La derecha sin filtro: ¿Puede construirse una radicalidad popular?

Actualidad 16 de octubre de 2022
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“El liderazgo se tiene que bancar gente en la calle y muertos” le dijo Macri a Majul en un reportaje de hace poco tiempo, después de que el periodista le advirtiera que el proyecto de gobierno que él está anunciando tendría resistencias en la sociedad. El hecho es impactante y, sin embargo, no ha sido objeto de la suficiente atención política. El ex presidente cruzó así un límite. El límite del juicio a las juntas militares, el del “nunca más” del país contra el terrorismo de estado, el del pacto democrático posterior a la última dictadura. La escena de lo que que se vio puede completarse con lo que no se vio, pero fácilmente se intuye, es decir que es muy difícil que el periodista incluyera el tema de la represión y la muerte sin que su entrevistado supiera que el tema sería tratado. Si eso fuera así, Macri habría utilizado el género del reportaje (con amigos, claro) para anunciar un punto novedoso y resonante de la agenda que difundirá en los meses anteriores a la próxima elección. Un punto programático que jamás se había colocado en un escenario electoral, el de un estado nacional que reprime y hasta mata a ciudadanos de su propio país.

Hasta aquí la violencia estatal contra la protesta social no había tenido cabida en la plataforma de un “precandidato” a la presidencia. A tal punto era socialmente insostenible ese recurso a la violencia represiva que los jefes de la última dictadura habían desplegado el terrorismo más radical de la historia de los golpes de estado y, al mismo tiempo, habían obviado todo relato público al respecto; lo habían negado. La amenaza macrista de la represión estatal a los trabajadores y sectores populares que se oponen a los planes que aniquilan sus derechos no tiene antecedentes. Ni en gobiernos electos, ni en gobiernos de facto. Todo el mundo sabía que ocurría en la dictadura con los militantes populares pero jamás se lo mencionaba, y menos aún, como en este caso, como una “obligación del liderazgo”. 

No hay que dejar de decir, en este punto, que Macri no es un candidato cualquiera. Es un ex presidente. Es un referente de una cruzada de alcance internacional que ya ha tenido logros importantes en Estados Unidos y en varios países europeos. El mundo asiste hoy al nacimiento de un movimiento político, de alcances en plena expansión, que combina proyectos fuertemente regresivos en términos sociales con un crecimiento de su base social-electoral que incluye a sectores populares cuyas condiciones de vida siempre fueron agredidas por sectores políticos como el que Macri representa.

El macrismo ha engendrado una novedad histórica. Una novedad que no se gestó en estos días, sino desde el momento en que Macri pasara de la fundación del primer partido de derecha de masas desde la ley Sáenz Peña a su triunfo electoral: las clases más ricas de este país construyeron su propia representación, después de la debacle de la última dictadura. Ya no tendrían que gobernar con el apoyo de alas conservadoras en el interior de los partidos de origen popular. Lo harían con sus cuadros, con sus consignas y con sus ideas. Pero, claro, lo que se insinuaba en 2015 tenía que atravesar la dura prueba de las elecciones y, en el caso de ganarlas debía ponerlas a prueba en el ejercicio de gobierno. En 2019 se selló la derrota del primer intento histórico de la derecha argentina de imponer. A pesar de los desastrosos números económicos sociales (con la más grande deuda contraída en la historia con el FMI) y de graves hechos de corrupción y persecución política, el presidente de entonces es hoy un virtual precandidato para los próximos comicios. El Macri de 2015 tuvo que adoptar compromisos electorales que no podía ni quería cumplir. Su discurso de campaña giró sobre una cuestión central: la colocación del autoritarismo en el cuerpo de sus adversarios y la promesa de un país pacificado y “reconciliado”, después del tiempo “tenso y convulsivo” que había traído el kirchnerismo.

Así, los términos del debate público argentino han cambiado drásticamente. El novedoso partido de la derecha argentina no esconde sus objetivos, lo que significa que reconoce que muchos de los tópicos de la derecha y el antiperonismo histórico han hecho carne en un sector de la población y no tiene los límites del puñado de súper ricos de la Argentina. Es la clase media “aspiracional” a la que alguna vez aludiera Cristina. Pero también un sector de la gente trabajadora y humilde convencidas de que sus desgracias están en “la política”. Que la política enriquece a sus burocracias, que protege, así como estimula, a un sector de los pobres que prefiere “vivir sin trabajar”. Los medios de comunicación concentrados son un vehículo de extraordinaria eficacia para la creación de ese sentido común. No solamente por las mentiras que difunden sino también por la “verdad” de su mensaje. Esa verdad no es inventada por los medios, está esparcida por la población. Es su modo de vida, el sentido de su vida. De su vida signada por el consumo (y por el infraconsumo, y por el híper consumo). La acción del aparato mediático no está tanto en programas de corte político, que tienen una muy escasa audiencia, como en la publicidad (género central en materia de creación de identidades, de deseos y de rechazos).

Es probable que Macri pueda ser percibido como un halcón que “corre por derecha” a su propio partido y a su propia coalición. Pero por ahora es un líder cuyos adversarios -inexplicablemente convencidos por las consultoras de opinión y sus pronunciamientos a través de los sondeos- siguen considerándolo nada más que como un ex presidente. Pero esa autosuficiencia esconde varios problemas. El más visible es que el corrimiento de la derecha hacia la extrema derecha es un fenómeno que recorre el mundo, incluidos los grandes centros del capitalismo financiero global. Es evidente que tampoco en esos países los consumidores de los productos de la ultraderecha son exclusivamente los ricos y las clases medias. En todo el mundo crece la desigualdad, en gran parte del mundo tiende a crecer la derecha entre los sectores populares. ¿Sorpresa?: no debería haberla: las izquierdas europeas, por ejemplo, desplazadas desde comienzos de siglo hacia una mirada “noratlántica”, conformista con el capitalismo y ajena a las cuestiones sociales perdieron parte de sus propios electorados a manos de la “ultraderecha”. El voto de ese arco político encierra la paradoja de trabajadores que buscan un refugio identitario en las ideologías históricamente más hostiles; el “neoliberalismo de izquierda" los ha abandonado hace bastante tiempo. ¿Cuántos votos del viejo Partido Comunista ha retenido la izquierda neoliberal de Italia? ¿Cuántos han “volado” hacia Meloni?

Ese desangramiento “por derecha” de las fuerzas populares es una amenaza también para la Argentina. Eso ocurre por la gravedad social de nuestra situación y por el funcionamiento de un sector de la superestructura gubernamental y política que no termina de hacerse cargo de los dramas populares. Y que cuando se acerca a ellos lo hace en un lenguaje reduccionista y maniqueo, donde los dramas de la economía se emancipan arbitrariamente de la política. El empeoramiento de la realidad económica del pueblo y de la nación son ampliamente conocidos en nuestra población. No hace falta que la política -hablamos de la mejor intencionada- se los recuerde. Hace falta que se construya (o reconstruya) un compromiso con una agenda transformadora y audaz. Si la derecha anuncia su agenda de privatizaciones, desregulaciones, retiro del estado, política económica a favor del empresariado más concentrado, ¿no será necesario que el programa nacional-popular divulgue un plan de shock distributivo, de control estatal del comercio exterior y de utilización también estatal de las viejas y nuevas riquezas minerales que todo el mundo necesitará en los próximos años tanto como nuestra producción agroalimentaria? ¿No será necesario articular esas nuevas oportunidades con un programa de mejoramiento de la calidad de vida del pueblo?

Poco a poco madura la posibilidad de volver a discutir el proyecto de país. En las huellas de los gobiernos de Néstor y de Cristina, pero atentos a los nuevos peligros y las nuevas oportunidades para el país y la región en un mundo en proceso de cambio. De otro modo quedaremos detrás de la audacia (digna de mejor causa) de la derecha argentina.

Por Edgardo Mocca

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