Trabajo y Política

Actualidad 24 de enero de 2023
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La Hidra de Lerna en la mitología griega era una bestia de aliento venenoso, portadora de una singular característica, ser multicéfala y capaz de regenerar dos cabezas por cada una que le cortaran, y se dice que fue a Hércules a quien se le encomendó la misión de terminar con ese monstruo. Tarso Genro una figura destacada del PT, ex alcalde de Porto Alegre y ex Gobernador de Rio Grande do Sul, que ocupara diferentes Ministerios (de Justicia, de Educación y de Relaciones Institucionales) en los dos primeros gobiernos de Lula, en un artículo publicado por la Editorial do Sul21 (14/1/23) hace un análisis de lo que ha venido ocurriendo en Brasil y recurre a la figura de la Hidra como una alegoría del Neoliberalismo.

Cruce de caminos

Solemos recibir información precatalogada en función de una determinada temática, que resulta del contenido central que se le asigna en su titulado o de la índole de las cuestiones que aborda.

Ese dato por sí solo no le resta valor, más aún puede ser por cierto justificado, aunque a veces nos limita la comprensión de fenómenos que exceden esa centralidad y que requieren contextualizarlos para apreciar su real sentido.

Con el empleo se advierte claramente lo antes señalado, porque es atravesado por distintas disciplinas como referido en opiniones de lo más diversas.

Cuando se habla de empleo es preciso considerar que no se trata de cualquier labor ni del desempeño de tareas en cualquier condición, sino de un trabajo prestado en relación de dependencia y munido de derechos laborales, sindicales y de la seguridad social. A partir de esa conceptualización, luego, es que corresponde determinar el nivel de calidad que posee y si está acorde con los parámetros sociales, culturales e históricos que derivan de la evolución progresiva que le es inherente.

Una primera distorsión, muy extendida, es integrarlo al “mercado” y, junto a otras manifestaciones dentro o fuera de la formalidad laboral, hablar del “Mercado de trabajo”. El trabajo humano no es una mercancía, formulación de antigua data y que es indicado como un principio indiscutible en instrumentos jurídicos de rango superior tanto en ámbitos nacionales como internacionales.

En Occidente y en los sistemas Capitalistas no es una excepción, por el contrario, constituye una máxima que se considera básica en orden a la priorización de la condición humana más allá de cualquier otra cuestión o factor involucrados en la producción de bienes o servicios. 

La alusión al trabajo como “ordenador social”, como una pieza clave de una “cultura” comunitaria, como “valor” que enaltece individual y colectivamente, como “formativo” para la juventud y otras tantas funciones que se le asignan en el desarrollo de una sociedad, es frecuente en lo coloquial y en el discurso político originado en diferentes usinas ideológicas.

Aunque no todo trabajo es empleo ni basta con que sea “decente” (término acuñado en la OIT), para que sea “digno”, que dignifique a quien lo desempeña y le permita alcanzar una ciudadanía laboral que le brinde la posibilidad de realizarse como persona.

Cualquier estrategia de supervivencia “no delictiva” lejos está de satisfacer aquellos parámetros, ni la aceptación de una inexorable pauperización del trabajo -menos todavía del empleo- y de una pobreza estructural necesitada de algún tipo de asistencialismo puede concebirse como cercana a una Justicia Social elemental en el siglo XXI, que cimente el trabajo del futuro.

Entonces, el nivel de tutela que se proponga para las personas que trabajan y particularmente a quienes ocupan un empleo (registrado o no), supone una cuestión central cuya definición no resulta de la Naturaleza ni de la Economía, sino de la Política.

Similitudes que no son casuales

En el imaginario laboral importa la existencia de suficientes medios de ganarse la vida, el empleo está en el núcleo, si bien muchas veces se habla de “trabajo” a secas y con ello se orbita alrededor de aquel con modalidades variadas que, estrictamente, no lo son o que, siéndolo, tratan de simular con eufemismos una categoría distinta (colaboradores, asociados, emprendedores, autónomos, cooperativistas ficticios).

La preocupación porque la “gente tenga trabajo” está en boca de todo referente político, económico o mediático, sin que se acompañe con una clara precisión a qué trabajo se alude o, lo que es peor, aceptando -explícita o implícitamente- que sea del tipo que sea es preferible a la desocupación.

Un razonamiento de esa especie es justificable -también legítimo- para quien carece de toda ocupación, más aún cuando ya lleva largo tiempo sin poseer ni contar con posibilidades de acceder a un empleo estable, igual que resultaría razonable plantearse comer restos sacados de la basura por quien pasa hambre y no sólo tiene apetito. 

Sin embargo, son inconcebibles planteos de ese tipo fuera de extremos semejantes, menos si son propuestos como horizonte de “salida” de una crisis de empleo o como estrategia superadora para el llamado “mercado laboral” más allá de una coyuntura crítica.

Chile, Perú o Colombia han sido por décadas elogiados por sus sistemas desregularizados, por la “libertad de Mercado” que se muestra como motor de la Economía y de la incomparable relevancia que se le acuerda a la “empresa privada” que no debe ser sometida en ese campo de manera alguna a riesgo de esterilizar su potencial que, luego, tendrá por efecto el bienestar general a raíz del “derrame” de la copa que recoja la natural rentabilidad y depare un destino de prosperidad para todos.

Claro que esos ejemplos conllevan bajísimos grados de tutela laboral, inexistencia o inoperancia sindical (en esos tres países), exigua cuando no ausencia de coberturas de la seguridad social (Chile es emblemático en el primer caso, Colombia y Perú en el segundo), descomunal crecimiento de la informalidad (Perú registra un 70% de la fuerza laboral, los otros dos países más del 50%).

Brasil resistió en ese ámbito hasta que un “golpe blando” (destitución de Dilma) y las operaciones judiciales (encarcelamiento de Lula) quebraron el sistema gremial y laboral de la mano de Temer y Bolsonaro, haciendo retroceder más de 70 años en materia de conquistas sociales y laborales. 

Argentina ha tenido lo suyo con la dictadura de 1976, con la traición menemista de los 90’ y con la llegada “institucional” en 2015 de esa misma tendencia de deconstrucción encabezada por Macri, cuyos efectos no fueron tan devastadores por un Modelo de organización sindical que -a pesar de la defección de parte de su dirigencia- mostró como tal una fortaleza difícil de quebrar, aunque no imposible y ello debe alertarnos. 

Es que en la raíz de todos esos procesos se detecta una simiente venenosa, el Neoliberalismo, cuya hoja de ruta está signada por la acumulación salvaje y la desaprensión por sus consecuencias sociales -generadora de desigualdades tremendas- como por la descomposición deliberada de tota institucionalidad republicana.

Las grandes Corporaciones que crean, recrean y operan desde aquella matriz superan las fronteras de los países, así como se imponen y corroen a los Estados nacionales -en vías de descomposición- cualquiera sea su dimensión, aún a los que se exhiben como protagonistas de las disputas por la hegemonía mundial y sin que con ello se pretenda restarles relevancia a sus acciones depredadoras de las Democracias, en particular de las que se postulan sociales, nacionales y populares.

Esa ideología que abona a la desprotección del trabajo es la que subyace a episodios dramáticos como el que vive Perú, la asonada civil y protomilitar que amenazó a Brasil hace un par de semanas, las forzadas secesiones que afronta Bolivia, las maniobras desestabilizadoras en Chile, los intentos de magnicidios de las Vicepresidentas de Argentina y Colombia.

No es que “todo tenga que ver con todo”, sino que asistimos a una experiencia nueva en su formato -sino en su esencia- en lo que respecta a proyectos de dominación y de enfrentamientos globales, en los que somos víctimas de los primeros y simples piezas sacrificables en los segundos.

Todo proceso soberano, en que prime la autodeterminación y la solidaridad indispensable entre pares para formar Bloques que los fortalezcan mutuamente, que se asienten en un pensamiento nacional y popular que recurra a procesos pacíficos respetando las reglas democráticas, suponen una acechanza para los poderes transnacionales y las elites nativas.    

En base a esa concepción construyen al “enemigo”, al que combaten desde la Economía (endeudamientos, desabastecimientos, monopolización de bienes esenciales), desde la Diplomacia (bloqueos, apañamiento de injerencias e intervenciones territoriales, denuncias de violaciones a derechos humanos por violadores impiadosos y seriales), desde la Justicia (con la cooptación del Poder Judicial utilizado como herramienta de persecución y eliminación -simbólica o física- de los opositores); desde los Medios de comunicación hegemónicos (con la difusión de noticias falsas y el ocultamiento de información relevante, con estigmatizaciones, con la deformación en la construcción de sentidos); desde las Instituciones (ya sea distorsionando sus funciones, desprestigiándolas ante la opinión pública, paralizándolas o vaciándolas).

¿Se busca atontarnos?

Es curioso, a primera vista, que se insista en formulaciones para el mundo del trabajo fracasadas reiteradamente en nuestro país como en muchos otros (centrales y periféricos), tanto como sorprendente que haya quienes -autores o cómplices de esos programas fracasados- los sigan enunciando con toda impudicia y con prometedores resultados que no resisten análisis ninguno retrospectivo ni de actualidad.

Lo paradójico o que causa máxima perplejidad, es que haya quienes sean convencidos por esos relatos fantásticos, más aún cuando están llamados a ser víctimas propiciatorias de esos designios inconfesables que nutren esa clase de discurso.

Las nefastas consecuencias son, principal pero no exclusivamente, para las personas que trabajan por cuenta ajena, pero también afectan a quienes se ilusionan con un desempeño “autónomo” que se les presenta como promisorio emprendimiento individual o que les proveerá de un amplio margen de “libertad” personal. Otro tanto ocurre, aunque cueste más advertirlo, para un amplio sector del empresariado Pyme ligado al consumo interno, pues el empobrecimiento de las y los trabajadores repercutirá indefectiblemente en sus negocios y posibilidades de ganancias.

La oposición  de cuño neoliberal ya ha avanzado con numerosas iniciativas legislativas cuyas “modernas” propuestas son tan viejas como la injusticia, dirigidas a someter o desmantelar a los sindicatos, encorsetar al máximo la negociación colectiva y penalizar la huelga (y a los huelguistas), reducir sustancialmente derechos laborales, precarizar las condiciones de trabajo, eliminar o morigerar las consecuencias (responsabilidades indemnizatorias o sanciones pecuniarias) por las infracciones patronales, restringir severamente los beneficios de la seguridad social.

En sus aprestamientos de campaña anuncian esos Proyectos como una mínima muestra de lo que están dispuestos a hacer en caso de ganar las elecciones, planteando que ello responde al compromiso con la “creación de empleo” o agitando frases publicitarias grandilocuentes como “de la pobreza no se sale con planes, se sale con trabajo”.

Los mismos que en el Gobierno y/o como funcionarios de dictaduras hicieron crecer la desocupación, no acertaron a crear empleo y sí contribuyeron a empeorar la calidad del existente, desmejoraron seriamente la seguridad e higiene en el trabajo, garantizaron una transferencia regresiva del ingreso en favor de minorías cada vez más concentradas, son ahora quienes, otra vez, quieren engañar con las supuestas bondades que deparará el Dios Mercado a cambio del sacrificio expiatorio por el pecado de propiciar un trabajo digno y una distribución justa de la riqueza creada por el trabajo.

Es ridículo culpar a las leyes del trabajo de la carencia de empleo o endilgarles ser un obstáculo para ampliarlo, como se desprende del aumento de la ocupación registrado con legislaciones protectoras -a las que se pretende plagada de rigideces- y de la consagración de mejoras en los derechos laborales justamente dentro de esos mismos ciclos de bonanza.

Más aún, es frente a crisis económicas cuando se impone incrementar las tutelas de las personas que trabajan tanto para coadyuvar a la recuperación productiva como para asegurar la paz social y hacer efectivas garantías de básicos derechos humanos.

Desarrollo con más derechos

En el escenario actual es preciso hacer unas lectura completa y detenida de ciertos datos que ofrece la realidad, porque el movimiento envolvente neoliberal jaquea a las instituciones y busca su degradación a través de acciones paralizantes de las distintas instancias republicanas.

Es Política, no mero economicismo, como también lo es el discurso sobre el empleo con su indefectible incidencia en la fortaleza de las representaciones gremiales que se quiere neutralizar, sino doblegar, para despejar el camino hacia la plutocracia colonial que se pretende consolidar.

El fomento de extremismos reaccionarios, la criminalización del accionar sindical y la obturación de mecanismos de control social frente a los abusos recurrentes (de formadores de precios, de especuladores financieros o de funcionarios judiciales), estratégicamente amparados por una Justicia colonizada, exigen tomar conciencia del peligro que representa para la convivencia democrática y los riesgos de que la violencia sea visualizada, en definitiva, como el modo de dirimir los conflictos. 

En una reciente Declaración de fuerzas políticas, centrales sindicales, organizaciones y movimientos sociales, en el marco de la VII Cumbre de Jefas y Jefes de Estado de la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (CELAC), se señala:

“- Que el mundo se encuentra hoy en una situación de crisis estructural, de disputa hegemónica y de crisis ambiental, que presentan nuevos desafíos para el sistema internacional en general y para América Latina y el Caribe en particular. (…)

- Que América Latina y el Caribe es la región más endeudada del mundo en desarrollo, lo cual condiciona severamente su desarrollo y autonomía política. Este problema trasciende la no menor cuestión de la carga de la deuda (pago de intereses, por ejemplo), sino que además afecta dimensiones económicas y sociales fundamentales, con consecuencias distributivas, de empleo, de precariedad laboral, de género y sobre la seguridad social. Es innegable, en este sentido, la responsabilidad de organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) en tanto instrumentos de una estrategia de sometimiento de los países periféricos al capital transnacional, con el destacado apoyo de los EEUU, en alianza con grupos locales. (….)

- Que la democracia en América Latina y el Caribe está amenazada por nuevas formas de desestabilización y quiebres institucionales, a partir de la voluntad de actores domésticos y ajenos a la región de instalar democracias tuteladas funcionales a intereses anti-populares. (…)”

En ese orden de ideas debe considerarse la alegoría de la Hidra que propone Tarso Genro en el artículo referido al inicio de esta nota, cuando sostiene: “La Hidra no ha sido anulada y va a preparar un nuevo estallido de violencia: en nombre de Dios, de la Patria y de la Familia, que para ellos es sólo una consigna desprovista de realidad y de humanidad.”

La reivindicación del pleno empleo, del desarrollo con equidad y con mayores derechos, de una más justa distribución de la riqueza asentada en una participación en las ganancias garantizada por la Constitución Nacional, pero aún postergada, siguen siendo premisas inclaudicables para lograr una Patria Libre, Justa y Soberana.

La clase trabajadora, como categoría que identifica centralmente a las personas que trabajan bajo relación de dependencia y a las organizaciones gremiales que las nuclean, es la que -como Hércules- tiene por misión enfrentar al monstruo neoliberal valiéndose de dos herramientas fundamentales: la acción sindical y la acción política.

Por Al aro Ruiz 

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