El problema de la Argentina es el bimonetarismo?

Economía 09 de julio de 2022
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La economía bimonetaria

Quienes desde distintos sectores, y con algunos matices en cuanto al ángulo de enfoque, plantean el problema de la economía bimonetaria terminan siempre tropezando con la misma piedra: las relaciones de producción que constituyen la estructura económica de la sociedad. Generalmente se señala que las postraciones del país están fundamentalmente determinadas por la existencia de una economía en la que el peso y el dólar operan en el mismo espacio económico produciendo una demanda de dólares mayor a la que el país puede ingresar. Y es esta escasez de dólares la que lleva a desbalances externos por los que, en última instancia, se producen las crisis y devaluaciones recurrentes. Se hace hincapié en el peso “total y absoluto” que tiene el dólar en la formación de precios y se señala que la existencia del bimonetarismo se debe justamente por la “obsesión” que tienen los formadores de precios por obtener la mayor rentabilidad empresarial.

Para sostener estas ideas se aducen complejas explicaciones culturales y políticas que son las que empujarían hacia una “fortísima propensión dolarizadora” tanto a trabajadores que buscan ahorrar como a empresarios que buscan importar, especular o fugar. Esto es presentado como una excepcionalidad argentina, casi como un hecho maldito del país, terminando de rodear de misticismo al fenómeno del bimonetarismo. Se aborda así la cuestión desde el idealismo subjetivo, al explicarse los problemas de la economía como producto de la conducta de un sector de la burguesía, las ideas equivocadas de un sector de la oligarquía, las malas decisiones de los políticos o la maldad de empresarios extranjeros.  Esto lleva a conclusiones equivocadas, ya que no se analiza el fenómeno desde su base material y objetiva.

Los defensores del mal de la economía bimonetaria plantean que esta no puede ser solo explicada como un producto de las experiencias hiperinflacionarias que se vivieron en el país a partir de la dictadura cívico militar de 1976 en adelante. Sino que el problema es de larga data. Remontándose hasta el primer control cambiario impuesto por la dictadura de Uriburu a principios de la década del ‘30, pasando por Perón que en los comienzos de los ’50 pronunció la famosa frase “¡Quién ha visto alguna vez un dólar!” e incluso adentrándose a la década del ‘60 cuando Arturo Illia ordenó pesificar todas las cuentas bancarias en dólares. Pareciera ser entonces que, independientemente de qué modelo económico se aplique o la ideología política del gobierno de turno, sea incluso democrático o dictatorial, el problema de la economía bimonetaria azota al país impidiendo y trabando su desarrollo. Pero lo central para los trabajadores es comprender que el bimonetarismo no es el problema, sino que es la forma en la que se manifiesta el problema.

¿Cuál es el problema?

La restricción externa (escasez de dólares) y lo que se denomina efecto bimonetario de la economía no es otra cosa que la manifestación de los límites del capitalismo argentino. Es decir, los límites de una economía pequeña, débil y atrasada resultante de una clase empresarial como la argentina, que llegó tarde a la formación del mercado mundial estableciéndose rápidamente como socia menor y correa de transmisión de los intereses de los capitales rectores de la economía mundial de turno. Es decir, del imperialismo ingles primero y norteamericano después. Quienes fundamentalmente a través del mecanismo del comercio mundial ubicaron a la economía argentina como una economía primarizada (exportadora de materias primas) dentro de la división internacional del trabajo.

Será a comienzos de los años ‘30, en el contexto de la situación abierta por la crisis capitalista de 1929 que se produce, a través de instrumentos estatales de transferencia, la captación de una parte de la renta agraria que entrelazada con capitales extranjeros se orientó hacia la producción industrial y el comercio interno beneficiando a la burguesía industrial. La misma que necesita diversificarse para paliar la caída abrupta de los precios de las materias primas. Y donde los capitales financiero, agropecuario e industrial se mantienen estrechamente ligados, entrecruzados y subordinados a los intereses del capital extranjero, lo que no impide por supuesto la existencia de conflictos y pugnas entre diferentes fracciones de la clase dominante.

Posteriormente la situación económica abierta con la Segunda Guerra Mundial a partir de los años ‘40 hizo que las exportaciones argentinas se beneficiaran de altos precios hasta 1949, generando además condiciones excepcionales a nivel internacional, ya que las grandes potencias necesitaban poner su capacidad industrial al servicio de la disputa de mercados a través de esa carnicería bélica de muerte y destrucción a la que fueron arrojados millones de personas. Esto permitió al país un mayor volumen en su desarrollo industrial; fomentando una burguesía, que como no podía alcanzar los niveles de productividad mundial por haberse desarrollado tarde, fue fundamentalmente mercadointernista sin capacidad de levantar una industria pesada o una industria que generara bienes de capital, que fabrique maquinarias para otras industrias. Por eso, su desarrollo fue relativo y no le permitió una vez habiendo satisfecho las demandas de las masas destinar el excedente a exportaciones, excepto en lo que concierne al negocio del agro.

La crisis de 1952 fue determinante ya que limitó los ingresos de la renta agraria (restricción externa) y obturó al Estado la posibilidad de continuar subsidiando, en la misma medida, el desarrollo industrial. Situación que gravitó decisivamente en los últimos años del gobierno de Perón, exponiendo los límites de este proceso de industrialización del capitalismo argentino: los de una economía pequeña firmemente soldada al mercado mundial.

Finalizada la guerra las potencias centrales volvieron entre otras cosas a poner su capacidad industrial en los planos y niveles anteriores aumentando la presión gradual a la disolución de la industria liviana que se había desarrollado. 

Tanto el “desarrollismo” de Frondizi o el gobierno de Arturo Illia que se pronunciaba a “favor” del desarrollo industrial sustentado en el capital nacional y que terminó pesificando los depósitos en dólares de los ahorristas, se toparon con la restricción externa ya que el capitalismo argentino fue oscilando entre boom y recesión según la evolución de los precios agrarios atados al mercado mundial o la posibilidad de acceder al endeudamiento. Convirtiendo la escasez de dólares en un mal crónico del capitalismo argentino que en cada una de sus etapas se fue viendo cada vez más concentrado y extranjerizado. Tanto Illia como Frondizi mantuvieron una política de dar luz verde al capital internacional sin restricción alguna, ya que en los países industrialmente atrasados el capital extranjero juega un rol decisivo.

La «crisis mundial del petróleo» de 1973-4 representó la primera recesión mundial desde 1945 produciendo un punto de inflexión en donde la clase dominante comenzó, de manera gradual, a desmontar el “Estado de bienestar” financiado con el auge económico capitalista de la postguerra y que en Argentina abrió paso a la dictadura del ‘76 que a sangre y fuego sumó un nuevo patrón de acumulación para la clase dominante. Estas nuevas formas de acumulación de capital se orientaron a profundizar la liquidación de gran parte del aparato productivo del país para vivir de rentas. Lo que muestra no solo el carácter degenerado del pseudo-capitalismo nativo que en los últimos 40 años ha empujado a sectores inéditos de la población a la pobreza y a la miseria, sino que también muestra el fondo de la cuestión: no estamos ante una economía que vio trabado su desarrollo debido a la opresión imperialista sobre un país semicolonial a través de la coerción extraeconómica o la impericia de su clase dominante. 

No estamos aquí borrando el papel político del capital internacional que se sustenta en la agresión, la rapiña, el cinismo, la impudicia y el engaño y que, por supuesto, juega un papel fundamental. Pero es el poder económico el que engendra poder político y militar. Por eso, los capitales más grandes son los que pueden desarrollar mayor brazo militar y capacidad de presión política. Tampoco se trata de reducir todo al simple peso de los factores económicos. No obstante, lo central es que la dominación de países formalmente independientes, como Argentina, se da a través del mecanismo del mercado mundial donde mercancías que contienen más trabajo se intercambian por mercaderías que representan menos trabajo, y esto es lo determinante.

Entonces ante lo que estamos es a una economía que determinada por los mecanismos del mercado mundial, alcanzó cierto desarrollo capitalista en un momento histórico y que producto de sus propios límites, adquiridos desde su nacimiento, fue conducida a una decadencia espantosa por empresarios, banqueros y dueños de campos y sus representantes políticos empujados por la propia dinámica de funcionamiento del capitalismo y sus inexorables leyes internas. Si bien la clase dominante desarrolló un papel importante, en la forma que fue adquiriendo la estructura económica del país, este factor no fue el decisivo. Lo determinante hay que buscarlo en la base material en lo económico que es, en última instancia, lo que decide.

No podría haber habido un capitalismo diferente, más industrializado y productivo, incluso si la clase dominante hubiese desarrollado una mentalidad diferente o se hubiera comportado de otra manera. Los hombres y mujeres hacen la historia dentro de ciertos límites.

Tropezar con la misma piedra, una y otra vez

Desde el 2003 la economía, atravesada por los 3 períodos kirchneristas, contó con el margen que le permitió la megadevaluación del gobierno de Duhalde en 2002, y con el boom económico de las materias primas del periodo 2003-2011, lo que permitió orientar parte del excedente de divisas, sostenido en el superávit del comercio exterior, hacia el desarrollo de la pequeña y mediana industria con cierto agregado en la cadena de valor y la expansión del mercado interno. Pero tras la crisis mundial de 2008, que impactó de lleno en Argentina en 2009 y se agravó a partir de 2011, ese ciclo comenzó a alcanzar sus límites y todo se volvió su contrario. Apareció el viejo fantasma de la restricción externa, la escasez de divisas, la balanza de pago negativa que empujó la economía a un nuevo ciclo de inflación, fuga de divisas y devaluación que fue pavimentando el camino al gobierno de Juntos por el Cambio y arrastró al país a 5 recesiones. Desde entonces el nivel de actividad ha permanecido con una tendencia de estancamiento y descenso cada vez más pronunciada y dramática. Agravada por el hiperendeudamiento macrista, la pandemia, la situación abierta tras la guerra que la OTAN alienta en Ucrania y las propias políticas del gobierno del Frente de Todos. Según el Consejo de Políticas Sociales, que depende de Presidencia de la Nación, el 54,9% de la población es pobre, mientras que los grupos empresarios aumentaron sus riquezas como muestran todos los indicadores.

Como podemos ver, es el desenvolvimiento propio del capitalismo argentino, inserto en el capitalismo mundial, quien limita cualquier tipo de desarrollo industrial produciendo uno de los aspectos de la economía bimonetaria como lo es la restricción externa.

El mismo fenómeno vemos cuando se aborda la “obsesión dolarizadora” que tienen los formadores de precios al perseguir la mayor rentabilidad empresarial. El problema nuevamente radica aquí en las relaciones de producción capitalistas y su funcionamiento intrínseco y no solamente en explicaciones culturales, morales o políticas.  Los capitales no tienen intereses humanitarios o nacionales sino intereses puramente económicos. Es la competencia lo que empuja al capitalista a la búsqueda de mayores beneficios para ganar una mayor cuota de mercado y que su tasa de ganancia no sea engullida por otros capitalistas. La propia dinámica del capitalismo está determinada por la capacidad del capitalista de obtener ganancias. Y es esta búsqueda constante de ganancias la que conduce al monopolio.

En nuestro país vemos que solo un puñado de empresas, como Carrefour, Cencosud, Coto y Walmart dominan prácticamente el 75% de la distribución de los alimentos, en el rubro aceites son 3 las empresas que concentran el 90,5% de la facturación, en jugos Arcor y Mondelez, que tienen el 100% de las ventas. Esta concentración monopólica, que se repite como una constante en varias ramas, les da a los capitales concentrados la capacidad de tomar al dólar como referencia para formar precios.

Se observa entonces que bajo el capitalismo existen leyes económicas que dominan la economía y estas no pueden ser cambiadas a voluntad ya que no dependen solamente de las cualidades o errores individuales de los capitalistas sino son resultado de la lógica interna del propio capitalismo. Quejarse de esto como lo hacen los defensores del mal de la economía bimonetaria es como quejarse de que el agua moja.

Así mismo, la tendencia a fugar capitales al exterior también está anclada en un comportamiento propio del capital. Tanto los grandes bancos y empresas nacionales o extranjeras si no pueden obtener un beneficio no invierten y se fugan al exterior buscando el dólar como reserva de valor, la lógica rentista suele ser invertir lo menos posible y sacar dólares afuera, persiguiendo el sueño  de ganar dinero del dinero. Muchas veces este recurso es utilizado también como arma disciplinante contra el poder político del Estado en forma de golpes de mercado.

Por su parte, el desarrollo particular del capitalismo argentino, que se deriva de los límites explicados más arriba, empujaron a la economía a recurrentes crisis cambiarias, acelerándose este proceso a fines de los ‘50. La baja productividad general, en relación a los capitales dominantes a nivel internacional, de la industrializacion tardía es compensada con devaluaciones que diluyen los salarios en relación al dólar bajando “los costos laborales” para intentar hacer más competitivos a esos capitales y por esta vía compensar la tasa de ganancia.

Esta serie de sucesivas devaluaciones, orientó a un sector de la población a recurrir al dólar como moneda de ahorro buscando la manera de protegerse. Pero será a partir de la crisis del Rodrigazo (donde el precio del dólar subió un 600%) que se abrió un ciclo de devaluaciones hiperinflacionarias (1975-1976, 1981, 1989-1990 y 2001-2002, etc.) como nunca antes en la historia argentina, lo que aceleró y consolidó la tendencia dolarizadora que de cultural no tiene nada, sino que más bien tiene un origen puramente económico.

CMI - Argentina

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