Crisis, totalitarismo y soberanía

Actualidad 26 de enero de 2023
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Vientos turbulentos azotan sin piedad al mundo. Son los que levanta la crisis sistémica que agita a la estructura de poder global. No son mansos: siembran el caos y cosechan un totalitarismo que avanza a dentelladas, engullendo todo lo que encuentra a su paso. Este monstruo tiene dos caras: una de ellas reivindica al fascismo y al nazismo de antaño. Levantando la bandera de la nación en peligro, nuclea a las facciones políticas y fracciones del capital que son amenazadas por la creciente concentración del poder impuesto por el dominio mundial del capitalismo global monopólico. Son sectores que buscan capitalizar el disenso de los muchos que, teniendo poco y nada, son revolcados y fragmentados al infinito por una desigualdad social que los empantana en la miseria y el aislamiento.

La otra cara del totalitarismo deglute los trazos del viejo fascismo/nazismo, los arroja al pozo ciego de la memoria y luego los eyecta a la intemperie, arropados con la bandera de la defensa de una democracia bajo amenaza. Con tecnologías cada vez más sofisticadas y con un brutal control de los medios y de las redes sociales, este totalitarismo busca bloquear todo desacuerdo y reproducir la hegemonía mundial de los muy pocos que concentran una cuota cada vez más grande de poder [1].

Así, los conceptos de nación y democracia se convierten en Occidente en el eje de relatos que, defendidos por distintas facciones políticas y fracciones de clases, apelan a los sumergidos para neutralizarlos y sumarlos a sus propias luchas. De este modo, pretenden bloquear un cuestionamiento que podría destrozar los cimientos de la actual estructura de poder global. Ambas formas del totalitarismo manipulan la información y formulan narrativas que construyen un mundo al revés, donde la realidad objetiva se oculta tras fake news y ficciones que buscan inculcar el miedo y el odio hacia un otro que amenaza, un enemigo externo que, internalizándose, busca desposeer y aniquilar para beneficio propio. Este enemigo tiene distintas caras que resaltan diferentes aspectos amenazantes del “otro” (raza, etnia, religión, sexo, nacionalidad, etc.) que, incorporados a la narrativa, permiten profundizar la fragmentación y la oposición de las identidades, oscureciendo así los rasgos objetivos del presente que permiten unificar y dar fuerza a los reclamos.

Estas disputas transcurren en un contexto geopolítico que también es alimentado por la inminente implosión económica y financiera de una crisis sistémica. En este mundo de precariedad creciente, diversos países pugnan por un nuevo orden multipolar, basado en el reconocimiento del derecho soberano de los países a disponer de sus recursos y de su seguridad nacional y a establecer relaciones económicas y financieras en monedas propias y al margen del dominio hegemónico del dólar.

En la vorágine de conflictos locales y geopolíticos abonados por una crisis económica y financiera que se desparrama por la vida social, la cuestión nacional ocupa progresivamente el centro de la escena política. Esto afecta especialmente a Occidente, donde los sumergidos carecen de vías institucionales para expresar sus demandas y donde crece el endeudamiento, la desigualdad social y la crisis de legitimidad institucional. En este contexto, la emergencia de un mundo multipolar no es ficción ni narrativa. Es una realidad objetiva que puede abrir paso al desarrollo de formas de crecimiento económico que aseguren la inclusión social y la seguridad e integridad económica de las naciones.

El totalitarismo, bajo sus distintas variantes actuales, busca matar esta opción en el huevo. De ahí la importancia de desmitificar los relatos, visibilizando los intereses que vehiculizan, y de movilizar a los que poco y nada tienen tras un proyecto que asegure un crecimiento económico nacional e inclusivo y una participación ciudadana en la toma de decisiones y en el control de gestión. Esta participación, si se hace efectiva desde abajo hacia arriba, permitirá terminar con la división de las identidades y los discursos del miedo y del odio. Al contraponer la cooperación a la fragmentación y al aislamiento de los individuos, permite conciliar intereses inmediatos muchas veces contradictorios y poner fin a un canibalismo que condena a la desintegración social, a la balcanización y al saqueo sistemático de los recursos y de la riqueza de las naciones.

Hegemonía norteamericana y guerra en Ucrania

El discurso de Vladimir Putin festejando el referéndum y posterior integración a Rusia de los territorios con población de habla rusa en Ucrania conectó a la guerra en ese país con la emergencia de un movimiento anti-colonial que busca consolidar un nuevo orden global multipolar, que pondrá fin al dominio de la hegemonía mundial de los Estados Unidos. La extraordinaria riqueza de Rusia y su rol de vanguardia en la guerra anti-colonial del siglo pasado explican la persistencia de la rusofobia norteamericana y sus reiterados intentos de destruir al país. Pero no lo han logrado ni lo lograrán ahora con el sabotaje, pues “para todos es claro quién es el que se beneficia” [2] con la voladura del gasoducto Nord Stream1 y del NS2. Poco después, el secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, caracterizaba al reciente atentado como “una tremenda oportunidad (…) hoy los Estados Unidos son el principal proveedor de gas natural licuado a Europa” [3].

En estos episodios resuenan los ecos de la “doctrina Wolfowitz”, eje de la estrategia de los neocons que dominan desde hace décadas la política exterior norteamericana, la cual postula la utilización de cualquier medio para impedir el desafío a la hegemonía de Estados Unidos, incluso por parte de un país aliado [4]. Esto se reitera en los documentos de la OTAN: “Debemos ser cuidadosos e impedir la emergencia de un sistema se seguridad puramente europeo que pueda erosionar a la OTAN y en particular a su estructura militar de comando” [5], el cual depende estrechamente de las Fuerzas Armadas norteamericanas.

Mientras tanto, la guerra informativa alcanza nuevos decibeles: oculta lo que ocurre en el terreno militar, da por concretada la derrota de Rusia en Ucrania y atribuye a Putin la voluntad de emplear armas nucleares tácticas [6]. Detrás de esta narrativa está la rusofobia y la estrategia de desangrar a Rusia en una guerra prolongada con el fin de producir un “cambio de régimen” que elimine a su primer mandatario [7]. Tal relato es acompañado por una censura creciente a cualquier opinión disidente e identifica a la misma como un acto de terrorismo contra el gobierno norteamericano [8].

Crisis energética e impacto político

El atentado contra los gasoductos ha sentado el precedente para futuros actos vandálicos contra la infraestructura y el transporte de combustibles, fenómeno que ya se refleja en el aumento de los fletes. Sumado al agotamiento de las reservas estratégicas de combustible en los Estados Unidos, esta situación golpea ahora a la economía norteamericana. El gobierno busca desesperadamente otros recursos que le permitan controlar el precio de los combustibles. Para ello, exigió control de precios a las corporaciones y amenaza con controlar sus exportaciones, algo que de ocurrir afectará al abastecimiento europeo [9]. Asimismo, ha presionado a la OPEP+ para que aumente su producción de petróleo que, sin embargo, la recortó. Acusando a la OPEP+ de “acciones hostiles” inspiradas por Rusia, el gobierno amenaza ahora con aplicar la ley (NOPEC) que quitará la inmunidad frente a las leyes anti-monopolio norteamericanas.

En paralelo, la crisis energética amenaza con fuerza la economía alemana y a la europea y augura tensiones crecientes entre las elites de la Comunidad Europea y los gobiernos que la integran en torno a la distribución de los subsidios para capear el impacto de la crisis. La mayoría de estos gobiernos son acechados por una oposición nacionalista que reivindica aspectos del fascismo y crece electoralmente enfrentando a las políticas de la Comunidad Europea. A su vez, el gobierno alemán no parece tener opciones para cubrir las faltantes de combustible ruso y cuestiona ahora los precios del gas que importa de Estados Unidos, muy superiores a los que importaba de Rusia.

Falta de liquidez y riesgo de metástasis

La crisis de derivados [10] de productos energéticos y la crisis de los fondos de pensión e hipotecas británicas han expuesto recientemente el riesgo que corre el sistema financiero europeo ante la falta de liquidez [11].

Otro episodio en el mercado financiero norteamericano volvió a mostrar la semana pasada que la falta de liquidez también afecta a los “tiburones”. El lunes, el valor de las acciones del Credit Suisse cayó un 9% y sus CDS (credit default swaps) [12] aumentaron drásticamente. Esto repercutió inmediatamente sobre el precio de las acciones de otros mega bancos: Nomura, Deutsche Bank, Bank of America, Citi y JP Morgan, que tienen fuerte exposición a derivados y están interconectados a través de estos con el Credit Suisse [13]. Estos mega-bancos y los fondos de inversión que especulan con derivados habrían sido los principales actores de la estampida sobre los CDS del Credit Suisse.

Este episodio apunta a otro más profundo: la falta de liquidez de dólares en el mercado global, debido al enorme volumen de la deuda con derivados y a la complejidad de la demanda de dólares tanto dentro como fuera del mercado norteamericano. Esto último remite al mercado de eurodólares, que está fuera del control de la Reserva federal de Estados Unidos [14] e implica complejas operaciones interbancarias de distinto tipo y especialmente con derivados. Estas últimas multiplican al extremo las transacciones con dólares e implican un enorme endeudamiento fuera de todo control que no se relaciona con la cantidad de dólares que circulan por el mundo.

En este contexto, la Reserva se encuentra hoy en una situación precaria: su decisión de imponer una restricción monetaria y aumentar las tasas de interés a fin de controlar la inflación induciendo una desaceleración de la economía empieza a impactar sobre el endeudamiento financiero y, especialmente,  sobre los rendimientos de las letras del Tesoro [15]. La suba de las tasas de interés también refuerza al dólar e induce una guerra de monedas que lleva a los principales países tenedores de Letras del Tesoro norteamericano, China y Japón –entre otros–, a la venta de estos activos para sostener a sus respectivas monedas y restituir sus reservas con otros activos. Estos procesos tienden a depreciar a las Letras del Tesoro y al dólar, amenazando su rol como moneda internacional de reserva.

Por otra parte, si con la suba de las tasas de interés y el consiguiente enfriamiento de la economía y fortalecimiento del dólar, la Reserva buscaba limitar la demanda de combustibles e incidir sobre sus precios, el recorte de la producción de petróleo concretado por la OPEP+ limita la oferta disponible y encarece sus precios, profundizando la recesión y limitando así la capacidad que la Reserva tiene de aumentar las tasas de interés. Así, esta crisis energética pone límites a la capacidad que la Reserva tiene de incidir sobre el mercado financiero global. Las ventas de petróleo en monedas locales concretadas recientemente por Arabia Saudita y su interés en integrar los BRICS son otros indicios de la emergencia de un nuevo orden global al margen del dólar y basado en monedas ancladas en commodities.

En consecuencia, pareciera que la crisis energética cumple hoy una función crucial: enhebra los distintos aspectos de la crisis sistémica (económico, financiero, ambiental y político), al tiempo que desnuda la irracionalidad de las políticas que escalan los conflictos y empujan hacia el canibalismo y la guerra nuclear.

Argentina: del invisible “bono soja” a las balas

Un ajuste arrollador, con recortes de gastos que afectan a distintos sectores, es recibido cálidamente por el FMI. Los sojeros –incluyendo al amigo del alma de Mauricio Macri– liquidaron cantidades históricas de soja acumulada y dolarizaron los pesitos recibidos. El BCRA, sin embargo, vuelve al yugo de vender diariamente reservas para “tranquilizar” al dólar. Mientras tanto, cuatro millones de personas en estado de indigencia todavía esperan el bono sojero prometido que, sin explicación alguna, se evapora hacia la Luna, denotando una fantástica falta de respeto por los que menos tienen.

La recaudación aumentó el mes pasado, pero el gobierno tiene las manos atadas por el FMI: no puede tapar los baches de gastos sociales que desfinancia con el ajuste. Asimismo, está obligado a subir las tasas de interés que hoy llegan al 100%, desfinanciando inversiones productivas e incentivando a la especulación financiera. Los aumentos de precios revuelcan a los salarios y profundizan la brutal brecha de ingresos entre los que tienen trabajo formal y los que no lo tienen. El secretario de Industria está convencido que todo cambiará cuando se controle la inflación, una verdad de Perogrullo que expone una impotencia que sólo sirve para calentar sillas y realzar egos.

Otros, sin embargo, han absorbido las consignas de lo peor del macrismo y ahora aplican represión salvaje: contra mujeres y ninxs mapuches a quienes tildan de “terroristas”; contra ciudadanos y periodistas en un partido de fútbol. Las fuerzas represivas desmadradas olfatean que existe descontento y, armados hasta los dientes, reparten “palos y balas” por doquier, destruyendo vidas, promesas, leyes, negociaciones y derechos esenciales. Saben que no serán sancionados.

Estos desmadres muestran que ya no se trata de flotar y pedir que no hagan olas. Las acciones que se toman son coherentes con los objetivos del FMI. Lejos de “tranquilizar” a los poderes concentrados, se apresurarán los tiempos de la desestabilización política. Un gobierno acorralado se deslegitima y contribuye a crear el caldo de cultivo donde germinan los yuyos del totalitarismo.

Por Mónica Peralta Ramos

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