Diagnóstico sobre Argentina: La magia no existe

Actualidad 08 de octubre de 2022
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 El capital social o humano muestra el nivel de capacidad actual y proyectada de una sociedad, en relación a los desafíos que le impone la evolución técnica-científica e intelectual en el mundo que lo circunda. En este sentido, los índices  de pobreza y la pobreza estructural son claves, no sólo para integrar un diagnóstico sobre esta manera de capital que tiene nuestro país, sino también para efectuar una proyección del desarrollo económico y social. Para abordar estos datos – en forma sintética – tomamos el punto que se denomina capital social, o capital humano. Un tipo de capital que se presenta como la proporción de población con educación básica y media,  calificación de la  mano de obra, y  grado universitario.

En Argentina existe más de un 30% de pobres, en crecimiento a raíz de la abrupta devaluación. Y esta cifra crece unos 20 puntos cuando se trata de niños y adolescentes. O sea, casi uno de cada dos menores de edad son pobres y esta realidad hipoteca el futuro. La pobreza extrema afecta al 11% de los niños y adolescentes; sólo el 41% de los jóvenes termina el secundario en el tiempo adecuado, y si extendemos el tiempo de egreso, crece al 61%.

De cada diez que ingresan a la Universidad en nuestro paìs, siete no se reciben. Además,  muchos cursan carreras tradicionales y no estratégicas para el desarrollo. Alrededor del 36% de los trabajadores en relación de dependencia o autónomos están fuera del sistema de trabajo legal y, por lo tanto, fuera de la seguridad social. Aproximadamente unas 15.000.000 de personas están en esta situación. ¿Cuál es el porvenir, que nos espera,  con estos números?

A este panorama debemos agregarle las consecuencias directas de la globalización, que incrementó significativamente la interdependencia comercial y técnica entre las naciones.  Rápidamente la innovación tecnológica aplicada a bienes de uso, se expande en todo el mundo, y eso se puede observar en la evolución de productos de uso doméstico: celulares, vehículos, computación, técnicas de aprendizaje, televisores, etc. Esta expansión, muchas veces, incrementa la desigualdad o el desacople temporal según segmentos. A los sectores más postergados les llega después, o mucho después, los beneficios del progreso tecnológico.

En ese punto, la pobreza construye en nuestros países un circuito sin salida. Porque la pobreza incluye un bajo crédito educativo, aleja a los jóvenes de su posibilidad de inserción en un mundo que demanda alta especialización y complejidad productiva. Por lo tanto, los pobres acceden, cuando lo hacen, a trabajos sin calificación, changas y tareas que no les permiten movilizarse socialmente. Además de en la mayoría de los trabajos se requiere secundario completo, el mercado les exige tener habilidades afines que suponen un ejercicio particular diario, tal el caso de computación. Hoy hablamos de alfabetización digital.

Para que consideremos seriamente la cuestión de los paradigmas actuales que suponen fuertes desafíos a las naciones, en EEUU y China hoy se privilegian tres especializaciones: la robótica, la inteligencia artificial y el Internet de las Cosas. Y esto está liderando la competencia internacional para el dominio tecnológico a nivel mundial. La lucha que se libra en el terreno de la modalidad capitalista ubica, por el momento, a EEUU como primera en productividad y a su adversario comercial más fuerte, en el puesto 29. No obstante, el ritmo de crecimiento de la República Popular China es más rápido que la de su oponente y se cree que en el 2030 será la primera economía en el mundo.

Cómo la magia no existe,  la única manera de romper el círculo vicioso del subdesarrollo es a través de un plan de desarrollo sostenido por un acuerdo nacional y social, entre los principales actores políticos, económicos y sociales para definir un régimen estructural para 20 o 30 años. En ese plan uno de los ejes del desarrollo es, por un lado, que haya una universalidad en la seguridad social que garantice a las familias un ingreso que permita alimentación, salud y educación. Y el rango educativo debe, como mínimo, asegurar el ciclo medio, para lo cual hay que combatir la deserción y asegurar la retención estudiantil.

Por supuesto es fácil enunciarlo y muy difícil llevarlo a cabo en un país atenazado por los intereses corporativos y las grietas políticas. Como la dirigencia no está a la altura de los problemas que tenemos, es que los argentinos deben ir pensando en una renovación generacional urgente. La necesidad manifiesta de la urgencia es que si nuestro país no emprende esa cruzada estará condenado a ser siempre una promesa irrealizable.

Por Ricardo Rouvier

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