¿Por qué ya no “satisfacen” las democracias? Las grietas donde anida la extrema derecha

Actualidad - Nacional 15 de mayo de 2022
demo

Con la democracia se come, se educa y se cura, prometía el epitafio sobre la tumba de la última dictadura en Argentina, un sentimiento compartido por una Latinoamérica que volvía a la vida de su noche más lúgubre. ¿Qué pasó entonces, casi cuarenta años después, para que aquel consenso indiscutible hoy haga equilibrio sobre la cornisa, lesionado por sus propias imperfecciones y el azote inclemente de los Milei y demás voces ultras que disfrazan de rebeldía lo que no son más que viejas intolerancias, tan autoritarias como reaccionarias? Referentes que se coordinan a nivel internacional para erosionar a la misma democracia de la que sacan votos y provecho. 

El viernes pasado, durante su ponencia en Chaco, la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner puso en foco un concepto que hace tiempo se debate a nivel de la academia y una parte de la dirigencia política: la insatisfacción democrática. Porque es precisamente en las fisuras del sistema y no fuera de él donde germinan y crecen cada vez más las expresiones de la ultraderecha. Una fuerza centrífuga que expulsa el centro del debate público hacia los extremos, licuando las posturas más moderadas y devorando a quienes no se ajustan a su juego.  

Las demandas insatisfechas nutren a estas expresiones, entre otros factores. El descontento social en sectores marginados del sistema, privados de derechos que van mucho más allá de aquella vieja promesa de los ‘80s que atendía a la satisfacción de las necesidades básicas. Cada vez más se impone el consenso de la pobreza multidimensional, en cuanto a que el desarrollo de una persona también comprende su realización completa y esto incluye sueños y aspiraciones. Donde eso falla y abundan las frustraciones, construyen su caudal electoral los Trump (EEUU), los Bolsonaro (Brasil), los Kast (Chile), los Milei, los Abascal Conde (Vox), los Le Pen (Francia) y los Orban (Hungría), solo para citar a los más populares.

En su trabajo “La insatisfacción con la democracia en América Latina. Análisis de factores económicos y políticos en 2017”, Yissel Santos González y Oscar Martínez-Martínez, de la Universidad Iberoamericana de México, exploraron los factores que inciden en la percepción de satisfacción respecto al funcionamiento de la democracia en nuestra región. Tomaron una serie de variables económicas y políticas, partiendo de la asociación entre el renacer democrático en Latinoamérica, el desembarco del paradigma neoliberal y el ineludible hecho de que gran parte de las democracias de los ’80 y ‘90s en estas latitudes se avocaron a consolidar aquellas recetas importadas. Las dictaduras previas ya se habían ocupado de pulverizar las resistencias sociales. 

“En Latinoamérica, la baja satisfacción con el funcionamiento de la democracia responde a factores tanto económicos como políticos, que se encuentran estrechamente vinculados en el ejercicio de gobierno. El mal funcionamiento de estos ha generado desencanto respecto al funcionamiento de la democracia como sistema de gobierno, a pesar que el 69% está de acuerdo en que no existe otra forma mejor, aun presentando problemas. A pesar de esto, el malestar y la insatisfacción están presentes, lo que deteriora la confianza de los ciudadanos en el gobierno y demás instituciones políticas y civiles”, mantienen. 

Desde la perspectiva del rendimiento económico, el nivel de satisfacción con el funcionamiento de la democracia se vincula íntimamente con los resultados de la economía y su expansión, en tanto no solo incide sobre la percepción de los gobiernos como administradores capaces de corregir los desbalances de un mercado naturalmente inclinado sino también de nivelar la cancha para facilitar condiciones de desarrollo hasta el último piso de la pirámide. “A mayor crecimiento económico de un país, la probabilidad de consolidar un régimen democrático es mayor y aumenta el grado de satisfacción de las personas”, remarcan Santos González y Martínez-Martínez. La concentración de la riqueza, por oposición, cementa los altos niveles de desigualdad social que persisten en Latinoamérica, geolocalizados en las periferias “desconectadas” de las sociedades. 

En lo que refiere al rendimiento político como factor que explica la satisfacción con la democracia, el abanico incluye desde la percepción sobre el liderazgo presidencial —en una región caracterizada por la figura del jefe de Estado fuerte—; la cabal representación por parte de las fuerzas políticas elegidas; la valoración del diseño y funcionamiento adecuado de las instituciones —legislativos, tribunales, gobiernos, municipios, policías y partidos políticos— y el nivel de corrupción. Como aseveró alguna vez el politólogo Guillermo O’Donnell, “la democracia no es tan sólo un régimen democrático, sino también un modo particular de relación, entre Estado y ciudadanos y entre los propios ciudadanos, bajo un tipo de estado de derecho que, junto con la ciudadanía política, sostiene la ciudadanía civil y una red completa de rendición de cuentas".

Valoraciones
El Informe sobre Desarrollo Humano 2002, publicado en las puertas de un cambio de época para América latina en lo referente al rol del Estado, resaltaba ya entonces que la democracia no era sólo un valor en sí mismo sino un medio necesario para el desarrollo. La gobernabilidad democrática, por ende, constituía un elemento central “porque a través de la política, y no sólo de la economía, es posible generar condiciones más equitativas y aumentar las opciones de las personas”. Dos años después, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo retomó ese concepto en su primer documento sobre “La Democracia en América Latina. Hacia una democracia de ciudadanas y ciudadanos” para sugerir un rumbo: “El desarrollo de la democracia depende de que se amplíe de manera decidida la ciudadanía social”. 

Frente a sociedades desarticuladas por el neoliberalismo de la década previa, la insatisfacción democrática se expresaba no en contra del sistema como tal sino de sus gobernantes, por la falta de capacidad —o voluntad— para resolver los problemas esenciales. Atribuía la razón a una disminución de la soberanía interior del Estado producto del “desequilibrio en la relación entre política y mercado; la presencia de un orden internacional que limita la capacidad de los Estados para actuar con razonable autonomía y la complejización de las sociedades que los sistemas de representación no pueden procesar”. 

Si se analiza la serie de sondeos sobre esta temática que la organización Latinobarómetro realizó entre 1995 y 2021, se descubren los trazos de un proceso regional y simultáneo. Y lo que prevalece a lo largo de todos estos años es un núcleo duro del 40 al 50% de personas encuestadas que dan cuenta de un malestar que no implica cancelación y se pronuncia año a año a través de la categoría intermedia del “No muy satisfecho”, apenas un escalón por encima del veto. Los picos de insatisfacción rotan entre Argentina, Brasil, Chile, México, Venezuela, Paraguay y Perú en la serie relevada.  

No obstante, es la categoría del “Nada satisfecho” la que determina los momentos de quiebre y se tradujo, cuando vez que irrumpió en la medición, en explosiones sociales de descontento masivo. Sucedió con Brasil, en el informe 2015, cuando se dispararon los niveles de quienes decían sentirse “No muy satisfecho” (44%) y “Nada satisfecho” (29%), tras las masivas protestas que se habían desatado dos años antes en plena Copa FIFA Confederaciones. El mismo Brasil que había reflotado a más de 40 millones de personas sobre la línea de pobreza y abierto las puertas de las universidades a los grupos sociales excluidos durante la década previa se vio sorprendido por las demandas por mejores servicios cuando el gobierno dispuso una suba del boleto del transporte público.  

Te puede interesar