Dadores de reputación, se buscan

Economía 26 de abril de 2022
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Antes de partir hacia Washington para ser recibido en la Casa Blanca por Jake Sullivan -el principal consejero del presidente Joe Biden-, Gustavo Osvaldo Béliz invitó a disertar en el Consejo Económico y Social al economista estadounidense Jeffrey Sachs.

Además de asesor de Martín Guzmán y el papa Francisco, Sachs es una suerte de influencer de lo que podría llamarse la “izquierda fiscalista”, gente que cuestiona con énfasis parecidos la desigualdad capitalista y el déficit fiscal irresponsable. Es egresado de la Universidad de Harvard, ocupado durante la última década en el estudio del “desarrollo sostenible” desde la Universidad de Columbia, votante del sector más progresista del Partido Demócrata y autor de “El fin de la pobreza”, un libro prologado por Bono, el líder de U2.

En el marco del ecuménico ámbito generado por Béliz como secretario de Asuntos Estratégicos de Alberto Fernández, Sachs destacó el pacto con el FMI, apuntaló a Guzmán y, a la lista de movidas esotéricas que producirían la inflación local, sumó “la mala reputación” que Argentina tiene en el mundo.

Es raro, pero ya nada asombra. Cada vez que se usa para explicar el alza inflacionaria, el término “multicausal” incluye la “alta emisión monetaria”, los “aumentos salariales”, la “puja distributiva”, el “déficit fiscal”, las “tasas bajas”, la “brecha cambiaria”, la “escasez de reservas”, la “concentración económica”, la “inercia de precios”, las “expectativas pesimistas” y, de ahora en más, según el aporte de Sachs, también el descrédito del país y su gente.

Durante el último fin de semana, mientras la agenda informativa pretendía ser nutrida con datos de la lánguida protesta ruralista, en reportajes que concedió a Clarín y a Perfil, el consultor retomó idénticos ejes argumentales y hasta se permitió aconsejar a los votantes del 2023: “Creo que este país debe evitar grandes giros en política o nuevos ‘actos heroicos’”. Parte de esta frase sirvió para encabezar la entrevista que le hizo Jorge Fontevecchia en su bisemanario, donde el propio Béliz es columnista recurrente. 

Sobre el tema del FMI, Sachs insistió: “Este es un buen acuerdo (...) Las condiciones son bastante razonables. No hay condiciones estrictas o duras del FMI”, aunque luego Clarín decidió titular con una definición suya un poco menos suave: “Todo plan para estabilizar la inflación va de la mano de un ajuste fiscal”.

En línea con amistosos halagos que su mentor Joseph Stiglitz le prodigó hace unos meses, Sachs ensalzó a Guzmán y su plan financiero: “La situación económica de la Argentina es mejor que la de muchos que la critican (…) Los niveles de deuda como el marco presupuestario general son manejables (…) La inflación no se debe a la irresponsabilidad actual, ni a las grandes deudas, ni a los enormes déficits presupuestarios, se debe a una mala reputación. Me gustaría que Argentina recupere su buen nombre en las finanzas internacionales. Si se ven los números, es posible hacerlo”.

Quizá Sachs tenga razón en esto y la “mala reputación” sea, al fin de cuentas, el gran problema a resolver de la Argentina. Es muy difícil, tal vez sea menos complicado viajar a Marte desde Perico. ¿Cómo explicar que, a la vez que el país clama por plata a la usura internacional, su elite mantiene fugado en el exterior un PBI y medio en dólares? Es la élite de los comoditties, de los diarios, de los canales, de los bancos, de las alimenticias, en definitiva, los dueños del poder y del dinero. Esos son los responsables de la "mala reputación" con sus prácticas.

Es probable que Sachs trabaje de donar reputación a cambio de alguna plata. Agrandar la situación de desprestigio, llevarla al paroxismo del descrédito como una de las razones principales de la inflación, seguramente forme parte de su estrategia para cotizar alto sus servicios como inoculador de reconocimiento. Esto no habla ni mal ni bien de él. Vive de lo que sabe hacer y lo hace con eficiencia, y quizá hasta sea honesto en lo que hace.

A diferencia de lo que ocurre con Rusia, que es presentada por los medios occidentales hoy como una nación fallida y atrasada, regida por un autócrata al que comparan con Hitler, reviviendo la rusofobia acuñada en la Guerra Fría, en una sorprendente campaña global satanizadora de la que forman parte desde La Nación hasta el francés Liberation, es decir, medios que en teoría están en las antípodas ideológicas, lo que sucede con la Argentina o en la Argentina no le importa a tanta, tanta gente.

El mundo no está pendiente de lo que ocurre acá. Nuestra reputación nos incumbe, básicamente, a las y los argentinos. Pero es cierto que la mayoría del planeta tiene como imagen del país una que es bastante difusa, donde predominan aspectos muy negativos tomados en general de las líneas editoriales de los medios de comunicación concentrados locales; medios que, como sabemos, son propiedad de los que se sirven del sistema de endeudamiento y fuga hace décadas, que empobrece a las mayorías del mismo modo que enriquece a las minorías.

Y, es verdad, lo que se advierte en cualquier otra capital del mundo desarrollado, es que Argentina es una nación convulsa, incumplidora serial, con “una casta política saqueadora” y pobres “empresarios acorralados” y sufrientes que se preguntan todo el tiempo “cómo hacer para defender sus rentas” inesperadamente extraordinarias de las manos de un movimiento “cuasi-fascista” y “demagógico” llamado “peronismo”, y por eso deciden refugiar sus ganancias, en la total clandestinidad, en guaridas fiscales o países de baja tributación, bajo seudónimo o sociedades offshore.

La “mala reputación” es un negocio más. Para Sachs, Stiglitz o Piketty, absolutamente legal. Ellos son prestigiadores de programas económicos, que quizá merezcan ser prestigiados. Sin embargo, con eso no basta. El desarrollo económico necesita, más que ninguna otra cosa, medios de comunicación que crean que el país puede desarrollarse y con todos adentro.

Para todo lo demás, están los que ya sabemos. 

Por Roberto Caballero para El Destape

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