Las fisuras de la democracia: el auge de los "antiderechos"

Actualidad - Nacional 26 de mayo de 2022
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La extrema derecha crece en las democracias occidentales: negacionista, xenófoba, racista, homofóbica, transfóbica, machista y patriarcal. Consigue votos, escaños, ballotages, gobierna, como en el vecino Brasil. En Argentina el fenómeno es nuevo, pero tiene raíces viejas. La nueva derecha en ascenso es una reactualización de formas argumentativas y operaciones ideológicas cuyo objetivo es sostener el statu quo. Son anacrónicamente “antisocialistas” y “anticomunistas”, recrean un enemigo de un tiempo que ya fue. Son claramente "antiderechos" y marcadamente "antipopulistas". Son tácticas retóricas para expresar la discrepancia con el régimen político de hoy: la democracia, aunque se nutran de ella.


Es la política de la antipolítica. Una forma de patear el tablero y discutir las bases del orden de nuestra polis, tan desacreditada por los magros resultados en materia de igualdad y acceso a derechos. Cosechan en el malestar y el disenso. Se nutren de los discursos del odio que circulan por las redes.

 
La operación negacionista sobre el pasado es parte de la disputa que están dispuestos a dar. Abrevan en la retórica “manodurista” que ha sido propia de todos los gobiernos desde hace más de 20 años. Algunos por convicción otros por no estar dispuestos a dar las discusiones necesarias, pero consolidan discursos y políticas neoliberales que se convierten en transversales de todas las gestiones. Son expresiones que legitiman el neoliberalismo y la desigualdad, justificadas en la meritocracia y el desconocimiento de los privilegios de nacimiento y la falta de oportunidades de vastos sectores de la población.

El darwinismo social es el sustrato de su ideología, por eso sorprende la adhesión de sectores que asumen discursos que atentan contra sí mismos. Los jóvenes son su caja de resonancia. En su estilo millenial buscan expresar “lo nuevo”.

¿Qué hacemos? ¿Es que las políticas de memoria no han surtido el efecto buscado? ¿Será que la prédica de los derechos humanos ha perdido potencia? ¿Será que son demasiadas las promesas incumplidas de la democracia? Sin adelantar respuestas, hay que hacerse las preguntas.

Este año 34 mil jóvenes se sumaron al Programa Jóvenes y Memoria de la Comisión por la Memoria de la provincia de Buenos Aires, un 70 por ciento más que años anteriores. En esta propuesta no se apela a bajar línea ni transmitir ideas deglutidas de antemano. Se los convoca a discutir, escuchar todas las voces, aceptar las diferencias. Se modifica y conmueve la realidad del barrio o la localidad a partir de lo que les jóvenes hacen y se generan encuentros donde la regla es compartir, celebrar y pensar sin límites. Se los convoca a hacer, no solo a decir; a contar, no solo a escuchar; a encontrarse con le otre y construir una nueva experiencia que reconozca en el lazo solidario el proyecto vital. Es un camino.

Por otro lado, se anuncian proyectos para sancionar el negacionismo y los discursos de odio. No creemos en el punitivismo como solución. Hay que apostar al debate, la argumentación, asumir el pasado y el presente con todas sus complejidades. Consolidar la relación entre democracia y derechos humanos, no como retórica sino como realidad. Porque paradójicamente, los discursos “antiderechos” se nutren en el descontento de una democracia impotente frente a la agenda de demandas. Vamos a cumplir 40 años sin interrupciones militares, pero el pasado que no queremos que se repita acecha en el presente, con nuevas formas, pero igual de peligroso. Sepamos reaccionar a tiempo.

Por Roberto Cipriano García y Sandra Raggio para Página 12

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