Decisiones sobre el salario

Recursos Humanos 13 de mayo de 2022
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Con el último dato disponible del índice de salarios, se supo que en los dos primeros meses del año acumula un 7% de aumento nominal. El Índice de Precios al Consumidor (IPC) acumula para enero y febrero pasados un aumento del 8,8%. Cayó el salario real. Y el IPC tuvo el mal genio de convertirse en un 16,1% acumulado para marzo. Comienza a vislumbrarse la reversión del tenue proceso de recuperación del poder de compra de los trabajadores, un resultado previsible porque no mediaron políticas activas para recomponerlo en un contexto de aumento de precios internacionales. En esta situación, por si hicieran falta problemas, el dólar se devalúa leve, pero paulatinamente, desde hace dos años (y ahora se pactó con el FMI que se devalúe al ritmo de la inflación) y no se incrementan las retenciones en un país exportador de alimentos. Lamentarse de que se falló en redistribuir el crecimiento es curioso, porque nunca se puso en práctica un genuino intento de hacerlo. Más aún, ante las expresiones de protesta de una parte del sector agropecuario, se reacciona expresando lisonjas hacia “la gallina de los huevos de oro”, con un espíritu peculiar de simpatía por el ofendido.

El momento se presta para recordar la frase que la Vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner pronunció en su discurso de inauguración de la Asamblea Parlamentaria Euro-Latinoamericana (EuroLat) el pasado 14 de abril: “Las desigualdades no nacen por un orden natural e ineluctable. Las desigualdades no son un producto de la naturaleza, son un producto de decisiones políticas”. La afirmación provoca preguntarse qué decisiones van a tomarse con respecto al estado de los salarios, cuya participación en el PBI se redujo 4,86 puntos porcentuales en 2021 en comparación con 2020, según el último dato del INDEC de la cuenta de generación del ingreso.

Valor moral-histórico

En 2019, la inaceptabilidad para la sociedad argentina del gobierno que estaba pronto a finalizar su ejercicio fue producto de los estragos que le propinó en su nivel de vida. Más específicamente, sobre el poder de compra de los salarios. Por sus consecuencias políticas, eso lleva a hacer hincapié en dos consideraciones teóricas sobre la determinación del salario. La primera, de Karl Marx, que considera que el salario está dado por las necesidades determinadas por la cultura de los trabajadores en un país, sus hábitos y sus aspiraciones, lo que define como un valor moral-histórico. Arghiri Emmanuel, un teórico del marxismo que se hizo conocido por su trabajo El intercambio desigual, cuyo objeto de estudio es la incidencia de los salarios desiguales entre países en los términos de intercambio y la transferencia resultante de plusvalía por medio del comercio internacional, comenta en torno a este punto de vista que un cambio persistente en las costumbres vitales de los humanos solamente puede ser producto de una acción colectiva persistente que tienda a reivindicar a los trabajadores.

La recomposición del salario impulsada por el kirchnerismo fue una acción de este tipo, pero necesariamente –para sostenerse– requiere de un acompañamiento de las organizaciones interesadas y un trabajo para generar programas acordes y penetrar en la dirigencia política, que fue insuficiente entonces y sigue siéndolo hoy. Esta carencia se observa en que, simultáneamente, encontramos a un gobierno decidido a no avanzar en la dirección que le es demandada por sus electores, una dirigencia sindical heterogénea con definiciones desparejas y una base política que reacciona poniendo el grito en el cielo sobre los problemas que se anticipan, pero que no alcanza a constituirse como una alternativa con el volumen necesario para encauzar al país en el sentido de su propia volición.

Se podría decir que, implícitamente, la principal promesa del gobierno actual es la de restaurar el nivel de vida de la sociedad que regía con anterioridad al proceso de deterioro de la economía que comenzó a mediados de 2018 y se acentuó en 2019. Qué tan cerca se está de ese objetivo se puede evaluar observando la variación del poder adquisitivo del salario. En el cuadro que sigue, utilizamos como base el salario promedio desde el último trimestre de 2017, año en el que el macrismo pausó el ajuste y les permitió a los salarios recuperar parte de lo perdido en el año anterior, además de haber sido el último en el que el nivel de vida alcanzado durante los gobiernos kirchneristas se sostuvo, dejando de lado descensos leves. Los datos disponibles llegan hasta el tercer trimestre de 2021.

Poniendo como intermedio el año 2019, en el que finalizó la administración anterior, vemos que en ese período el salario aumenta menos que la variación del IPC. Eso es sabido, pero lo que es más relevante es que la mejoría de fines de 2021 con respecto a fines de 2019 es ínfima, manteniéndose el poder de compra del salario prácticamente al mismo nivel. Este dato se complementa con otro: el peso que tiene la Canasta Básica Total (CBT) sobre el salario prácticamente no se altera (se mantiene entre 43 y 44 puntos porcentuales, contra el 34,65% que significaba en 2017). Pero la Canasta Básica Alimentaria (CBA) pasó a pesar más, incrementándose de un 17,54% del valor del salario en 2019 al 18,38% de su valor en 2021, frente a un 14,06% de 2017.

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Este es el resultado de que el valor de la CBA haya aumentado en una proporción mayor que la CBT en estos últimos años por la modificación en el precio relativo de los alimentos frente a otros bienes, y corrobora la importancia de tomar decisiones para controlar el precio de los alimentos en lugar de acariciarle el plumaje a la gallina de los huevos de oro, que cada vez menos argentinos están en condiciones de comprar.

El desarrollo se hace con los trabajadores

Todo esto lleva a preguntarse cómo es probable que continúe la evolución del salario, su relación con el nivel de actividad de la economía y las reacciones que es lógico esperar en la política. Desde el gobierno se ha insistido en una hipótesis curiosa. Se sostiene que a medida que disminuya la tasa de desocupación por efecto de la recuperación de la actividad (un proceso cuya ocurrencia se constató el año pasado), se continuará con una tendencia al alza del salario. Lo que induce a preguntar: si al no ser el crecimiento del consumo –explicado por el salario– lo que impulsa la demanda que tracciona a las inversiones que incrementan el nivel de actividad, ¿qué es lo que alienta este crecimiento aparentemente a-causal? La única argumentación congruente estaría dada por los famosos argumentos “por el lado de la oferta”, que ponen el énfasis en la reducción de los costos, olvidando religiosamente que la ganancia se realiza vendiendo, no gastando menos en la producción.

En relación a esto, recientemente el ministro de Desarrollo Social de la Provincia de Buenos Aires, Andrés Larroque, se quejó de que este gobierno está adulterando el contrato electoral, entre otras cosas, manteniendo un “modelo (económico) de carácter sesgadamente productivo (…) y eso se complementa con una pérdida del poder adquisitivo, con salarios bajos”. Aunque esta sea la intención que el gobierno manifiesta en los actos más que en las palabras, no parece que sea posible. La consecuencia de ensayar ese camino es abandonar la lucha por los salarios a su suerte, y también al nivel de actividad. Como podemos ver en el siguiente gráfico, por más 10,2% de tasa de crecimiento y nivel de actividad alcanzado superior a la pre-pandemia que se intente festejar, el PBI de 2021 está mucho más cerca del nivel de 2019 que el de 2015 o 2017. Para ser exactos, el PBI de 2021 se reduce un 5,2% frente al de 2017. Comparando estos dos años, el consumo privado se reduce el 13,9%.

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Estos hechos nos llevan a considerar cuáles son las verdaderas motivaciones del crecimiento de la actividad y de los salarios. El crecimiento sostenido solamente beneficia a clases que tienen una mejoría para transitar en su nivel de vida. El desarrollo capitalista no es de interés especial de los empresarios que alcanzaron una posición aventajada, puesto que ellos ya tienen su nivel de vida elevado al máximo que pueden obtener. Más aún, les trae problemas, porque tienen que negociar sus ingresos con los trabajadores y enfrentar conflictos. Sus márgenes de decisión se ven contraídos por la necesidad de acordar con el poder político, en función de intereses que perciben como ajenos. Los que se benefician con el desarrollo son los trabajadores, quienes –en cambio– pueden sostener una mejora del nivel de vida.

Por eso, la coalición que propugne un cambio en las condiciones materiales de vida en la Argentina debe estar encabezada por representantes políticos de sectores que entiendan que el objetivo directo es una mejoría en este sentido, y que no existe para ello otro medio que el de elevar los ingresos salariales y el de orientar capitales a la adecuación de una estructura productiva que permita sostenerlo.

El crecimiento no se produce por el azar. Se explica por la producción de una mayor cantidad de bienes y servicios que satisface una demanda creciente de diferentes consumidores y que obliga a los empresarios a invertir para capturar los mercados que se abren. A su vez, al tener un mayor poder adquisitivo, los trabajadores pueden mantener a sus hijos para que estudien y se califiquen para realizar trabajos de coordinación más exigentes. Todo esto debe ejecutarse en conjunto con una vigorosa sustitución de importaciones, que algunos tildan de arcaica sin ahondar en explicaciones ni debatir si existe otra manera concebible de que una sociedad que consume más energía y bienes de consumo durables se abastezca de manera autónoma e independiente. Aunque parezca una obviedad, se vuelve inevitable recordarlo en los tiempos que corren.

El camino seguido hasta el momento por el gobierno fue el de abrazarse a los favorecidos por el orden puesto en cuestionamiento por la sociedad argentina tanto en las elecciones de 2019 como en las de 2021 –sin que medie ninguna paradoja–, mientras se desentiende de los otros intereses que debe congeniar, ¡a la vez que dice estar encaminándose a cumplir con sus fines de origen! De seguir así, induce a reflexionar si su destino más probable como sujeto político es el de diluirse, por carecer de relevancia histórica y contradecir los intereses de quienes dice representar. En cualquier caso, eso es lo menos importante. Lo que realmente pesa en el porvenir es que estas características de la coyuntura argentina seguirán presentes, por lo que deben ser tenidas en cuenta por los interesados en conseguir un cambio de situación.

Por Guido Aschieri 

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