¿Hasta dónde puede llegar la derecha radical?

Actualidad - Nacional 07 de mayo de 2022
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La vitalidad cultural de las nuevas derechas atrajo a estudiosos y estudiosas del norte y, más recientemente, del sur del mundo. Desde hace varias décadas, trabajos fundamentales para entender estas cuestiones llamaron la atención acerca de la creciente capacidad de las derechas extremas o, como las llamamos en otro artículo publicado en el Dipló, de las “derechas de la derecha”, para participar de “batallas culturales” por la definición de los temas de la agenda pública y por la interpretación de cambios sociales más o menos fundamentales. Estos trabajos señalaron que las derechas radicales dejaron de ser minorías insignificantes y resabios de otros tiempos para convertirse en vitales movilizadoras de seguidores en las calles y en las redes sociales, a partir de su manejo competente y eficaz de la simplicidad y el desacartonamiento, la ironía –que viste su retórica reaccionaria– y el lenguaje meme.

Esta pericia contrasta incluso con cierta solemnidad y dureza esgrimidas muchas veces por el progresismo en general, y por el progresismo cultural en particular. Tras dos décadas de variopintos movimientos culturales de izquierda, de Seattle a Porto Alegre, del Foro de Sao Paulo al 15-M, algunos creen que hoy las derechas radicales han tomado la delantera en la capacidad de producir símbolos y volverlos objeto de identificación de ciudadanos y ciudadanas de a pie, enojados o asustados con el rumbo de sus sociedades. Las experiencias de Donald Trump en Estados Unidos y de Jair Bolsonaro en Brasil dotaron a estas derechas de una potente visibilidad y amplificación.

¿Cuál es la base sociocultural de la expansión de estas derechas radicales en Argentina? Para responder esta pregunta necesitamos dar un pequeño rodeo. Las derechas radicales crecen en buena medida al movilizar el descontento de algunos sectores sociales con las derechas mainstream, por su moderación y su tibieza en la respuesta frente al avance de los consensos progresistas en materia cultural y de los consensos estatalistas en materia económica. En Argentina, el surgimiento de influencers de la derecha reaccionaria y libertarios pop –figuras con mucho peso en redes sociales en el primer caso; atracciones de los medios tradicionales en el segundo– coincidió con la consolidación, por primera vez desde comienzos del siglo XXI, de una centroderecha partidaria mainstream, con vocación de poder, competitiva electoralmente y pragmática en términos de discurso público como es Propuesta Republicana (PRO), eje vertebrador de la coalición Juntos por el Cambio.

Como en otras latitudes, la derecha de la derecha local, rebelde e iconoclasta, se muestra crítica de la derecha mainstream por sus titubeos, sus imprecisiones doctrinarias y su aparente vocación conciliadora. Además, el crecimiento en redes sociales y en actividades públicas de esta derecha alternativa coincidió con el período en el que Cambiemos (hoy Juntos por el Cambio) naufragó entre el gradualismo y una crisis financiera autoimpuesta que aguó aun más sus recursos retóricos y su ímpetu reformista. La crítica a la tibieza cambiemita fue también expresión de la decepción causada por una experiencia que había despertado en sus inicios gran esperanza en un espacio variopinto que incluye a influencers como Agustín Laje y a líderes ultraconservadores como Juan José Gómez Centurión.

Consensos y disensos de la democracia

Desde los inicios del gobierno de Mauricio Macri, el PRO enfrentó dificultades para imponer un giro a la derecha, no solo por los doce años de un kirchnerismo que se había apalancado en avances en materia cultural y en consensos redistributivos bastante sólidos, sino también por el efecto de un largo ciclo de democratización en materia de derechos humanos y de estilos de vida que se había iniciado en los años 1980, con el impulso alfonsinista. Más allá de inteligencias coyunturales para construir posicionamientos exitosos en materia electoral, sobre todo en base a ideologías “anti”, el problema es el de las bases socio-culturales para que un proyecto conservador gobierne y reoriente a la sociedad y a las relaciones entre sus grupos.

En cierta medida, la ambigüedad del macrismo como proyecto transformador reside en la ambigüedad de los consensos de la sociedad argentina. ¿Hay en la sociedad un terreno propicio para una clara derechización socio-cultural? Según los datos con que contamos, la sociedad argentina parece jugar, en las últimas décadas, a varias puntas. Se ha vuelto sumamente secular y tolerante en algunos temas socio-culturales cuya problematización pública deja de ser rentable en términos políticos. Pueden ser politizados por una derecha alternativa minoritaria, pero no por una derecha con vocación de poder. No obstante, permanecen sólidos núcleos conservadores, clasistas y racistas, a los que echan mano las derechas mainstream y que agitan las derechas radicales para ampliar sus apoyos. La importancia de estas posiciones reaccionarias hace incluso que la posición del progresismo en esos campos se muestre por momentos ambigua. La politización de los temas en los que existe un fuerte consenso conservador es un terreno más fértil para las derechas, por lo que gobiernos y fuerzas políticas progresistas siempre preferirán que éstos permanezcan, por así decirlo, debajo de la alfombra. Es lo que sucede con los recurrentes pedidos de “mano dura” en materia de seguridad.

En fin, la sociedad argentina muestra un apoyo al rol fuerte del Estado, pero también una negación extendida a la justicia que guía el hecho de que, a través de los llamados planes sociales, ese mismo Estado destine fondos a financiar una porción de la vida de sectores que no obtienen suficientes recursos en el mercado de trabajo, ni formal ni informal.

En líneas generales, la sociedad argentina vive desde hace varios años un proceso de avance en consensos públicos sobre algunos temas asociados con estilos de vida y derechos sexuales y reproductivos. Según la Segunda Encuesta Nacional sobre Creencias y Actitudes Religiosas en Argentina realizada en 2019 por especialistas del CEIL-CONICET, se constata una disminución de la tutela religiosa en la vida de las personas: una estabilización del “cuentapropismo religioso” y una caída (respecto de la medición de 2008) de la frecuencia de asistencia a oficios religiosos. La mayoría cree que el Estado no debe financiar las iglesias, una disminución del apoyo al financiamiento de 25 puntos respecto de los datos de 2008. En el mismo sentido, crecen casi 20 puntos, de 27% en 2008 a 46% en 2019, las posturas desfavorables a la enseñanza religiosa en las escuelas. Asimismo, se duplica el acuerdo con que el aborto “es una decisión de la mujer”, una mayoría (61,3%) afirma que una pareja de personas del mismo sexo puede adoptar niños y una proporción aun más amplia (73,5%) está a favor de la despenalización total o parcial del consumo de marihuana. Algunos de estos consensos acompañan o sostienen cambios en la legislación, y probablemente, como con la Ley de Divorcio sancionada en 1987, se vuelvan tópicos cada vez menos rentables para una derecha con vocación de poder que busque votos en el centro.

Sin embargo, algunas posiciones conservadoras mantienen importantes niveles de apoyo. A más de una década del matrimonio igualitario, según la encuesta recién citada, 35,9% de los entrevistados seguía creyendo que “el único matrimonio válido es entre un hombre y una mujer”, y 24% que “la mujer debe permanecer en su hogar para el cuidado de los hijos”. Se trata de grupos de magnitud para nada desdeñable, potenciales audiencias de voces radicales que despotrican contra la “ideología de género”. Más aun cuando esos temas abandonan la esfera pública, o son desplazados de la agenda, y son débiles las voces relevantes del sistema político que conectan con esas sensibilidades.

Del mismo modo, la encuesta muestra que el 71,3% de los entrevistados sostiene que debería ser más estricto el control de ingreso de los inmigrantes. La inmigración entra en la agenda pública sólo en ciertas coyunturas, mayormente asociada con el aumento de la percepción de inseguridad. La derecha mainstream argentina ha buscado explotar estos consensos socio-culturales con apelaciones a la “inmigración descontrolada”, como expresó Mauricio Macri en 2010, en el contexto de las tomas de tierras en el Parque Indoamericano, y Miguel Ángel Pichetto en la campaña electoral de 2019.

Sin embargo, el miedo a la inmigración no logra constituirse en Argentina (y en general en América Latina), como lo es en Europa, en un tópico movilizador de las derechas radicales. El discurso xenófobo no logra encender pasiones en una sociedad en la que la supremacía cultural no se ha vuelto hasta ahora una ilusión movilizadora de sensibilidades reaccionarias. Diferentes estudios muestran la pregnancia de un racismo persistente y capilar en Argentina. Si en las últimas décadas sus resortes no dieron lugar a discursos supremacistas, es en buena parte porque el racismo, como muestran las investigaciones sobre el tema, está fuertemente imbricado con el clasismo y la discriminación a poblaciones pobres.

Esta ambigüedad de los consensos que dominan a la sociedad argentina se verifica también en la dimensión socioeconómica. Por un lado, los apoyos a posiciones redistributivas siguen siendo elevados. En la encuesta LAPOP de 2012, Argentina se ubicaba entre los países con mayor proporción de posiciones favorables a la idea de que el Estado debe implementar políticas públicas para reducir la desigualdad de ingresos (8 de cada 10). A la vez, se trata del país de la región con mayor proporción de acuerdo (6 de cada 10) con la idea de que los perceptores de planes sociales son “vagos”. Estos números coinciden con los recogidos en 2019 por la encuesta del CEIL-CONICET, según la cual 59,3% de los entrevistados sostenía que los planes sociales “fomentan la vagancia”.

Más allá de las mediciones, se trata de una posición persistente que permite entender por qué, ante la aceptación de la necesidad de políticas de transferencia de ingreso masivas por parte de la centroderecha macrista (y de todo el sistema político), se crea un espacio propicio para que voces libertarias se indignen ante los recursos que el Estado argentino invierte en materia social. A diferencia de algunas derechas radicales europeas, que retomaron buena parte de las demandas económicas de la izquierda, en especial las asociadas con el nacionalismo económico, en Argentina el espacio para la derecha de la derecha se recuesta en el clasismo que proyecta sospechas sobre los pobres.

¿Es la política…?

Hasta ahora, las derechas radicales en Argentina tienen dificultades para hacer pie en la arena electoral. En cambio, tienen menos problemas para hacerse oír en el espacio público digital y en algunas tribunas de medios tradicionales permeables a la espectacularidad de las voces reaccionarias. Como todo movimiento político, la derecha radical está limitada por los condicionamientos de los consensos progresistas, al tiempo que busca maximizar el rendimiento de los consensos conservadores. En algunos casos, la derecha de la derecha logró influir en el debate, dando voz a quienes sienten que su sensibilidad es desplazada en la arena pública, como en temas de sexualidad y derechos reproductivos. En otros, se pliega a procesos de secularización que pasan por debajo o más allá de la política: es el caso del debilitamiento de la tutela de las iglesias (a diferencia de otros países, en Argentina el declive de la Iglesia Católica no se compensa con un avance evangélico).

En este sentido, la derecha radical argentina no se presenta como abanderada de la religión. Al igual que los líderes de la derecha mainstream, y su publicitado budismo, y que el progresismo peronista y su francisquismo sin Iglesia, la derecha de la derecha argentina no se abraza a la Iglesia Católica. No hay, en esta dimensión, elementos para hablar de un avance conservador en la sociedad argentina, a diferencia de lo que sucede en otros países, como Brasil. Sí está claro que ciertas posiciones conservadoras son resilientes, y que en determinadas coyunturas pueden ordenar posiciones y empujar medidas de gobierno hacia la derecha. Ya desde tiempos de Néstor Kirchner la política se ve obligada a “adaptarse” a consensos conservadores, como en el caso de los apoyos perdurables a la mano dura. En líneas generales, sin embargo, la derecha de la derecha enfrenta los mismos límites que su odiada derecha mainstream, que son los que le impone una sociedad que juega a varias puntas.

Por Gabriel Vommaro para ElDiplo

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