La rabia grita derecha

Actualidad 31 de diciembre de 2022
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Cuando los historiadores del futuro se dediquen a estudiar este período se sorprenderán por la recurrencia con la que los hombres y las mujeres de esta época usaban la palabra “crisis” para dar cuenta de todo lo que les sucedía a sus vidas. El Diccionario Collins ha elegido como palabra del año 2022 el término “permacrisis”: un período extendido de inestabilidad e inseguridad en el que a cada evento catastrófico sin precedentes le sucede otro de la misma naturaleza. Esta extraña coincidencia de lo absolutamente nuevo y lo siempre igual, que podría parecer un desvarío o un sofisma del narrador, es algo que comprenden en su vida cotidiana los que reciben el 2023 con desazón.

Si bien la idea de crisis es uno de los motivos centrales de las teorías de la modernidad, que nos muestran finalmente que la crisis (social, económica, política, técnica) es el verdadero substrato de nuestra cultura, las cosas cambian cuando son los ciudadanos los que no pueden evitar usar este concepto para describir los traumas de una situación que los ha llevado al límite. Desde el punto de vista de los ciudadanos, la crisis no es un concepto sino algo que se vive a través del miedo, la angustia y la frustración, que provoca en muchos casos bronca, ira y odio como reacción frente al estado irremediablemente roto del mundo. 

Por eso, para la mayoría de los ciudadanos lo que se vuelve prioritario es intentar salir de esta situación, para lo cual necesitan entender qué es lo que ha entrado en crisis, cuáles son las causas de las disrupciones, quiénes son los responsables y, si las hubiera, qué oportunidades se presentan. Evidentemente, no resulta inocente cómo se responde a estas preguntas por el sentido de las crisis.

Hoy la lucha política pasa por los modos en los que se nombra a la crisis que dejó la pandemia.

En el caso argentino aparece el antecedente del 2001 como un espejo en el que, al mismo tiempo, se refleja y se distorsiona la imagen de la crisis actual. En este juego de perspectivas temporales resulta interesante observar el protagonismo de los jóvenes, su participación en los esfuerzos para salir de ambas crisis. Una narrativa rápida mostraría caminos con sentidos contrapuestos. En efecto, la crisis del 2001 movilizó a la juventud a la protesta masiva en las calles contra los efectos de las políticas de ajuste neoliberal. Luego, muchos de esos jóvenes que protestaron por última vez contra las políticas de Domingo Cavallo se sumaron o acompañaron los intentos formulados desde la izquierda del peronismo para encontrar una salida. La juventud del 2001 le dio forma tanto al kirchnerismo reparador, que iba suturando las heridas del tejido social, como al kirchnerismo rebelde, que abría conflictos logrando sintetizar valores progresistas con creatividad política.

La crisis del 2020-2021, en cambio, nos muestra en la superficie de los eventos el protagonismo de una juventud volcada hacia la derecha de la derecha, con la figura de Javier Milei como la gran novedad de la política. Esta novedad se hizo fuerte con expresiones violentas contra la casta, proponiendo medidas extremas, oponiéndose a la ley de interrupción voluntaria del embarazo con un discurso anti-feminista o promoviendo expresiones negacionistas frente a los crímenes de la última dictadura cívico-militar. A todo este cosmos ideológico de las derechas radicales Milei le agrega la reivindicación de las políticas neoliberales en las redes sociales, los medios de comunicación y las calles. Observado desde afuera, el proceso parece un giro completo de los corsi e ricorsi de la “calesita argentina”.

El signo del malestar 

El malestar y la rabia también parecen haber cambiado de signo. Si la rabia del 2001 servía como fermento para la construcción de una esperanza colectiva, hoy muchos jóvenes tienen rabia de tener rabia. En el 2022 no se sienten excluidos de un modelo de sociedad de ganadores y perdedores, sino bloqueados, presos de un sistema de sobre-explotación y precarización. Por eso es tan fácil usar la rabia como combustible para las políticas del odio y la crueldad. La persistencia de Milei en las encuestas sobre el final del año 2022 es resultado de esta dinámica del malestar social entre los jóvenes. Milei es más un síntoma que un protagonista de esta crisis, y esa dimensión sintomática es la que hay que interpretar.

Un trabajo de investigación realizado recientemente por el Programa Mediciones EIDAES-LEDA de la UNSAM, que estudia la relación entre las configuraciones ideológicas, el neoliberalismo y la heterogeneidad estructural en el Área Metropolitana de Buenos Aires, nos permite poner el foco en la complejidad del voto joven a Milei.

En primer lugar, los datos analizados por Micaela Cuesta y Pablo Villarreal muestran efectivamente que a fines del 2022 la candidatura de Milei consigue una adhesión del 20%, consolidándose como tercera fuerza detrás del Frente de Todos (25,4%) y Juntos por el Cambio (22,2%). Ahora bien, dentro de quienes apoyarían la propuesta libertaria en las elecciones de 2023 los menores de 25 años representan el 25% y los que tienen entre 25 y 40 años suman otro 46%. Esto confirma la fuerza de Milei entre los jóvenes: del total de sus potenciales votantes, el 71% tiene entre 16 y 40 años.

El dato adquiere significación política cuando lo comparamos con el 46% que obtiene el FdT y el 38% de JxC dentro de esa misma franja etaria. Es el voto joven, evidentemente, lo que está impulsando las propuestas a la derecha de la derecha del espectro político, y lo que las vuelve competitivas en el escenario que intenta encontrarle una salida a la crisis.

El estudio permite analizar las fortalezas y las debilidades de esta interpelación de la derecha radical hacia las juventudes. Como hemos señalado, lo nuevo en el mapa político está dado por las audiencias que ha logrado convocar hasta aquí Javier Milei. Para decirlo mejor, su capacidad para llegar a audiencias juveniles a las que las otras fuerzas de derecha no lograban llegar. Esto significa fundamentalmente que Milei logra adhesiones incluso entre los jóvenes de clases populares, con bajas calificaciones en términos de capital educativo formal y con una inserción inestable o precaria dentro del mercado de trabajo.

La dinámica de la rabia que captura el candidato de La Libertad Avanza muestra también el cambio de signo, articulando claramente valores conservadores con disposiciones ideológicas reaccionarias frente al sistema político y la democracia. Entre los votantes jóvenes, quienes manifiestan su apoyo a Milei aparecen como los más reactivos al momento de evaluar el desempeño del Poder Legislativo, con un 40% de sus votantes menores de 25 años y un 72% de sus votantes entre 25 y 40 años manifestándose “desconfiados frente al Congreso de la Nación” (contra un 6% y 16% del FdT y un 20% y 50% de JxC, respectivamente, para cada grupo etario).

Esta constelación ideológica se completa con sus estilos de participación. Los jóvenes que hoy eligen la salida de la crisis que ofrece Milei son también los que en mayor proporción promoverían o harían circular en la esfera pública digital discursos racistas (un 41% de sus votantes menores de 25 años y un 80% de sus votantes entre 25 años y 40 años) y discursos que contienen discriminaciones hacia las disidencias sexuales (un 58% de sus votantes menores de 25 años y un 48% de sus votantes entre 25 años y 40 años). Lo mismo sucede cuando se analiza el apoyo a la pena de muerte: se manifiestan a favor un 50% de sus votantes menores de 25 años y un 70% de sus votantes entre 25 y 40 años.

Para terminar de delinear la posición ideológica de este sector hay que mencionar la cuestión democrática, ya que los jóvenes que apoyan a Milei son también los que estarían en términos comparativos más dispuestos a aceptar un golpe de Estado en caso de catástrofe económica (un 17% de sus votantes menores de 25 años y un 42% de sus votantes entre 25 y 40 años). Finalmente, para terminar de entender su inscripción cultural, observamos que al momento de elegir redes sociales sus preferencias ya no se dirigen hacia Twitter o hacia Facebook, sino que ocupan los primeros lugares Instagram y Tiktok

La otra cara de la moneda que ofrece este estudio también es relevante, es decir, el análisis de todo lo que Milei no logra entre las juventudes: por ejemplo, no consigue despertar el apoyo de las mujeres (el 60% de sus votantes jóvenes son varones), ni logra una adhesión que dure en el tiempo; tampoco obtiene un apoyo cerrado a su programa afirmativo. Estas dificultades son, por un lado, propias del tipo de politización despolitizadora que promueve el neo-conservadurismo agresivo de Milei, plagado de exclusiones, prejuicios y violencias. A diferencia de la convocatoria a las juventudes que en su momento formuló el kirchnerismo, donde se trataba no sólo de interpelar sino también de escuchar e invitar a permanecer en lo que tiene de abierto y plural el espacio público, la interpelación juvenil neo-conservadora es excluyente. Funciona porque expulsa (a las mujeres, las diversidades, los trabajadores estatales) y no busca que la juventud permanezca activa en la vida pública. Esto le pone un límite a su capacidad de construcción basada en la política del backlash cultural.

Al mismo tiempo, los jóvenes que se sienten atraídos por el discurso de Milei parecen siempre a un paso de llegar a la conclusión de que la realización plena de su programa político los dejaría trágicamente del lado de los perdedores. Por eso muchos de sus seguidores, sobre todo en los sectores populares, prefieren elegirlo sin escucharlo hablar, porque cuando escuchan el modelo de sociedad hacia el que apunta su discurso se vuelven evidentes las contradicciones con los intereses de esas mismas juventudes. Este aspecto le pone otro tipo de límites a la experiencia del neo-conservadurismo popular. A Milei hoy le piden que grite pero que no hable, como un modo de expresar la rabia que genera la crisis sin quedar expuestos a las contradicciones del momento.

Sin respuestas

Resulta difícil observar una crisis desde adentro. De algún modo, toda crisis desajusta los marcos perceptivos y evaluativos que nos permitían observar al mundo social, político y cultural. Sabemos que nuestro mundo subjetivo ya no se ajusta a la realidad actual, pero todavía no aprendimos a maniobrar en este nuevo mundo que deja la permacrisis. La estrella de Milei sin dudas se inscribe en este desajuste. Sin embargo, cometeríamos un grave error si considerásemos a este crecimiento de la derecha radical entre las juventudes como un evento irrelevante o pasajero.

Es cierto que desde que asumió su cargo de diputado las excentricidades de Milei sólo han aumentado, llegando a justificar desde el comercio de órganos hasta el rechazo de las políticas de salud pública que buscaban prevenir las cardiopatías congénitas de niños menores de un año. Su ideario liberal coincide con la legitimación, sin disfraces ni sutilezas retóricas, de las partes mórbidas del capitalismo.

Pero también es cierto que a través de esta ideología llena de distorsiones los jóvenes se conectan con problemas reales de las sociedades contemporáneas, problemas para los que muchas opciones de la política democrática no tienen respuestas. Pensemos –por poner sólo un ejemplo– en las formas de la competencia que aparecen exaltadas en las ideologías del mérito. ¿Qué discurso se encuentra hoy más cerca de los problemas reales de las juventudes, el discurso excéntrico del paleoliberalismo o el discurso socialdemocrático? Analicemos, por citar unos pocos ejemplos, las formas normales de contratación en el mercado de trabajo en la actualidad, el modo en el que se instituyen y se ejercen los derechos en los tribunales de justicia, el mundo del entretenimiento y la publicidad, para no hablar de la competencia global entre las corporaciones que funcionan con el látigo de la deslocalización y la desregulación de las relaciones laborales. Estos son algunos de los problemas reales que enfrentan las juventudes en las formas de la competencia social para los que no alcanzan las soluciones retóricas y los disfraces ideológicos.

Frente a muchos temas de actualidad, la radicalización de los jóvenes hacia la derecha es también un modo –indirecto y distorsionado– de llamar la atención sobre las encrucijadas de nuestro tiempo. Recordemos que, en términos estructurales muy precisos, las juventudes contemporáneas quedaron atrapadas entre la crisis del Estado de Bienestar (con una salida basada en las políticas de la demanda) y la crisis del neoliberalismo (que proponía la salida estimulando y despejando la oferta). Las expresiones de malestar de los jóvenes en la permacrisis muestran que ellos perciben con bastante claridad que las tradiciones culturales y políticas no contienen todas las respuestas para estos problemas. Pero en vez de inventar algo nuevo, los jóvenes conservadores proponen agregarle al viejo ideario del liberalismo una pedagogía gélida frente a los efectos indeseados del desarrollo capitalista: “no mirar, no preguntar y desplazar siempre el odio hacia el vecino de abajo”. Esta es su manera de enraizar los discursos políticos en la realidad social. En ausencia de alternativas que los vuelvan a ilusionar, muchos jóvenes argentinos parecen dispuestos a marchar al ritmo del realismo capitalista. 

Por Ezequiel Ipar / Profesor e investigador de la UNSAM * Le Monde Diplomatique

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