy a menudo perjudica sus propios intereses. Tales movimientos estadounidenses y occidentales, respectivamente, han provocado que, por una parte, en Rusia consideren en un muy grave peligro su propia existencia y, por otra, en China, los interpreten como un cuestionamiento de su desarrollo económico y su creciente influencia en el mundo. La consecuencia colateral no deseada de lo cual ha sido acelerar el acercamiento táctico y estratégico entre Rusia y China, económico, político y militar.

Sin una perspectiva realista con la vista puesta en la negociación de un armisticio, o con una negociación de paz, dado que las partes enfrentadas en la guerra no están dispuestas a ceder en sus posiciones, se ha alcanzado un clímax militar y político que puede desbordarse en cualquier momento. Es preciso introducir elementos de contención de tales dinámicas, una u otra pueden escapar a la capacidad de control y devenir en mayores escaladas que no se puedan gestionar y parar. Una guerra, cuando subyacen fuertes fracturas y estrategias divergentes entre quienes se enfrentan, tanto más si son grandes potencias, presenta un inmenso potencial de violencia y destrucción. Sabemos cómo y cuándo comienza, pero no como se desarrollará, y como y cuando va a finalizar, ni que consecuencias acarreará para unos y para otros. Es un hecho reiterado que durante las guerras surgen contingencias, contradicciones, cambios, problemas y consecuencias imprevistas. Por otra parte, los agentes implicados incurren en errores y a menudo se equivocan en sus previsiones y generan vanas esperanzas:

El Gobierno de Rusia, al poner en marcha la invasión de Ucrania, avanzando con su columna de tanques hacia Kiev, contaba con una acogida favorable de buena parte de la población en razón de un idealizado pasado histórico y etno-cultural común, con el precedente de la favorable reacción de la población de Crimea a la integración en Rusia en 2014, así, con tal demostración de fuerza, se precipitaría la negociación con el Gobierno de Ucrania, o su sustitución por otro Gobierno menos hostil con Rusia con el que poder negociar. Unas pocas semanas bastaron para mostrar cuan erróneas eran tales expectativas.

En los primeros discursos de Putin y de ciertos intelectuales y políticos nacionalistas rusos, para justificar la invasión, adujeron una serie de imagos y nociones supuestamente fundacionales de una comunidad de destino que desde el inicial Rus de Kief habría mantenido su “esencia” hasta la actualidad, incluyendo Ucrania, Bielorrusia y Rusia, distorsionada por la decisión de Lenin de institucionalizar el Estado soviético reconociendo los respectivos estados federados, entre estos, los eslavos, Rusia, Ucrania y Bielorrusia. Después, con la rápida implosión de la Unión Soviética, los tres estados se convirtieron en independientes. Y, así, Occidente, vio la oportunidad para desarrollar una estrategia de atracción de Ucrania hacia el marco ofrecido por Occidente, la OTAN y la UE, y para fomentar su enemistad con Rusia, todo lo cual propiciaba una crisis de ésta que debilitaba su poder y frustraba su autopercepción y sus esperanzas.

La argumentación esencialista del nacionalismo gran ruso probablemente tuvo cierto peso en la decisión de la invasión y sirvió a la propaganda interna, no obstante, el objetivo básico de la invasión rusa era geopolítico; forzar el compromiso público de Ucrania de que no entraría en la OTAN, a la vez que se pretendía garantizar la influencia y la relación de Rusia y Ucrania. Objetivo básico que el Gobierno y el establishment de poder ruso había reiterado en múltiples declaraciones y en reuniones nacionales e internacionales, así como también hacían sus institutos y think tanks securitarios.

Tales declaraciones desde los comienzos del milenio hasta poco antes de la invasión fueron cada vez más intensas, obteniendo la callada por respuesta de la Administración estadounidense. Mientras tanto, desde la implosión de la Unión Soviética, de hecho, catorce estados exsoviéticos del Este europeo habían entrado en la OTAN y dicha organización aproximaba sus fronteras a las de Rusia hasta cercarla desde el mar Báltico al mar Negro, para lo cual la integración de Ucrania resultaba la pieza decisiva.

La dirección política, geoestratégica y militar rusa consideraba una línea roja tal situación. Para su archiconocida perspectiva geoestratégica dicha entrada en la OTAN representaba un peligro vital para su existencia soberana como tal Estado ruso; estructuralmente le colocaba en una posición de poder subordinada y precaria frente a los EE. UU y la OTAN. Como consecuencia, consideraban que, con la firme posición proactiva de los Estados Unidos, más pronto o más tarde, se rompería el Estado ruso en varios estados débiles, o lo convertiría en un Estado subalterno dependiente de Occidente, que así tendría un acceso en profundidad en la vasta región euroasiática, y a sus vastos recursos energéticos, minerales, agrícolas y humanos en condiciones de privilegio. Para el establishment ruso la neutralidad estratégica de Ucrania es la condición necesaria de cualquier posible acuerdo de paz aceptable, sólo la derrota rusa en la guerra puede imponer otro escenario.

No obstante, de facto, aunque no de iure, la colaboración y la implicación de Ucrania, la OTAN y EE. UU, se ha acelerado y profundizado en todos los terrenos, excepto en su pertenencia formal a la Alianza y, por tanto, por el momento, a su incapacidad motu propio de activar los artículos cuarto y quinto de la Carta de la Alianza. Además, con la guerra, la identidad nacional ucraniana se ha afirmado, extendido y cohesionado. El actual imaginario nacional ucraniano construido contra el imago del enemigo ruso ha sido un terreno abonado por el sufrimiento, la sangre y la resistencia colectiva, incluso entre muchos ucranianos cuyo idioma materno es el ruso y que mantenían estrechos vínculos familiares, culturales y etno-nacionales con Rusia.

Por otra parte, el grueso de las elites norteamericanas, británicas, canadienses y europeas, llevadas de la inveterada creencia en la superioridad occidental y la latente y creciente rusofobia existente en muchos sectores de sus sociedades, aferradas a viejos prejuicios y a una visión miope  de sus intereses, con las fuertes oleadas de sanciones económicas a Rusia, la apropiación de sus enormes activos en el mundo occidental, la expulsión de Rusia del sistema Swicht de pagos internacionales, y la amenaza a terceros países que negociasen con Rusia, preveían precipitar la drástica caída del rublo, el derrumbe de sus intercambios comerciales, en particular, de sus exportaciones de energía y el bloqueo a la adquisición de componentes tecnológicos necesarios para su industria provenientes del occidente y, como resultado de todo ello, desencadenar una crisis económica rampante en Rusia y forzar su incapacidad para sostener el esfuerzo de guerra, lo cual pondría a los oligarcas y a la ciudadanía rusa contra su Gobierno, provocando su caída.

No obstante, Rusia ha redireccionado sus exportaciones energéticas, mejorado su balanza de pagos, aumentado la solidez del rublo, disciplinado a sus oligarcas, mantenido el consenso entre buena parte de su población, puesto las bases de nuevas infraestructuras energéticas para la exportación de combustibles fósiles hacia países asiáticos, y creado formas de intercambio que prescinden del dólar como divisa con China, India, Corea del Norte, Irán... esbozándose una potencial alternativa al dominio mundial del dólar. De tal manera que la capacidad de resistencia de la economía, de la sociedad y la política rusa ha desbordado las expectativas occidentales, y precipitando dinámicas económicas y políticas excéntricas al dominio de Occidente.

El mundo del capitalismo global hegemonizado por los Estados Unidos se ha deteriorado y es disputado por las grandes economías emergentes. El orden mundial unilateral estadounidense ya no existe. Las nuevas grandes potencias han entrado en la vía de reclamar su lugar en el orden mundial. Tanto en el ámbito geoeconómico, como en el ámbito geopolítico. En este sentido, son urgentes nuevos acuerdos internacionales que posibiliten, pacifiquen y democraticen, paso a paso, una potencial comunicación e institucionalización consensuada que resulte y encauce tales movimientos tectónicos, de no ser el caso, la dinámica de choque de trenes de consecuencias imprevisibles tiene todos los visos de incrementarse.

Por regla general, en la modernidad, los “nuevos órdenes mundiales” han surgido, y se han institucionalizado, después de grandes guerras que han instituido una nueva correlación de fuerzas favorable a los vencedores sobre la cual se han estructurado las nuevas condiciones de producción-reproducción del sistema. No obstante, con el paso del tiempo, el cambio molecular avanza, se acumulan las dificultades y bloqueos donde antes no existían, las contradicciones se agravan y el orden establecido se va deteriorando, por otra parte, emergen nuevas realidades que desbordan las estructuras, las cosmovisiones e imaginarios sociales instituidos.

En el presente, entre tanto, dada la continuidad de la crisis del capitalismo global neoliberal financiarizado y la creciente impugnación del orden mundial norteamericano, emergen nuevas realidades, económicas y geopolíticas, con dinámicas económicas multipolares y demandas de un orden mundial multilateral. La Súper-potencia estadounidense, sus aliados y las agencias del orden instituido, con la ingente cantidad y calidad de dispositivos y medios de que disponen, se resisten a los cambios y reaccionan reafirmando sus posiciones de poder militar dominante y sus resortes de poder y liderazgo económico global, intentando reasentar su gobierno de tales asuntos. El agravamiento de las tensiones y los conflictos que tal polarización comporta, agrava el enfrentamiento y propicia las situaciones de enfrentamiento y guerra que amenazan con generalizarse.

Cuando se incrementan sobremanera los presupuestos de armamento, como es el caso, cuando se ponen en juego armas más destructivas, cuando se rompen los canales de comunicación y negociación entre las partes enfrentadas, cuando no se controla la escalada de declaraciones hostiles contra el otro, cuando la información deviene mera propagando de guerra que ocupa y colapsa la esfera pública de ambos lados, cuando los poderes de ambas partes apuestan por la escalada de la fuerza y de la beligerancia como solución, cuando el enfrentamiento invade y coloniza los más diversos ámbitos sociales y políticos, cuando el choque y la fractura no paran de crecer, se acerca el punto de no retorno que lleva a la extensión y la penetración del clima de guerra total que antecede a la potencial guerra real.

Con la actual capacidad destructiva, militar y económica, en manos de las grandes potencias, si nos vemos abocados a un tal enfrentamiento militar y económico generalizado será letal para la humanidad. En nuestras manos está que la resolución de tales tendencias no se resuelva con otra gran guerra para que el vencedor imponga las condiciones. Esta vez, con toda probabilidad, todos seremos perdedores.

Hemos de dar paso a un nuevo orden mundial geoeconómico y geopolítico negociado por todas las partes, asumiendo que, además de las grandes potencias existentes, Estados Unidos, China, India, y Rusia, agrupaciones de estados y macrorregiones como la Unión Europea, los BRICS-plus, el G-20, la Organización de Cooperación de Shangai, la Unión Africana, la CELAG, la Liga Árabe…, con una ONU más permeable, abierta y prestigiada, propicien la multipolar, transversal y democrática participación de todos en el debate, la negociación y la institucionalización, de una estructura de desarrollo económico y de seguridad compartida más justa. Una superpotencia, o unas pocas superpotencias, no pueden, ni deben, disciplinar, controlar y gobernar, un mundo tan complejo e interrelacionado que supera los ocho mil millones de habitantes.

Por Bernat Riutort Serra / Profesor de la Universitat de les Illes Balears * Sin apermiso

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