Debatir el modelo

Economía 23 de junio de 2022
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Los últimos sucesos acaecidos alrededor de la ejecución del gasoducto Néstor Kirchner y sus secuelas requieren una mirada superadora de personas y de internismos, puesto que expresan las pujas por el predominio de alguno de los dos modelos en disputa en nuestra sociedad.

En lo fundamental, cada uno de ellos implica diferentes fundamentos políticos e ideológicos. tanto en la macro como en sus consecuencias en las desventuras cotidianas de la mayoría de la gente.

Simplificando, un modelo expresa una clara apuesta a la exportación de bienes, especialmente originados en recursos naturales con escaso valor agregado, con capacidad de dotar al país de divisas, necesarias para pagar algo de la enorme deuda externa existente.

El otro modelo intenta una definida opción por la inclusión, que entendemos como la inserción social y económica de todas la personas, especialmente las más vulnerables; el protagonismo de las pymes, la industria mediana y también la grande, en ese orden; la opción por la industrialización del país y el afianzamiento del empleo consiguiente; y por supuesto el agregado posible de la tecnología nacional. A partir también –como en el modelo anterior– de los mismos recursos naturales, pero con un proceso de optimización, por el valor creciente en su proceso de industrialización, previo a la exportación. Valorizándolos a través del consumo interno a precios sustentables para el desarrollo.

El acento en cada uno de los modelos de desarrollo tiene importantes efectos en la estructura económica nacional y en el carácter y futuro de nuestra sociedad.

En los últimos años se notó una inclinación efectiva y eficiente por el primer modelo en este gobierno. Por lo cual el cambio de nombres ocurrido no implica necesariamente una modificación de esa tendencia: nada hace preverlo así. De modo que el debate que proponemos está en plena vigencia y desarrollo. Tenemos la posibilidad de consolidar ese modelo primarizante o intentar algunas alternativas del otro, que sólo tiene atisbos de ejecución en distintas áreas de la economía y del territorio.

El segundo modelo pretende valorizar nuestros recursos con el aprovechamiento de los capitales existentes de industrias y pymes, dentro de lo posible y con estímulos específicos, poniendo el mayor esfuerzo en los desarrollos de valor agregado local de los bienes en disputa.

Las consecuencias de la economía global pospandemia y la guerra han modificado fuertemente los equilibrios existentes, incidiendo con efectos importantes en el país. Los países del norte, en especial (pero no únicamente) europeos, han puesto la mira en el nuestro como claro exponente de una oferta posible de bienes esenciales capaces de atender los requerimientos de su demanda actual. Ese es el motivo de la seducción a nuestras autoridades, que conlleva sorpresivas atenciones y solicitudes. Por supuesto, en acuerdo con los conglomerados empresarios locales, que se relamen con las posibilidades de intercambios ventajosos.

Sobre esta base, es difícil eludir la tentación de complacer, especialmente si tenemos en vista divisas y negocios.

Frente a ese panorama, la sociedad, ajena a esas importantes consideraciones, sufre el costo creciente de productos de primera necesidad, en especial alimentos.

La reflexión sobre los dos modelos no puede y no debería obviar la consideración que la inflación provoca en la población. Por lo tanto debemos incluir las consecuencias en la micro de las dos alternativas de modelo expuestas.

El primer modelo, con el objetivo principal de cumplir con las limitaciones impuestas por el Fondo Monetario Internacional, centra sus desvelos en la macro, logrando en alguna medida ciertos éxitos que el tiempo dirá si no son efímeros. Pero no atiende las urgencias de la micro, de la inflación galopante, que sería parte natural de las consecuencias de las reglas del Fondo. Supone que resueltos los problemas estructurales se derramarán soluciones a las causas de la inflación. Sería contradictorio pedirle a sus defensores distraer esfuerzos en esta difícil tarea.

El segundo modelo, centrado en la evolución de la riqueza agregada a los bienes desde la explotación inicial del recurso, pasando por las diversas etapas hasta el consumo local del producto final cuando es posible, encuentra en los precios y sus traslados un tema central, íntimamente vinculado con la inflación, como cuestión a considerar y resolver. Por lo cual este modelo incursiona también en la solución de algunos aspectos del tema inflacionario.

Para analizar ambos modelos es necesario dilucidar previamente algunos dilemas que conviene aclarar.

El primero de ellos se resuelve aceptando que en ambos casos se considera a la explotación de los recursos naturales como necesaria, evadiendo la ilusión de una vida primitiva que los deje en su estado natural, proponiendo el extractivismo como el mal central de nuestra sociedad. En ese punto ambos modelos consideran que el hombre debe transformar la naturaleza para su supervivencia, un mandato civilizatorio. Ello no implica desconocer que en esa tarea el hombre convive con ella y se debe a su cuidado y conservación para sobrevivir, en un contexto en el que prevalece el equilibrio entre ambos mandatos.

Algún ejemplo de cómo encarar este dilema constante en los países latinoamericanos nos muestra que la decisión política es la que inclina la balanza en la definición de los modelos de cada sociedad: Lula arbitra en la continuación del mega-proyecto hidroeléctrico de Belo Monte, a pesar de la resistencia por sus efectos sobre las poblaciones originarias de la selva amazónica y la biodiversidad: la energía para las grandes mayorías y su nivel de vida tiene prioridad, dijo para avanzar en su ejecución.

Resuelto ese primer dilema en nuestra modesta opinión, aparece otro: ¿qué predomina en nuestra visión de futuro, el crecimiento de la economía a partir de la obtención de divisas a como dé lugar o una propuesta de desarrollo con inclusión que no descarte las divisas como resultado final?

Algunas acciones en marcha parecerían indicar que la primera alternativa prevalece. Su finalidad última se sustenta en la necesidad de dólares, especialmente con la exportación de recursos naturales, mayormente sin ese valor agregado. Es lo que ocurre con el litio, con la minería en general, con el petróleo, con las obras para suministrar gas al norte sediento, con el monocultivo de la soja, etc., como hemos expuesto en Las joyas de la abuela naturaleza.

El debate que se desarrolla fuerte y crecientemente en la sociedad propone condicionar esas exportaciones a un proceso virtuoso de consumo interno, entendido como la suma de actividades locales que hemos señalado antes.

En esa visión, la exportación del producido local y de los eventuales excedentes de los recursos es una parte final, última, según los recursos y sus industrias, del proceso previo de agregado de valor obtenido por las políticas estatales específicas para ello.

Así por ejemplo en el caso del litio, en lugar de exportar todo el carbonato de litio, limitar un porcentaje creciente de ese bien, proponiendo a las empresas internacionales productoras su participación en una empresa regional mayoritaria (Catamarca, Salta y Jujuy) de producción local de baterías, con la transferencia natural de la tecnología consiguiente. Para apoyar esa alternativa, legislar sobre el carácter estratégico del litio, como han hecho los países hermanos.

Desde otro punto de vista, también relacionado con productos de nulo o escaso consumo local, veamos el hidrógeno verde. Su costo en el estado actual de la técnica lo hace desventajoso para el consumo eléctrico nacional. Como producto entonces de neto objetivo de exportación, requerir a los inversores un porcentaje creciente de transferencia de tecnología y asociación con industria local, pagando asimismo las regalías que abona toda producción eléctrica que usa recursos naturales.

Son sólo algunos ejemplos que cada uno puede completar con la abundancia de casos que se presentan actualmente.

No desconocemos que esa perspectiva significa un esfuerzo enorme que deberá soportar presiones internas y externas de los intereses vinculados al primer modelo, el exportador llano.

Tampoco se nos escapa que las circunstancias globales que rodean esta cuestión nos presentan una oportunidad excepcional para que el país pueda aprovecharla. Queda claro que no nos oponemos a exportar productos originados en el aprovechamiento de nuestros recursos naturales, pero sí a hacerlo en “modo factoría”.

Por lo mismo, es una ocasión propicia para usar las energías que alimentan esas expectativas y usarlas como palanca del desarrollo nacional, sin que por ello se detengan las importantes posibilidades de exportación y divisas “al mismo tiempo”.

O sea: los dos modelos no se excluyen, se complementan en tiempos diferentes, con prioridades distintas. Son las que definen políticamente a ambos paradigmas en diferentes grados de cercanía y/o alejamiento con los intereses nacionales.

Por otra parte no es necesario manifestar las consecuencias naturales del modelo exportador raso. Algunas de ellas: concentración económica, especialmente de capitales multinacionales; menor atención a las cuestiones ambientales y sus consecuencias de contaminación; sustancial diferencia en la obtención de divisas por la misma magnitud de recurso explotado; mayor intensidad en el acaparamiento de tierras existente (ver Equilibrios rotos); distorsiones crecientes entre regiones y provincias, según las modalidades de explotación sin regulación nacional.

Estamos a tiempo para debatir un modelo integrador de las dos posibilidades que hemos descrito, con la prelación y secuencia propuesta, evitando así una sociedad primarizada (ver Ser o no ser Nación) y con escasa inclusión social, económica y territorial. Para ello se impone un debate nacional de los dos modelos que implique la participación popular en esa tarea, permitiendo que sea parte de las definiciones del futuro nacional, contribución hasta ahora ausente.

Por Marcos Rabasa para El Cohete a la Luna

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