El poder unipolar, en camino a un punto crítico

Actualidad - Internacional 22 de junio de 2022
Estatua-Libertad

Mi abuela, María de las Mercedes del Buen Pastor Portillo, analfabeta, de La Línea de la Concepción lindante con el Peñón de Gibraltar, la que pagó su pasaje a la Argentina lavando ropa a bordo del barco a principios del siglo pasado, cuando quería referirse a algo indefinido, impreciso, ambivalente, mentaba a la Parrala. “¡Eres como la Parrala, niño!”, me reprendía aquella andaluza, enseñoreada en Tucumán con su pensión de estudiantes.

La Parrala, mítica cantaora de finales del siglo XIX, además de su extraordinaria belleza y su profunda voz flamenca, era conocida por sus múltiples historias cuasi truculentas y siempre ambiguas. “¡Que sí, que sí, que sí, que te quería… Que no, que era un papel que yo te hacía!” cantaba mi abuela María una copla referida a ella.

El poder unipolar, hasta hace muy poco dueño despótico de países y naciones, se asemeja cada vez más a esa Parrala que ya irremediablemente se encaminaba hacia su muerte. No lo sabe o no lo quiere saber, pero hay un final de camino que lo espera.

En el medio, entre sus estertores, intenta con todas sus fuerzas escapar de ese destino. Atrapado por sus propias contradicciones y maldades internas, reparte sanciones y agresiones y amenazas a diestra y siniestra. A propios y extraños. Se afirma en algo y al instante se desdice. Procura retener su áurea ecuménica pero ella se le escapa entre los dedos.

¿Quién se acuerda hoy de la cumbre de las democracias convocada por el anciano inquilino de la Casa Blanca? ¿Cuáles son las atribuciones reales del G-7? Y la más reciente, ¿qué resultados, convenios, acuerdos, asentimientos devinieron de la alicaída Cumbre de las Américas?

Mal que le pese a Francis Fukuyama, el desvaído profeta del “fin de la historia”, ahora ya devenido en desembozado defensor de la unipolaridad, quien alerta sobre las amenazas a “la triunfal marcha de la democracia liberal” en el mundo. No sólo debido a la crisis ucraniana, sino a los intentos de “obligar a retroceder toda la expansión del reinado de la democracia liberal (digamos el neoliberalismo imperial) que tuvo lugar a partir de 1991 con la caída de la Unión Soviética”.

Con infantil algarabía, Francis exclama: “Los EE.UU. de nuevo proclamaron su liderazgo en el mundo, que habían perdido con Trump”. El gurú de la globalización es nuevamente reclamado para fundamentar la dura política represiva del desfalleciente mundo unipolar. “El ciego guía a los ciegos”, según un viejo dicho ruso…

Y es que un primer análisis de la realidad internacional arroja un contundente resultado: pese a sanciones, invasiones y amenazas, la globalización imperial cede ante una multipolaridad cada vez más afianzada, más coherente y centrada en sus objetivos de desarrollos independientes e interrelacionados. La economía real de los países emergentes se funde en alianzas y asociaciones capaces de enfrentar y superar la economía de la especulación.

Un porcentaje cada vez mayor de países vuelca sus transacciones comerciales a sistemas de cálculo independientes del dólar y del euro. Entre las potencias básicas de este nuevo orden multipolar: Rusia, China, India y numerosos países del Medio Oriente como Arabia Saudita o Siria, además de Turquía, Indonesia, Brasil, Venezuela, Cuba, Corea del Sur, se configura un régimen de canasta de divisas nacionales, que torna estériles todos los intentos de hegemonía especulativa financiera del viejo mundo unipolar.

Sobreviene entonces el “efecto Parrala”. Primero una catarata de sanciones de todo tipo y pelaje, desde las económicas hasta la interdicción de Chaikovsky o la prohibición británica para Kirill, el patriarca de la iglesia ortodoxa rusa. Las amenazas bélicas a China o la velada amenaza nuclear del anciano inquilino a los países latinoamericanos. El chantaje directo a países como Serbia para que se una a la furibunda campaña de sanciones.

Pero luego, cuando esto no da resultado, cuando la catarata se le viene encima al propio centro del poder unipolar, entonces Washington suspende las sanciones contra bancos rusos por todo lo que sea energía: provisión de hidrocarburos o GNL, insumos atómicos, energías renovables, y levanta la prohibición a la importación de fertilizantes.

Son tan estúpidas esas sanciones que Canadá no le restituye a SIemens turbinas del “Nord Stream 1”, el ducto submarino que desde 2011 provee de gas natural ruso a Europa, que por contrato deben ser reparadas en Canadá. Además del severo daño comercial generado a Siemens, el incumplimiento de esta obligación contractual ha provocado una disminución del 40% del suministro, con las consiguientes consecuencias económicas para Alemania, Austria, Francia y el resto de los beneficiados por ese barato gas. Hoy, el precio del gas en Europa se ubica en los 1500 dólares los mil metros cúbicos, más de un 25% de aumento…

Esta dura realidad europea estuvo presente en la reciente visita a Kíev del canciller alemán Otto Scholtz, el presidente francés Emmanuel Macron y el primer ministro italiano Mario Draghi. Le expresaron al tragicómico Volodimir Zelenski su solidaridad y le explicaron que se acaban los envíos de armamento, no habrá demasiado más dinero y que mejor que vaya pensando en acordar con los rusos la autonomía del Donbass y la integración de Crimea a Rusia, y parar de una buena vez este conflicto.

En una dubitativa declaración, el consejero de defensa nacional de Washington, John Sullivan, afirmó que no van a presionar a Kíev para que asuma esa posición, ni le van a reclamar cesiones de territorio porque esto sería “francamente incorrecto y contradice las normas del derecho internacional”. En el marco de la creciente crisis interna estadounidense, el irrestricto y sacrosanto apoyo a la heroica Ucrania contra la agresión del despiadado Putin pasa a un discreto segundo plano…

En el Donbass se hacen cruces porque la agobiada propuesta de los líderes europeos es lo que sus representantes plantearon a la Unión Europea en 2020 y ni siquiera merecieron una respuesta. Mientras arrecian los bombardeos ucranianos sobre las ciudades del Donbass y las aldeas fronterizas rusas. Algo que, por supuesto, no provoca repercusión alguna no sólo en los medios de información, sino en la ONU, en la UE y en otros organismos internacionales encargados formalmente de defender los derechos humanos.

Bueno, son los mismos que los “defendieron” en Yugoslavia, en Libia, en Irak, en Afganistán, en Siria y los mismos que no se enteraron de los bloqueos despiadados a Cuba, Venezuela o Irán.

Cuando Francisco advierte sobre la ominosa presencia de la tercera guerra mundial está refiriéndose específicamente a estas “omisiones”… El pontífice aclara que no se refiere solamente a Ucrania, sino a regiones de África, Medio Oriente o Asia, que “a nadie importan”.

Concide con él Andréi Kostin, el poderoso presidente del VTB, el Banco de Comercio Exterior ruso. Dice Kostin que las sanciones son parte de un largo proceso y que la globalización, en su versión original, está terminada. “El mundo, probablemente, será de nuevo sujeto a una dura división en ‘propios’ y ‘ajenos’. Es la guerra fría 2.0”.

En verdad, el centro unipolar está tan sumergido en sus intentos de supervivencia que no alcanza a comprender (no lo hizo ningún imperio) que son sus contradicciones internas las que provocan las crisis y los enfrentamientos con el nuevo orden multipolar. Se repite la famosa historia del danés Hans Christian Andersen, que a mediados del siglo XIX escribió sobre “el rey desnudo”… Un débil monarca al que tres facinerosos convencieron de sus poderes sobrenaturales y le ofrecieron confeccionarle un traje mágico que sólo verían quienes fueran sus fieles vasallos y así podría consolidar su poder. Como es obvio, no hubo ningún traje pero los bandidos “vistieron” al rey con la prenda invisible y el débil monarca (que tampoco veía el traje) se paseó orondo por el reino… en pelotas. Hasta que un niño (la inocencia) descubrió el engaño.

Estamos ante la repetición de la fábula. Los más sensatos analistas internacionales advierten que, para no descubrirla, se emplea una feroz y descarada falsedad informática y, como dice Noam Chomsky, el que no la acepta “es una rata comunista”.

El macartismo nunca fue una expresión de fuerza sino todo lo contrario. El general David Richards, un militar inglés retirado ex jefe del ejército británico, le declaró al Daily Telegraph que toda la estrategia occidental se reduce a la frase “vamos viendo”… Una falta de concepción estratégica y definición de objetivos finales que en todos los casos sólo sirvió para provocar ingentes daños humanos y materiales, sin detener la consolidación del nuevo orden multipolar.

Las recientes reflexiones del centenario Kissinger, advirtiendo la necesidad de cortar el conflicto en Ucrania para evitar la explosión de otros en Asia, África, América Latina o la propia Europa, coinciden con otros relevantes analistas norteamericanos como Edward Nicolae Luttwak, consejero militar del presidente Ronald Reagan o Christopher Chivvis. Recomiendo la reciente confesión del secretario general de la OTAN, el cuestionado noruego Jens Stoltenberg, quien a punto de abandonar su vapuleado cargo, reconoció que “la paz en Ucrania es posible sólo al precio de concesiones territoriales”.

El proceso de división del mundo en bloques contrapuestos se acelera. Uno de sus principales motores es la alianza anglosajona que reúne a los Estados Unidos, Gran Bretaña, Australia y Canadá.  Está destinada a desactivar el proceso multipolar, uno de cuyos pilares es el Grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Su práctica demostró que si estos cinco fundamentales países pueden acordar entre sí en cuestiones de principio, el nuevo orden mundial podrá consolidarse no sólo en Eurasia, sino en todo el mundo.

Por cierto, las fuerzas de que dispone el “Gran Quinteto” para esto no alcanzan y por ello ahora se plantea la ampliación de los BRICS. La propuesta fue planteada por el canciller chino Van I, en la reciente videoconferencia de cancilleres del Grupo: “ante los nuevos desafíos de la situación internacional debemos unificar todas las fuerzas que se pueda para dar una nueva vida a la cooperación BRICS”.

En las consultas posteriores del “BRICS+”, en las que participaron los cancilleres de la Argentina (también en nombre de la CELAC), Egipto, Indonesia, Kazajstán, Nigeria, EAU, Arabia Saudita, Senegal (también en nombre de la Unión Africana) y Tailandia, se consideraron “estándares y procedimientos atinentes al proceso de ampliación y formación gradual del consenso”, como apuntó Van I. La intención de adherir a los BRICS también fue formulada por Turquía, México e Irán.

Además de su condición de fuerte e independiente, el potencial miembro BRICS debe evidenciar una destacada influencia regional. En primer lugar en el “G-20”, miembros del cual son Argentina, Indonesia, México, Arabia Saudita y Turquía, postulados candidatos al Grupo. Pero también los eventuales nuevos miembros podrán atraer a un funcionamiento común a organizaciones regionales como las mencionadas CELAC y UA, y también la ASEAN (la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático).

En víspera de la nueva cumbre BRICS convocada en forma virtual para el próximo 23 de junio, estamos ante la inminencia de una nueva formación internacional, la unión de países claves del nuevo orden mundial. El “G-7” es el instrumento de las elites anglosajonas para dirigir el proceso de la globalización. El BRICS ampliado es necesario para contraponerse a estos planes hegemónicos unipolares, pero además para conformar una variante independiente de una necesaria integración global. Será un largo y difícil camino, pero no tiene alternativas.

Este es el punto de inflexión de la actual coyuntura internacional. Para la política exterior argentina, sin duda, lograr la definitiva adhesión a este nuevo orden es su punto crítico.

Por Hernando Kleimans para Telam

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