Ni neoliberalismo, ni desarrollismo: justicialismo

Actualidad - Nacional 20 de junio de 2022
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La fortaleza del peronismo como movimiento nacional le ha permitido sobrevivir a pesar del paso del tiempo, de sus líderes y de las coyunturas históricas. Esa fortaleza se basa en varios pilares, siendo uno de los más importantes el haber desarrollado una doctrina propia y un modelo político y económico con probada capacidad para garantizar la justicia social. A través de su pensamiento y su acción, el General Juan Domingo Perón sentó las bases de la “doctrina justicialista”, un cuerpo de principios y apotegmas que se han mantenido vigentes en el tiempo. Su aplicación en el plano económico (1945-1955 y 2003-2015) permitió construir lo que podemos denominar el modelo económico justicialista, el cual durante distintos momentos históricos permitió al pueblo argentino alcanzar mayores niveles de prosperidad y conquistar nuevos derechos, al mismo tiempo que se desarrollaba y crecía la economía nacional.

Desde mediados del siglo XX hasta la actualidad, se ha dado una pugna constante en torno a qué modelo económico aplicar en la República Argentina. El modelo económico justicialista alternó con otros 2 modelos: uno diametralmente opuesto, al que podemos llamar modelo económico neoliberal-financiero; y otro con el que tiene algunos puntos en común, pero también diferencias insalvables, denominado modelo económico desarrollista.

Entender las diferencias entre los tres modelos es fundamental para abordar el debate político y social que en la actualidad se está dando en Argentina, de manera que queden claras las implicancias de cada modelo y quiénes son los ganadores y perdedores en cada uno de ellos. Cabe aclarar que estas categorizaciones en la práctica tienen sus matices y no siempre están definidas de forma tan clara.

El modelo neoliberal-financiero

La antítesis de las ideas del justicialismo las plantea el modelo económico neoliberal-financiero, instalado con fuerza tras el golpe cívico militar de marzo de 1976. Este modelo -también denominado “de valorización financiera”- coloca al sector financiero como protagonista principal de la vida económica nacional. Los lineamientos macroeconómicos y las reglas de juego propuestas fomentan la valorización del capital en el circuito financiero, y no en la economía real. El impulso de medidas como la liberalización financiera, la apertura comercial y las altas tasas de interés, constituyen un conjunto de acciones muy desventajosas para la industria nacional y los trabajadores, quienes suelen ser los más perjudicados.

Es un modelo que se caracteriza por incrementar de sobremanera la deuda externa y favorecer la fuga de capitales. Estas condiciones se dan para garantizar las divisas a los capitales golondrina que vienen al país en busca de elevadas tasas de rentabilidad y que, luego de un período de tiempo, se retiran habiéndose apropiado de ganancias financieras extraordinarias. Desde la implementación de este modelo, la deuda externa se transformó en uno de los principales obstáculos para el desarrollo argentino.

Este modelo considera el pago a los acreedores externos como una prioridad incuestionable, subordinando toda la política económica a cumplir ese fin. Es profundamente ortodoxo en lo económico, poniendo énfasis discursivo en “ser creíbles” para generar “expectativas positivas”. Esto se suele traducir en austeridad fiscal (reducción del gasto público) y políticas monetarias contractivas, ya que considera que la inflación es generada exclusivamente por la emisión.

El modelo económico neoliberal-financiero se aplicó durante la última dictadura cívico-militar, en la década del ’90 y durante el macrismo. Su resultado fue un fuerte deterioro del entramado económico y social que se derivó del incremento de la desocupación, los bajos salarios y la flexibilización laboral. En definitiva, los ganadores de este modelo suelen ser sectores concentrados de la economía y los acreedores externos, a costa del sacrificio de las mayorías.

El modelo desarrollista

Por su parte, se encuentra el modelo económico desarrollista. Este modelo busca fomentar las exportaciones y las inversiones, manteniendo un nivel alto de empleo, pero con salarios bajos y concentración de riquezas en el sector empresario productivo concentrado. Se caracteriza por buscar el crecimiento de la economía, la industria y la producción nacional, pero sin observar la distribución interna del excedente económico con la que se realiza ese crecimiento.

Para este modelo, los motores del crecimiento deben ser las exportaciones y la inversión. No busca aumentar de forma directa el consumo, como si lo hace el justicialismo. Este modelo considera que el consumo es una variable endógena de la economía que aumenta a medida que incrementa la producción y crece la economía. Además, supone que los sectores concentrados son los que pueden dinamizar las inversiones y ampliar la frontera de bienes exportables, razón por la cual resulta preeminente cuidarlos y considerarlos aliados primarios. Esta alianza suele generar algunas exigencias como la de austeridad fiscal y la prioridad en el pago de la deuda externa.

Es un modelo que reconoce varios aportes de la heterodoxia económica, al igual que el justicialista. Sin embargo, su enfoque no considera la cuestión social como una prioridad, sino que, por el contrario, sostiene que las políticas redistributivas del Estado provocan “desequilibrios” e “ineficiencias” que impiden que la inversión privada fluya con naturalidad. Uno de sus principales exponentes fue el economista Rogelio Frigerio, quien en su obra “El estatuto del subdesarrollo” plantea que en el camino al desarrollo económico es necesario postergar algunas conquistas sociales.

Los defensores de este modelo hacen mucho énfasis en los desequilibrios macroeconómicos que generan las mejoras de ingresos en el sector trabajador. Entienden que, de no producirse una redistribución progresiva del ingreso ni subas importantes de los salarios reales, se pueden lograr varios objetivos: 1) liberar saldos exportables (ante menos consumo interno, más bienes exportables); 2) reducir las presiones inflacionarias vía debilitamiento de los trabajadores en el marco de la puja distributiva; 3) evitar el aumento de importaciones ligadas a bienes-salario; 4) aumentar el excedente apropiado por el capital, suponiendo que el mismo derivará en reinversión productiva; y 5) disciplinar las expectativas. De tal forma, sin redistribución de excedentes en favor de las y los trabajadores, se hace más fácil luchar contra la restricción externa (insuficiencia de divisas) y la inflación.

En el caso puntual argentino, el modelo económico desarrollista considera que existe una fuerte y perjudicial puja distributiva producto de la fortaleza del movimiento obrero, desconociendo o restándole importancia al poderoso rol desempeñado por los actores económicos “del lado de la oferta”, como la gran burguesía local y extranjera, en esa contienda.

En definitiva, este es un modelo alejado del neoliberal-financiero -ya que pone el énfasis en la economía real. Sin embargo, no plantea la necesidad de que el fruto de ese crecimiento sea distribuido en el conjunto de la sociedad. Esta característica lo aleja y diferencia de manera contundente del modelo económico justicialista.

Su aplicación más paradigmática e intensa tuvo lugar durante el gobierno de Arturo Frondizi (1958-1962), etapa durante la cual se promovió el ingreso masivo de inversiones extranjeras para desarrollar sectores considerados estratégicos. Durante dicha gestión se produjo una caída del salario, un proceso de concentración del ingreso y una importante pérdida de participación de los asalariados en el producto. La experiencia histórica permite afirmar que los grandes beneficiarios de este modelo son los grupos económicos concentrados locales y extranjeros, constituyendo una deliberada selección de ganadores cuya contracara es la postergación de los trabajadores y sus derechos económicos y sociales.

Finalmente, es importante aclarar que el desarrollismo no es la antesala del justicialismo. Resulta necesario descartar nociones “etapistas” que buscan justificar los privilegios de unos pocos en función de un hipotético futuro más favorable a las mayorías. Es decir, que no es necesario atravesar un proceso de crecimiento con salarios bajos para que posteriormente se efectivice un proceso distributivo. El desarrollismo promueve una teoría del derrame del libre mercado, caracterizada por la centralidad de su política industrialista. Pero en términos distributivos ambas finalizan en el mismo punto. El justicialismo surge en defensa del pueblo trabajador sin la necesidad de un proceso previo que mitigue los efectos del neoliberalismo financiero.

El modelo justicialista

Con respecto al modelo económico justicialista se debe remarcar que la palabra que lo define (“justicialista”) remite precisamente al valor de mayor densidad histórica y fin último de la acción política del peronismo: la justicia social. Para la doctrina justicialista y su modelo económico, es un objetivo fundamental que la nación alcance un alto margen de independencia económica, determinante para contar con los recursos necesarios para reducir la pobreza, generar trabajo y mejorar la calidad de vida de quienes más lo necesitan. De esto se desprenden lineamientos generales de política, como el desendeudamiento externo, la integración regional soberana, la ampliación de derechos sociales, la diversificación de la matriz productiva, etc.

En el texto titulado “modelo argentino para el proyecto nacional”, uno de los últimos escritos de Perón, éste afirma: “es impostergable expandir el consumo esencial de las familias de menor ingreso, atendiendo sus necesidades con sentido social y sin formas superfluas. Esta es la verdadera base que integra la demanda nacional, la cual es motor esencial del desarrollo económico”. Es decir, se propone mejorar el ingreso de los sectores más postergados, y esto lo logra impulsando una redistribución progresiva del ingreso. En ese proceso, es fundamental la distribución por parte del Estado de las rentas extraordinarias, que pueden ser financieras, inmobiliarias, agropecuarias, o de otros orígenes. De esta forma, se pone en discusión si la industrialización se logra a través del esfuerzo unilateral de la clase obrera y la promoción de privilegios de minorías, o con un proceso distributivo y el apoyo del Estado.

Otro mecanismo para la mejora de ingresos es el aumento de los salarios reales de los trabajadores a través de la participación activa del Estado. Es por ello que dota al movimiento obrero de la fuerza necesaria para pelear por sus reivindicaciones, colocándolo como protagonista de la vida política de la nación. Desde ya que para que los sindicatos puedan fortalecerse, debe reducirse al mínimo la “amenaza” del desempleo. Por eso, la generación de puestos de trabajo es prioridad para la política económica.

En el plano macroeconómico, entiende la necesidad de desarrollar el capitalismo nacional, multiplicando la producción de bienes y servicios de manera que abastezcan las necesidades de sus habitantes. Ese camino al desarrollo tiene sus obstáculos, que se materializan generalmente por la falta de divisas. Por eso considera vitales la planificación económica y la intervención estatal, para conducir el excedente hacia los sectores prioritarios y así evitar cuellos de botella que rezaguen el crecimiento.

Sin embargo, se debe mencionar que en programas desarrollistas también se pueden enfrentar procesos de cuello de botella debido a la fuerte concentración del capital y la presión en el mercado de cambios que tiene la fuga de capitales. Por su parte, el cuello de botella de los procesos neoliberales suele ser el auto infringido sobreendeudamiento que genera un aumento extravagante de las obligaciones en divisas para saldar esos compromisos. Esto significa que la restricción externa es un problema estructural del país y lo que difiere en los distintos modelos es la forma en la cual se lo enfrenta.

A lo largo de nuestra historia, este modelo fue implementado principalmente por Juan Domingo Perón y, en la historia reciente, por Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner. En ambas etapas se conjugó un crecimiento acelerado de la economía, con un fuerte impulso al consumo, políticas redistributivas, programas destacados de inversión pública, creación de puestos de trabajo, fomento a la industrialización y crecimiento de los ingresos reales de la población. Los ganadores de este modelo fueron los asalariados y los sectores productivos con base en la economía real.

Modelos en pugna y rol del peronismo

Como se mencionó al inicio, el peronismo como movimiento político se caracteriza por la claridad de su doctrina y por la búsqueda de la justicia social como fin último de su accionar. La búsqueda de este fin, requiere la implementación de una política económica favorable a las mayorías.

Durante las últimas décadas, se ha demostrado que los modelos económicos neoliberal-financiero y desarrollista, han favorecido a grupos concentrados y sectores muy reducidos de la sociedad. También hemos visto que, en algunas etapas de nuestra historia, gobiernos de origen peronista han adoptado medidas y modelos económicos ajenos a los lineamientos básicos de la doctrina justicialista, perjudicando a nuestro pueblo.

Con la implosión del modelo neoliberal-financiero a partir de la crisis del 2001, la discusión política acerca del modelo económico que debía regir en Argentina tenía dos modelos principales en pugna. Por un lado, se impulsaba la implementación de un modelo desarrollista-industrial sostenido principalmente por una clase obrera con salarios deprimido (corriente expresada por el duhaldismo). La otra alternativa encarnada por el kirchnerismo, promovía la reconstrucción del modelo justicialista y se proponía alcanzar una distribución del ingreso más progresiva, incrementar los ingresos de los sectores populares y dinamizar así el mercado interno.

Por eso, es importante profundizar el debate acerca de cuál es el modelo económico que la Argentina necesita, teniendo claro quiénes resultarán favorecidos en cada modelo. De esta forma, quizá evitemos cometer errores del pasado, y podamos tomar un camino que atienda las necesidades y las demandas que en el presente se imponen. Y así, se pueda garantizar que el peronismo no sea cooptado por el liberalismo ni por el desarrollismo, dado que ninguna de las dos corrientes tiene como fin la soberanía política, la independencia económica y la justicia social.

Por Santiago Fraschina - Telam

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